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2016 Jul México y las drogas: de lo espiritual a lo bélico. Entrevista con Froylán Enciso*. Por Ariel Ruiz Mondragón

La trayectoria histórica de la relación entre la sociedad y los gobiernos mexicanos con las drogas ha pasado diversas etapas, en la que se ha ido desde su uso abierto y ritual, hasta su utilización recreativa y prohibida, periplo en el que también se ha pasado por una importante faceta médica.

En su libro Nuestra historia narcótica. Pasajes para (re)legalizar las drogas en México (México, Debate, 2015), Froylán Enciso presenta una serie de ensayos en los que relata episodios que han marcado y mostrado importantes etapas de nuestro trato con esas sustancias. De esa forma recorre desde finales del siglo XIX, con las primeras noticias sobre la hoja de coca, hasta la moderna guerra contra las drogas, para concluir con una propuesta de justicia transicional.

Conversamos con Enciso (Mazatlán, 1981), quien es licenciado en Relaciones Internacionales por El Colegio de México y realiza estudios de doctorado en la State University of New York at Stony Brook. Ha colaborado en publicaciones como Vice, Gatopardo, Los Angeles Times, Emeequis, El Universal y Río Doce. Mantiene el blog Postales fantásticas en la página web Nuestra Aparente Rendición.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy publicar un libro como el suyo, esta colección de postales fantásticas e históricas sobre la convivencia mexicana con las drogas?

Froylán Enciso (FE): Me empecé a interesar en la historia del narcotráfico en mi natal Sinaloa; mucho antes de que éste fuera este drama nacional que estamos viviendo, sufrimos las consecuencias de la violencia y la corrupción de la guerra contra las drogas.

Cuando llegué en 1998 a estudiar la licenciatura en El Colegio de México, el tema me perseguía, me obsesionaba: la narcocultura y el narcotráfico. Desde aquellos años de juventud me interesé por ellos. Esa es mi motivación personal.

En la investigación, el diálogo con especialistas tanto de México como de Estados Unidos alrededor del narcotráfico me llevó a ampliar los aspectos tanto cronológico como temático: empecé a enterarme de que no todo era violencia y corrupción, como yo las había vivido en mi infancia y en mis primeros estudios, sino que nuestro país ha tenido otras maneras de aproximarse a estas sustancias que tanta destrucción han causado.

Fue entonces que comencé a ampliar el tema del narcotráfico hacia el de las drogas en general. Este libro, en específico, lo empecé a escribir en 2010, y muchos de los textos, en versiones anteriores, fueron publicados en el portal Nuestra Aparente Rendición. Abrí un blog en 2010 y empecé a soltar estas que yo llamaba “Postales fantásticas”.

Desde el principio empecé a editar en mi cabeza una visión general de la historia de las drogas. Yo soltaba los textos sueltos en la web, en medios digitales. Pero silenciosamente, durante cuatro años fui articulando una visión general, la cual me era muy difícil compartir por medios digitales. Entonces decidí juntar todos aquellos textos —muchos de ellos narrativos, otros ensayos e incluso un par de entrevistas— para proveer de una nueva interpretación del narcotráfico en México, la cual le pudiera abrir los ojos a los lectores de una manera sencilla y amena sobre otras formas en que los mexicanos nos hemos relacionado con las drogas. Éstas incluyen la relación espiritual de los pueblos indígenas con algunas sustancias, y la relación científica y de salud que hemos tenido con algunas otras sustancias desde principios del siglo XIX. Es así como arranca esta visión: en cómo estas aproximaciones espirituales, médicas y farmacológicas al peyote, al estafiate, a las sustancias que usaban los pueblos nativos de las Américas, y también a la cocaína, la heroína, la morfina y los alcaloides que trajeron químicos europeos en el siglo XIX, los cuales empezaron a regularse y a prohibirse a principios del XX.

 

AR: Y también a ser estudiados, por lo que se ve en el libro.

