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2024 Jul 4 Dinero maldito. Luis de la Barreda Solórzano.

El dinero repartido por el gobierno no saca a nadie de la pobreza, pero es dinero contante y sonante. No es una promesa: es efectivo que se recibe y, ya se sabe, poderoso caballero es don dinero. Xóchitl ofrecía acabar con la pobreza extrema, combatir la criminalidad, rescatar del naufragio la salud y la educación, y no sólo conservar sino aumentar los programas sociales. Pero eran ofrecimientos y, como dice el refrán, más vale pájaro en mano que ver un ciento volar.

A la coalición gobernante no le bastó la elección de Estado, la compra de votos, el medio centenar de intervenciones ilegales del Presidente de la República ante la complacencia de un árbitro medroso y paralizado, las numerosas trapacerías cometidas antes y durante la jornada electoral, la ayuda nada desinteresada del crimen organizado y del desorganizado.

No le bastó su apabullante victoria contra la alianza opositora. Busca, también, un porcentaje de sobrerrepresentación parlamentaria que excede con mucho al ocho por ciento que permite la Constitución. Y lo procura precisamente para reformar la Carta Magna desfigurándola, reformulándola a modo de un cambio de régimen en el que de la auténtica división de poderes se pasaría al poder concentrado en el titular del Ejecutivo, una omnipotencia sin contrapesos incompatible con la democracia.

La sobrerrepresentación pretendida le daría a Morena y a sus aliados la mayoría calificada que se requiere para llevar a cabo reformas constitucionales. Esas reformas serían las del paquete de iniciativas presentadas por el Presidente el pasado 5 de febrero, las cuales configuran un régimen autoritario —una dictadura, me atrevo a decir—, pues los contrapesos al poder presidencial quedarían no solamente debilitados, sino prácticamente suprimidos.

Un Poder Legislativo que aprobaría las iniciativas presidenciales sin siquiera leerlas, sin osar cambiarles una sola coma, plenamente doblegado ante la figura presidencial. Unos poderes judiciales —el federal y los de las entidades federativas— sojuzgados porque los juzgadores ya no aplicarían la ley en contra de los designios del Presidente, los gobernadores y los fiscales.

Se ha elucubrado que los ciudadanos decidieron mayoritariamente en las urnas otorgarle incontestable poder a la titular del Ejecutivo, respaldar la reforma al Poder Judicial y la eliminación de los organismos autónomos. No creo que ésas hayan sido las motivaciones. Al emitir su sufragio, la inmensa mayoría de los votantes no tuvo en mente la división de poderes, los contrapesos, la Suprema Corte autónoma y digna, los organismos constitucionales autónomos, los principios democráticos, la instauración de una dictadura posibilitada precisamente en virtud de su voto.

El motivo que inspiró a quienes votaron por la coalición gobernante fue mucho más prosaico. El INE denegó la petición de la candidata de la oposición de aclarar que la derrota de la candidata del Presidente no implicaba que se eliminasen los denominados programas sociales. La candidata oficial repetía que sólo su triunfo garantizaría la continuación de esos programas.

El dinero repartido por el gobierno no saca a nadie de la pobreza, pero es dinero contante y sonante. No es una promesa: es efectivo que se recibe y, ya se sabe, poderoso caballero es don dinero. Xóchitl ofrecía acabar con la pobreza extrema, combatir la criminalidad, rescatar del naufragio la salud y la educación, y no sólo conservar sino aumentar los programas sociales. Pero eran ofrecimientos y, como dice el refrán, más vale pájaro en mano que ver un ciento volar.

Fue ese dinero el que motivó el voto de la mayoría de los que sufragaron por la candidata oficial. “Dinero maldito que nada vale”, dice en una canción el gran José Alfredo Jiménez. Pues ese dinero maldito es un ábrete, sésamo. El dinero no da la felicidad, pero —apuntó Woody Allen— ayuda a calmar los nervios. Y a comprar víveres o tanguarnís, boletos para el cine o el futbol.

La inmensa mayoría de los ciudadanos mexicanos —nadie podrá negarlo— está desinformada. No hojea diarios ni escucha los resúmenes de los noticieros. No tiene idea de lo que significa la reforma judicial. Tengo un vecino que se cambia de camisa todos los días, pero ignora qué son los Poderes de la Unión. Si en una tramposa encuesta se pregunta si se quieren jueces justos o jueces corruptos, la respuesta es obvia.

Muchos saben, sin embargo, de las miles de muertes de niños con cáncer por falta de medicamentos o de los cientos de miles de muertes evitables durante la pandemia de covid-19, del derrumbe de la vacunación infantil, de las persecuciones penales injustas, de la cancelación de las estancias infantiles y las escuelas de tiempo completo, de la escandalosa corrupción en este gobierno, de las complicidades con el narco, del aumento de la pobreza extrema. Pero no todo el pueblo bueno comulga con los valores cívicos y éticos, no todo es solidario o compasivo.

 

Tomado de: Excélsior