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2023 Jun 09 El zapatismo vuelve a las calles de Ciudad de México para exigir el “alto a la guerra” en Chiapas. Alejandro Santos Cid

El zapatismo ha vuelto a echarse a las calles. Un grito colectivo de miles de gargantas ha teñido el aire entre el Ángel de la Independencia y el Zócalo de Ciudad de México durante la tarde de este jueves. Los manifestantes han exigido el “alto a la guerra” contra las comunidades del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), aquel grupo de guerrilleros que el 1 de enero de 1994 tomó las armas contra la desigualdad estructural que sufren los pueblos indígenas de Chiapas y todo México. Los encapuchados se convirtieron desde entonces en un ejemplo y un símbolo ante el avance, ya en aquella época, imparable de la globalización y el capitalismo, defendiendo que otro mundo era posible. Sus ideas arraigaron como una suerte de faro de la izquierda internacional y hoy han regresado al Paseo de la Reforma.

No es una marcha masiva, pero demuestra que el zapatismo sigue teniendo pulso en las calles a pesar de su silencio mediático. Con apenas una semana de antelación, unos pocos miles de manifestantes desfilan cargados de banderas, pancartas y cánticos revolucionarios. El perfil es variado, abarca todas las edades y retóricas. Aquí se encuentran los discursos más formados y los más prácticos: los que tienen los pies en la tierra y no conocen la desigualdad por las teorías políticas, sino por protagonizarla. Udelia García se protege del sol con un sombrero amplio. Lleva un cartel que reza: “Alto a la guerra contra las comunidades zapatistas”. Tiene 83 años, procede de una familia de campesinos de Oaxaca y dice que siempre ha apoyado al EZLN: “Luchan por algo bueno, para los campesinos, que son los que sufren mucho, trabajan mucho y están mal pagados. En Chiapas hay mucha violencia hacia la gente humilde”, sintetiza.

La situación en Chiapas amenaza con explotar. El Estado vive horas bajas, asediado por un cóctel que incluye a grupos paramilitares, autodefensas armadas, una creciente militarización de las tareas policiales impulsada por el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador y la incursión del crimen organizado. El EZLN y los expertos que monitorizan la violencia en la región llevan años alertando del peligro y denuncian la inoperancia y la pasividad de las autoridades. Las comunidades zapatistas se encuentran especialmente bajo un cerco constante de grupos armados, el Ejército y el espionaje de la Secretaría de Defensa Nacional (Sedena), como reveló una filtración masiva de correos del organismo.

Joaquina viene como parte de un contingente de la comunidad otomí de Querétaro. Avanza por Reforma en el centro de una alargada bandera que cargan entre un puñado de mujeres. Tiene 26 años: “Para nosotros el zapatismo es un ejemplo de lucha, por eso estamos aquí. Como ellos pudieron levantarse, nosotros queremos luchar y levantar la voz y no tenerle miedo a este mal Gobierno. Hemos venido a exigir que pare la guerra allá en Chiapas contra las comunidades zapatistas. Este Gobierno cuando entró decía que no iba a haber represión, pero no ha cambiado nada”.

La gota que colmó el vaso y abocó al zapatismo de nuevo a las calles fue el ataque de un grupo paramilitar, la Orcao, contra la comunidad Moisés Gandhi, parte del municipio autónomo Lucio Cabañas, el pasado 22 de mayo. Durante la incursión, Jorge López Sántiz, miembro de las bases de apoyo del EZLN, resultó herido. Los guerrilleros se reagruparon a través de una muralla de 800 organizaciones internacionales y más de 1.000 personalidades del mundo de la cultura, las artes y la política que lanzaron un manifiesto conjunto en su defensa. Llamaron a una movilización internacional que este jueves ha llegado a 22 ciudades mexicanas y otras 13 del resto del mundo.

“Chiapas está al filo de una guerra civil”, alertaba aquel comunicado. Y la respuesta en la Ciudad de México ha sido una manifestación que se ha llenado de carteles con la paloma blanca de la paz —con el tradicional paliacate zapatista rojo al cuello, eso sí— que exigían el final de las agresiones contra el EZLN y la situación de violencia general del Estado. Las raíces del problema se hunden décadas atrás. Después de levantarse en armas, el zapatismo firmó una tregua con el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari y desde entonces ha optado por la vía pacífica. “A pesar de que en lugar de invertir su trabajo en la guerra, lo han hecho en levantar hospitales, escuelas y gobiernos autónomos que han beneficiado a zapatistas y no zapatistas, los gobiernos desde Carlos Salinas hasta López Obrador han tratado de aislarlos, deslegitimarlos y exterminarlos”, se lee en el manifiesto.

Agustín lleva una gorra verde con una estrella roja, un pañuelo rojo al cuello y una camiseta con la palabra libertad. Tiene 52 años y no es la primera vez que marcha en favor del zapatismo. De la Ciudad de México, pertenece a un colectivo en “defensa del trabajo, la tierra y el territorio de los pueblos originarios”. “Nos toca venir a levantar la voz con lo que está ocurriendo en Chiapas. La situación es gravísima, está siendo violado el Estado de Derecho en cuanto a la seguridad ciudadana. Las comunidades están siendo desplazadas y el Estado no hace nada”, dice.

Jessica Marjane tiene 26 años, pertenece a la Red de Juventudes Trans, procede de una comunidad Hñähñu y ha venido hoy “convocada por el movimiento por la justicia social y la liberación, desde el cuerpo hasta los territorios”. “Los movimientos de diversidad sexual”, continúa, “particularmente el movimiento trans, encuentran mucha afinidad con los principios zapatistas sobre la libertad, sobre un movimiento anticapitalista, antipatriarcal y por la liberación de todas las opresiones. Vengo también porque el miedo me mueve, por habitar en México y ser una mujer trans en un país que ocupa el segundo lugar en crímenes de odio. Quiero dejar de tener miedo y encuentro en el zapatismo principios de libertad para mí y las comunidades”.

Mientras la tarde cae sobre el Zócalo, los manifestantes se congregan entre la Catedral y el Palacio Nacional. Se hacen pintadas, se escuchan gritos de “¡EZLN!”. Desde un pequeño escenario colocado para la ocasión, representantes del Consejo Nacional Indígena, colectivos afines al zapatismo y personalidades del mundo de la cultura como la actriz Julieta Egurrola lanzan sus exigencias: atención médica que garantice la mejora de Jorge López Sántiz, que se detenga el ataque armado contra las comunidades, el castigo para los “autores materiales e intelectuales de los ataques paramilitares”, y la desintegración de “los grupos armados mediante los cuales se mantiene activa y creciente la guerra contra las comunidades zapatistas”.

 

 

Tomado de: El País.