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CAMPAÑA NEGATIVA.

La campaña negativa es uno de los temas más controvertidos por sus aplicaciones éticas y morales, ya que en sus excesos se ha recurrido incluso a la calumnia, desgraciadamente con éxito, algunas veces.  Por eso, se atribuye a Voltaire la frase "¡calumnia que algo queda!", y al pueblo la reflexión de que "la calumnia es como el carbón, si no quema, tizna".

 

Nadie justifica abiertamente la mentira, la calumnia o la injuria en las campañas; sin embargo, es frecuente que entre menos recursos personales tiene un candidato, más cae en la tentación de recurrir a ellas para tratar de verse menos mal y hacer que sus oponentes parezcan peores que él.

 

La campaña negativa es un medio utilizado por candidatos poco escrupulosos para desviar la atención pública lejos de los asuntos que puedan amenazarles o ponerlos en aprietos, o bien para tratar de provocar el abstencionismo cuando estiman que una votación reducida puede favorecer su triunfo.  A pesar de que éste no es un hecho plenamente comprobado, quienes actúan de esta manera suponen que los electores, disgustados por lo que los candidatos dicen uno de otro, sin tocar ningún asunto de su interés, deciden no seguir las campañas y tampoco molestarse en votar.  Se pretende así que el campo quede libre a los grupos partidistas más organizados para que decidan la elección.

 

Sin embargo, la campaña negativa se sobrestima con frecuencia.  El hecho es que la mayoría de los candidatos pierde como resultado de múltiples factores ajenos a su actuación o por un conjunto sucesivo de errores de campaña, no por los golpes de los oponentes.1 De cualquier manera, un ataque certero bien puede acelerar la derrota de quien lo recibe o asegurar la victoria de quien da en el blanco.

 

Es por esto que la campaña negativa siempre ha sido una parte importante y natural del proceso de competencia electoral.  Exponer los aspectos más desfavorables y cuestionables del historial del oponente es una parte importante de la competencia electoral, lo mismo que exaltar las virtudes propias.  Aun el mensaje de la campaña y la propaganda que parecen positivos son hechos para dar más énfasis a las vulnerabilidades de los otros.  Y en muchas campañas se trata más de restar que de atraer electores.  Por eso, en el fondo, el problema central no consiste, realmente, en hacer o no hacer campaña negativa, sino más bien en decidir en qué extensión se atacará abiertamente a los oponentes y cómo hacerlo, lo mismo que en encontrar la mejor manera de responder a ella cuando se sufra en carne propia.

 

Por otra parte, en la medida en que las condiciones de competencia electoral son más equitativas y se desarrolla una prensa libre e independiente, se limitan los excesos de la campaña negativa porque los candidatos afectados disponen de medios suficientes para defenderse y los periodistas democráticos ponen al descubierto y condenan las prácticas de quien recurre a los peores medios.

 

Además, ha quedado claro que normalmente la campaña negativa sólo obtiene buenos resultados cuando concuerda con la percepción que el electorado tiene del candidato contra el cual se dirige.  No todos los candidatos son igualmente vulnerables a cualquier ataque.

 

En el ámbito de las elecciones, la justificación de la campaña negativa radica en el reconocimiento de que algún grado de engaño es siempre parte integral de toda campaña, sea por omisión o comisión, de modo que si algún candidato oculta o miente al electorado acerca de sus antecedentes y capacidades, de su carácter y debilidades, de sus posiciones y la viabilidad de sus propuestas, de sus compromisos e intenciones, es responsabilidad del oponente señalarlo; de lo contrario, se hace cómplice de los actos fraudulentos de sus opositores.

 

 

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