2025 May 31 Cuando el fin justifica el cinismo. Raúl Trejo Delarbre.
El Cultural ofrece este ensayo de Raúl Trejo Delarbre en el cual analiza el libro de Luis De La Barreda Solórzano: Las Izquierdas. Derechos humanos o tiranía. Afirma De la Barreda: "La izquierda siempre ha mantenido un sentimiento de superioridad moral respecto de todas las demás fuerzas políticas". Con su habitual rigor, Trejo reflexiona hasta la fibra última de la distinción entre izquierda y derecha y propone a Norberto Bobbio como divisa: "A la izquierda le preocupa fundamentalmente la igualdad; a la derecha, la libertad".
CUANDO EL FIN JUSTIFICA EL CINISMO.
IZQUIERDAS, SIMULACIONES, DEMOCRACIA
En Las izquierdas. Derechos humanos o tiranía (Cal y arena, 2025) Luis de la Barreda Solórzano busca respuestas en las deformaciones y tropelías de las izquierdas. Hay dos segmentos en este libro. El primero, contiene una documentada discusión acerca de los abusos que han llegado a crímenes masivos, perpetrados por las izquierdas revolucionarias. El otro es un recuento, dramático y desesperante, de la catástrofe institucional y moral en la que se encuentra nuestro país luego del gobierno más destructor que hemos padecido en la historia contemporánea. ¿Por qué, sí son tan intensos el abuso de poder, el desmantelamiento de instituciones y el deterioro de servicios indispensables como la salud y la educación pública, hay tantos mexicanos que respaldan a la llamada cuarta transformación y a sus dirigentes? ―se inquieta De la Barreda―.
Luego de distinguir entre izquierda revolucionaria, izquierda populista e izquierda socialdemócrata, el autor dedica su atención a la primera de ellas. El tema es desafiante, pero también resbaladizo, entre otras cosas porque, igual que con tantas otras acepciones en el estudio de la política, no hay una definición completa, ni siempre acertada, de qué es la izquierda. "Se refiere a las corrientes políticas que propugnan el cambio político y social... No hay izquierdista que no proclame... que aspira a una sociedad en la que prevalezcan la justicia y la igualdad”, apunta. Seguramente así es, pero prácticamente cualquier ciudadano, y desde luego todos los políticos, sean de izquierdas o derechas, dicen que están por la equidad y la justicia. La diversidad de actitudes cobijadas por lo que se entiende o se dice que es de izquierdas, subraya la heterogeneidad de esa filiación ideológica. Quizá la mejor aproximación no a una definición, sino a una distinción, es la que apuntó Norberto Bobbio: "A la izquierda le preocupa fundamentalmente la igualdad; a la derecha, la libertad".
INDIFERENCIA DE MUCHOS
De la Barreda cuestiona a la izquierda revolucionaria que recurre a la violencia para llegar al poder y una vez que lo consigue olvida "sus supuestas convicciones democráticas, en el caso de que las haya proclamado". Los crímenes de la burocracia estalinista en la Unión Soviética hoy son ampliamente cuestionados pero, en su momento, fueron disimulados e incluso justificados por quienes consideraban que el pretendido interés del pueblo estaba por encima de los derechos de las personas.
En el llamado socialismo real no hubo dictadura del proletariado, sino dictadura en contra de él. Hoy se conocen extensos y aterradores crímenes contra disidentes políticos y, de manera más amplia, contra todos aquellos que no les resultaran útiles a esos regímenes despóticos. De la Barreda cita entre otros, los espléndidos trabajos de Anne Applebaum sobre los campos de concentración en el Gulag soviético, la hambruna roja, la acometida de Stalin contra Ucrania, entre otros episodios de esa extensa escalada criminal. Más de 18 millones de personas, recuerda nuestro autor, pasaron por los campos de concentración soviéticos. De la Barreda se pregunta por qué, en el resto del mundo, esos sitios no merecieron tanta atención como los campos de exterminio nazi. Puede haber sido, dice siguiendo a Applebaum, porque los ideales comunistas de justicia social e igualdad eran más atractivos que el supremacismo nazi. Pero, insiste, los crímenes del estalinismo eran conocidos: "la información oficial sobre los campos soviéticos estaba disponible para cualquiera que quisiese consultarla".
