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2024 Dic 11 El mejor país del mundo. La herencia que recibe Claudia Sheinbaum. Leonardo Curzio y Aníbal Gutiérrez.

Introducción

EL MENSAJE DEL 2 DE JUNIO
Que una mujer llegue a la presidencia de México es un hecho sin precedentes. Es un acontecimiento que, por sí mismo, cambia la trayectoria tradicional de los patrones de reclutamiento político y abre nuevas expectativas de que algunos modelos establecidos podrían cambiar.

El triunfo de Claudia Sheinbaum fue apabullante. Con una participación ciudadana del 61%, consiguió, en números redondos, 36 millones de votos. Xóchitl Gálvez, la candidata de la oposición, cosechó 16 millones y medio; y en un distante tercer lugar, con 6.2 millones, se ubicó Jorge Álvarez Máynez, lo cual significa que, aun cuando Movimiento Ciudadano hubiese cerrado filas con la oposición y evitado jugar el papel de tercero en discordia, o desde el punto de vista de algunos, de “esquirol”, Sheinbaum hubiese podido ganar cómodamente en la votación. Por diseño electoral y por un matrimonio ya muy consolidado decidió presentarse también con las siglas del Verde Ecologista (el viejo aliado de Peña Nieto) y por el PT (partido fundado por Raúl Salinas para dividir el voto de la izquierda), pero también pudo haberse presentado sola y ganar de todas maneras. Morena obtuvo, en números redondos, 28 millones de votos, el PT 3.8 millones y el Verde Ecologista 4.6 millones. Sheinbaum ganó en todas las entidades federativas, salvo en Aguascalientes y en el caso de Tabasco ganó con el 80% de los votos.

Consiguió, en suma, la votación más abultada que se haya registrado en el México democrático. Según las cifras de las encuestas de salida, publicadas en el diario El Financiero por Alejandro Moreno (4 de junio de 2024), la ganadora fue particularmente bien aceptada en los sectores populares, pero también en los sectores medios. En el segmento de la población que tiene estudios primarios ganó con el 74%; entre los que tienen estudios de secundaria y preparatoria ganó con un 66% en el primer caso, y un 61%, en el segundo; aunque en universitarios también ganó con el 48%, Gálvez le disputó el 41% y es el único segmento donde no fue mayoritaria. Cuando se tiene un triunfo de esas dimensiones y se gana en todas las regiones y en todos los estratos sociales, no hace falta elaborar demasiado para explicar la victoria. Los alegatos de fraude de sectores de la oposición o las anomalías que pudieron acreditarse en la jornada electoral no explican una cifra de esas dimensiones. Que el terreno estuvo disparejo por el apoyo gubernamental y las reiteradas intervenciones del presidente, contraviniendo la Constitución, es atendible como argumento, pero en ningún caso puede acreditarse como un elemento que invalide la victoria. Seis de cada diez mexicanos decidieron apoyar la continuidad de Morena y es interesante estudiar cuáles son los fundamentos de esa hegemonía. Nosotros no haremos sociología electoral ni semiótica de las campañas. En las siguientes páginas nos ocuparemos de ver la situación que guarda el país, más allá de emociones políticas y afinidades electivas una vez resuelto el proceso electoral. Claudia Sheinbaum recibe un voto mayoritario y un país en condiciones determinadas, por lo que será su responsabilidad conducirlo armónicamente y cumplir con la oferta electoral que recibió el respaldo popular.

El apabullante triunfo le permitió también contar con una cómoda bancada en la Cámara de Diputados y también en la de Senadores, reforzada por la sobrerrepresentación que el INE y el Tribunal decidieron conceder al interpretar que el premio se otorga a los partidos en lo individual y no a la coalición. No se habían apagado las luces del Tribunal después de haber decidido esto, cuando los diputados del Verde y del PT transferían a sus compañeros para permitir a Morena el control de la Jucopo. Una farsa en toda la línea. En la cámara baja puede llegar a contar con 372 diputados, sumando todos los asientos de la coalición. Tan solo Morena roza la mayoría absoluta con 247 asientos complementados con los 75 del Verde y los 50 del PT. En la cámara alta podría tener 83 senadores, de los cuales 60 serían de Morena. Con el agregado de Yunes, un senador panista que decidió chaquetear y votar con la bancada mayoritaria.

La combinación de la presidencial y las legislativas le permite a Claudia Sheinbaum reescribir la Constitución en el sentido que considere adecuado. Salvo los limitantes derivados de las convenciones que ha firmado México y los tratados comerciales que nos vinculan con el exterior, en principio podría redefinir el régimen político, la forma de organización territorial y el pacto constitutivo de la nación en los próximos meses. Salvo esos límites y los que se derivan del funcionamiento de la economía y las tradiciones políticas, profundamente arraigadas, como el republicanismo y la no reelección del presidente, en principio podría introducir (si quisiera) cláusulas centralistas que minaran aún más el, de por sí, destartalado pacto federal o proponer una nueva arquitectura que lo fortaleciera. Ha anunciado ya que mantendrá el mando de la Guardia Nacional en la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y tendrá las condiciones para plasmarlo en la Constitución. De esta forma, podrá cerrar una larga querella que la propia izquierda abrió desde que se discutía la Ley de Seguridad Interior en décadas pasadas. Ironías de la vida.