FE: Sí: en el siglo XIX y principios del XX, cuando las drogas todavía no eran un tema policiaco y mucho menos de seguridad nacional, los médicos tomaron la responsabilidad sobre el conocimiento de estas sustancias, algo que ya no ocurre debido a la prohibición. Entonces hubo muchos estudios de médicos sobre la morfina, la heroína…

AR: Y, por ejemplo, ésta servía para combatir la adicción a la morfina…

FE: Exacto. Muchos mexicanos empezaron a consumir esta sustancia primero por motivos médicos y después les gustó, así de fácil. Muchos de ellos se volvieron dependientes; algunos (que no todos) tuvieron un consumo problemático que preocupó a los médicos, quienes se pusieron a estudiar este proceso con lupa, con casos muy bien documentados y diseñados. Esto lo recupero en algunas de las narrativas de Nuestra historia narcótica. Fue ese otro momento en que se creaba conocimiento científico y en que los mexicanos no nada más nos matábamos los unos a los otros por la guerra contra las drogas.

 

AR: Quiero engarzar eso con lo que habla del estudiante Carlos Alatorre, quien hizo una explicación basada en la velocidad del trajín de la vida moderna que generaba la necesidad de las drogas. Anota usted que “nuestra historia narcótica ha sido una sucesión de acciones interiorizadas desde el poder para mantener el despojo espiritual al que nos han sometido para que naciera la modernidad”. ¿Cuál ha sido la relación entre la modernidad y el consumo y el tráfico de drogas?

FE: Creo que, sobre todo, nuestra relación con la marihuana tiene mucho que ver con el proceso de modernización de México, y junto con ella otras sustancias de los pueblos nativos. La primera vez que se prohibieron o se controlaron las drogas en México fue en el siglo XVII, con el edicto del peyote. En las fotografías de Nuestra historia narcótica incluí una copia porque ese documento que encontré en el Fondo Indiferente Virreinal del Archivo General de la Nación puede ser interpretado como el origen de nuestra tragedia.

¿En qué sentido el Edicto del Peyote y la regulación de las sustancias como la marihuana se relacionan con el nacimiento de la modernidad? Pues básicamente que fue en el contacto del Viejo Mundo con el Nuevo Mundo, es decir, con el origen de la modernidad, que empezaron las primeras regulaciones de estas sustancias.

La marihuana no es una planta nativa de las Américas; su producción empezó a expandirse en México por un programa de desarrollo industrial de la Corona española durante la Colonia. Trajeron la cannabis índica para producir fibras textiles, telas y cuerdas para los barcos. Entonces los reyes de España esparcieron la marihuana por todo el país para esos fines industriales.

En el camino hubo grupos originales —por ejemplo los tepehuas, de lo que hay registro en el siglo XIX— que se dieron cuenta de que la marihuana les ayudaba a acceder a dioses relacionados con la fecundidad, al igual que otras sustancias. Hay historiadores, como Isaac Campos, que especulan que quizá los pueblos que usaban el pipiltzintzintli, que se relacionaba con el dios del maíz tierno y se usaba en ritos matrimoniales, incorporaron e incluyeron en esa relación enteógena a la marihuana. Entonces en ese sentido es parte de la modernidad.

Ese proceso de modernización que se relaciona con las drogas se radicalizó en el siglo XIX, cuando químicos europeos empezaron a extraer los alcaloides, es decir, las sustancias activas de las plantas que se habían encontrado en el Nuevo Mundo.

Entre ellas, por ejemplo, estaba la hoja de coca. Cuento la historia de cómo en el siglo XIX estaban formando el acervo del Museo de Historia Natural de Viena, y la fragata Novara —la misma que trajo a Carlota y Maximiliano a México— recogió un montón de hoja de coca para ese acervo y al final sobraron muchas. Entonces una hoja se la dieron a un profesor de la Universidad de Gotinga, quien se lo dio a un estudiante de doctorado porque no tenía tema de tesis. Entonces este químico alemán sintetizó por primera vez el alcaloide de la hoja de coca, y le dio el nombre de cocaína. Fue el mismo científico que inventó el gas mostaza, que fue tan mortífero en la Primera Guerra Mundial. Pero yo creo que nunca se imaginó que la cocaína iba a producir todas las violencias, las guerras, los desplazamientos, las desapariciones y toda la tragedia que hay ahora.

La farmacéutica Merck compró la patente…

AR: También menciona a Bayer…

FE: Bayer fue más para opiáceos. Ellos eran los que distribuían la morfina y después la heroína (que supuestamente iba a curar a los enfermos de morfinomanía, una enfermedad moderna).

