Acemoglú Daren y James A. Robinson. ¿Por qué fracasan los países? Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza.
Este libro trata de las enormes diferencias en ingresos y nivel de vida que separan a los países ricos del mundo, como Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania, de los pobres, como los del África subsahariana, América Central y el sur de Asia.
Mientras escribimos este prefacio, el Norte de África y Oriente Próximo han sido sacudidos por la Primavera Árabe originada por la denominada revolución de los Jazmines, que comenzó debido a la indignación pública provocada por la autoinmolación de un vendedor ambulante, Mohamed Bouazizi, el 17 de diciembre de 2010. El 14 de enero de 2011, el presidente Zine el Abidine Ben Ali, que gobernaba Túnez desde 1987, dimitió, pero, lejos de disminuir, el fervor revolucionario contra el dominio de las élites privilegiadas tunecinas se hacía cada vez más fuerte y ya se había extendido al resto de Oriente Próximo. Hosni Mubarak, que había gobernado Egipto con un férreo control durante casi treinta años, fue derrocado el 11 de febrero de 2011. El destino de los regímenes de Baréin, Libia, Siria y Yemen se desconoce en el momento de acabar este prefacio.
Las raíces del descontento de estos países se encuentran en su pobreza. El egipcio medio tiene un nivel de ingresos de alrededor del 12 por ciento del ciudadano medio de Estados Unidos y su esperanza de vida es diez años menor. Además, el 20 por ciento de la población vive en una pobreza extrema. A pesar de que estas diferencias sean significativas, en realidad, son bastante pequeñas en comparación con las que existen entre Estados Unidos y los países más pobres del mundo, como Corea del Norte, Sierra Leona y Zimbabue, donde más de la mitad de la población vive en la pobreza.
¿Por qué Egipto es mucho más pobre que Estados Unidos? ¿Qué limitaciones existen para que los egipcios lleguen a ser más prósperos? ¿La pobreza de Egipto es inmutable o puede ser erradicada? Una forma natural de empezar a pensar en ello es ver qué dicen los propios egipcios sobre los problemas a los que se enfrentan y por qué se alzaron contra el régimen de Mubarak. Noha Hamed, de veinticuatro años, trabajadora de una agencia de publicidad de El Cairo, dejó clara su opinión mientras se manifestaba en la plaza de Tahrir: «Sufrimos debido a la corrupción, la opresión y la educación deficiente. Vivimos en un sistema corrupto que debe cambiar». Otra persona de la plaza, Mosaab el Shami, de veinte años, estudiante de Farmacia, estaba de acuerdo con ella: «Espero que, para finales de este año, tengamos un gobierno electo, que se apliquen las libertades universales y que pongamos fin a la corrupción que se ha apoderado de este país». Los manifestantes de la plaza de Tahrir hablaron con una sola voz sobre la corrupción del gobierno, su incapacidad para ofrecer servicios públicos y la falta de igualdad de oportunidades de su país. Se quejaban sobre todo de la represión y la falta de derechos políticos. Tal y como Mohamed el Baradei, ex director del Organismo Internacional de Energía Atómica, escribió en Twitter el 13 de enero de 2011: «Túnez: represión + ausencia de justicia social + negación de canales para el cambio pacífico = bomba de relojería». Tanto los egipcios como los tunecinos vieron que sus problemas económicos se debían fundamentalmente a su falta de derechos políticos. Cuando los manifestantes empezaron a formular sus demandas de una forma más sistemática, se hizo evidente que las primeras doce demandas inmediatas planteadas por Wael Jalil, el ingeniero de software y blogger que emergió como uno de los líderes del movimiento de protesta egipcio, se centraban en el cambio político. Cuestiones como el aumento del sueldo mínimo aparecían solamente entre las demandas transitorias que se implantarían posteriormente.
Para los egipcios, las cosas que los han retrasado incluyen un Estado ineficaz y corrupto y una sociedad en la que no pueden utilizar su talento, su ambición, su ingenio ni la formación académica que puedan conseguir. Sin embargo, también reconocen que las raíces de estos problemas son políticas. Todos los impedimentos económicos a los que se enfrentan proceden de cómo se ejerce el poder político en Egipto y del monopolio de dicho poder por parte de una élite reducida. Y creen que éste es el primer elemento que debe cambiar.
No obstante, por creer esto, los manifestantes de la plaza de Tahrir se han desmarcado notablemente de la sabiduría convencional sobre el tema. La mayoría de los teóricos y comentaristas que analizan por qué un país como Egipto es pobre lo atribuyen a factores completamente distintos. Algunos subrayan que la pobreza del país viene determinada principalmente por su situación geográfica, por el hecho de que es casi todo desierto, carece de una pluviosidad adecuada y su suelo y su clima no permiten que exista una agricultura productiva. Sin embargo, otros apuntan a los atributos culturales de los egipcios, que supuestamente son hostiles a la prosperidad y al desarrollo económico. Defienden la idea de que los egipcios carecen del tipo de rasgos culturales y de ética del trabajo que han permitido que otros pueblos prosperen y que han aceptado creencias islámicas que no concuerdan con el éxito económico. Un tercer enfoque, el dominante entre los economistas y expertos políticos, se basa en la idea de que los gobernantes de Egipto sencillamente no saben qué es necesario para que su país prospere y han seguido políticas y estrategias incorrectas en el pasado. Creen que, si estos gobernantes consiguieran el asesoramiento apropiado de los asesores adecuados, se lograría la prosperidad. De acuerdo con estos académicos y expertos, el hecho de que Egipto haya sido gobernado por reducidas élites que buscan su beneficio personal a costa de la sociedad parece irrelevante a la hora de comprender los problemas económicos del país.