Puede también redefinir el Poder Judicial. Si se apega a la reforma propuesta por AMLO, puede provocar un terremoto institucional. El tema más polémico es introducir el principio de elección mayoritaria para jueces, magistrados y ministros, y hacerlo en una exhibición, abriendo el nivel de incertidumbre más elevado que el país ha tenido en el siglo. Se estarían replanteando los fundamentos de uno de los poderes del Estado para introducir la votación popular como método de reclutamiento, procedimiento que ninguna democracia sigue en todos los órdenes y que, por tanto, tiene un potencial incierto, por decir lo menos. La reforma judicial implicaría el cese de funciones de buena parte de los jueces, magistrados y ministros que, sin embargo, permanecerían en sus funciones hasta que queden integrados con el nuevo procedimiento, abriendo así un humillante lapso para quienes ganaron su plaza por oposición de permanecer en el cargo hasta que llegue alguien a sustituirlo, con la consecuente desatención a los expedientes que tiene un “condenado a muerte”, dicho esto en el sentido figurado. La reforma plantea también la sustitución del Consejo de la Judicatura por un Tribunal disciplinario y un recorte del número de ministros, así como una reducción de su periodo en el encargo de 15 a 12 años. Elimina también las dos salas, de manera que la Corte sesionará en pleno y todas sus sesiones deberán ser públicas. Plantea también nuevas reglas procesales, entre otras, prohibir el otorgamiento de suspensiones contra leyes con efectos generales en amparos, controversias constitucionales y acciones de inconstitucionalidad, es decir, que al Ejecutivo no lo detenga nada ni nadie.

Desde varios palcos del observatorio nacional ha surgido la pregunta: ¿qué puede significar y cuál será el alcance del liderazgo político de una mujer? Se han buscado paralelos y elementos inspiradores en América Latina y otros continentes. Argentina, Perú, Chile, Panamá, Costa Rica y Honduras han tenido mujeres en la primera magistratura. Brasil es el caso más afín. Las similitudes con el caso brasileño tienen un alcance limitado, pero son sugerentes. Un líder patriarcal (Lula da Silva), muy arraigado en el ánimo popular, que viene de una lucha larga y ha logrado establecer un vínculo popular muy fuerte y una sucesora que no hereda los atributos de su predecesor, pero tiene la legitimidad de las urnas. Dilma Rousseff fue una presidenta débil y acosada por los medios y la clase política, que nunca logró separar su propia imagen de la figura tutelar de Lula, quien finalmente ha regresado al poder derrotando a Bolsonaro y a partir de ahí intenta ampliar un periodo más en el poder. En México, la reelección sigue siendo una institución política intangible y se debe reconocer que, a pesar de los incentivos que pudo haber tenido a lo largo de su sexenio, López Obrador no ha optado (hasta ahora) por reelegirse. Es sintomático que una de las primeras reformas que ha propuesto Claudia Sheinbaum sea la de proscribir la reelección inmediata para diputados y alcaldes y, con ello, renovar sus votos maderistas que alejan, por lo menos en las formas, la posibilidad de un retorno del caudillo como ha ocurrido en el caso brasileño.

El periodo sexenal de Claudia Sheinbaum abre, además, con una enorme fuerza en el Poder Legislativo, con lo cual no tiene ningún incentivo para corromper diputados o tratar de hacer maniobras políticas indecorosas, como lo hizo Dilma. Y si lo hace se proyectará una sombra de inmoralidad política mayúscula. Tiene, por primera vez en la historia reciente de México, la posibilidad de hacer bien las cosas sin necesidad de componendas, sobornos o negociaciones políticas heterodoxas. Esta es una gran ventaja respecto a la brasileña, que tuvo que hacer malabares para asegurarse lealtades y poder gobernar. Claudia Sheinbaum tendrá también un enorme control territorial, pues Morena le ganó Yucatán al PAN y refrendó su poder en Chiapas, Tabasco, Ciudad de México, Morelos, Veracruz y, si no se generan desencuentros en su coalición, será una presidenta con una enorme capacidad para conseguir la cooperación de las y los gobernadores. Claudia Sheinbaum puede hacer política limpia y de altura sin tener que recurrir a los viejos mecanismos del chantaje o del mercadeo, al que tan afecto resultó su predecesor, quien se dedicó a ofrecer cargos y honores a los priistas, así como a algunos panistas y naranjas. AMLO hizo un trabajo de zapa con las oposiciones, confrontándolas, corrompiéndolas y presionándolas, como hizo también con una desmovilización asimétrica de la sociedad civil, a la que persiguió y estigmatizó por todas las vías a su alcance para que su movimiento se fuese consolidando como el más importante, en términos numéricos y políticos. Una maniobra que Maquiavelo hubiese admirado, pues con esas artes de la negociación política y la compra o conversión de liderazgos logró edificar la maquinaria que llevó a Sheinbaum al poder. El nuevo régimen puede ser más de lo mismo que este país tuvo en la etapa predemocrática, pero existen condiciones irrepetibles para escribir algo nuevo.