Pero a la coca Merck le inventó un montón de usos: el anestésico, que empezaron a usar para sacar muelas y también para hacer tónicos —soft drinks les llamaban entonces— como el Vin Mariani en Francia, que ayudaba para el spleen, lo que ahora conocemos como depresión.

Bayer distribuía expectorantes hechos con base en opio, por ejemplo; o sea, eran milagros de la medicina moderna, que los médicos mexicanos adoptaron y estudiaron con toda responsabilidad.

Estas farmacéuticas, sin embargo, nunca se hicieron responsables de las nuevas enfermedades que estaban creando con la dependencia a sus sustancias. En cambio diferentes gobiernos —entre ellos el de Gran Bretaña y el estadounidense, que participaron en reuniones multilaterales para controlar las drogas— se reunieron para categorizar diferentes usos de las drogas: los buenos (que eran los médicos) versus los malos (los recreacionales o incluso espirituales: los usos que les daban los indios los veían como muy inferiores).

Entonces muchos médicos, como Carlos Alatorre, estaban muy conscientes de que ellos eran parte de esta historia, de que al recetar estas sustancias ellos posiblemente tuvieran cierta responsabilidad al crear la dependencia de sus pacientes y la popularización de estas sustancias para fines recreacionales.

 

AR: Lo interesante también es que hubo médicos que lo advirtieron.

FE: Sí, lo vieron venir. Hasta los años treinta, por ejemplo, no se ponían de acuerdo si la marihuana era buena o mala para la salud, ni en cuál era la mejor manera de controlarla. Los médicos de Venustiano Carranza, como José María C. Rodríguez, y luego Luis G. Cervantes, la querían controlar con leyes, policías y persecución. Sin embargo hubo otros médicos, por ejemplo Leopoldo Salazar Viniegra, que no estaban de acuerdo y decían: “Creo que la marihuana no es tan mala para la salud, y no creo que sea un problema de salud”. Quizá era un problema disciplinario dentro del Ejército, porque, como todos sabemos, en la Revolución la cucaracha no tenía marihuana suficiente, decía el general Urquizo. Entonces él no estaba de acuerdo, e incluso llegó a convencer a Lázaro Cárdenas de que se legalizaran las drogas en 1940.

 

AR: ¿Cuál era la situación de la toxicomanía antes de la prohibición? A finales del siglo XIX, en 1898, había denuncias de los propios médicos acerca del desarrollo de la morfinomanía, del heroinismo. Y en la Revolución la marihuana era muy usada por las clases populares, e incluso entre los jóvenes de clases altas del Porfiriato…

FE: Sí, eso empezó a cambiar en los años treinta, y también los jóvenes acomodados comenzaron a fumar esa sustancia, que antes era de los soldados de rostro indígena, de las clases bajas.

 

AR: Entonces ¿cuál era la situación de la toxicomanía en México antes de la prohibición?

FE: Hubo un médico que hizo un censo de toxicómanos creo que a finales de los años veinte (me da pudor no tener el dato a la mano), en el que hizo una lista por nombre, apellido, profesión, edad y sustancias de las que eran dependientes los toxicómanos que estaban en las cárceles mexicanas. Los conté y eran como 500 y cacho en la Ciudad de México. Por la población de aquellos momentos en la ciudad, eso me dice que ya era un problema importante que estaba avanzando sobre todo en zonas urbanas, porque era un problema de la gente que tenía acceso a los servicios de salud; en las zonas rurales seguían dependiendo de la herbolaria, de la medicina alternativa, y no tenían estas enfermedades de las sustancias de la medicina moderna.

Los médicos estaban conscientes de que la toxicomanía estaba avanzando en aquellos momentos; pero era un tema que se podía estudiar y cuantificar con precisión, era manejable por los médicos, o por lo menos eso se refleja en el tipo de estudios que hacían. No era el problema que es hoy, por ejemplo, en zonas urbanas y rurales de Estados Unidos, o en algunas ciudades fronterizas de México, en las que el consumo de drogas es un problema de salud pública muy focalizado todavía pero importante.

Era un problema manejable, pero estas enfermedades de la modernidad estaban avanzando, como decía Alatorre. Dentro de la idea de que era manejable hubo políticas muy específicas, por ejemplo la fundación de un hospital de toxicómanos para tratar de ayudar a las personas que tenían este problema de salud en la Ciudad de México. Así, se hizo un anexo al manicomio de La Castañeda, del cual llegó a ser director el doctor Salazar Viniegra. Fue de la observación del tratamiento de los toxicómanos y de sus propios experimentos con marihuana que él llegó a la conclusión de que la vía policiaca y criminalizadora —que llevó a la guerra contra las drogas, como ahora sabemos— no era el problema principal sino que estas personas que tenían estas enfermedades modernas tuvieran acceso a servicios de salud que los ayudaran a salir de ellas.

