1915 Sep 3 Carta al presidente Wilson en la que se reprocha su parcialidad a favor de Carranza y su opinión errada de Villa y Zapata. Ing. Daniel de la Garza.
A Woodrow Wilson.
Creo, señor, que los buenos mexicanos al ocuparse de la personalidad política de usted, deben recurrir a toda su serenidad, a todo su juicio recto, a toda la magnanimidad de que sea capaz el corazón humano, para contener las explosiones de indignación justísima que su conducta tenebrosa y su conciencia sombría han despertado, no en el alma mexicana sino en el alma universal.
Cuando los agentes electorales de usted en Nueva York buscaban anhelosos el apoyo de los latinoamericanos y con la actividad de los americanos sajones, organizaban juntas políticas para hacer en ellas la propaganda del Partido Demócrata y la exaltación de los méritos de su personalidad, hoy harto menguado, hice desde la tribuna la siguiente interpelación después de oír lo que nos pedían.
"...Y bien, señores: pedís a los latinos residentes en Nueva York que interpongan ante sus naciones su influjo, más o menos poderoso, en favor del señor Wilson y del Partido Demócrata; pedís a las naciones latinas que den su apoyo a ese apóstol, como le llamáis, a ese puritano, a ese sabio, redentor según vosotros de la Libertad, de la justicia y del Derecho, pisoteados por el Partido Republicano, cuyo cerebro radica en Wall St. y cuyos tentáculos son cada uno de los Bancos de los pueblos latinos de América y que, desarrollando la política del dólar, rompen los pactos internacionales, conculcan los derechos y encadenan la libertad, ahogando los gritos de los pueblos escarnecidos y agonizantes, con el retintín sonoro de sus dineros destinados a armar manos fratricidas para derramar sangre hermana.
“Y bien, señores; nos pintáis los horrores del Partido Republicano, pero no nos mostráis las promesas concretas del Partido Demócrata y de su jefe, el señor Wilson. ¿Qué nos va a dar este señor y su partido en cambio de lo que se nos pide? ¿Qué nos va a dar este pueblo, que ha empezado por adueñarse desde el nombre de americano? ¿Qué nos va a dar el señor Wilson y su partido después de que este pueblo o este Gobierno, o los mercaderes de este templo de la libertad han maniatado el comercio de Cuba sometiéndola a una tutela indigna; han befado los derechos de Nicaragua estableciendo su poderío en Panamá; han convertido en parias a los hijos de Costa Rica, sembrado el desconcierto en la América Central y puesto su mirada codiciosa sobre la Bahía de La Magdalena, los pozos de petróleo y el Ferrocarril de Tehuantepec de la República Mexicana?
"¿Qué nos va a dar, señor presidente de la Asamblea?... Interpelo a Ud., hijo de Costa Rica, que debe, antes de responderme, pedir que lo borren de la lista de los parias y procurar reivindicar los derechos de sus hermanos".
Y allí se hicieron promesas; los oradores wilsonistas - porque en todas partes hay "istas" - hablaron de honradez política, labor altruista, rectitud de principios, respeto internacional, y sólo fueron, como murmuraba Hamlet, palabras, palabras, palabras ... El tiempo, implacable demoledor de ilusiones, nos ha mostrado en tres años la pavorosa personalidad del señor Wilson; se esfuma ante la justicia, ensordece ante el clamoreo desesperado de un pueblo agonizante, cierra los ojos ante las agresiones de la poderosa Alemania y tiembla medroso ante el gesto amenazador del Japón, para alzarse desdeñoso delante del Partido Republicano y el Senado y erguirse altanero y desafiante en presencia de la infeliz México, por el delito, según él, de estar poblado de bandidos, calificados por sus enviados confidenciales en entrevistas de dos horas y condenados sin apelación ante su conciencia de puritano a la americana con informes a la West.
Pasma y maravilla que intelectualidades como las de los señores Wilson y West, desconozcan ciertos fenómenos sociales; o que, dolosamente, aparenten desconocerlos en beneficio de sus tendencias políticas sacrificando a un pueblo. Nunca fueron en la Historia jueces los contemporáneos; pues si tal cosa aconteciera, Washington, el libertador de los Estados Unidos, sería un bandido. El criterio inglés de su época en la Nueva y Vieja Inglaterra, lo condenaba como tal; y si hubiera caído en poder de las huestes enemigas habría ido al patíbulo cubierto de afrenta y de ignominia, a purgar el entonces horrendo crimen de pretender la libertad de un pueblo.
¿Acaso Simón Bolívar tuvo otro dictado al luchar por la emancipación de su país? ¿No ante el criterio español contemporáneo fueron bandidos, ladrones, salteadores, revoltosos y asesinos, Hidalgo, Morelos, Allende, Aldama y todos los héroes de nuestra Independencia? ¿No escalaron el patíbulo, cubiertos de ignominia, entre el aplauso estruendoso de sus enemigos políticos? ¿No fue un festín la exhibición macabra de las cabezas de Granaditas y el acribillado de Ecatepec? ¿No fue Juárez otro bandido ante el criterio del déspota francés y del partido reaccionario, porque defendía la integridad del territorio y la dignidad de un pueblo...?