No sé si cualquiera podía enterarse de ellos, pero en las élites políticas e intelectuales sí que se difundían noticias de esos crímenes. Hoy nos inquietan la polarización y la creación de burbujas autorreferenciales, que son consecuencia de la información sin verificar que recibimos constantemente. Muchas personas se informan únicamente en medios y espacios que se ajustan a sus puntos de vista. Algo similar ocurrió entre las décadas de 1950 y 1980 del siglo pasado. En amplios segmentos del espectro político, y desde luego en las izquierdas, las versiones desfavorables al socialismo real eran tomadas con desconfianza porque a menudo provenían de fuentes que se consideraban identificadas con "el imperialismo estadunidense" pero, también, por la tendencia a fingir que aquello que contradice nuestras convicciones no existe, o no es cierto.
A ese cinismo político se le puede identificar ahora, pero no era sencillo eludirlo en épocas de intensa polarización. Los testimonios disponibles se enfrentaban a versiones benévolas acerca de lo que sucedía en Europa del Este. La cortina de hierro aisló a las poblaciones de esos países pero, también, veló los ojos de la mayor parte del mundo respecto de lo que sucedía allí. De la Barreda, legítimamente, se inquieta: "Incluso en el movimiento estudiantil mexicano de 1968, en el que se exigía la democratización del país, algunos participantes en las gigantescas manifestaciones portaban pancartas con las efigies de Lenin, Stalin, Mao y el Che Guevara". Así fue, en todo el mundo.
SACRALIZACIÓN ACRÍTICA
Es necesario hurgar en el pensamiento de las izquierdas en los años 60, 70 y 80, así como en las noticias y versiones que circulaban, para entender esa sacralización acrítica y en buena medida enceguecida, del socialismo real. Hubo matices, por ejemplo, en las reacciones ante desplantes del autoritarismo ruso como las intervenciones militares en Hungría en 1956, y en Checoslovaquia en 1968. Pero inclusive cuando se reconocía que las burocracias gobernantes cometían excesos, había quienes los consideraban menos relevantes que los logros del socialismo. De la Barreda recuerda la experiencia de Pablo Milanés que, en la segunda mitad de los años 60, en dos ocasiones fue internado en campos de concentración y obligado, sin explicaciones, a realizar trabajos forzados. A pesar de ello, durante un tiempo ese cantautor siguió defendiendo a la revolución cubana porque, "en su opinión, ésta no puede ser juzgada por los errores de sus dirigentes".
Ese fue el dilema de no pocos militantes y simpatizantes de las izquierdas. Querían defender procesos que consideraban fundamentales y estimaban que los excesos autoritarios importaban menos que las transformaciones logradas, o la esperanza en ellas. De la Barreda revisa casos célebres como el de Heberto Padilla, el poeta cuyo encarcelamiento mostró a importantes intelectuales el despotismo que no habían querido advertir en la revolución cubana. Recuerda las diferencias entre Albert Camus, que denunciaba el totalitarismo soviético, y Jean Paul Sartre que lo disculpaba. Recuerda que los autócratas que han cometido crímenes en nombre del pueblo, desde el genocida Jemer Rojo en Camboya, hasta Chávez y Maduro en Venezuela, y Ortega en Nicaragua, han perseguido a los intelectuales, y cuestiona el débil o nulo compromiso de las izquierdas, al menos de las izquierdas radicales, con los derechos humanos.
La izquierda populista, dice el autor, es diferente de la revolucionaria porque no busca el poder con las armas sino en las urnas. Pero el populismo es autoritario y antidemocrático. Luego, De la Barreda hace un breve recorrido por la historia de las izquierdas mexicanas: la guerrilla que apostó a la violencia; la izquierda comunista que padeció clandestinidad y persecuciones y que sin embargo [aunque, añado, no en todo momento] legitimó el autoritarismo soviético; la izquierda social que también tropezó con la represión oficial.
