1999 Mayo 24 Métodos y fines del "dedazo" mexicano. Juan Jesús Aznárez
Ernesto Zedillo ha dicho que romperá la tradición iniciada en 1926 de designar al candidato del PRI a la presidencia de México simulando un consenso. Pero hay quien teme que sólo trate de implantar un 'dedazo' moderno.
El dedazo del presidente mexicano Gustavo Díaz Ordaz en favor de Luis Echeverría, la decisión de elegir y bendecir directamente a quien entonces era su ministro del Interior como próximo jefe de gobierno, previa participación en unas elecciones presidenciales ganadas de antemano porque el espacio cedido por el régimen a la oposición era inexistente, se produjo el 22 de octubre de 1969 de conformidad con el rito imperante en el gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI) durante casi siete decenios. "La anécdota del libro que más se parece a lo que está ocurriendo ahora es la forma en que tuvo lugar aquella designación", dice Jorge Castañeda, autor de La Herencia. Arqueología de la sucesión presidencial en México (Alfaguara).
Relata el analista en su obra que el presidente Gustavo Díaz Ordaz, había tomado personalmente la decisión de nombrar su sustituto a Echeverría pero convocó a los jerarcas del partido, nueve en total, para mentirles de manera brillante: "Me permito comunicarles que don Alfonso (Alfonso Martínez Domínguez, presidente del PRI), el líder de nuestro partido, después de haber celebrado una auscultación muy completa, como a ustedes les consta, ha llegado a la conclusión de que el candidato que reúne las mejores condiciones es Luis Echeverría". A renglón seguido, y para perplejidad de los aludidos, agregó. "Como miembro distinguido del partido he sido comisionado para comunicárselos. Entiendo que ustedes también han llegado a esa conclusión. Los felicito por esa decisión, que yo comparto".
Castañeda, de 46 años, que ha vendido 121.000 ejemplares de su libro y ha investigado a fondo los complejos mecanismos del dedazo, opina que el engaño es consustancial al proceso. "Ahora es exactamente lo mismo. Nada más que ahorita le van a decir eso (lo que dijo Díaz Ordaz a la dirección del partido) a diez millones de mexicanos". El ex ministro del Interior, Francisco Labastida, de acuerdo con el criterio del profesor de la Universidad Nacional Autónoma y de la de Nueva York, es el hombre del presidente Zedillo y ganará la nominación del partido. Que gane la presidencia de la república el año próximo es harina de otro costal pues la oposición, contrariamente a los años de los fraudes, existe y también quiere conseguir el poder.
El presidente del gobierno de turno ha mandado siempre en el partido y en México, e imponía a su sucesor y por eso ha sido relevante que el actual presidente, Ernesto Zedillo, rompiendo una tradición que aseguró trece presidencias consecutivas desde 1926, haya cambiado las reglas, y lograra que el Consejo Político del partido aprobara las nuevas reglas del juego: el candidato del PRI a las elecciones presidenciales del 2000 saldrá de una votación secreta entre los millones de militantes y simpatizantes.
"Es lo que podríamos llamar un dedazo moderno. Competirán como mucho dos candidatos, y no descarto que no haya votación y quede sólo Labastida por renuncia de los demás priístas", declara un Castañeda escéptico. "Todo esta hecho para que sea él. Las formas son inobjetables. Es lo mismo de siempre pero muy bien adornado. Una vez que los priístas vean, que el sistema vea que el candidato es Labastida, todos se alinean. El fallo es inapelable". Castañeda ha entrevistado a los últimos cuatro jefes de Estado para escribir su libro y algo debe saber. Para Sergio Aguado, analista político del Colegio de México, el dedazo, la pasarela con figurantes destinados a disimular una elección decidida de antemano fue algo mágico. "El presidente, súbitamente, dejaba al descubierto todas las cualidades de alguien que hasta entonces era gris, y lo hacía brillar. Nunca persona podía brillar, sólo el presidente".
