LAS ENCUESTAS: ¿MEDIO DE INVESTIGACIÓN O DE PROPAGANDA?
Desde su aparición en la década de los treinta, las encuestas han despertado la sospecha del público, pero sobre todo su aplicación en la arena política ha suscitado grandes controversias, Mucho de este debate entre el público, los encuestadores y los profesionales de las ciencias sociales se ha centrado en los siguientes aspectos.
Se acusa a las encuestas de ser necesariamente superficiales y de solicitar opinión a personas que no están capacitadas para juzgar, pues la mayoría de la gente desconoce las cuestiones cada vez más complejas de la política y del gobierno; como el entrevistado es reacio a reconocer su ignorancia, su opinión desinformada carece de significado en el mejor de los casos y, en el peor, es engañosa, además, mucha gente tiene opiniones inconsistentes, de modo que puede manifestarse al mismo tiempo en favor de políticas contradictorias, por ejemplo.
Para los encuestadores este problema puede superarse mediante el empleo de procedimientos cuidadosos, como las preguntas de control y la interpretación adecuada de los resultados. Así, la propia encuesta puede medir el grado de ignorancia e inconsistencia de los entrevistados.
De cualquier manera, para algunos las encuestas minan la democracia representativa, ya que los asuntos públicos deben ser decididos por los representantes de elección popular, los cuales están mejor capacitados e informados que el resto de la población.
Por otra parte, se atribuye a las encuestas interferir en los procesos democráticos a fomentar la “cargada" o efecto bandwagon, pues la gente, que trata siempre de estar del lado del ganador, cambia su voto en favor de quien aparece como puntero en las encuestas.
Irónicamente, los resultados de las encuestas, sobre todo cuando reciben una amplia difusión, en lugar de medir la opinión pueden llegar a ser ingredientes activos de la formación de esa opinión. Así, de ser el "pulso de la democracia", como las llamó George Gallup por su influencia, las encuestas se convierten en formadoras de la opinión pública.
Asimismo, las encuestas desalientan a quienes de otro modo podrían llegar a ser excelentes candidatos cuando les asignan pocas oportunidades de ganar. De igual modo abren posibilidades de identificar mediante la investigación de mercado las preferencias del electorado y fabricar un programa político y un candidato de acuerdo con estas preferencias, de la misma manera como se lanza y se vende un producto comercial; todo cuanto hay que hacer es adaptar el programa del candidato a las preocupaciones concretas de la mayoría de los electores, de manera que aquél proponga las mismas soluciones a los problemas que propuso la mayoría de entrevistados. Así, los candidatos lucen y ofrecen lo que de acuerdo con las encuestas la ciudadanía quiere, más que luchar por sus propias convicciones políticas.
También, hacen posible que se cuelen a la prensa resultados parciales, descontextualizados o distorsionados de encuestas privadas, con el objeto de tratar de manipular a la opinión pública en favor o en contra de un candidato.
Si las encuestas determinan la opinión, pocas campañas pueden resistir la tentación de difundir las encuestas favorables, pues en algunas ocasiones publicar las encuestas les asegurará el voto de cierto grupo del electorado, en otras les puede servir para crear determinadas expectativas o, incluso, para reducirlas, y también pueden ser publicadas con el fin de crear controversia.
Así, las encuestas se utilizan como medio de propaganda electoral; el arte de los encuestadores es paralelo al arte de la encuesta, pues permite que la divulgación de encuestas sea la excepción de la regia y que esta excepción sirva para propósitos de máxima publicidad.
Divulgar una encuesta confidencial es crear un seudo hecho, una historia noticiosa acerca de un candidato que de otra forma no aparecería. Muy a menudo un candidato rival produce sus propias encuestas confidenciales para indicar que va ganando. Con una ignorancia general de artificios tales como errores en el muestreo, en la elaboración del cuestionario, la entrevista situacionalmente confinada y la interpretación de la encuesta, el electorado llega a confundirse, aburrirse y volverse un poco cínico.
Existe el peligro a largo plazo de confiar en procedimientos democráticos que surgen de la sobreproducción de estos seudo estudios. Por eso, la encuesta de opinión parece ser una industria sin estándares éticos.