DEL PRD A LA 4T
Al ocuparse de la izquierda mexicana en el siglo XXI, el relato es en parte autobiográfico porque Luis de la Barreda, cuando encabezó la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, tuvo que enfrentar la negligencia de los gobernantes que formaban parte del PRD. Tanto Cuauhtémoc Cárdenas como Rosario Robles encubrieron desmanes del procurador local, Samuel del Villar, y permitieron injusticias como la que llevaron a la cárcel a varias personas indebidamente acusadas del asesinato, en 1999, del locutor Francisco Stanley. Dirigentes de ese partido, así como intelectuales considerados de izquierdas y líderes sociales, participaron en una campaña para desacreditar a De la Barreda porque cuestionó el desapego del gobierno de la capital respecto de los derechos humanos.
Tampoco había compromiso con la legalidad por parte de los gobernantes surgidos de ese partido, como fue evidente en el desacato de Andrés Manuel López Obrador, jefe de Gobierno de la Ciudad de México, a la resolución judicial que le ordenaba suspender la construcción de un camino en el predio El Encino, en Santa Fe. El desafuero que López Obrador buscó, propició y consiguió, fue motivo de una intensa discusión pública en donde, igual que en el desenlace de tal asunto, prevalecieron las consideraciones políticas por encima de la legalidad.
De la Barreda dedica el capítulo más amplio de su libro a reseñar de manera crítica los agravios que la llamada 4T ha impuesto a la sociedad: corrupción e ilegalidades que no han sido castigados, entre ellas de familiares y colaboradores directos de López Obrador; mentiras y difamaciones en las conferencias mañaneras; agravios a periodistas; abandono en los servicios de salud pública, incluyendo la vacunación de millones de niños y la criminal negligencia en la atención a la pandemia; desconocimiento de derechos de las mujeres; regresiones en el sistema educativo. La crisis de seguridad pública, el desesperante incremento de víctimas, el desdén a los migrantes, el ignorante quebrantamiento de los derechos ambientales, la costosa desconfianza hacia la ciencia, cultura y artes, la condescendencia con gobiernos dictatoriales, son parte del mosaico que muestra De la Barreda. La desaparición de instituciones que hacían algún contrapeso al Ejecutivo Federal nos coloca, dice el autor, en "el camino hacia la demolición de la democracia mexicana". El autor subraya actitudes como el terrorismo penal que, sin fundamentos legales, amaga con la prisión a opositores y críticos o, simplemente, a grupos con los que el caudillo se enemistó, como sucedió en la persecución a 31 científicos. Los casos de acusaciones infundadas, fabricación de culpables y persecución de inocentes que detalla Luis de la Barreda, conforman una alarmante galería de horrores jurídicos. Aquí escribe un Ombudsman oficioso que, con pasión de defensor civil y con precisión de jurista experto, exhibe arbitrariedades del poder judicial, policiaco y político sin descuidar fechas, hechos, circunstancias, contradicciones.
RESPALDO MAYORITARIO
El dislocamiento del sistema político y jurídico ha sido posible gracias a las maniobras del bloque gobernante para obtener una mayoría legislativa que no ganó en las urnas. El fraude a la ley y a la voluntad de los ciudadanos fue avalado por siete consejeros del INE y cuatro magistrados del Tribunal Electoral. Acerca de ellos, De la Barreda dice:
No tengo las dotes de Casandra, pero me parece que la conciencia de ese deshonor los acompañará siempre en sus jomadas laborales, sus reuniones sociales, sus encuentros eróticos, su reposo y sus insomnios. 'Sólo el tiempo conoce el precio que hemos de pagar', sentenció W. H. Auden...
En ese caso, como en todo su libro, Luis de la Barreda mantiene la perspectiva del analista acucioso y del hombre decente que es. Supone, o se empeña en suponer, que las decisiones de los actores de la vida pública están regidas por la racionalidad. Y presume, o quiere presumir, que las personas con responsabilidades sobresalientes son gente íntegra. Desgraciadamente la realidad, sobre todo en tiempos de desvergüenza como estos que vivimos, es bastante más ramplona. No son pocos los dirigentes políticos, legisladores y funcionarios públicos que, interesados en formar parte del nuevo bloque hegemónico, prescinden de esas piedrecillas latosas, que incomodan la conciencia, que son los escrúpulos.
