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2025 Abr 25 Fallar el penalti. José Elías Romero Apis.

Fallar el penalti es la mayor vergüenza que hay en el futbol. Fallar en el gobierno es la mayor vergüenza que hay en la política. En ambos, no cabe disculpa alguna. No se puede culpar a los jugadores del pasado porque hayan sido incompetentes. Ni al portero porque sea su adversario. Ni al público contrario porque no los quiera. Ni a la opinión pública porque los critique. Ni a nadie.

En el penalti se tiene todo a favor. La distancia, la libertad, la comodidad y la decisión. En la presidencia de un país como el nuestro se tiene todo. El gobierno, el Legislativo, los tribunales, la fuerza armada, el tesoro público, el sistema de dádivas, el de salud, el de educación, el de producción básica y todo el sistema de autoridad. Así las cosas, el tirador del penalti no puede fallar y el presidente de una nación tampoco puede fallar.

Por eso me es difícil entender que Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador han tratado de justificar sus fracasos presidenciales inculpando a las anteriores gestiones. Eso es absurdo porque Barack Obama y Enrique Peña no habrán sido la quintaesencia de la maravilla, pero entregaron una buena cuenta, aun para la calificación más adversa.

Lo que el estadunidense ha hecho con la economía, el comercio y el desarrollo de su país es equivalente a lo que hizo el mexicano con el cancelado aeropuerto, con el sistema de salud y con el sistema de seguridad de nuestro país.

Sin embargo, ellos mismos no siempre se dan cuenta porque en la política, como en muchas otras actividades de los humanos, existen tres reinos: el de la mente, el de la palabra y el de la realidad. En estos reinos habitan, respectivamente, nuestras ideas y pensamientos, nuestras palabras o expresiones y lo que de verdad existe, aunque no lo pensemos ni lo digamos.

Hacer coincidir estos reinos no es sencillo ni frecuente porque es la resultante de una muy bien dosificada mezcla de inteligencia, de madurez, de honestidad y hasta de valentía.

Sin embargo, su ausencia no necesariamente deviene de una perfidia deliberada. No siempre se es mentiroso o estúpido por la propia voluntad sino por la confusión, por la obnubilación, por la efusión o, simplemente, porque nunca aprendieron el silogismo, lo que los llevó a fallar muchos penaltis durante todos los días de su vida. Pero, en el reino de la mente, ¿de verdad creerán lo que ellos dicen? No es fácil saber si ellos mismos saben lo que piensan o siquiera si piensan.

Quizá una de las mejores expresiones de esa relación entre el político gobernante y sus gobernados fue la vertida por Richard Nixon en su última noche en la Casa Blanca, esa noche del 9 al 10 de agosto de 1974. Sin conciliar el sueño, se dedicó a caminar a solas por los pasillos y los salones de la gran mansión de la avenida Pennsylvania.

En algunos momentos se detuvo, pensativo, ante 4 de los retratos presidenciales: Abraham Lincoln, Franklin Roosevelt, Dwight Eisenhower y John Kennedy. Frente a este último, le dijo con enojo audible: “Cuando te ven a ti, piensan en lo que quisieran ser. Cuando me ven a mí, piensan en lo que realmente son”. Es cierto, los estadunidenses quieren ser Kennedy, pero son Nixon. Kennedy era un retrato que querían imitar. Nixon era un espejo que querían destruir.

Y es que, en todos los personajes públicos, existen por lo menos nueve versiones. La primera, como ellos dicen que son, o el discurso. La segunda, como los demás dicen que son, o el relato. La tercera, como ellos creen que son, o la fantasía. La cuarta, como los demás creen que son, o la encuesta. La quinta, como son en lo que no se les ve, o la radiografía. La sexta, como los demás los han imaginado, o la leyenda. La séptima, como ellos y los demás desearían que fueran, o el ideal. La octava, como parece que son, o el retrato. Y la novena, como realmente son, o el espejo.

Fallar en el penalti y fallar en el gobierno no tienen disculpa y no tienen perdón. En eso se parecen el futbol y la política.

 

 

 

 

 

 

Tomado de: Excélsior