Es de esperarse que las mujeres tengan, con menos frecuencia que los hombres, el famoso complejo del Mesías, es decir, la idea de salvar al país o a la humanidad completa, pero como receptora de 36 millones de votos, Claudia Sheinbaum puede cambiar el régimen constitucional y refundar sobre nuevas bases el pacto social. Como jefa de Gobierno, fue más bien discreta, a diferencia de Rosario Robles, que también gobernó la capital y que tuvo posturas políticas muy comentadas, como dejar plantado al entonces presidente Ernesto Zedillo. Durante el periodo 2018-2023, Sheinbaum fue una jefa de Gobierno funcional y no le puso ni límites ni obstáculos a un Gobierno federal expansivo que ocupaba todas las mañanas, desde Palacio Nacional, la agenda pública y que en varias ocasiones la convocó a la misma, como si fuese su subordinada.

La mayoría calificada en el Congreso incluye hoy a quienes, en el sexenio anterior, gobernaron y legislaron a nombre de otros partidos. Muchos fueron electos por siglas opositoras y en el camino se convirtieron en fieles seguidores de la 4T. La fuerza política mayoritaria ha conseguido combinar tres elementos. El primero, solamente ha demostrado una enorme eficacia para establecer un acercamiento identitario con la gente y cambiar su estado de ánimo. Sin logros acreditables en muchos ámbitos de la acción gubernamental, la 4T consigue capturar una mezcla de empoderamiento, orgullo y esperanza muy potente. Este es, a nuestro juicio, el elemento principal de su éxito electoral. El segundo son las transferencias en efectivo, que no hacen más que acrecentar la fe en el proyecto político hegemónico. Y el tercero, la práctica del transfuguismo a escalas nunca vistas. Hoy, el movimiento oficialista es la escalera viable, o quizá la más sencilla de todas, para los ambiciosos que quieran hacer política y tener cargos en la administración pública. No se debe olvidar que seguimos siendo un país en el que la función pública es parte del botín de los ganadores. La presidenta tiene muchos incentivos para alinear ambiciones designando a su gabinete, subsecretarías, jefaturas de unidad, embajadas y consulados; honores y concesiones.

Una mujer está llamada a escribir páginas importantes en la historia del país, si logra desarrollar un nuevo pacto social y un sistema administrativo que funcione y desate los nudos que impiden a México dar el gran salto. En El presidente demostramos que López Obrador fue un gigante político, pero un enano administrativo (Curzio y Gutiérrez, 2020). No pudo terminar sus obras emblemáticas y la mayor parte de los servicios públicos ofrecen resultados pavorosos, aunque la propaganda insista en minimizar el deterioro de sistemas vitales, como el educativo y el de salud. La economía creció de forma inercial, solo 5% en todo el sexenio. La voluntad política y el estado de ánimo que genera en la población es un instrumento muy útil para cambiar, pero un gobierno sin capacidades es como un profeta desarmado o armado, en este caso, con un bastón que le sirve para exhibirlo y perseguir a opositores, pero no para reparar autopistas, aumentar la producción de Pemex, evitar apagones o garantizar que su “súper farmacia” no sea una botarga.

Sheinbaum viene de un movimiento patriarcal y personalista; muy anclado en una cultura del caudillismo y el culto al caudillo; un movimiento en el que, más que tesis programáticas, sus bases corean, extáticas, frases hechas del tipo: “Es un honor estar con Obrador”.

Para alguien que viene de las aulas y los laboratorios de la universidad, esas prácticas del líder plebiscitario resultan, por lo menos, contrastantes. Como se ha acreditado en su trayectoria como alcaldesa de Tlalpan y después jefa de Gobierno de la capital, ella no es nativa de esa forma de hacer política, pero no hay duda de que, montada en ese aparato de partido personal, próximamente dirigido por uno de los hijos del “amado líder” y con la bendición del patriarca, ha llegado al pináculo del poder.

Es también importante recordar que en un país con una larga tradición de reservas para quien dedica su vida a la ciencia, ella llega con sus credenciales académicas como su principal elemento legitimador. No pertenece, pues, al universo paralelo que ha desarrollado el presidente con tanta soltura y eficacia, ya que habla de los sistemas daneses y “los otros datos” con aplomo y con la embriaguez del aplauso de las mayorías que prestan un oído cómplice a la narrativa presidencial y que han demostrado que lo último que les interesa son las comprobaciones; los estudios concluyentes de organizaciones independientes les resultan menos atractivos que las dulces palabras del líder inspirador.

Pero también es importante recordar que, en un país profundamente religioso y católico en su mayoría, Claudia Sheinbaum es una mujer divorciada, que crio a un hijo de un matrimonio previo con Carlos Imaz, su primer esposo. Además, es de origen europeo y judía. Es muy interesante que un movimiento que ha hecho del identitarismo mexicano uno de sus principales ejes y que va por la vida castigando a sus élites (acusándolas de extranjerizantes y clasistas), vuelva hoy a Claudia la persona que 36 millones eligieron presidenta. No podrán, los que vociferan contra las clases medias acomodadas y con trayectorias científicas y doctorados en los Estados Unidos, seguir usando el estribillo que con tanta rentabilidad usó AMLO, quien con su habitual dureza construyó una narrativa hostil y turbia sobre el mérito y la formación académica. El que termina fue un sexenio que estigmatizó la ciencia y persiguió a científicos, que vapuleó a la UNAM y repitió un discurso panglossiano de que “vivíamos en el mejor de los mundos” en los tiempos estelares de la 4T.

