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1901 Jul 15 JUÁREZ. Ricardo Flores Magón.

 La raza caída tuvo su rehabilitación. La Democracia tuvo su firme sostén. La Patria uno de sus mejores hijos. La libertad uno de sus mejores celosos defensores y la América uno de sus más grandes hombres: Juárez.

Los agrios picachos del Sur; los inaccesibles peñascos sólo hollados por la majestad de las águilas, se quedaron asombrados: una majestad más grande, una majestad enormemente humana, casi divina, se elevó más alto aún que los cóndores mismos: Juárez.

La Patria sangraba. El clericalismo y el militarismo aliados porque los monstruos se comprenden, sorbían la sangre del pueblo. El pueblo encadenado lloraba su libertad perdida.

El clero y el militarismo, esos dos enemigos de la humanidad; esas dos rémoras para todo adelanto, siempre se han unido para esclavizar a los pueblos. Para esas dos funestas clases, el hombre es cosa.

Pero Juárez se alzó. Todos los heroísmos, todas las conciencias que dormitan en la raza caída, despertaron en él. El pasmoso estoicismo del indio se abrigó en su corazón y el temple de Cuauhtémoc coincidió con el temple de Juárez a pesar del tiempo y a pesar también de la ruda dominación de la raza triunfadora y también a pesar de la brutal tiranía del militarismo y del clero.

Juárez se alzó. Su divino espíritu acostumbrado a la magnificencia de los trópicos, debía quererlo todo grande, todo, todo hermoso. Pero en medio de tantas grandezas de tanta luz y de tanta fuerza de la que está embebido el suelo de la Patria, gemía una miseria. El militarismo y el clero habían destronado a un soberano: el pueblo, y éste lloraba su grandeza muerta.

Juárez trabajó por la reestructuración del gobierno del pueblo. Juárez defendió los derechos del hombre y volvió a reinar el pueblo. Ya nadie creía que las hiedras malditas, cuyo contubernio ha hecho la desgracia de la Nación, volverían a levantarse. Todo el mundo se hacía la ilusión de que la democracia sería eterna y que la vergüenza de la derrota sufrida haría que para siempre ocultaran su oprobio el clero y la milicia.

Y todo el mundo se engañó. Juárez murió y en la misma fosa fueron sepultados él y la soberanía del pueblo. Al caer el titán cayó la obra que sostenían sus vigorosas espaldas: la libertad del pueblo.

Por eso los mexicanos, cuando lloramos la muerte de Juárez sentimos tanto dolor. También lloramos la muerte de la democracia.

Seamos dignos. Juárez nos dio una saludable lección. Aprovechémosla. Juárez nos enseñó que hay que ser constantes para que las ideas puedan triunfar. Nos enseñó que se debe tener valor para sostener los principios. Tengamos valor y seamos constantes.

Si las dos hidras han salido de su escondite para hacer burla de nuestra soberanía, ataquémoslas con valor. Si nos faltan resolución y valor, recordemos a Juárez.

 

Regeneración, N° 46. 15 julio 1901