El rey Arturo y sus caballeros de la Tabla Redonda. Roger Lancelyn Green.
Cuando el rey Arturo hubo conquistado el norte de Gales y derrotado a Rience y a los otros reyes rebeldes, marchó al norte y al este con sus caballeros, y derrotó a los sajones en seis grandes batallas. Por toda Bretaña, Escocia incluida, los sajones huían en sus barcos o juraban lealtad y vasallaje al rey Arturo. Ya no se le podían enfrentar, pues nunca sabían dónde estaba, ni cuándo sus caballeros con él a la cabeza habían de salir por sorpresa de la floresta, justo tras haber recibido nuevas ciertas de que se hallaba descansando de alguna batalla a cientos de millas de distancia.
De esta forma, Arturo trajo largos años de paz a toda la isla. Aunque siempre había bandidos y forajidos, caballeros crueles y malos encantadores acechando en las profundidades de las florestas y las montañas, dispuestos a estorbar la paz y a manchar el reino de Logres con nuevas maldades y perfidias.
El rey Arturo retornó a sus dominios del sur a través de una tierra próspera y apaciguada, y estableció su capital en la ciudad de Camelot, que ahora llamamos Winchester, y los mejores y más valientes de sus caballeros se reunieron allí en torno a él.
[…]
El rey Arturo les dijo: “Pero atiéndanme todos ahora: en este día primero de la Tabla Redonda os impongo a todos la Orden de Caballería. Todos vosotros, y todos aquellos que en lo sucesivo se sienten a esta mesa, sois los Caballeros de Logres, y para mayor gloria de Logres, el Reino de la Rectitud, no os desviéis de las altas virtudes de este reino. No cometáis ultraje alguno, ni asesinato, ni acto cruel o desalmado; huid de la traición y de cualquier trato desleal o deshonesto; sed misericordiosos con los que busquen misericordia, y, si no lo hacéis así, no os volváis a sentar a esta Mesa. Prestad siempre amparo a damas y doncellas, socorred a las viudas y dueñas que os lo demanden, abandonadlo todo para enmendar los agravios que pueda sufrir mujer alguna en el mundo, y nunca, bajo pena de muerte y desgracia eterna, ofendáis a mujer alguna, o sufráis que sea afrentada. Ni, ya sea por amor o ganancia, entréis en combate si no es en defensa de la rectitud y la justicia.
—Todo esto juraréis sobre el Bendito Sacramento —dijo el rey Arturo—, y todos los años, durante la fiesta de Pentecostés, vendréis a Camelot a renovar este voto. Después ocuparemos nuestros puestos en torno a la Tabla Redonda, y juro que no he de comer en tal día hasta que se haya presentado ante nosotros alguna misión arriesgada o aventura singular digna de mis caballeros. […] Vuestros asientos os esperan, así como a otros ciento cincuenta caballeros: los caballeros de la Tabla Redonda. Sobre cada silla —pues así se han de llamar los asientos de esta mesa— encontraréis en letras de oro el nombre del caballero a quien corresponde. Y cuando un caballero caiga en batalla o muera, y arméis un nuevo caballero para que le sustituya, el nombre de este último aparecerá en el respaldo, y el del caído desaparecerá de él. Mas que nadie tema, que los nombres de los caballeros de la Tabla Redonda vivirán para siempre. Sentaos todos sin recelo, pues en una mesa redonda nadie puede quejarse de estar en el extremo menos noble, o de que alguien está situado por encima.”
[…] dijo el Caballero Verde] Gawain, yo os proclamo el más noble, el más sin mácula caballero de toda la tierra. […] —Estoy avergonzado —respondió Gawain — […] El miedo y la codicia me hicieron traicionar mis votos de caballería. […] ciertamente soy indigno de la Tabla Redonda.
[…]
—¡Oh, Dios! —exclamó el rey Arturo—. ¿Qué ha sido de mis caballeros?