La narrativa fue tan exitosa que la presidenta electa se montó durante su campaña en la idea de que teníamos que seguir construyendo “el mejor país del mundo”. Hay varias interpretaciones para explicar el arrollador triunfo de Sheinbaum, las cuales tienen que ver con virtudes propias y debilidades ajenas. Nunca había existido en el país una oposición tan fragmentada, limitada y mezquina como en los tiempos que corren. López Obrador se benefició durante su sexenio de una oposición incompetente y desacreditada. Y como apuntábamos, se encargó de minarla, corromperla y deslegitimarla. Claudia Sheinbaum compitió en una elección que (como demostró el encuestador Jorge Buendía) nunca fue cerrada y que tuvo una oposición disfuncional e invertebrada. Cuando, con el apoyo de la sociedad, se logró presentar una candidatura ajena a los modos tradicionales del PAN y el PRI, AMLO se dedicó a sabotear el proyecto de la ingeniera Gálvez, reforzando, de manera inicua (e ilegal), sus negativos. Nunca la trató como una opositora que compitiera con legitimidad por un cargo, de igual manera que una selección de futbol se enfrenta a la otra siguiendo reglas, animada por el fair play, jugar lo mejor posible, sino que la veía como una rival a destruir. En la retórica de la polarización que este sexenio ha impulsado como doctrina oficial, solo se es decente si se participa en su movimiento; solo se es honrado si te postula el partidazo; solo eres un patriota si apoyas las tesis oficiales y solo se hace política en Morena. El resto es politiquería, indecencia, corrupción, intereses creados y complicidad.

Xóchitl Gálvez intentó, por muchas vías, cambiar el campo opositor por un discurso más ciudadano, pero nunca estableció una frontera clara con los liderazgos de los partidos que terminaron llevándose su candidatura al fondo del mar.

El triunfo de Claudia Sheinbaum abre una nueva ventana para proyectar una imagen diferente del país. La prensa extranjera, que había publicado artículos muy duros sobre la situación de seguridad en el país, en los días previos a la elección de junio, una vez que Claudia Sheinbaum ganara los comicios, desplegó una cobertura novedosa y en muchos sentidos benéfica. El País, por ejemplo, publicó un perfil muy amplio y favorable de la nueva presidenta llamándola “el poder tranquilo”, en contraste con las turbulencias del sexenio que termina. El texto de Zedryk Raziel (2024), uno de los reporteros más calificados de ese diario, insistía en que Sheinbaum es una mujer que toma decisiones basadas en datos, que tiende a ser muy analítica, que pondera con sagacidad las distintas opciones y tiende a ser firme en sus decisiones. El perfil es interesante, pues no hay demasiados documentos biográficos ni personales de la presidenta. Es claro que las fuentes consultadas no son neutras: José Merino, Renata Turrent y Arturo Chávez dan una visión edulcorada de sus disposiciones anímicas y sus métodos de trabajo, su compromiso, su dedicación y esmero para desplegar su actividad como mandataria.

A pesar de ser una figura política, con 24 años de actividad en el firmamento político, particularmente capitalino, hay muchos rasgos de su biografía que son poco conocidos. Esto tal vez porque en la capital la política local tiende a ser poco valorada por la prensa nacional y los analistas políticos la consideran una suerte de segundo nivel o, también, porque buena parte de su carrera la ha hecho al lado de la figura tutelar de López Obrador, que se encarga, en todos los casos, de opacar las trayectorias de sus colaboradores. En las distintas posiciones que ocupó Claudia, el centro de atención siempre ha sido él, como sugiere el guion de la política patriarcal más clásica. Ahora, en principio, no habrá “él” y le toca a ella escribir un nuevo capítulo en primera persona.

Claudia Sheinbaum fue una estudiante comprometida políticamente, como lo recuerdan sus biógrafos y lo ha repetido ella en un interesante documental biográfico que, durante la campaña, subió a su página (Sheinbaum, 2023). Su paso por el Consejo Estudiantil Universitario (CEU) marcó su trayectoria universitaria hasta el punto de que sigue siendo un referente vital en todas las reconstrucciones que hace de su vida, así como en entrevistas y testimoniales.