Fue por eso y por la circunstancia tan localizada en esos momentos de la toxicomanía, que Salazar Viniegra propuso cambiar la política para hacer retroceder el proceso de criminalización, del uso de policías para perseguir a la toxicómanos…

 

AR: Allí es interesante que esa lucha fue incluso a nivel internacional: uno de los grandes diplomáticos de México, como Manuel Tello, fue a hablar de esto a foros internacionales. ¿Qué pasó con esta experiencia?

FE: Fueron a la segunda Conferencia Internacional del Opio, en Ginebra en 1939. Salazar Viniegra, a partir de su experimento y de su trabajo directo con toxicómanos, convenció a Tello de que fueran a esa reunión para presentar la idea de que tratar el tema de las drogas como asunto de salud tenía mucho más sentido que emprender una guerra en términos policiacos.

Se fue Tello a presentar esta postura basada en el conocimiento científico creado en México. En la conferencia no les fue muy bien debido a que algunos países se resistieron a estas propuestas mexicanas tan innovadoras y que eran demasiado para ellos.

Harry Anslinger, representante de Estados Unidos, emprendió una verdadera cruzada no sólo contra la propuesta de cambio de reforma de la política global de control de drogas, sino personalmente contra Salazar Viniegra. Ese fue el resultado.

Entonces no les fue muy bien: en la conferencia evidentemente no lograron convencer a los países del mundo, pero sentaron un precedente de discusión internacional sobre el tema.

En 1940 corrieron a Salazar Viniegra del Departamento de Salubridad porque a él se le vinculaba con los grupos almazanistas, enemigos del candidato oficial. Pero se quedó en ese cargo una persona que lo respetaba mucho: José Siurob, otro médico muy inteligente que logró convencer al presidente Lázaro Cárdenas en su último año de gobierno de que México tuviera una política propia frente a las drogas. Así fueron legalizadas las drogas en febrero de 1940. Fue una política que lograron mantener con mucho éxito con los dispensarios médicos, hasta que Estados Unidos, básicamente funcionarios como Anslinger y el Departamento de Estado, se enojaron y amenazaron a México con parar el suministro de medicamentos en medio de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, fueron unos meses en los que México logró terminar con el contrabando de drogas y la corrupción que ya empezaba a generar en los cuerpos policiacos y entre políticos.

Fue un periodo muy interesante del cual todos los mexicanos deberíamos estar conscientes, y es por eso que decidí contarlo en Nuestra historia narcótica de manera sencilla, asequible, para un público amplio.

 

AR: Vamos sobre la discusión que hubo en el Congreso Constituyente sobre las drogas, donde se presentó la iniciativa del diputado Rodríguez, el médico de Carranza. ¿Cómo se plasmó el prohibicionismo a nivel constitucional y cuál ha sido su evolución?

FE: En la Constitución de 1917 se crearon las instituciones de salud con las cuales se empezó el control de las drogas por motivos de política de salud, pero también por razones racistas. Para mí es muy importante que en cada parte de esta historia se reconozca la responsabilidad de la clase política, así como la que tenemos frente a este tema como mexicanos.

Entonces se crearon las instituciones de salud, y en los siguientes años se empezó reglamentar; en los años veinte, por ejemplo, hubo decretos en los que se prohibía la importación de ciertas sustancias; después los abogados, con la ayuda de ciertos médicos (sobre todo los carrancistas), inventaron una fórmula que en esos momentos era muy innovadora (aunque tenía antecedentes en el siglo XIX): los delitos contra la salud.

En el pasado, hasta el Código Penal de 1929, la salud era un asunto individual: uno se enfermaba, y como persona iba y buscaba tratamiento médico. Pues a estos médicos y abogados se les ocurrió una idea abstracta: la salud pública, es decir, la de la madre patria, de la nación, idea que estaba fundamentada en los principios del mejoramiento de la raza. Entonces la salud de la nación, no la salud de las personas, era un bien jurídico que el Código Penal tenía que cuidar. Así les comenzó a valer pepino la salud de las personas para defender esa abstracción. Y como las drogas, de manera abstracta, atentaban contra el mejoramiento de la raza, es decir, la salud de la patria, empezaron a perseguir a esas sustancias en lugar de cuidar a las personas.

