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2017 ENERO 21 Las clases media y la derecha. Guillermo Almeyra

Las clases medias, antiguas o modernas, adoptan como sus modelos de comportamiento y de pensamiento a la burguesía y a los representantes de las grandes empresas extranjeras, tienen los gustos y costumbres de esos modelos, comparten sus valores y su ideología. Al mismo tiempo envidian a los que endiosan porque, como tienen en general mucha más cultura que la inmensa mayoría de los burgueses, consideran una injusticia su papel de segundones-servidores y el no poder vivir como los que admiran y tratan de imitar.

Esas clases medias urbanas o rurales tienen dos sentimientos contradictorios ante los trabajadores manuales, que sienten directamente la opresión y la explotación del capitalismo, incluso cuando aún carecen de una conciencia anticapitalista. Por un lado, comparten con los obreros la necesidad de leyes sociales y la resistencia al poder y a la arbitrariedad de los dominantes. Por otro, ante la tendencia constante a la disminución de sus ingresos, tienen temor a caer en las filas de los trabajadores a los que desprecian porque tienen menor cultura y costumbres más rudas.

Los técnicos (abogados, jueces, gerentes, ingenieros, especialistas en comercio, funcionarios, especialistas en servicios) participan también en la explotación y dominación de los trabajadores de todo tipo por el capital y naturalizan el capitalismo, que creen que existió siempre y que siempre existirá, y están movidos por intereses materiales procapitalistas y alejados por su vida y sus costumbres de las capas populares, con las que no tienen casi contactos. 

El desplazamiento continuo del capital de uno a otro ramo más lucrativo o a la especulación, el hecho de que las empresas cambian de país como se cambia una camisa, la degradación por las nuevas tecnologías de empleos antes calificados, agravan por otra parte la inseguridad en el empleo y colocan a los jóvenes diplomados en el área de los trabajos permanentemente precarios. Los capitalistas aprovechan esta situación para agravar aún más esa inestabilidad y falta de seguridad en un futuro imponiendo la llamada flexibilidad salarial, o sea, la eliminación de las leyes laborales que protegían a los trabajadores.

Esta nueva situación provoca en esos sectores de las nuevas clases medias irritación contra el capitalismo y los gobiernos de los patrones pero, al mismo tiempo, temor permanente a la proletarización, que consideran una caída en la escala social y odio contra los inmigrantes, a los que ven como competidores en el mercado de trabajo aunque eso sea totalmente falso.

Los bruscos cambios de actitud de las clases medias frente a los trabajadores y las oscilaciones que las hacen pasar en muy poco tiempo de un frente único con ellos a un enfrentamiento con ideas fascistizantes derivan de esa mezcla inestable y explosiva de sensaciones contradictorias, irracionales y confusas.

Además, es posible oponerse al capitalismo por diversas razones o sea, tanto para luchar por su superación y por un futuro más libre y justo, como en nombre de un pasado colonial o feudal y privilegios clasistas y racistas claros y consolidados.

Según sea la perspectiva que, por una u otra razón, adopten momentáneamente las oscilantes clases medias, cambian las actitudes de éstas ante las instituciones e incluso la visión de las mismas: los aparatos del Estado pasan entonces a perder el velo que los hacía aparecer como imparciales o de interés común y aparecer al desnudo como organismos de dominación y de opresión, como sucede hoy con la justicia en Argentina o Brasil, donde se han confirmado con crudeza los dichos decimonónicos del Martín Fierro: la ley es como el cuchillo, no ofende a quien la maneja o “hacete amigo del juez/no le des de qué quejarse/ pues siempre es bueno tener/ palenque and’ ir a rascarse”. O La Iglesia Católica, que anteriormente se oponía al capitalismo en nombre de la Colonia, la hispanidad, las monarquías feudales y formaba aristocracias, si empieza a hablar de igualdad y de resistir a la opresión, pasa a ser enemiga de los medios y de los ricos, como le sucedió al Papa en Chile y en los medios de las grandes empresas latinoamericanas.

Cuando los trabajadores siguen aun mayoritariamente a partidos burgueses partidarios de la conciliación o de la unidad nacional entre explotados y explotadores, se encuentran mezclados allí con tendencias fascistas o reaccionarias, que pueden infectarlos ideológicamente. Tal es el caso en el peronismo, donde conviven fascistas y democráticos y que añora al tirano Rosas, un gran terrateniente ultraclerical idealizador de la Colonia, o también en el caso brasileño en el que los agentes directos y más corruptos del capitalismo, como Temer, eran cooptados como aliados por el Partido de los Trabajadores. La falta de independencia política y de conciencia de clase impide entonces que los obreros puedan tener peso político y moral sobre las clases medias ya que los obreros que votan por esos partidos votan como siervos de la ideología burguesa, no como trabajadores.

Esas direcciones burguesas desconocen además a los trabajadores, tratan de desmovilizarlos o de someterlos a burócratas sindicales millonarios y servidores del capital, maniatando así a las clases medias y sectores populares. Si las diferencias nacionales o étnicas dificultan además su unidad obrera surgirán sectores atrasados que seguirán consignas racistas y xenófobas.

Por otra parte, la sociedad actual es compleja y las contradicciones no se agotan con las luchas de clase. Los ejemplos de la victoria de la resistencia de cinco décadas a la construcción de un aeropuerto en Nôtre Dame des Landes, Francia o, anteriormente, del combate en Atenco, dicen que la lucha tenaz derrota a los grandes capitalistas. La movilización en defensa del ambiente y de los recursos naturales reúne a capas muy amplias de la población pues todos desean respirar mejor, tener comida más sana, preservar la Naturaleza. Por esa razón el anticapitalismo debe ser ecologista y democrático o no es anticapitalismo.

 

TOMADO DE LA JORNADA