Otro elemento relevante para entender su formación política es la incorporación de la lucha de 1968 a su imaginario personal, más como parte de una tradición familiar que como una vivencia, pues la presidenta tenía 6 años cuando ocurrieron la revuelta estudiantil y la represión gubernamental. Claudia Sheinbaum reivindica a Raúl Álvarez Garín como una figura germinal. Por supuesto, parece más un tributo familiar que propiamente un elemento contextual de su biografía política, que se ha desarrollado casi enteramente a la sombra de López Obrador. Pero su contexto político y familiar estuvieron marcados en aquellos primeros años de su vida por un magnetismo que impregnó a toda la comunidad universitaria. Sintió que en el entorno se registraba una enorme sacudida de conciencia, que no solo impactaba a la UNAM, sino a toda la Ciudad de México. El ogro filantrópico mostraba que, además de edificar universidades y jactarse de ser un país de refugio para judíos y españoles, tenía también un aliento sulfuroso que incluía la represión y la persecución. El castigo a los estudiantes y profesores del 68 tal vez no tuvo la crudeza ni la radicalidad de la represión de movimientos guerrilleros y campesinos en Guerrero y Morelos, pues aquí no estaban reprimiendo a campesinos guerrerenses, con los que no tuvieron ningún tipo de complacencia, sino a profesores y estudiantes; muchos de ellos mestizos y blancos, pero el impacto fue feroz y mucha gente connotada terminó en Lecumberri, apellido vasco que en México ha quedado asociado con el abuso del Estado.

No es extraño que una niña capitalina, de clase media alta y origen judío-europeo, se formara en una cultura de izquierda universitaria, muy marcada por las ondas expansivas de la noche de Tlatelolco. Su origen familiar es también de interés para entender su visión del mundo. En la convención bancaria de Acapulco, en 2024, tuve ocasión de entrevistarla y preguntarle sobre sus influencias intelectuales y me citó el caso del doctor Amulya Reddy que, entre otras contribuciones, ayudó a la consolidación del paradigma del desarrollo sustentable.

Los judíos de origen europeo que viven en México no siempre han tenido una acogida cálida. Margo Glanz recuerda los agravios que sus parientes recibían, incluso en el transporte público, pero con el tiempo algunas asperezas se fueron limando y la comunidad se fue implantando en distintos barrios de la Ciudad de México desarrollando comunidades, producto de su origen y formación común. El universo cultural y las tradiciones políticas de esa comunidad han sido muy bien descritas por Enrique Krauze (2022) en su reciente biografía intelectual. Buena parte de esa intelectualidad judía que venía de Europa, exhausta de las persecuciones, importó a México una matriz cultural en la que el marxismo y el socialismo tenían una impronta considerable. No carece de interés ver cómo las familias judías emigradas a América, como lo ha descrito Lomnitz (2018) en un libro memorable, van desarrollando particularidades y diferentes culturas políticas, que no tienen necesariamente por qué heredarse de manera determinista, pero que sí explican buena parte del caldero en el que se forma intelectualmente una persona.

Interesante también, aunque no es tema de este trabajo, ver cómo las familias de republicanos españoles, transterrados a México, fueron germinando una cultura política que combinaba el refinamiento en las artes, la sofisticación intelectual con un cierto irredentismo político y un radicalismo que burbujearon en la España republicana hasta finalmente colapsarla y rendirla a las manos del dictador Francisco Franco. Varios de los colaboradores de Claudia Sheinbaum pertenecen a esa España que pasó y no ha sido, pero que si a mediados del siglo XX tenían el canto de la esperanza de Machado y Hernández, hoy, por parafrasear al poeta, tienen la cabeza cana y viven de la gloria pretérita, del heroísmo paterno, del sacrificio de los abuelos.

La comunidad judía ha tenido una postura menos conspicuamente política que los hijos de refugiados españoles y muchos de ellos han hecho carrera en la empresa, otros en la ciencia, donde sus apellidos engalanan salones, laboratorios; tenemos algunos premiados con el (entonces) Príncipe de Asturias y un amplio reconocimiento internacional. La madre de Sheinbaum recientemente fue galardonada con el Premio Nacional de Ciencias por su destacada trayectoria.

En varias entrevistas la presidenta subrayaba que su visión del mundo era muy diferente a la del presidente saliente debido a sus orígenes geográficos, familiares y trayectorias profesionales, pero su vida política está entrelazada con AMLO. Claudia Sheinbaum fue la secretaria de Medio Ambiente de López Obrador y de su gestión quedan, como hechos descollantes, por un lado, la edificación del segundo piso del Periférico, obra ingenieril que el entonces jefe de Gobierno decidió encargarle (no a su secretario de obras) y que ella ha elegido como el elemento distintivo de su campaña: “El segundo piso de la cuarta transformación”. El segundo elemento de su gestión fueron los video escándalos que mostraron a su entonces marido, Carlos Imaz, compañero del CEU y profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, recibiendo un soborno de Carlos Ahumada y que el mismo Imaz declaró que era para llevar a su mujer de viaje a Europa.

Al terminar el gobierno capitalino, en 2006, se le vio cerca de Andrés Manuel en todas sus aventuras políticas, incluido el “gobierno legítimo”. Tuvo protagonismo en las manifestaciones para oponerse a la reforma energética. Encabezó “adelitas” y se le vio en las calles defendiendo las tesis del naciente Movimiento de Regeneración Nacional. En 2018, fue electa candidata de Morena para encabezar la Ciudad de México en una polémica encuesta que desplazó a Ricardo Monreal y desde entonces se dice que ese método de selección despierta suspicacia, pero ha terminado por imponerse. Finalmente, fue candidata y ganó la jefatura de la ciudad después de haber gobernado Tlalpan, una alcaldía de la Ciudad de México, durante un periodo crítico, pues la demarcación se vio azotada, como muchas otras en la capital, por el devastador terremoto del 2017.