Eso se quedó en el Código Penal de 1929, y lo venimos arrastrando hasta nuestros días. Así, hay gente a la que se le mete a la cárcel por delitos contra la salud.

Creo que la invención de la salud pública como bien jurídico fue lo que después llevó a políticas cada vez más alejadas del cuidado de los mexicanos como personas y más cercanas de la guerra por motivos de la salud abstracta de la madre patria. Fue un asunto muy raro que se inventó todavía con el régimen revolucionario.

Eso es lo que rescato del desarrollo jurídico, aunque hay muchísimos otros elementos del prohibicionismo mexicano que no desarrollo tanto en Nuestra historia narcótica, pero quizá lo haga en el futuro.

 

AR: ¿Cómo vincula lo anterior con el hecho de que en 1947 Salubridad dejó de hacerse cargo del tráfico de drogas y entró a ello la Procuraduría General de la República (PGR)?

FE: Hubo motivos estratégicos. Después de que los gringos lograron que Lázaro Cárdenas diera marcha atrás a la legalización de las drogas, durante toda la Segunda Guerra Mundial hubo muchas presiones por parte ellos para, por un lado, mantener sus insumos de morfina para los frentes de batalla, y por el otro, combatir la producción, los excedentes de mercado que se estaban produciendo en algunas regiones de México, especialmente en la zona de Badiraguato, en el Triángulo Dorado. Fue en los años cuarenta cuando empezaron los primeros operativos con el apoyo estadunidense.

Frente al declive del conocimiento médico y de salud empezó un ascenso de las intervenciones policiacas y militares apoyadas por Estados Unidos. Ya para 1949, cuando teníamos un gobierno mucho más conservador y un gobierno estadounidense mucho más agresivo en sus presiones para que adoptáramos la política de persecución policiaca de la oferta de drogas (no del consumo), los estadounidenses empezaron a promover que unos mexicanos persiguieran a otros. Para 1947 ya era evidente que la institución que iba a interactuar con los estadounidenses iba a ser la PGR. Es por eso que las instituciones policiacas se convirtieron en las principales encargadas del control y de la persecución de estas sustancias.

Esto tiene un desarrollo hasta los años setenta, cuando el regreso de los soldados de la guerra de Vietnam y el cierre de la ruta turco-francesa de heroína provocó que hubiera un nuevo auge de la producción de opio en el Triángulo Dorado en México. Entonces hubo una reacción conservadora por parte del presidente Richard Nixon, quien, por ejemplo, cerró la frontera en 1969. Además todos estos movimientos geoestratégicos de los mercados globales de drogas provocaron un auge terrible de la violencia y de la renovación de los métodos criminales para contrabandear drogas en Sinaloa.

Durante este periodo, también con el auspicio de Estados Unidos, inició la persecución militar de los campesinos que plantaban estas sustancias y, en el camino también, de los que no las plantaban, de estudiantes opositores al régimen, etcétera.

Entonces estos son los momentos institucionales: hay uno de regulación espiritual de la Santa Inquisición durante la Colonia; hay otro de generación de conocimiento científico y de regulación en el siglo XIX, que se extiende —ya con muchas dificultades por la oposición de la gente que quería que este tema fuera policiaco—, hasta 1940, cuando se legalizaron las drogas.

Posteriormente, a partir de 1947, se estableció que la relación principal del gobierno de México con las drogas sería por métodos policiacos, lo que, en los años setenta y con el apoyo de Estados Unidos, llegó a lo militar. Así, a finales de los años ochenta se empezó a conceptualizar como un problema de seguridad nacional.

Ese es más o menos el arco histórico. Es un tema muy complejo y es difícil sintetizar todo de una manera amable para los lectores, pero tampoco quiero ponerlo de manera que no se entienda, porque luego hay académicos que escribimos más para vernos nosotros muy inteligentes que para que el lector entienda. Es algo que no quiero que me pase.

Lo más importante para mí es que mi libro no fuera difícil sino de disfrute, incluso si uno no tiene mucho tiempo para dedicarle, y que se pueda leer aunque sea en el Metro, un capitulito entre estación y estación. Como autor ese es mi sueño: que la gente disfrute.

