By using this website, you agree to the use of cookies as described in our Privacy Policy.

2025 Feb 21 El caldo y las albóndigas. José Elías Romero Apis.

En ocasiones, los pueblos se decepcionan de sus gobiernos y se deciden por un cambio. Pero dirían las abuelas que les salió más caro el caldo que las albóndigas. Muchos países entregaron el poder a los gobiernos vacíos, inútiles y tontos que han derribado economías, destruido sistemas y postergado generaciones. La Presidenta mexicana es una buena promesa de luz. Estados Unidos y Europa siguen atorados.

Hay síntomas en esos gobiernos. El primero es la atrofia de la gobernabilidad. Que el gobierno no puede ir a donde quiere llegar. El segundo es la pérdida de credibilidad. Que los gobernados no le creen que va a donde anuncia que va a ir. El tercero es la disminución de la confiabilidad. Que se considera que no va hacia lo correcto.

El cuarto síntoma es la fragilización de la autoridad. Que a los subordinados del gobierno no les gusta obedecer ni a sus jefes ni a las leyes y, por eso, hacen lo que quieren. El quinto es la atrofia de la sensibilidad. Que el gobernado está consciente de que su gobierno no sabe lo que él desea o necesita como ciudadano, como empresario, como contribuyente, como víctima, como trabajador, como consumidor o como enfermo.

El sexto síntoma es la ausencia de respetabilidad porque la ciudadanía haya perdido aprecio por su gobierno. Por último, el séptimo síntoma, es la pérdida de esperanza. Esto representa que muchos gobernados no sólo consideren que están mal, sino que, además, en el futuro van a estar peor.

El gobernante fracasa principalmente por tres motivos: la impotencia, la ignorancia o la indolencia. Es decir, porque no pudo, porque no supo o porque no quiso. La impotencia proviene porque no asumió el liderazgo o porque no utilizó sus capacidades.

La ignorancia proviene porque no aprendió su oficio, porque no entrenó sus aptitudes o porque no entendió su encargo. Porque se ilusionó y no despertó, porque se engañó y no aterrizó o porque se entercó y no aceptó. ¡Vamos!, porque la jeteó.

La indolencia proviene de las pocas ganas, de los pocos esfuerzos y de los pocos trabajos. Porque se tardó, porque se distrajo o porque se desperdició. Porque se dejó “mangonear” por los trepadores. Porque se dejó “ningunear” por los extranjeros. Porque se dejó “periquear” por los habladores.

No es fácil entender que Estados Unidos, un país tan rico en el talento de sus economistas, cometa todos sus actuales errores que afectarán su inflación, su comercio y su inversión. No es fácil explicar que México, un país tan rico en el talento de sus juristas, promueva y aplauda y acepte una reforma judicial tan absurda y tan estulta. No es fácil de aceptar que los principales países europeos, tan ricos en el talento de sus politólogos, elijan y decidan y gobiernen de manera tan errónea y tan errática.

Ese conjunto de síntomas es el que nos anuncia el tamaño de la bomba. Lo que no nos avisa es el tamaño de la mecha. Sin embargo, ahora yo presiento que habrá una mejoría con Claudia Sheinbaum.

Hace 20 años escribí un libro sobre la grandeza política que hubo durante la segunda mitad del siglo XX en gobernantes, en instituciones públicas, en logros de la sociedad y en hazañas históricas. En ese entonces, mi esfuerzo fue la síntesis. Si lo repitiera para este siglo, mi esfuerzo sería la búsqueda.

Si esto es una decadencia política, tan sólo me asusta. Pero, si esto es una decadencia antropológica, entonces me aterra. ¿Lo que ha empeorado es la política o es la humanidad? Estas palabras mías son mucho muy graves. Por eso las he sopesado tres veces antes de escribirlas y me decidí cuando comparé las listas de Premios Nobel de entonces y de ahora.

Hoy tenemos sed de grandeza. El sediento del desierto no bebe arena porque la crea agua sino porque tiene necesidad de beber lo que sea, así como el famélico no come papel porque lo crea filete, sino porque le urge meterse algo en el estómago.

 

 

 

 

Tomado de: Excélsior