Años de exposición y, sin embargo, mucha gente se seguía preguntando, ¿quién es Claudia verdaderamente?

Como jefa de Gobierno de la Ciudad de México no tuvo ningún incentivo (tampoco voluntad) para distanciarse del Gobierno federal. Muchos han subrayado, como un gesto de distancia, el uso de la mascarilla durante la pandemia. Todavía es motivo de polémica si su modelo de atención de la pandemia fue diferente del federal. En prácticamente todos los asuntos complicados, y en especial los altamente controvertidos, como los gratuitos comentarios hostiles a la UNAM por parte del presidente, Claudia Sheinbaum optó (como la mayor parte de los actores políticos) por seguirle la corriente y evitar confrontarlo.

Durante la campaña no arriesgó demasiados contenidos sobre su historia personal. Tampoco escribió un libro de su propia autoría. Decidió transitar con un solo texto titulado: Claudia Sheinbaum: Presidenta. Una historia contada por Arturo Cano (2023), periodista de largo recorrido y en su momento también biógrafo de Elba Esther Gordillo, pero eso no tiene nada que ver, salvo una coincidencia en el currículum. Jorge Zepeda (2023) ha tenido una lectura muy favorable de la presidenta electa, ha sugerido que tiene ideas más cercanas a la izquierda europea que al nacionalismo revolucionario y también escribió un capítulo (el más extenso) en su libro La sucesión 2024 sobre la ganadora de las elecciones.

Para los capitalinos es una figura conocida con una enorme presencia en los últimos años en los medios de comunicación. Una figura, sin embargo, circunspecta. Algunos interpretan su gesto como duro y frío. Durante la campaña la llamaron la “dama de hielo”, mote que contrarrestó con una muy activa campaña en redes sociales y presentó a su gemela digital con una enorme flexibilidad (e incluso simpatía), que seguramente fue crucial para ganarse el voto de los más jóvenes.

Fue una figura eficaz durante la elección interna de Morena y la campaña electoral, sin recurrir sistemáticamente a una estrategia chabacana o campechana, llena de estribillos y frases picantes. En muchos actos recurrió, eso sí, a la escenografía tipo Broadway, con bastones de mando, trajes típicos y guirnaldas; pero, en términos generales, tuvo una campaña disciplinada. Acudió a eventos en los cuales todo parecía muy cuadriculado, es decir, una maquinaria electoral aceitada y disciplinada. Decidió tomar pocos riesgos. Los tres debates fueron los escenarios donde se le vio más frágil y fue muy criticada, incluso por el presidente de la República, quien consideró en uno de ellos que no se le había hecho justicia a los múltiples méritos que engalanan su gobierno y que indirectamente explicaban su ascenso. No tuvo un desempeño brillante en ninguno de los tres, pero cumplió y su temario fue ampliamente divulgado. A todos los cuestionamientos críticos contestó que el asunto ya estaba aclarado.

Logró, en algún momento de la campaña, conseguir un espacio paralelo al aparato electoral de Morena y a la estridencia de algunos de sus compañeros. Pidió, en primera instancia, a varios intelectuales ligados a Morena que le ayudaran a hacer un documento que tenía, por las características de los convocados, un aroma obradorista ineludible. Pero, en poco tiempo, consiguió darle un giro a la situación y, de la mano de Juan Ramón de la Fuente, consiguió presentar una serie de diálogos con amplios sectores de la sociedad, acompañada de personalidades muy relevantes como el doctor Kersenovich, Silvia Giorguli y otros más, quienes con su presencia prestaron legitimidad a la tesis de que el proyecto político de Sheinbaum no era idéntico al de López Obrador.

No tuvo espacio en la campaña, ni en la transición, para tomar distancia de un presidente tan popular como López Obrador, menos aún si Claudia Sheinbaum es vista por sus bases como la heredera del imperio construido por el tabasqueño. En varias ocasiones le levantó el brazo para demostrar su cercanía y conforme se fue acercando el proceso sucesorio, recibió todos los apoyos prácticos y simbólicos que una candidata puede recibir. Fue seleccionada como “corcholata” y, desde el inicio del proceso, el consenso fue que era la preferida. Se fue articulando no solo una narrativa, sino una organización muy potente que podía verse en sus mítines y en el despliegue territorial, así como en la enorme cantidad de anuncios espectaculares o aquellos pegados en autobuses en los que aparecía sonriente con López Obrador. El “arroz estaba cocido” desde el principio. Los otros aspirantes nunca tuvieron una encuesta seria que los acercara a Claudia, quien fue proclamada por la dirigencia de su partido como la ganadora. No fue un proceso sencillo porque Marcelo Ebrard decidió hacer pública su inconformidad y en varias ocasiones abrió la posibilidad de dejar el partido y buscar otra candidatura, pero las puertas se le fueron cerrando y el excanciller se rindió ante la evidencia de que la decisión ya estaba tomada en Morena. AMLO también tenía capacidad de incidir en las decisiones de otros partidos. En poco tiempo quedó claro que Movimiento Ciudadano era la opción natural para que Marcelo Ebrard se presentara. Pero el partido naranja ya había decidido jugar el papel de tercero en discordia y así evitar que un candidato cismático de Morena pudiese fragmentar su hegemonía, que ya había sido probada en el proceso interno. Finalmente, Ebrard se plegó y Claudia Sheinbaum decidió incorporarlo, con una enorme cortesía política, a su gobierno como secretario de Economía.