 

AR: De lo que ha estudiado, ¿el narcotráfico ha traído beneficios sociales y económicos a las comunidades donde se asienta? En el libro pone el caso de Badiraguato con su carretera, o de Culiacán, donde, dice, los narcos suplieron al gobierno en la provisión de algunos servicios e incluso se habla de códigos éticos.

FE: De lo que hablo es de una percepción. Si uno lo ve en términos macroeconómicos, te puedo asegurar que el narcotráfico no ha generado ningún beneficio para esas comunidades. Badiraguato sigue siendo el municipio más pobre y de mayor marginación de Sinaloa.

Entonces en términos macro no ha traído desarrollo comunitario, pero visto desde una perspectiva a la que los académicos llaman mesoeconómica, es decir, desde las comunidades, es un beneficio el hecho de que haya habido algún señor que quién sabe qué negocio tenía pero que dio el dinero para construir la iglesia, el centrito de salud, la escuelita, para remozar las calles, para permitir que a los pueblitos ya no sólo se llegara en avioneta y que hubiera aunque sea una carretera de terracería. Se trataba de varias generaciones de personas de esas regiones tan olvidadas no sólo por el gobierno sino también por la sociedad mexicana en su conjunto.

El hecho de que algunas generaciones no se hayan muerto de hambre ya es, desde la perspectiva de las comunidades, un beneficio. Así de fácil.

¿Es lo ideal? Por supuesto que no. No estoy diciendo, como historiador, que eso sea lo ideal sino lo contrario: debería haber políticas de desarrollo que no solamente se preocuparan por la percepción macroeconómica sino también por modificar la idea de que el narcotráfico es la única manera de ascensión social en estas comunidades, de que es la única forma en que los medios de comunicación, los especialistas y los políticos se van a interesar en estas comunidades.

En esas comunidades también hay resentimiento. El pueblo del Chapo Guzmán ha sido víctima de violaciones a los derechos humanos por parte de las policías federales y del Ejército. Parte de sus acciones, por lo menos, se deben explicar como cierto resentimiento de él y de estas comunidades frente al poder público, así como de cierto orgullo por haber logrado hablarse de tú a tú con la plutocracia nacional y al obtener un lugar en la lista de Forbes.

 

AR: Pero ese beneficio ha tenido costos muy altos. En ese sentido otro ensayo muy revelador tiene un dato importante: 1976 fue el año más violento en la historia de Culiacán, cuando hubo 543 homicidios. ¿Qué ocurrió en aquel entonces y cómo se detuvo aquella matanza?

FE: Explico ese año en términos estratégicos por el regreso de los soldados de Vietnam, el aumento del consumo de opiáceos en Estados Unidos y el cierre de la ruta turco-francesa, que provocó que el precio de la heroína negra mexicana se triplicara. Entonces muchos campesinos, los poquiteros, los gomeritos —como les llamaban en aquella época— comenzaron a obtener recursos que les permitían volverse patrones.

Ese aumento en los precios provocado por el aumento del consumo en Estados Unidos y por las estrategias militares y policiacas fueron mecanismos de mercado que provocaron esta guerra entre los diferentes grupos sociales que se estaban relacionados con el mercado internacional.

¿Qué es lo que siguió? Operativos militares: inició la Operación Cóndor. ¿Solucionó la violencia? No, sino todo lo contrario: no sólo incrementó silenciosas masacres en las comunidades campesinas, porque esa operación no fue parte de una guerra contra las drogas sino una operación anticampesina, en la cual, como se puede ver en la selección de fotos inéditas que logré rescatar de los archivos de los hermanos Mayo, no solamente se llevaron entre las patas a los campesinos sino también a muchos jóvenes estudiantes que participaban en aquellos momentos en movimientos opositores al régimen autoritario del PRI.

Entonces se iniciaron estos ciclos de violencia y, por supuesto, tuvimos este proceso de resentimiento de estas comunidades que después se nos regresó con la creación de liderazgos criminales globales épicos.

