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2017 La globalización de la desigualdad. François Bourguignon.

Los numerosos ejemplos de populismo en Latinoamérica a menudo han sido relacionados con el alto grado de desigualdad que ha caracterizado a esa parte del mundo y, de hecho, a menudo han conducido a desastres económicos. En general, no se puede descartar que la manera en que la desigualdad ha afectado el desarrollo económico a largo plazo en la región haya sido a través de ese canal político en particular. Ahora bien, lo que sucede es que Latinoamérica ha atravesado recientemente un periodo de rápido crecimiento y de desigualdad decreciente, un fenómeno que no se había presentado al menos durante dos décadas. Desde la perspectiva de este libro, resulta de interés reflexionar sobre las causas de tal evolución y preguntarse si esto anuncia una nueva era, incluido un contexto político más favorable.

Prólogo a la edición en español

GLOBALIZACIÓN Y DESIGUALDAD EN LATINOAMÉRICA
La edición francesa de este libro vio la luz en 2012 y la versión ampliada en inglés se publicó poco más de un año después. En ese entonces ni la globalización ni la desigualdad, y aún menos la combinación de ambas, habían adquirido la importancia en el debate público que tienen hoy. Resulta que el libro fue bastante lúcido al enfatizar el costo social que la globalización puede acarrear a la par que trae beneficios bien conocidos. Que la globalización aumenta la eficiencia económica agregada global y nacional mediante la expansión de las oportunidades nacionales era claro. Lo que era menos claro y hoy el público está notando es que la globalización no necesariamente beneficia a todas las personas de un país y puede generar más desigualdad.

Otro punto importante del libro se refiere al costo de la desigualdad. Hoy en día resulta particularmente relevante la opinión de que demasiada desigualdad puede conducir indirectamente a grandes daños económicos a través de la política. En efecto, las tensiones sociales, la inestabilidad política, los gobiernos populistas o simplemente las decisiones populistas que surgen de la percepción pública de una desigualdad excesiva son potencialmente perjudiciales para la economía. Aunque se necesita un análisis más profundo, es muy tentador explicar dos de las decisiones colectivas recientes más sorprendentes en los países de altos ingresos por el costo social de la globalización y el consiguiente impacto en la desigualdad. Éste puede ser el caso del referéndum del Reino Unido sobre su ruptura con la Unión Europea, y de la elección de Donald Trump en los Estados Unidos. En ambos casos, la profunda restructuración de la economía, producto de la globalización, empujó a algunas regiones a un declive económico y desencadenó una creciente frustración en la parte de la población que no podía disfrutar de los beneficios que otras regiones obtenían de la expansión global.

Los numerosos ejemplos de populismo en Latinoamérica a menudo han sido relacionados con el alto grado de desigualdad que ha caracterizado a esa parte del mundo y, de hecho, a menudo han conducido a desastres económicos. En general, no se puede descartar que la manera en que la desigualdad ha afectado el desarrollo económico a largo plazo en la región haya sido a través de ese canal político en particular. Ahora bien, lo que sucede es que Latinoamérica ha atravesado recientemente un periodo de rápido crecimiento y de desigualdad decreciente, un fenómeno que no se había presentado al menos durante dos décadas. Desde la perspectiva de este libro, resulta de interés reflexionar sobre las causas de tal evolución y preguntarse si esto anuncia una nueva era, incluido un contexto político más favorable.

En promedio, en los países latinoamericanos el crecimiento ha sido extremadamente fuerte desde mediados de los años 2000 hasta mediados de los años 2010. Durante ese periodo, el PIB per cápita creció cerca del 3% anual. Por el contrario, durante la década de 1980 había crecido a un ritmo negativo, y sólo en 1% anual durante los años noventa y principios de los 2000. Los 10 años que comenzaron a mediados de los 2000 fueron, así, el primer periodo verdaderamente próspero durante prácticamente 25 años.