Las encuestas pueden constituir también una molestia para el público e invadir su privacidad. Por correo, teléfono o personalmente, la gente es presionada para que conteste preguntas que caen dentro de su vida privada, aunque los encuestadores señalan que dado el uso del muestreo muy pocas personas son entrevistadas, que es baja la tasa de rechazos de la gente para participar en sus investigaciones y que, al revés, parece ser divertido para la mayoría.
Por todo lo anterior, se reconoce la necesidad de evitar el abuso y preservar las encuestas como un medio al servicio de los mejores fines. Con estos propósitos, en diversos países han existido intentos de legislación para regular las encuestas, aunque en muy pocos se han promulgado medidas más allá de prohibir su publicación cerca de la jornada electoral, en el caso de las campañas, Además de su posible reglamentación, se considera que a largo plazo la solución a este problema será la paulatina profesionalización de los realizadores de encuestas y la educación del público para evaluarlas y criticarlas.
Para evaluar la confiabilidad de una encuesta deben juzgarse los siguientes factores: A). La identidad de quien la realiza y su trayectoria como encuestador. B). La exactitud de la redacción utilizada en las preguntas. C). El cuidado para definir el universo de la encuesta. D). El tamaño de la muestra y el método mediante el cual se determinó. E). La proporción, de la muestra que realmente respondió a la encuesta, especialmente en encuestas por correo en las que se observa una baja respuesta. F). El grado en el cual los resultados particulares están basados en toda la muestra o en pequeñas partes de ella. G). La manera en la cual se hizo la entrevista: cara a cara, por correo o teléfono. H). El tiempo en que la entrevista fue realizada, ya que frecuentemente los sucesos hacen que la gente cambie sus opiniones.
De manera justificada o no, la realización de encuestas es hoy una industria próspera y forma parte del paisaje institucional de las sociedades industriales modernas. En el mejor de los casos, las encuestas informan, entretienen y posiblemente lubrican en verdad el discurso político. Para las campañas son un medio básico de fundamentar sus estrategias.
EFECTOS DIRECTOS DE LAS ENCUESTAS DE OPINIÓN
“Se sabe desde hace tiempo que el conocimiento de los resultados de las encuestas de opinión durante el periodo electoral puede producir modificaciones en la intención de voto de los electores.
Algunas veces puede suceder que los electores poco movilizados de un candidato en apuros, al conocer las malas previsiones de las encuestas, se sientan movidos a acudir en su apoyo, dándole sus votos (también puede ocurrir que haya otros electores que –en proporción menor- modifiquen su intención de voto en favor suyo). Este es el efecto underdog. Se pudo observar este fenómeno por primera vez en la historia de las encuestas con ocasión de la sorprendente victoria de Truman sobre Dewey, en las elecciones presidenciales de 1948.
En otros casos, al contrario, la publicación de los resultados de las encuestas puede inclinar a los electores vulnerables en favor del candidato que esté en cabeza en la intención del voto, dichos electores votan por éste para formar parte también de la mayoría. Éste es el efecto bandwagon…
Los efectos underdog y bandwagon son, por su propia naturaleza, difusos y no cuantificables, ya que uno puede cobrar ventaja sobre el otro sin razón aparente. Por otro lado, estos dos fenómenos no pueden identificarse a tiempo con vistas a los objetivos de la campaña de comunicación política… Parece ser que en muchos casos los dos fenómenos se equilibran entre sí, y que el efecto directo que produce en el público el conocimiento de los resultados de las encuestas de opinión no es muy importante.
Los políticos saben que al darse a conocer las encuestas favorables se produce un fuerte y sutil efecto bandwagon en los propios militantes y simpatizantes. Los buenos resultados fortalecen el ánimo de los primeros y aumentan las filas de los simpatizantes, quienes pueden, entonces, aumentar sus donaciones para la campaña. ‘Las buenas encuestas, hacen las buenas finanzas’, es un dicho que está muy a menudo en labios de los asesores de marketing político. Estos hechos explican, asimismo, que los políticos estén siempre pendientes de las estadísticas y resultados de encuestas a lo largo de su campaña: si las cifras son favorables crecerá el número de simpatizantes que patrocinen su campaña, atentos para encontrarse del lado del ganador tras las elecciones.”
Philippe J. Maarek