No se acabó la violencia: ésta tiene que ver con incentivos de mercado globales, y los operativos que vinieron después no acabaron con ella sino que iniciaron ciclos de violencia muchos más complejos y más dispersos en el país, porque muchos de los líderes del narco, cuya juventud la vivieron en medio de los operativos anticampesinos de los años setenta, se distribuyeron en todo el país, y después fundaron organizaciones criminales en Ciudad Juárez, Tijuana, Mexicali y en cada uno de los puntos de la frontera.

Tamaulipas se cuece aparte porque tiene su propia historia con las drogas, que tiene que ver más con la delimitación fronteriza y no tanto con los movimientos globales de Sinaloa. Pero sus líderes se esparcieron e iniciaron esta guerra atroz. La espiral de violencia terminó por envolver a todo México.

 

AR: También habla de la narcocultura: con ésta se enfrenta el riesgo, le da un valor organizacional y creo que otro aspiracional al oficio. Dice que, finalmente, esto tiene que ver con los mercados. ¿Cuál es el fondo y el significado económico de la narcocultura?

FE: Creo que la manera violenta y corrupta con que en México nos estamos relacionando con las drogas en la actualidad nos incluye a todos. Lo que yo quiero decir allí es que la narcocultura no se circunscribe a unos seres exóticos que son los narcos, que usan botas de piel de avestruz o de cocodrilo, cinto piteado, camisa Versace, pantalón atrincao Louis Vuitton y lentes Prada. Estos seres exóticos como que nos tranquilizan porque esos otros, que son muy diferentes a nosotros, son los responsables. Es la famosa leyenda negra de la que tanto se quejaban los intelectuales sinaloenses desde los años sesenta y setenta, por lo menos.

Lo que yo trato de decir es que el retrato del narco como un ser exótico es como un artefacto semiótico que usamos las clases intelectuales, las clases altas, para que lo que nosotros hacemos, la manera en que nos relacionamos con las drogas, no suenen a narcocultura. Lo que yo quiero decir con eso es que todo los mexicanos tenemos una relación directo o indirecta con esta tragedia, y cada uno debemos ir a recoger nuestro pedacito de responsabilidad.

La narcocultura no es un asunto de seres exóticos: es un sistema en el que todos estamos metidos, tanto las clases populares como las altas, las intelectuales, la plutocracia nacional y, por supuesto, los políticos.

La discusión pública de la corrupción política (lo que ahora llamamos “narcopolítica”) también es narcocultura, intercambio de significados alrededor de estas sustancias que tanto daño nos han hecho, y hay que asumirla como lo que es.

La publicación de un libro sobre nuestra historia narcótica también es narcocultura, que no es ni más ni menos importante para este sistema de cosas que el beber whisky Buchanans a granel o un narcocorrido. Si los mexicanos empezamos a vernos como parte de este sistema de cosas, que tiene varias funciones para el mercado global de drogas, yo creo que podemos empezar a recoger nuestro pedazo de responsabilidad y pensar en esos otros momentos en que nuestra relación con las drogas no sólo fue la violencia y la corrupción sino otras cosas: ideas espirituales, científicas, jurídicas y de la política internacional propias.

Por lo anterior propongo ver la narcocultura para empezarnos a acercar a nuestra propia historia, nuestras diferentes relaciones con las drogas y comencemos a participar en la sofisticación de esa cultura no sólo de manera funcional al mercado negro de drogas sino para crear nuevas ideas que nos permitan dejar de enriquecer a contrabandistas y políticos corruptos, y empezar a cuidar tanto a nuestros productores y a nuestros consumidores de productos legales o ilegales como connacionales, no como estos personajes lejanos y superexóticos.

A eso me refiero como la narcocultura: como un sistema en el que juegan en el mismo nivel la alta y la baja narcocultura, que es funcional al mercado negro de drogas, es decir, a lo que las agencias internacionales de seguridad y ahora nosotros llamamos “los cárteles”.

 

AR: Otro asunto es que está muy claro que ha habido vínculos de narcotraficantes con políticos. Habla usted, por ejemplo, de Alberto Sicilia Falcón, que tuvo incluso relaciones con la guerrilla. ¿Qué ha ocurrido con esta otra parte de vinculación política? Con los gobernantes está muy claro, pero ¿qué pasó en ese caso de la guerrilla, por ejemplo?

FE: Muy a pesar de la gente de pensamiento crítico desde la izquierda (y me ha sido difícil por mi formación personal e intelectual), hay que reconocer que el problema de las drogas ha provocado problemas no nada más en las derechas conservadoras sino también en las izquierdas.