En tiempos de la política identitaria, en los que el propio gobierno de la izquierda ha abusado de la idea de racismo y clasismo, es positivo que la presidenta sea una mujer de la élite intelectual; en un país en el cual los apellidos europeos son vistos con una mezcla de desconfianza y una inercia reverencial, una judía en un país mayoritariamente guadalupano es muy útil para romper cartabones y estereotipos. El de Claudia es un perfil contraintuitivo para un partido que tiene ese nacionalismo confrontador que el presidente se ha dedicado a cultivar hablando de la potencia cultural de México y la reserva de valores de nuestro pueblo, lo que ha dado una sensación de empoderamiento e incluso de orgullo en amplios sectores de la población, pero que también puede usarse como demagogia futbolera. En los primeros días de su gobierno ha decidido exacerbar una polémica atípica con España y pagar el costo político de no invitar al rey Felipe VI a su toma de posesión. Igualmente positivo fue que la oposición, ubicada a la derecha en el espectro ideológico y tradicionalmente asociada al ámbito de un criollismo racista, tuviera como candidata a una mujer que reivindicaba y acreditaba su origen indígena y que mostraba sus rasgos y su raíz populares, con soltura y credibilidad. Por tanto, la derecha tenía rostro indígena, la izquierda rostro europeo y doctorado en Estados Unidos. No está mal para romper estereotipos: ni todos los blancos son racistas, ni todos los indígenas son morenistas.

En el periodo conocido como el “interregno” es frecuente que se den tensiones, fricciones y señales encontradas. No es fácil convivir con un gobierno que está por terminar su mandato y que ya está inmerso en una dinámica de fin de ciclo y la necesidad del mínimo respeto a quien ganó las elecciones. La transición de un gobierno a otro nunca ha sido fácil y el presidente López Obrador se ha encargado de que, a través de un conjunto muy amplio de reformas constitucionales, él pueda seguir teniendo influencia. El 5 de febrero del 2024, propuso una serie de reformas constitucionales que aspiran no solamente a dibujar el proyecto nacional con tonos guindas, sino también a condicionar el arranque del gobierno de Claudia Sheinbaum al plantearle reformas de gran calado, como la reforma al Poder Judicial, de muy imprevisible y discutible productividad.

Los planteamientos básicos de la reforma judicial ya los analizábamos antes, pero la incertidumbre que ha generado en los mercados y, por supuesto, la falta de claridad sobre sus efectos en la economía y en la convivencia nacional, así como las implicaciones que podría tener con nuestros socios comerciales y en los acuerdos y tratados que hemos suscrito, han marcado el inicio del sexenio. Las primeras señales en esta materia han sido contundentes. En el diagnóstico presentado ante la cúpula empresarial, en medio de la incertidumbre, Claudia hablaba de una economía sólida con niveles de inversión altos, la número 12 en el mundo, y que en pocos años se ha convertido en el primer proveedor de la economía norteamericana, por encima de Canadá, China, Alemania y Japón. Aporta aproximadamente el 16% del comercio internacional de la potencia, con sectores tan dinámicos como el automotriz, que exporta cerca de 190 mil millones de dólares en un año. Todo esto es cierto, pero también lo es que no podemos cambiar las reglas sin alterar un sistema tan complejo.

Ha pedido a dos políticos muy experimentados que gestionen la relación bilateral en los ámbitos político y económico: Marcelo Ebrard, que tendrá esa competencia directa y la responsabilidad de sacar adelante la revisión del T-MEC, y Juan Ramón de la Fuente, como canciller de la República. De cómo resuelva eso dependerá el tono de su sexenio.

Finalmente, en muchos círculos surge la pregunta de si Claudia Sheinbaum está en condiciones de reducir la polarización y con sus mayorías abrir un espacio para la reconciliación nacional. Su origen personal y el apoyo de su grupo más cercano pueden ser la soldadura epistemológica que permita pasar de esa política identitaria con una lógica polarizadora, como la que ha imperado en el sexenio que termina, a una diferente, más conciliadora y racional. Las señales son mixtas.

La nueva bancada mayoritaria tendrá una jefatura política bicéfala. Dos liderazgos parlamentarios polémicos. Ricardo Monreal, tantas veces derrotado como el caballero de la triste figura, podrá aprovechar la distancia que tiene con ambos y tratar de darle más relieve a su cargo y seguramente Adán Augusto López tratará de reinventar su inveterada devoción por López Obrador y hacer posible una cercanía con la nueva mandataria. Será un momento decisivo, pues las señales que se manden en materia de reforma judicial y la elaboración del presupuesto para el 2025 serán claves para condicionar un arranque exitoso y suave de la próxima administración, o un despegue con fricciones y sensibilidades diferenciadas.