De la Barreda considera que una buena cantidad de mexicanos respaldó a López Obrador por el dinero que les entregó el gobierno, que "no saca a los pobres de la pobreza, pero a muchos tal vez les ha permitido no irse a la cama sin probar bocado". Muy posiblemente las motivaciones de esos ciudadanos son más complejas y, además de haber resuelto las privaciones más urgentes, se identifican con un liderazgo que les gusta considerar providencial, afín a ellos e incluso autoritario. También hay, dice el autor, quienes apoyan a ese personaje porque obtienen prebendas y, en tercer lugar, "un amplio segmento" de seguidores movidos por afinidad ideológica y/o fanatismo... Hiciera lo que hiciera López Obrador, el fervor que suscita en sus devotos permanecía intacto."
De la Barreda cierra así el circuito de reflexiones que inició con la dura crítica a las izquierdas y que prosiguió con el riguroso examen del gobierno reciente, estimado como de izquierda. Pero, ¿realmente a López Obrador se le puede considerar de izquierda? Él ha dejado que se extienda esa suposición, tiene actitudes similares a las que por lo general se consideran de izquierda, sobre todo el discurso identificado con los pobres. Pero casi siempre eludió adscribirse a una corriente ideológica. En parte lo hizo para no ahuyentar a algunos de sus seguidores. Pero también prefirió la indefinición política porque es un hombre que elude compromisos específicos. En ese comportamiento ambiguo, reproduce el equilibrismo ideológico que singularizó a la antigua política priista que nunca fue de derechas, pero tampoco lo contrario. López Obrador, para mantener el equívoco y sobre todo porque se ubica él mismo por encima de ideologías, inventó la hueca extravagancia a la que llama humanismo mexicano.
DUDOSA ADSCRIPCIÓN
"Somos de izquierda porque estamos a favor de los desposeídos... ser de izquierda es estar a favor de la justicia, ser honesto y ser demócrata", proclamó López Obrador en agosto de 2023. Esa es una de las raras ocasiones en las que se definió como parte de tal corriente ideológica. En su propia definición, es difícil calificarlo como de izquierdas. Durante su gobierno la pobreza se mantuvo, aunque la condición de algunos grupos de la población mejoró, sobre todo gracias a los incrementos al salario mínimo. Pero el compromiso con la justicia, la honestidad y la democracia, queda refutado por su propia conducta y por recuentos como el que aparece en el libro de Luis de la Barreda. Se puede decir, inclusive, que la política económica del obradorato tiene rasgos de derechas: el deterioro de los servicios de salud condujo a la privatización de la atención médica de millones de personas, la política fiscal ha seguido sin incomodar a los más adinerados.
Más allá de lo que López Obrador sea, hay numerosos ciudadanos que se formaron en las izquierdas y que lo respaldan e, incluso, lo idolatran. Esos mexicanos de izquierdas han querido ver en dicho caudillo la cristalización de antiguos anhelos de igualdad. Pero, a semejanza de quienes cerraron los ojos ante los atropellos del socialismo real, soslayan que con el pretexto de poner primero a los pobres, se ha construido una autocracia.
López Obrador se hizo a la política en el viejo priismo y asumió un discurso que mezcla un nacionalismo populista con ingredientes de marxismo de manual. Hoy no tenemos ni la vieja política, ni una política de izquierdas. Los operadores del Estado mexicano durante casi todo el siglo XX ejercieron una manipulación clientelar de la sociedad, pero creaban y expandían instituciones. El morenismo, en cambio, cuando no las puede controlar, hace todo lo posible para aniquilarlas. En el viejo régimen había una dosis por lo menos exigua de respeto por la ley y una progresiva, aunque lenta, construcción institucional. Ahora tenemos una devastación sin miramientos.
El reconocimiento y la defensa de los derechos humanos fue uno de los grandes triunfos de la sociedad mexicana delante del autoritarismo. Hoy, los derechos humanos y la autonomía judicial le estorban a la consolidación de la autocracia populista. La pretendida filiación de izquierda es una etiqueta que la actual élite gobernante utiliza cuando le conviene, pero no constituye una fuente de convicciones, ni de compromisos con la sociedad, ni con la democracia.
Tomado de: La Razón de México