Sí, es un reconocimiento que hay que hacer: sí ha habido movimientos opositores que no sólo han sido víctimas sino también partícipes de los mercados negros de las drogas, por necesidad si tú quieres, porque producir marihuana para los gringos era considerado como un acto antiimperialista. Entonces es un reconocimiento que hago allí con toda honestidad y con todo respeto por los ideales y luchas de las izquierdas.

 

AR: Casi para terminar: cuando usted habla del Chapo Guzmán señala que éste ha significado cambios y continuidades en el modelo de criminalidad mexicana, especialmente en la transición democrática. ¿Cuáles han sido esos cambios y continuidades?

FE: ¿Qué imagen del Chapo le dejo al lector en Nuestra historia narcótica (muy sin querer)? La primera imagen que vas a es que, antes de ser victimario, es decir, de provocar toda esta violencia, él y sus familiares fueron víctimas de la guerra contra las drogas en su pueblo, La Tuna.

Todo bandido tiene un acto de injusticia ejemplar: por ejemplo, a Pancho Villa le violaron a la hermana. En el caso del Chapo fue aquel operativo en La Tuna, y a partir de ese acto de injusticia ejemplar el Chapo se volvió victimario y también en héroe popular al mismo tiempo; es decir, un bandido.

Pero el Chapo creció como bandido bajo la égida del PRI autoritario, y es un asunto que debería sentarme a reconstruir con más detalle. Su carrera delictiva tiene que ver con los liderazgos de los años setenta en Sinaloa: fue de los que migraron a Guadalajara luego de los operativos militares, y desde allí participó en la articulación de lo que ya en los ochenta se conoció como el Cártel de Sinaloa, liderado por Miguel Ángel Félix Gallardo.

El Chapo, según la crónica de Jesús Blancornelas, fue enviado a Tecate y a Mexicali; aquí él retomó la vieja idea de los fumaderos de opio que se hacían en los subterráneos, y la llevó a unos niveles inusitados incluso desde los años ochenta, cuando empezó a construir túneles por la frontera.

Pero el Chapo no fue un sujeto político sólo de los gobiernos de la transición a la democracia, es decir, de los panistas, sino que formó sus grandes ideas empresariales con el PRI.

Eso es lo que refleja el Chapo ante el deseo que existe ahora de verlo como un capo sexenal (así hubo quien quiso verlo como el capo de Fox porque se le escapó, y después como el capo con el que se entendía Calderón porque no se persiguió al Cártel de Sinaloa en ese momento). Pero lo que yo quiero decir con estas pequeñas postalitas con breves pasajes de la vida del Chapo es que él, como personaje, está formado como parte de una larga historia de corrupción y de violencia.

También es una invitación a que dejemos de mitificarlo y empecemos a verlo como persona. Más allá de ser un superhéroe o un supervillano, lo que a mí me gustaría dejarle al lector son unos atisbos de humanidad que nos permitan ir desmontando todos los mitos de la narcocultura.

 

AR: Quiero concluir con eso e ir a la parte propositiva del libro: usted hace una crítica de varios movimientos porque muchas veces no han vinculado las políticas públicas respecto a las drogas, con los derechos de las víctimas. Al final dice que debemos imaginar y crear nuevas nociones de reparación de los daños, de justicia. Habla de formación de las comisiones de la verdad e incluso de una suerte de Plan Marshall. A grandes rasgos ¿cuáles son sus ideas acerca de esta reparación de daños y de justicia?

FE: Mi propuesta muy concreta es que el gobierno mexicano escuche tanto al movimiento de víctimas, del cual han sido parte Javier Sicilia, las madres de los desaparecidos, etcétera, como al movimiento por la reforma de la política de drogas, que hace propuestas de legalización, aunque ésta no es suficiente.

El daño que la guerra contra las drogas ha causado en nuestras comunidades campesinas, en nuestras zonas urbanas, el tratamiento de nuestros consumidores como criminales —que, en este sentido, también han sido víctimas de la guerra contra las drogas— ha sido en este país brutal, y merecería la colaboración de las grandes potencias prohibicionistas en la reconstrucción de México.

También tenemos que pensar en poner la justicia en el centro del desmantelamiento de la prohibición de las drogas.

 

*Entrevista publicada en Etcétera, núm. 188, julio de 2016.