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Del MANUAL DE CAMPAÑA… Debates

Es frecuente que a los candidatos que participan en los debates se les califique desde tres perspectivas principales: su desempeño verbal, su actuación no verbal y sus errores. En la primera, se juzga el grado en que satisfizo las expectativas acerca de su actuación; si envió su mensaje y se mantuvo a la ofensiva; si contestó las preguntas efectivamente; si hizo todo lo que tenía que hacer; y, si estuvo mejor que sus oponentes en la confrontación de sus posiciones sobre los asuntos públicos. En la segunda, se incluye su apariencia personal, el tono de sus intervenciones, su manera de expresarse y su estado emocional. En la tercera, se comprenden toda clase de errores, desde declaraciones poco fundamentadas y réplicas pobres hasta muestras de disgusto e irritación.

Los debates televisivos ponen en juego todas las destrezas de comunicación del candidato; un descuido de la lengua, una mala respuesta, un gesto de desagrado, una postura débil serán captadas y repetidas ad infinitum. Por eso, la recomendación más general y permanente es una cuidadosa preparación y múltiples ensayos, lo más aproximados a la situación real en que se dará el debate. Esta preparación es una de las responsabilidades más importantes asumidas en este frente. La "espontaneidad" que se logre en el debate sólo puede conseguirse mediante el entrenamiento intenso.
Sin embargo, no basta que el candidato se prepare para el debate y obtenga el triunfo: es necesario que la campaña ponga en práctica algunas medidas adicionales para influir positivamente en la percepción que los electores puedan haber tenido de su desempeño.

Dado que la mayoría de los ciudadanos no sigue las campañas con gran interés, ni tiene mucha confianza en su propia evaluación, los comentarios de los periodistas pueden tener un impacto considerable sobre su opinión. De ahí que la evaluación que los medios masivos realizan de los debates condicione los juicios del público. Así también, la interpretación que la prensa hace del debate puede modificar las impresiones inmediatas del público.

La prensa influye en la percepción de los electores antes y después del debate. Previo a la realización, los medios noticiosos tienden a conformar las expectativas de los electores respecto al resultado probable; discuten acerca de las estrategias que puede utilizar cada uno de los candidatos; entrevistan al equipo de la campaña; y sugieren las opciones que tienen los candidatos para lograr el éxito.

De este hecho resulta una primera estrategia para la campaña: minimizar el resultado potencial del debate. Al minimizar las expectativas, se trata de colocar al candidato en la mejor posición posible para capitalizar un desempeño fuerte y racionalizar uno débil. De lo contrario, si se espera mucho del candidato, cualquier desempeño puede parecer insuficiente. Ésta es la línea informativa que se recomienda seguir antes del debate, en las declaraciones y entrevistas del candidato, así como en los boletines de prensa, artículos periodísticos y demás instrumentos con que se cuente. En contraste, se fomenta que las expectativas crezcan respecto a la actuación de los opositores para que su desempeño, aunque sea bueno, sea menor a lo que se esperaba.

Una vez transcurrido el debate, la reacción del público se manifiesta en dos etapas. Durante la primera, la opinión de los electores es resultado de la percepción inmediata de la actuación de los candidatos, tamizada, en su caso, por su apego previo a alguno de ellos por razones partidistas o de simpatía personal, que hace que tienda a juzgarlo bajo la luz más favorable. Sin embargo, después de unos días, los recuerdos se desvanecen y se combinan con las evaluaciones que escuchan de otros electores y de los medios noticiosos acerca del debate. Es entonces cuando la opinión inicial puede ser reforzada o alterada.

En consecuencia, la campaña debe actuar antes de que cristalicen las opiniones acerca del resultado, es decir, durante la primera etapa. La estrategia principal posdebate es promover entrevistas y declaraciones de personajes relevantes que se manifiesten sobre el resultado. Se trata de hacer que los espectadores y los representantes de los medios escuchen a figuras respetables dar razones convincentes de por qué su candidato estuvo bien en el debate. El propósito es influir en la percepción del elector acerca del resultado. Las campañas mayores disponen, generalmente, de voceros importantes que usan los medios noticiosos inmediatamente después de terminado el debate.

Otra estrategia menos común y, a veces, permitida, consiste en convocar a los partidarios en el recinto donde se realiza el debate para que se expresen positivamente durante su desarrollo y respondan, una vez concluido, a entrevistas de manera favorable al candidato. Asimismo, se promueve que los líderes de distintos grupos escriban cartas a los editores de los periódicos con comentarios positivos sobre el desempeño del candidato o bien que llamen a los programas noticiosos con igual fin. En el fondo, la estrategia es la misma: influir en la percepción del público en las horas y días cruciales e inmediatos al debate.

No existen evidencias generalmente aceptadas acerca de los efectos que los debates pueden tener en las campañas y en las elecciones. Sin embargo, algunos de ellos son reconocidos ampliamente. Entre las principales consecuencias se mencionan las siguientes:

 

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