2022 Oct 19 Versión estenográfica de la intervención del Senador Germán Martínez.
Señorías:
Señor Sandoval, mis palabras como Senador de la República en relación a las reformas que se sometieron a nuestra competencia sobre el mundo militar ni fueron tendenciosas ni las movió interés o ambición personal ni buscaron apartar a la ciudadanía de sus Fuerzas Armadas, como usted afirmó en septiembre pasado.
Quienes hemos hecho señalamientos a las tareas castrenses, en ejercicio de nuestra labor legislativa, no merecemos su reproche, no se lo acepto, no soy su tropa ni debemos pensar igual.
Respeto el uniforme que usted porta, pero eso no lo hace más ni mejor mexicano.
Soy o intento ser leal a México y no soy servil a nadie.
La dignidad no es un asunto de estrellas en el hombro, sino de mexicanos estrellados contra la ineptitud de sus gobiernos.
Y si acaso usted valiera más que otros mexicanos por sus insignias, entonces México estaría cerca de un autoritarismo militar.
Ninguna persona es más que otra en una República, como lo soñó Benito Juárez.
A los tribunales militares Benito Juárez les cesó de conocer de negocios civiles.
Juárez tenía clara la frontera entre civilización y militarización.
Eso dije y lo sostengo, mi argumento entonces es tendenciosamente juarista.
El Ejército es constitucionalista, no presidencialista, no tiene dueño, nació contra el vendepatria Santa Anna, el emperador Maximiliano, el dictador Díaz o el chacal Victoriano Huerta.
Esta patria no es de un solo hombre, su tarea en seguridad pública debe ser de carácter civil, no sólo de mando civil.
Los tiempos del pensamiento único y la confusión nación-gobierno-partido-ejército, no deben volver.
El Ejército es pueblo uniformado, sí, pero portar armas no los eleva por encima del pueblo, los compromete con el pueblo.
El general presidente de México Lázaro Cárdenas heredó un reglamento de deberes militares de 1937, donde prohibió a los militares intervenir en asuntos civiles, artículo 29.
También limitó la expresión de ideas en asuntos políticos y religiosos, artículo 31.
Y, por si fuera poco, en el artículo 92 dice “más que a ninguno de los miembros en servicio activo, a los generales corresponde abstenerse en forma más absoluta e inmiscuirse en asuntos políticos del país, directa o indirectamente”.
¿Qué tratos y contratos hizo en la Secretaría de la Defensa con Alejandro Moreno, el presunto delincuente, según la Fiscalía de Campeche?
¿Por qué se metió en asuntos políticos, precisamente bajo el Castillo de Chapultepec?
¿Usted, señor Sandoval, se siente autorizado para pisotear esas órdenes del general Cárdenas?
La milicia tiene límites y debe respetarlos.
El fuero militar no le alcanzará a nivel internacional si se viola nuestra Constitución y los derechos humanos.
Quiero a mi Ejército victorioso, derrotando a los criminales, feminicidas y asesinos de periodistas, pero también lo quiero obedeciendo a la ley.
Le ordenaron hacer un aeropuerto, un tren, etcétera, usted obedece, y si acaso le ordenaran liquidar a un adversario electoral, ¿también obedecería?
Del militarismo al fascismo sólo hay un toque de clarín y dar el paso.
Su equipo castigó a un teniente por no darle las botas correctas, ¿ya castigó a los responsables de custodiar todos los papeles del Ejército?
Los guacamayos son militares descontentos, el gobierno salió de espoleta retardada para entender el enorme peligro de los delincuentes, pero de estopín instantáneo para entender que muchos de sus contratos no se licitan, sólo se adjudican sin fiscalización.
A los amigos, a firmar contratazos; a los enemigos, a tirar balazos.
El descontento ya no se oculta, privilegio marcial puro.
En el lugar donde usted nos vituperó en septiembre murieron los Niños Héroes de Chapultepec; ellos tuvieron unos compañeros de armas que pelearon por amor a México y no eran mexicanos; se batieron en muchas trincheras, incluida la batalla de Churubusco; murieron a manos del Ejército invasor norteamericano; nacieron en otra tierra; pensaban distinto; hablaban otra lengua; tenían otra bandera verde y amarilla que decía Irlanda por siempre; tenían otro comandante, el capitán John Riley. No eran traidores, señor Sandoval, eran el Batallón de San Patricio.
Los mexicanos que pensamos distinto a usted también amamos a México, aunque sólo seamos simples ciudadanos; luchamos en distinta trinchera, pero nos cobija la misma bandera.
(Aplausos)
Le respeto, señor Sandoval, pero el alto mando de general sólo lo merecerá frente a la historia.
(Aplausos)