¿Por qué, pues, señor Wilson, se erige usted en juez supremo y desde la altura olímpica en que se ha colocado, sin estudio profundo de los hombres y de los hechos, lanza su inapelable juicio sobre los jefes y partidos contendientes de nuestro país? El señor West por eminente, por sabio, erudito y profundo observador que sea, no puede dar un fallo concienzudo sobre nuestros hombres en el corto tiempo que permaneció entre nosotros. Pero usted menos, señor, porque ni aún lo sospecha; nos juzga con un criterio netamente americano, y ese es el grave y punible error de usted.
Declara usted "hombres malos", y hablando sin ambages, "bandidos", a los Generales Zapata y Villa, y absuelve intencionalmente al señor Carranza. Que hablen los hechos.
Usted conoce al General Zapata a través de la prensa ultra amarilla de los Presidentes Díaz y Madero y de la del General Huerta, pagada por éste para encubrir no sólo sus crímenes sino los de sus secuaces; le sigue viendo a través de la prensa mercenaria del señor Carranza, cuyos procederes inicuos aspiran a la absolución abominando la conducta de sus adversarios; y naturalmente, el General Zapata le resulta un monstruo.
Pero consulte usted a la opinión y a los hechos, y le responderán que el rebelado de mil novecientos diez ha perseguido, fiel e inquebrantable, los ideales que proclamó; que no le ha ofrecido a usted ni a su Gobierno, ni a sus banqueros, concesiones, ni bahías, ni territorio, ni ferrocarriles, ni petróleo; que no ha emitido papel moneda para aniquilar el crédito nacional; que no ha olvidado sus promesas al pueblo; que no ha expoliado al comercio; que ha sido respetuoso con los extranjeros y ha sido respetuoso con los representantes de los países amigos, y que sus huestes cuando entraron en noviembre del año pasado a la Capital hambrientos, mal vestidos y desarrapados, tendían tímidamente la mano pidiendo un pan para mitigar su hambre antes que robar; y la noche del 29 del mismo mes impidieron los saqueos de la casa Quintana y de las tiendas de la calle de la Acequia, y en compañía de algunos ex alumnos del Colegio Militar patrullaron fraternalmente la Metrópoli dando toda clase de garantías y contrastando su conducta con la de los que, pocos días antes, robaban casas, automóviles, menajes y joyas y fusilaban niños abrazados a sus padres, como aconteció en Tacubaya con el infortunado señor Legorreta y en otras diversas partes, a sabiendas del señor Carranza y de sus jefes, que proclamaban por medio de su prensa que pedir era una indignidad y un alto mérito revolucionario despojar con las armas en la mano en pleno día y en el corazón de la ciudad, en nombre de los altos principios "preconstitucionales".
No, señor Wilson; las informaciones que usted ha recibido son insidiosas y perversas; el señor General Zapata podrá ser un hombre rudo en su dicción y duro también en sus apreciaciones, pero es un corazón bien puesto, que siente los anhelos de redención de una clase por mucho tiempo sojuzgada. Y si el General Zapata ante su criterio es un bandido por pretender la reivindicación de los derechos de una clase, juzgue usted con el mismo criterio a Lincoln, redentor en los Estados Unidos de la raza negra, la cual lleva aún en medio de ese pueblo libre, muchos eslabones de cadena de esclavo atados a su cuello, y que usted, letrado, doctor de universidad, pulcro, refinado y humanitario, no se siente con ánimo para arrancarlos definitivamente como un libertador y es usted cómplice consciente de ese crimen de lesa humanidad.
Con el mismo criterio juzga usted al General Villa, y de él responde la opinión. Sé que junto a él hay personalidades de honradez acrisolada, que sabrán desvanecer mejor que yo, que he estado lejos de él, los prejuicios de usted. Pero voy al hecho. Apoyado en los informes Lind, West, Silliman, Carothers, etc.. usted resuelve: que puesto que las facciones revolucionarias en México y sus caudillos son indisciplinadas y vandálicas, no deben ponerse medios para procurar entre ellas un acercamiento; y vuelve usted el rostro horrorizado para hacer un guiño malicioso a los productores de armas y municiones a fin de que envíen al señor Carranza lo necesario para aniquilar a sus enemigos, dejando adivinar al mundo y a los mexicanos que tal vez este señor ha llegado al precio por usted fijado para impartirle su protección; y mientras él y usted negocian mercantilmente nuestro decoro nacional, el pueblo perece sangrando por la herida que su Excelencia agranda con mano despiadada.
Y la prueba de que el mundo entero se ha percatado de la conducta de usted, es que el Senado americano, eI A.B.C. y otras naciones latinoamericanas han apelado a su conciencia y le han señalado el camino del deber, de la justicia y de la Humanidad. Estos pueblos, que sin mirar facciones ni intereses bastardos y teniendo en cuenta que nuestro destrozo es una ignominia, nos tienden una mano amistosa y conciliadora. Aún es tiempo, señor Wilson, de enmendar sus errores, dejando de oprimimos en nombre de sus ambiciones políticas y de su futuro triunfo reeleccionista; deje usted a los pueblos latinoamericanos obrar conforme a los altos ideales de concordia que les animan y serene su conturbada conciencia obrando bien, so pena de entrar a la Historia por el camino del crimen.
Atlihuayán, Morelos, septiembre 3 de 1915.
Ingeniero Daniel Garza.
Fuente: Documentos históricos de la Revolución mexicana, vol. XX. Fundador: Isidro Fabela, Las relaciones internacionales en la Revolución y régimen constitucionalista y la cuestión petrolera. 1913-1919, t. 1.Editado por la Comisión de Investigaciones Históricas de la Revolución Mexicana.