[…]
* * *
A través de la historia, muchos símbolos e ideales se han unido al sueño del Rey Arturo… John Fitzgerald Kennedy aspiró a que en su administración solo hubiera “optimates”, quiso gobernar con los mejores, con los más aptos; y, con la “americanización del mito del rey Arturo”, se estableció un extraño vínculo simbólico con el sueño de Camelot. Porque Kennedy, al igual que el rey Arturo, era considerado un negociador, no un saboteador y porque al salir a la luz -mediante intrigas- los secretos de familia, se reveló la hipocresía en Camelot.
Jerry Kroth en Conspiración en Camelot… señala que:
La narración de Camelot resuena porque hace referencia a algunos de los más profundos instintos, deseos, necesidades y conflictos del ser humano. De alguna manera, se adentra en nuestra psicología […] Según la historia, Arturo estableció una "mesa redonda" donde todos los caballeros más aptos del imperio pudieran discutir y resolver sus problemas, y un tribunal con un fiscal al que contrapesaba un abogado defensor, y un jurado imparcial. La reina Ginebra se enamoró de su caballero más valiente, Lancelot; Arturo los amaba y no parece haber interferido; pero cuando sus caballeros acusaron a su Reina de infidelidad, tuvo que administrar justicia. Ginebra fue juzgada y condenada a la hoguera. Arturo procastinó [trasmañanó] su ejecución, lo suficiente como para permitir que Lancelot apareciera y la rescatara. La rescató, pero no se hizo justicia y la corte de Arturo, y la Mesa Redonda, quedaron irremediablemente empañadas. Más tarde, al encontrarse con los dos en el bosque, Arturo les dice que la mesa redonda ha muerto, pero que la idea seguirá viva… quizás en los espíritus de los jóvenes que recordarán "Camelot". Alrededor del 90 por ciento de la interpretación americana tiene que ver con el adulterio, no con las ideas nobles. Un historiador dijo que de todas las historias de Camelot que se han filtrado a través de los tiempos, desde Sir Galahad hasta Tristrán e Isolda, sólo un hecho histórico destacado es constante: la destrucción de la Mesa Redonda causada por la relación adúltera en la casa del Rey Arturo.
“En cierto sentido, toda la historia de Kennedy sintetizaba (¡por adelantado!) las tendencias emergentes, el veneno interno que carcomía las nobles visiones del sueño americano y dejaba a su paso alienación, desafección, anomia y pesimismo. Desde Camelot, en palabras del Rey Arturo: Por la espada de Excalibur, saldremos adelante.
No debemos dejar que nuestras pasiones destruyan nuestros sueños.
Paralelamente, la imagen impoluta de Estados Unidos se fue manchando a medida que avanzaba la década, con el aumento del vicio, la violencia y el crimen. […] En los treinta años posteriores a JFK, los estadounidenses legalizaron el juego y el aborto, hicieron que la paternidad en solitario fuera socialmente aceptable (si no incluso preferida), desarrollaron la mayor tasa de divorcios y la mayor tasa de enfermedades de transmisión sexual del mundo industrializado. Presidieron la distribución de armas y narcóticos en sus centros urbanos, haciendo adicta a su clase más vulnerable a sustancias letales como el crack, e intentaron criar a una generación de niños en hogares sin padre, con un televisor como principal cuidador.
La pasión, el divorcio, los hijos abandonados, la desunión y la disfunción familiar, el cinismo y la incredulidad, el amarillismo, las enfermedades mentales, la sociopatía, la drogadicción, el juego, la violencia y el asesinato: Estas son megatendencias bastante bien fundamentadas de los treinta años que siguieron al asesinato de Kennedy. […] el mito de la Mesa Redonda persevera porque se apoya en algún plano inconsciente y arquetípico de la psique humana. Lo mismo ocurre con el mito de Kennedy.”
Kroth, Jerome A. Conspiracy in Camelot: the complete history of the assassination of John Fitzgerald. New York, Algora Publishing. 2003. 342 págs.
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