En este libro, defenderemos que los que están en lo cierto son los egipcios de la plaza de Tahrir, y no la mayoría de los teóricos y comentaristas. De hecho, Egipto es pobre precisamente porque ha sido gobernado por una reducida élite que ha organizado la sociedad en beneficio propio a costa de la mayor parte de la población. El poder político se ha concentrado en pocas manos y se ha utilizado para crear una gran riqueza para quienes lo ostentan, como la fortuna valorada, según parece, en setenta mil millones de dólares acumulada por el ex presidente Mubarak. Los perdedores han sido los egipcios, como ellos mismos saben de sobra. Mostraremos que esta interpretación de la pobreza egipcia, la interpretación del pueblo, aparece para dar una explicación general de por qué los países pobres son pobres. Mostraremos que países como Corea del Norte, Sierra Leona o Zimbabue son pobres por la misma razón que lo es Egipto. Otros, como Gran Bretaña y Estados Unidos, se hicieron ricos porque sus ciudadanos derrocaron a las élites que controlaban el poder y crearon una sociedad en la que los derechos políticos estaban mucho más repartidos, en la que el gobierno debía rendir cuentas y responder a los ciudadanos y en la que la gran mayoría de la población podía aprovechar las oportunidades económicas. Mostraremos que, para comprender por qué existe esta desigualdad en el mundo actual, tenemos que hurgar en el pasado y estudiar las dinámicas históricas de las sociedades. Veremos que la razón de que Gran Bretaña sea más rica que Egipto es que, en 1688, se produjo una revolución en Gran Bretaña (o Inglaterra, para ser exactos) que transformó la política y, por tanto, también la economía del país. El pueblo luchó por alcanzar más derechos políticos, los ganó y los utilizó para ampliar sus oportunidades económicas. El resultado fue una trayectoria política y económica fundamentalmente distinta que culminó en la revolución industrial.
La revolución industrial y las tecnologías que impulsó no llegaron a Egipto, ya que este país estaba bajo el control del Imperio otomano, que trataba a Egipto de una forma parecida a como lo trataría posteriormente la familia Mubarak. El dominio otomano en Egipto fue derrocado por Napoleón Bonaparte en 1798, pero después el país cayó en manos del colonialismo británico, que tenía tan poco interés como los otomanos en promover la prosperidad egipcia. A pesar de que los egipcios se deshicieron de los imperios otomano y británico y de que, en 1952, derrocaron a su monarquía, no fueron revoluciones como la de 1688 en Inglaterra. En lugar de transformar fundamentalmente la política de Egipto, condujeron al poder a otra élite tan poco interesada como los otomanos y los británicos en lograr la prosperidad para los egipcios de a pie. En consecuencia, la estructura básica de la sociedad no cambió y Egipto continuó siendo pobre.
En este libro, estudiaremos cómo se reproducen estos patrones con el tiempo y por qué a veces se alteran, como en el caso de Inglaterra en 1688 y de Francia con la revolución de 1789. Esto nos ayudará a comprender si la situación de Egipto ha cambiado actualmente y si la revolución que derrocó a Mubarak conducirá a un conjunto nuevo de instituciones capaces de llevar la prosperidad al egipcio medio. Egipto ha tenido revoluciones en el pasado que no cambiaron las cosas porque quienes organizaron las revoluciones se limitaron a arrebatar las riendas a los que las tenían antes que ellos y a recrear un sistema parecido. De hecho, es realmente difícil que los ciudadanos corrientes logren un verdadero poder político y cambien la forma de funcionar de la sociedad. Sin embargo, es posible, y veremos cómo sucedió en Inglaterra, Francia y Estados Unidos, y también en Japón, Botsuana y Brasil. Fundamentalmente, es una transformación política de este tipo lo que se necesita para que una sociedad pobre pase a ser rica. Existen pruebas de que esto podría estar sucediendo en Egipto. Reda Metwaly, manifestante de la plaza de Tahrir, defendió: «Ahora ves a musulmanes y cristianos juntos, y a viejos y jóvenes juntos, todos quieren lo mismo». Veremos que un movimiento así de amplio de la sociedad fue fundamental para que ocurriera lo que sucedió en estas otras transformaciones políticas. Si entendemos cuándo y por qué ocurren estas transiciones, estaremos en mejor posición para evaluar cuándo esperamos que fracasen dichos movimientos de acuerdo con lo que ha ocurrido normalmente en el pasado y cuándo podemos esperar que tengan éxito y mejoren la vida de millones de personas.