¿Acaso esa aceleración tuvo algo que ver con la globalización o simplemente la economía volvió a la normalidad después de un largo periodo de crisis que comenzó con el desequilibrio suscitado por la deuda de principios de la década de 1980 y continuó con un doloroso proceso de ajuste? Es difícil decirlo. En realidad, la globalización en Latinoamérica se remonta claramente al desmantelamiento de la protección comercial impuesto a la mayoría de las economías de la región por las instituciones financieras internacionales como parte del llamado proceso de “ajuste estructural”, un episodio que coincidió con la rápida expansión de las exportaciones chinas y asiáticas en todo el mundo. Al principio, estas reformas tuvieron un impacto negativo en la actividad económica en Latinoamérica y posiblemente contribuyeron a un aumento de la desigualdad. En contraste con ello, el impacto positivo de la globalización en el pasado reciente ha sido indirecto. Éste se produjo gracias a la rápida expansión de China y a la aceleración de la economía estadunidense a principios de los años 2000, lo que a su vez dio lugar a un auge del precio mundial de los productos básicos. Entonces se logró un crecimiento más rápido en Latinoamérica, en parte mediante un aumento del 50% en sus términos de intercambio y el consiguiente aumento súbito de sus exportaciones. La apertura, medida por la proporción entre las operaciones de comercio exterior en relación con el PIB, de hecho aumentó en cinco puntos porcentuales. No cabe duda de que esta mejora en el contexto externo contribuyó enormemente a mejorar las economías latinoamericanas, pero también salta a la vista que la fuerte caída de sus términos de intercambio después de 2013 desencadenó una desaceleración concomitante de la actividad económica, aunque esto, por supuesto, no se aplica a todos los países de la región.

La estructura de las economías latinoamericanas también se transformó de modo bastante drástico en los últimos 25 años, desde la aceleración del proceso de globalización. En particular, el sector manufacturero perdió considerable importancia en términos relativos; su participación en el PIB disminuyó en promedio 7%, una caída prácticamente uniforme en todos los países de la región. Dado que tal disminución difícilmente puede explicarse arguyendo que la demanda final viró masivamente de los bienes manufacturados a los servicios en un periodo en que, en general, el crecimiento no fue tan sólido, debe reflejar una fuerte sustitución entre la oferta nacional y la extranjera, muy probablemente bajo la presión de la globalización y de las importaciones asiáticas. Tampoco puede descartarse que el tardo crecimiento de la región durante la década de 1990 se debiera en parte a este movimiento de desindustrialización.

Así pues, como todas las economías del mundo, las economías latinoamericanas también se han visto afectadas por el proceso de globalización. Sin embargo, a diferencia de lo que sucedió en muchos otros países, especialmente en las economías avanzadas y en las emergentes de Asia, la desigualdad de ingresos no ha mostrado signos de aumento. Por el contrario, se observó una fuerte tendencia a la baja en la gran mayoría de los países desde el cambio de milenio. Antes de que ocurriera eso, se podían distinguir dos grupos de países. En el primer grupo, la desigualdad aumentó sustancialmente durante los años noventa, posiblemente debido al programa de ajuste estructural, pero también por otras razones a menudo peculiares. Para estos países, entre los que se cuentan Argentina, Colombia, Perú o Uruguay, la evolución registrada en la desigualdad de ingresos ha sido como una U invertida y resulta que hoy en día la desigualdad está prácticamente en el mismo nivel que hace unos 20 o 25 años. En el segundo grupo de países, que incluye a Brasil, Chile y México, no se produjo un aumento significativo de la desigualdad en los años noventa, aunque presumiblemente sí tuvo lugar en algún momento anterior a ese periodo, de modo que la reciente disminución de la desigualdad sitúa hoy a esos países en un nivel por debajo de lo experimentado durante el último cuarto de siglo.

Lo que es aún más sorprendente es el hecho de que todos estos cambios sean de grandes dimensiones. En la mayoría de los países la disminución del coeficiente de Gini, una medida común de desigualdad que va de 25% en las naciones más igualitarias del mundo —los países nórdicos— a un poco más de 60% para los más desigualitarios —por ejemplo, Sudáfrica—, asciende a cinco puntos porcentuales y a veces incluso más, algo que para las normas internacionales es considerable, incluso si se tiene en cuenta un coeficiente de Gini inicial muy por encima de 0.50 en promedio. Esto definitivamente hace que Latinoamérica sea excepcional en comparación con el resto del mundo, donde la desigualdad por lo general registra un aumento antes que una disminución, y donde los cambios en general han dado indicio de ser más ligeros. Esto también plantea la cuestión de las fuerzas que han estado trabajando tras bambalinas para precipitar estos cambios en la desigualdad.

Luis Felipe López Calva y Nora Lustig han plasmado un excelente y muy amplio análisis de este tema en un libro y en varios artículos escritos hace algunos años. Sin embargo, el punto no es repetir aquí su análisis, sino resumir sus conclusiones y exponer cómo se relacionan con la cuestión de la globalización y otros asuntos abordados en este libro.

