2025 Mar 12 La educación sin futuro seguro. Carlos Ornelas.
Hay nigromantes que predicen hechos, a veces le atinan, pero los académicos serios idearon la confección de “escenarios” para imaginar —no profetizar— cómo puede ser el futuro. Se basan en tendencias presentes en el ambiente social y político del asunto bajo estudio, no hay arbitrariedad, ni juegos de adivinanzas. Por lo regular no se atienen a un solo teatro, diseñan escenas alternativas.
La semana pasada tuve la fortuna de escuchar, en Durango, una conferencia de mi colega y amiga, Sylvia Schmelkes: Los futuros posibles y deseables de la educación en México. Fue una exposición brillante, con argumentos bien construidos, la dictó en poco tiempo, además. Partió de la premisa de que el futuro de la educación en México ya está sembrado, a pesar de los altos grados de incertidumbre. Planteó tres escenarios alternativos: 1) empeorar, 2) seguir la inercia y 3) el deseable. El foco de atención fue la política educativa y sus consecuencias posibles. Analizó componentes clave: acceso, permanencia, calidad y aprendizaje, con la implicación de que en México reina la inequidad; pobres y minorías, reciben menos que los sectores medios, por lo tanto, son menos en las escuelas y aprenden poco.
Sylvia Schmelkes no quiso abundar en el primer escenario, empeorar, con todo y que reconoce que ése puede ser el futuro. Los riesgos crecen por la irrupción de Donald Trump y las consecuencias que sus políticas traen a México. Además de decisiones erróneas, escaso financiamiento, el papel del sindicato, la violencia (que ingresa a las escuelas) y la migración. Tramas que persistirán si se continúa con una política educativa que no atienda las necesidades de estudiantes ni de docentes; ése es el escenario inercial. El sistema escolar no empeora, pero tampoco avanza.
En la presentación de este escenario, Sylvia elaboró un diagnóstico desgarrador. Las condiciones de la educación nacional descendieron con la pandemia y acarrearon fragilidad a las escuelas y sus actores: bajó el acceso, se incrementó el abandono, la calidad de la enseñanza disminuyó y, en consecuencia, el alumnado no aprendió lo fundamental (habilidades “fundacionales”, como les llama Sylvia), leer, escribir, pericia numérica y de cálculo y destreza digital. Destaca que: “Erróneamente hemos satanizado las evaluaciones estandarizadas. Muestrales, sin consecuencia, son indispensables para alimentar las decisiones de política”. Vamos mal.
Sin embargo, reconoce que la Nueva Escuela Mexicana tiene ciertas ventajas: contenidos cercanos, autonomía docente, diversificación curricular, atención integral a estudiantes y favorece el aprendizaje colaborativo. Aunque con graves deficiencias: descuida las habilidades básicas, indispensables para aprender. Concluye que las becas no mejoran la calidad ni siquiera la permanencia.
La parte edificante, con mensajes de aliento a las maestras y los maestros, su auditorio, vino en el escenario deseable, una utopía si se quiere, pero que desde su perspectiva es viable. Claro, siempre y cuando cambien las condiciones reinantes y se piense en el plazo largo. Buscar la equidad como motor de la política educativa y la práctica (no nada más de la enseñanza) de los valores universales: derecho humano a la educación (el derecho a aprender), que se reconozcan la heterogeneidad y los diferentes puntos de partida, se dé prioridad a la educación como igualador social, se reviertan los criterios para destinar recursos adicionales a quienes más lo necesiten, que se propicie la distribución equitativa de la calidad de la educación, que la enseñanza sea relevante, pertinente y atractiva. Se manifestó por una política docente integral, con más recursos y que se recluten a los mejores para el ejercicio de la profesión más noble.
El auditorio recompensó a la conferenciante con aplausos y preguntas pertinentes. Quizá el obstáculo mayor para esta edutopía sean las prácticas corporativas y patrimonialistas que reinan en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Pero no las trató, me hubiera gustado que hablara de ellas. Esas prácticas y el centralismo burocrático son los obstáculos. Son factores de retroceso e inercias.
Académico de la Universidad Autónoma Metropolitana
Tomado de: Excélsior