Categorías
Para empezar a entender el mecanismo de la sucesión en México, en el que cada seis años influyen intereses políticos, económicos y corporativos, preferencias personales y conveniencias de todo tipo, hay que clasificar las últimas seis presidenciales en dos categorías: los dedazos por eliminación de contendientes beneficiaron a Luis Echeverría en 1969-70, a Miguel de la Madrid, en 1981-82, y a Ernesto Zedillo en 1994; y los destapes por elección favorecieron a José López Portillo en 1975-76, a Carlos Salinas de Gortari en 1987-88, y al asesinado Luis Donaldo Colosio en 1993. En el descarte de aspirantes, suelen utilizarse métodos diversos. Un presidente manifestó sus intenciones con esta declaración: México es un país joven y necesita un presidente joven, precisión que, por alusiones, dejó en la cuneta a varios precandidatos.
Garantizar la continuidad del PRI en el poder
Todos los finalistas debían identificarse básicamente con las políticas económicas, sociales e internacionales del presidente saliente, y contar con posibilidades de forjar alianzas entre diputados, senadores, gobernadores, líderes sindicales o de otro tipo. Si el jefe de gobierno del dedo en alto llegaba a saber que algunos de los posibles sucesores no cuenta con el beneplácito de los poderes fácticos, de la Iglesia, Estados Unidos, el empresariado o, en su momento, el capo sindical Fidel Velázquez, lo elimina automáticamente. Al final, el desenlance responde a un complicado juego de tácticas, engaños, seducciones y factores personales pues generalmente todos los finalistas coinciden, aparentan coincidir, con el enfoque y programa del presidente saliente, quien trabaja sobre su preferido de forma sutil y le induce hacia el triunfo.
Ni más de tres ni menos de tres
Un veterano político priísta, Adolfo Ruiz Cortines, explicaba, según recoge La Herencia, cuyo autor entrevistó a los cuatro últimos jefes de Estado, que el presidente no puede tener ni más de tres candidatos, mi menos de tres. "Si son dos y se inclina por uno desde el principio, la jauría lo hace pedazos y llega muy lastimado. Además, si el predestinado se enferma o tiene un escándalo, hay que echar mano de otro, y este se va a creer plato de segundo mesa, o que llegó por sí mismo, y los demás van a pensar que el presidente se equivocó. Pero nunca el número es superior a tres: lo demás es relleno para que repartan los trancazos". Miguel de la Madrid, a propósito de la disputa por la sucesión de Zedillo, sostiene que si son sólo dos los candidatos, el perdedor puede dividir al partido; y si son más de tres se atomizan los apoyos.
Evitar las divisiones en el PRI
Carlos Salinas de Gortari (1988-94) explica que su responsabilidad desde la presidencia fue que los cambios y reformas promovidas desde dentro, entre ellas la liberalización económica, pudieran consolidarse, e incluso modificarse con la candidatura de Luis Donaldo Colosio, sustituido por Zedillo después de su asesinato. Según Salinas se trataba de evitar que el PRI se desgajara por la confrontación entre los diferentes grupos y corrientes que militan en el partido. El ex presidente dice que su responsabilidad era muy grande en ese sentido para garantizar que no fueran camarillas o grupos de poder dentro del propio PRI los que impusieran al candidato.
Una vida ordenada
Las relaciones familiares, una vida ordenada o disipada, la fama pública o los elementos que hacen vulnerable a un político son tomados en cuenta en el dedazo. Hasta dos candidatos con posibilidades fueron descartados al descubrirse que habían sido alcohólicos. Todos los presidentes investigaron la vida personal de los candidatos, aunque nadie lo admite abiertamente. Miguel de la Madrid (1982-88) manifestó conocer cuál era la vida personal de quienes aspiraban a sucederle. "Sabía que algunos eran traviesos en ese sentido. Pero las travesuras no llegaban a ser un riesgo para la estabilidad familiar, hasta donde yo captaba las cosas". De la Madrid parece haber recapacitado a la vista de algunos escándalos de corrupción, sobre todo después de que Raúl Salinas de Gortari fuera procesado con graves cargos. "Sí, quizás en el futuro se tenga que ser más cuidadoso en ese aspecto aunque da pena mezclar vida privada y vida pública".
El País Digital (España), 24 de mayo de 1999
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