Dos fuerzas en favor de una mayor desigualdad parecen haber estado presentes durante la década de 1980, y probablemente hasta mediados de los años noventa. La primera es la apertura al comercio impuesta por el proceso de ajuste estructural en una especie de paso forzado hacia la globalización. La segunda es el cambio tecnológico, que pudo haber desempeñado el mismo papel de propiciar la desigualdad en la región tal como sucedió en los Estados Unidos durante el mismo periodo. Ambos posiblemente fueron factores que contribuyeron de forma notable al aumento observado en el diferencial de ingresos entre trabajadores calificados y no calificados, fenómeno que puede haber empujado la desigualdad hacia arriba. Aunque no siempre estuvo bien cuantificada, la débil economía de ese periodo también puede haber representado algún papel. En Brasil, por ejemplo, la caída observada en la participación de la fuerza de trabajo constituida por personas de hogares de bajos ingresos puede haber sido consecuencia de un crecimiento lento y de un empleo estancado.

Lo que sucedió en la década de 2000, y en ocasiones antes dependiendo del país, fue exactamente lo contrario. Es probable que una economía robusta redujera la desigualdad a través de efectos favorables sobre el empleo y los salarios. Hace unos años, por ejemplo, Brasil se jactó de haber alcanzado el empleo pleno. La educación también desempeñó un papel clave. Una menor prima de cualificación debido a la existencia de trabajadores mucho mejor capacitados en el mercado laboral y una disminución de las disparidades educativas observadas en las partes más bajas de la escala de habilidades han empujado hacia una menor desigualdad de ingresos. Además, a través de proyectos altamente originales, en la mayoría de los países se desplegaron enormes esfuerzos de redistribución en favor de los pobres. Comenzaron con el icónico programa Progresa en México y el de Bolsa Escola en Brasil, y luego se extendieron a una gran mayoría de los países de la región.

¿Qué debe concluirse a partir de este resumen de la evolución habida en la desigualdad de ingresos y de sus causas en la región latinoamericana? De acuerdo con el argumento general de este libro, la globalización ha protagonizado un papel de primera línea: al comienzo uno negativo, cuando la apertura al comercio se pudo haber combinado con la entrada de Asia en los mercados mundiales y el cambio tecnológico para aumentar la desigualdad, y más adelante un papel positivo, si bien indirectamente a través del repentino aumento del crecimiento económico mundial y de los términos de intercambio regionales causados por el crecimiento estelar de China. Lo que es más importante, y está en consonancia con un argumento fundamental del libro, es que las fuerzas y políticas de carácter peculiar o errático también han desempeñado un papel sustancial en ambos casos. Varias medidas políticas, incluido el programa de ajuste estructural de los años ochenta y noventa, contribuyeron al empeoramiento de las desigualdades, mientras que la recuperación del crecimiento, los efectos a largo plazo de las políticas educativas y la creación de nuevos instrumentos de redistribución en los últimos 15 años han hecho lo contrario, y de forma significativa.

Una vez dicho esto, es necesario subrayar tres puntos importantes. El primero tiene que ver con el muy posible error de medición que afecta a la parte superior de la distribución, esto debido al submuestreo y la subnotificación de ingresos muy altos, probablemente más pronunciado en los países en desarrollo que en los países desarrollados, donde este fenómeno está ahora bien documentado. Este sesgo conduce a una subestimación de la desigualdad. Sin embargo, la verdadera cuestión es si los cambios no observados en virtud de ese sesgo serían susceptibles de neutralizar los cambios que se observan en las estadísticas disponibles. En otras palabras, si los ingresos más altos han crecido con mayor rapidez que otros en Latinoamérica en los últimos 15 años, aproximadamente, como se ha observado a menudo en los países desarrollados, ¿esto podría compensar la caída registrada en las cifras de desigualdad que se han publicado? Se sabe, por ejemplo, que en la mayoría de los países del mundo la proporción de los ingresos de propiedad y de capital en el PIB está en una tendencia creciente, y Latinoamérica no es la excepción. Dado que dichos ingresos van principalmente a la parte superior de la distribución, esto significa que la parte más alta de la distribución del ingreso probablemente ha ganado por encima del resto de la distribución, de modo que, si se pudiera observar, el “verdadero” nivel de desigualdad habría disminuido menos de lo reportado sobre la base de los datos disponibles. ¿Sería esto suficiente para revertir la tendencia decreciente observada? Esta última propensión es tan fuerte que tal suceso es bastante improbable. Sin embargo, esto claramente apunta a la necesidad de contar con mejores datos respecto a los ingresos más altos.