López Obrador ha tenido una actitud ambivalente con Claudia Sheinbaum, porque al mismo tiempo que la ha sostenido, apoyado y desarrollado, incluso ha tenido gestos de cariño casi absorbente (como el polémico beso que le plantó a la salida de Palacio), también ha marcado las distancias allí donde lo ha considerado pertinente (el caso de Ornar García Harfuch como candidato al gobierno de la Ciudad de México fue el más obvio) y ha dejado claro que conservará su derecho a disentir si considera que el rumbo de todo el país no es consonante con las tesis programáticas de la 4T, que no es otra cosa más que sus prioridades personales establecidas en su lista de 20 reformas constitucionales. Estas no son hijas ni de una convención en donde libre y democráticamente las hayan adoptado, ni mucho menos una oferta electoral aprobada en un Congreso deliberativo; se cocinaron para garantizar la continuidad de su movimiento y mandar el mensaje de que en realidad el presidente, como el papa polaco, se va, pero en realidad se queda. ¿Dejará en definitiva López Obrador gobernar a Claudia Sheinbaum? ¿Lo querrá ella en el fondo?

Es importante señalar que no toda sombra es mala. Debemos a Tanizaki el famoso elogio de la sombra en la tradición japonesa. AMLO es una figura política que avasalla y opaca (por su infinita vanidad), pero puede serle de gran utilidad a Sheinbaum para alinear la dispersión de su movimiento y permitirle cruzar un primer año que tendrá un presupuesto restrictivo. Además, por supuesto, el país ya no estará bajo el efecto barbitúrico de las “mañaneras” que, a pesar de su disfuncionalidad desde el punto de vista informativo, han logrado construir un relato paralelo a las cifras que le permitieron a Claudia Sheinbaum hacer una campaña exitosa, que le ofreció al electorado seguir construyendo la tesis de que México es “el mejor país del mundo”. Esa fue su oferta y en las próximas páginas veremos si el indiscutible éxito político del movimiento para conquistar los corazones de 3 6 millones de ciudadanos tiene, a su vez, un legado sólido para edificar prosperidad y reconciliación.

La administración de un país depende de las condiciones políticas y de las capacidades administrativas y presupuestales que tiene un gobierno para imponer orden y establecer políticas públicas eficaces. Tan importantes para gobernar son una cosa como la otra. Un gobierno mayoritario no mejora automáticamente las capacidades de investigación de sus policías, tampoco puede mejorar el desempeño educativo de sus educandos porque se movilicen sus bases; es imposible reducir la incidencia de la diabetes y los accidentes de tráfico si no cuenta con unas capacidades de gobierno sólidas para enfrentar esos males. De eso trata este libro: de puntualizar el país que recibe Claudia Sheinbaum y determinar, con datos y testimonios, si tiene fundamento la visión entrañable, pero profundamente engañosa, de que somos el “mejor país del mundo”. Con esa tesis ganó las elecciones. Ahora le toca convertir ese entusiasmo en reformas que generen prosperidad, certidumbre y políticas públicas que mejoren los servicios y la calidad de vida de la gente; que permitan a este país seguirse beneficiando de su código postal norteamericano, poder ser capaces de mantener el poder adquisitivo de nuestra moneda y, finalmente, demostrar si es posible o no reducir la violencia en un país que se desangra, aunque haya decidido mirar para el otro lado.

El país que gobernará Claudia Sheinbaum, en los campos de acción gubernamental que estudiaremos, no es, ni de lejos, el mejor del mundo. Es un país que se mueve tanto en la inercia como en la tradición y, en algunos casos, incluso en la regresión. Este libro trata, pues, de la herencia que recibe Claudia Sheinbaum en términos presupuestales, administrativos y políticos. Gobernará en las condiciones que ya referíamos, pero lo hará con capacidades disminuidas que seis años de austeridad y políticas erráticas han dejado en campos tan diversos como la salud y la educación. En temas de seguridad recibe un país ampliamente lacerado y aunque accedió a firmar el documento propuesto por la Iglesia católica con una agenda amplia para abordar el tema, discrepaba de la tesis de que el tejido social mexicano estaba profundamente roto. Sin embargo, lo está. El legado que recibe Claudia Sheinbaum está lejos de ser un legado sólido y tranquilizador, pero tiene un campo muy amplio para escribir una historia alternativa, su historia, la de la primera mujer en ocupar la silla del águila.

 

Índice

El mejor país del mundo
Introducción
De la esperanza al eterno retorno: un balance político
No resultó tan fácil gobernar
Finanzas públicas o la bolsa del presidente
Bienestar: objetivo ideal. Magros resultados
La economía: entre la incertidumbre y la resiliencia
El código postal y las obsesiones personales
Epílogo. Después de la batalla... piensa en mí
Sobre este libro
Sobre los autores
Créditos

 

Editorial:‎ GRIJALBO