1915 Oct 30 El Militarismo Prepotente.
— Ven conmigo,— dice el militarismo al trabajador, que yo te llevaré a los campos donde se disputa la suerte de la patria.
— ¡Eso es imposible!— dice el trabajador. Soy el único sostén de mi familia. Mi anciana madre moriría sin mi apoyo; mi mujer se prostituiría para llevar a mis hijos un pedazo de pan. Además, los habitantes de la nación que quieres que vaya yo a combatir, ningún daño me han hecho; son trabajadores humildes como, yo, y como yo trabajan y sufren para engordar a sus amos y alimentar a sus tiranos. ¡Retírate, fantasma horrible!
— Ven conmigo,— dice el militarismo,— que la patria es lo único verdaderamente grande por lo cual pueda perder la vida el hombre. Ven a morir con gloria...
El trabajador responde:
— ¡La patria! ¿Qué patria tenemos los pobres, como no sea el pedazo de tierra donde han de descansar para siempre nuestros cuerpos fatigados?
Y aun esa patria se nos merma: ¿no se nos arroja en montón al fondo de un negro, agujero, para que no ocupen demasiada tierra nuestros flacos cuerpos? Lo que se disputa en las guerras de las naciones es qué burguesía ha de triunfar sobre otra u otras burguesías. Es cuestión de negocios. ¡Que se las arreglen los burgueses como puedan!
Dando media vuelta, el trabajador se dispone a continuar su trabajo, pensando que si ha de tomar las armas alguna vez, será para derribar a sus tiranos y emanciparse del yugo del Capital, la Autoridad y el Clero. Irritado el militarismo le arrebata los instrumentos de trabajo, y afianzándolo por el cuello, le grita:
—Por la buena o por la mala tendrás que venir conmigo, miserable, pues tus amos necesitan de tu sangre para aumentar sus caudales.
Un sol espantoso alumbra con sus rayos lívidos la horrible tragedia en que el trabajador es vencido por el militarismo prepotente.
Regeneración. Los Ángeles, Cal., octubre 30 de 1915.