Lo anterior conduce directamente al segundo punto. La razón por la cual poco se sabe acerca de la parte superior de la distribución del ingreso en la mayoría de los países latinoamericanos estriba en la opacidad del sistema de impuesto sobre la renta, en sí mismo relacionado con tasas impositivas promedio muy bajas. Sólo tres países latinoamericanos logran aparecer en la recién lanzada World Wealth and Income Database, que recopila información sobre los mayores ingresos de las fuentes administrativas acerca del impuesto sobre la renta. Sólo dos países presentan datos de la última década, lo que exige hacer una revisión sustancial del alza de la estimación sobre la desigualdad en esos países. Sin embargo, no es suficiente con revertir la tendencia a la baja observada en la desigualdad. Dada la importancia de la cuestión de la desigualdad en Latinoamérica, parece que reviste trascendencia mejorar la producción de estadísticas de datos fiscales (anónimos). También resulta crucial aumentar el poder de redistribución del impuesto sobre la renta. El argumento largamente usado de que en términos administrativos es costoso monitorear los ingresos medios y altos con el fin de gravarlos de manera eficaz y justa ya no se sostiene en un tiempo en el que los ingresos o los gastos son más fácilmente observables, gracias a que la mayoría de las transacciones pasan por tarjetas y operaciones de cuentas bancarias.

El último punto se refiere al cambio tecnológico. En los años ochenta y noventa se tomó como un factor de desigualdad mayor, aunque debe admitirse que éste era más un factor residual que un factor explicativo directo en el análisis de los cambios en la desigualdad. El aumento súbito de la tecnología digital y la inteligencia artificial (un desenlace esperado) es visto una vez más como una creciente amenaza para el empleo y la desigualdad en los países desarrollados. ¿Llegarán estas áreas a impactarlos en breve?

¿Y será el impacto de estos avances científicos más débil en economías donde la mano de obra es relativamente más barata? Esto aún está por verse. Si realmente se trata de un impacto de grandes proporciones, la desigualdad podría volver a aumentar en Latinoamérica, pero algo así no será específico de la región.

Por lo menos durante el último medio siglo, los países latinoamericanos han estado entre los más desigualitarios del mundo. Numerosos autores han atribuido su rendimiento de desarrollo relativamente débil, y, durante mucho tiempo, su inestabilidad política precisamente a ese factor. La fuerte tendencia hacia la igualdad observada desde el cambio de milenio es sumamente alentadora. Con todo, Latinoamérica sigue siendo muy desigual, y esto hace mella en su economía. Los esfuerzos por lograr una mayor igualdad deben seguir siendo intensos.

 

François Bourguignon

29 de enero de 2017

 

 

Introducción
GLOBALIZACIÓN Y DESIGUALDAD
Ha habido un gran debate en torno al tema de la globalización. Ésta ha sido descrita como una panacea, un instrumento para la modernización y una amenaza mortal. Algunos creen que ha contribuido a la “riqueza de las naciones” al volverlas en todos sentidos más eficientes. Otros creen que ha causado que la mayor parte de la humanidad se hunda en la pobreza con el fin de beneficiar a una élite privilegiada. La crítica se le ha abalanzado. Se dice que la globalización es la causa de las crisis económicas, la destrucción del medio ambiente, la excesiva importancia de las finanzas y del sector financiero, la desindustrialización, la estandarización de la cultura y muchos otros males de la sociedad contemporánea, incluyendo un aumento explosivo de la desigualdad.

Mi objetivo es arrojar algo de luz sobre este debate al centrarme particularmente en uno de los puntos anteriores, un punto que sin duda ha atraído la mayor atención: la desigualdad. La globalización es un fenómeno histórico complejo que ha existido, de una forma u otra, desde el comienzo de la sociedad humana, pero que podemos rastrear con más precisión en los siglos recientes. Nadie niega que existe y no cabe duda de que continúe. La verdadera pregunta es si, como a menudo se afirma, la globalización es responsable de un aumento sin precedentes de la desigualdad en el mundo en las últimas dos décadas. ¿Acaso la globalización que vemos hoy significa el toque de difuntos para el ideal de la igualdad? Si continúa, ¿destruirá cualquier esperanza de justicia social?

Con el fin de responder a esta pregunta, será esencial distinguir entre la desigualdad en los niveles de vida entre los países y el nivel de vida dentro de los países. Una vez hecho esto, surge una tendencia histórica que se bifurca. Por un lado, después de dos siglos de aumento constante, la desigualdad en el nivel de vida entre los países ha comenzado a disminuir. Hace 20 años, el nivel medio de vida en Francia o Alemania era 20 veces mayor que en China o India. Hoy esta brecha se ha reducido a la mitad. Por otro lado, la desigualdad dentro de muchos países ha aumentado, a menudo después de varias décadas de estabilidad. En los Estados Unidos, por ejemplo, la desigualdad de ingresos ha aumentado a niveles que no se habían visto en casi un siglo. Desde la perspectiva de la justicia social, la primera tendencia parece decididamente positiva, siempre y cuando no se vea menoscabada por la segunda.

