2008 Junio 13 Bitácora Republicana. La devolución del poder. Por Porfirio Muñoz Ledo.
En el marco de la postinera recepción ofrecida por el Estado español a Felipe Calderón, destaca su presencia en la Cámara de los diputados y la generosidad con que fue recibido por los parlamentarios. También las simplificaciones con que eludió definiciones plausibles sobre los problemas de una región convulsa y la ausencia de propuestas claras, de la envergadura que requiere la anunciada “transformación de México”.
La referencia a la “confusión ideológica” que prevalece en América Latina más bien denuncia la propia, y el vínculo entre “románticos ideales” y “criminalidades terroristas” pareció un regaño a Lucía Morett, más que la consideración ponderada de un estadista en torno a la profunda desigualdad que nos aqueja y a las vías para afrontarla. Prefirió alentar el ánimo repsolero del auditorio con su oferta de “atracción a las inversiones extranjeras”.
Incurrió no obstante en un hallazgo subconsciente al afirmar que no era su propósito “sobrevivir, sobrellevar circunstancias, o administrar parálisis”, cuando es precisamente lo que está haciendo. No cabe duda que las cumbres embriagan. Sostenía un diplomático socarrón que todo festejo entre jefes de Estado tiene reminiscencias monárquicas: los coloca por encima del común de los mortales y les hace olvidar —merced a los oropeles y complacencias recíprocas— la dura realidad cotidiana.
En 1977 había pasado por esa tribuna José López Portillo, quien aprovechó la ocasión para empatar la reforma política que promovía con la transición española. Propósito desmesurado, pero indicativo de la orientación que deseaba imprimirse a la reanudación de relaciones diplomáticas. Esa fue la mayor laguna del discurso calderonista: ninguna alusión a las reformas constitucionales que supuestamente son prioridad del Congreso mexicano, habida cuenta de la anormalidad política que vive el país.
De toda evidencia, nos deslizamos por la pendiente de la degradación institucional y la creciente disfuncionalidad en las relaciones políticas. En vez de división de poderes, bloqueos y pantanos legislativos; en vez de la primacía de la autoridad civil, una riesgosa militarización; en vez de reparto equilibrado de competencias federales, feudalización de las comarcas; en vez de fortalecimiento de la soberanía del Estado, predominio aberrante de los poderes fácticos y extravío del interés nacional.
Toda crisis mayor exige la revisión del sistema representativo y la devolución del poder a la ciudadanía. Culmina con la emergencia de un proceso constituyente que, a partir de nuevos consensos nacionales, restablece el estado de derecho, reordena los objetivos del país y reconstruye el andamiaje de las instituciones públicas. Ese es el único camino posible de la transformación política, que de modo caótico hemos comenzado a recorrer.
El debate suscitado en el Senado con motivo de las iniciativas petroleras es una raya en el agua. No recuerdo que se haya discutido en un recinto político alguna cuestión nacional de manera tan informada y prolija. Después de la consulta popular, ese debiera ser el basamento de un genuino Programa Nacional de Energía, abrazado democráticamente por los actores relevantes. Y así con el resto de los grandes problemas nacionales.
Sorprende por ello la súbita remoción del coordinador del grupo parlamentario del partido en el gobierno. Gesto despótico que no puede interpretarse sino como confesión de derrota o como desprecio al diálogo. Lo confirman las vulgares declaraciones de su sucesor, quien supuesto que las reformas son “competencia exclusiva de los legisladores”, redujo a “puntos de vista” las aportaciones de los expertos y ofreció un diploma a quienes se hayan “chutado los foros” a los que acudieron “puras lumbreras”.
Lo ocurrido en la reunión parlamentaria entre México y Estados Unidos señala también una vuelta de manivela: la irrupción de los poderes legislativos en la toma de decisiones que no corresponden en exclusividad a los ejecutivos. Del lado estadounidense es usual, aunque esta vez se puso de manifiesto que las promesas de Bush respecto del Plan Mérida disimulaban los condicionamientos unilaterales del Senado. El que extiende la mano se expone al azote.
El debate entre legisladores evidenció la insuficiente consulta de los presidentes y la correlación del asunto con temas como la migración y el tráfico de armas, que en modo alguno se atacaron. Sólo que allá se tradujo en modificaciones a la iniciativa y de este lado permanecen todavía intactas las intenciones de Calderón. Peor aún, por mal entendido nacionalismo, nuestros legisladores se hicieron cómplices de la permisibilidad concedida a las Fuerzas Armadas en la violación de derechos humanos y las ligas con la corrupción.
Se imponen análisis responsables sobre la estrategia de seguridad nacional, la crisis alimentaria, la relación salarios-precios, el abandono educativo y la reforma de las instituciones políticas. A falta de gobierno, será a fuerza de debates y a golpe de consultas. Anticipos de una nueva República.