Debido a que tenemos una tendencia a mirar nuestro entorno y no más allá de él, el aumento de la desigualdad nacional en general ha eclipsado la caída de la desigualdad global, a pesar de que esta caída es innegable. Según la conciencia colectiva estamos viviendo en un mundo cada vez más desigual, en el que “los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres”; y como el aumento a escala nacional de la desigualdad, que es donde ésta ha tenido lugar, parece coincidir con la aceleración reciente de la globalización, tenemos una tendencia a llegar a la conclusión de que la segunda es responsable de la primera, aunque, paradójicamente, la globalización también ha contribuido a una disminución de las desigualdades internacionales. Sin embargo, una vez que la hemos visto a través de las lentes nacionales e internacionales, la relación entre la globalización y la desigualdad resulta ser más compleja de lo que parece.

Así es como debe entenderse el título de este libro, La globalización de la desigualdad. Tiene dos significados. Por un lado, es una referencia a las cuestiones de la desigualdad global. La importancia que se da en los debates económicos internacionales a la necesidad de devolverles el balance de manera efectiva a los estándares de vida entre los países es el signo más claro de esto. Pero debe advertirse también que en el título resuena la sensación de que un aumento de las desigualdades afecta a todos los países del planeta, y se está convirtiendo en un motivo de gran preocupación.

Por supuesto, estas dos perspectivas no son independientes. La extensión del comercio internacional, la movilidad del capital y el trabajo (sobre todo para los más hábiles), y la difusión de la innovación tecnológica han reducido parcialmente la brecha entre los países más ricos y los países en desarrollo. Pero, al mismo tiempo, también han contribuido a un cambio en la distribución del ingreso dentro de estas economías. El crecimiento económico mundial ha provocado que ciertas líneas de producción emigren de los países desarrollados a los emergentes, con el resultado de que la demanda de mano de obra no calificada se ha reducido drásticamente en los países más avanzados, lo cual ha llevado a una caída en su compensación relativa. La movilidad internacional de las habilidades cimeras y el crecimiento del comercio mundial han significado que en todo el mundo el extremo superior de la distribución salarial esté en consonancia con el de los países en los que las élites económicas son las mejor compensadas, y el flujo de ingresos del capital aumente más rápido en todas partes en contraste con el de la mano de obra. Naturalmente, otros factores influyen en la desigualdad, tanto a nivel nacional como internacional: el progreso tecnológico, la capacidad local para el crecimiento económico, las estrategias específicas para el desarrollo e, incluso, la política de redistribución a través de impuestos y transferencias de riqueza. No obstante, al final, ¿qué tan grande ha sido el papel desempeñado por la globalización?

El objetivo de este libro es arrojar luz sobre la relación entre la globalización y la desigualdad al distinguir cuidadosamente entre la desigualdad global y la nacional, prestando especial atención a las causas de las dos tendencias predominantes y examinando las políticas que, en potencia, podrían hermanar la igualdad, una mayor eficiencia económica y la globalización.

En la actualidad, la cuestión de la desigualdad de ingresos ha vuelto a ser el foco de atención para los economistas, los investigadores en ciencias sociales y el mundo político. Durante los últimos años, el aumento de la desigualdad en algunos países, en particular los Estados Unidos, ha sido objeto de inspiración para varios libros importantes; entre ellos sería difícil exagerar la importancia de dos libros recientes, uno escrito por Joseph Stiglitz y otro por Thomas Piketty, cuyo éxito es una clara señal del creciente interés público en el tema de la desigualdad. Si bien pocos libros abordan directamente la desigualdad del ingreso mundial, con la excepción de Worlds Apart, de Branko Milanovic, muchos han analizado las desigualdades de desarrollo entre países o regiones, las cuales son los principales determinantes de la desigualdad a nivel mundial. Una de las contribuciones de este libro es que combina los dos niveles de análisis al examinar de cerca el grado en que las desigualdades entre y dentro de los países se han vuelto sustitutas una de la otra en el proceso de globalización y los peligros que puede causar una situación de este tipo. La pregunta central es si el aumento de la desigualdad observada en los Estados Unidos, en algunos países europeos y en algunos países emergentes puede considerarse como la consecuencia de un proceso de globalización que, al mismo tiempo, ha reducido drásticamente las diferencias de ingresos entre los países desarrollados y en desarrollo. ¿Acaso disminuir la desigualdad entre los países ayuda al aumento de la desigualdad dentro de las naciones?

Algunas personas podrían descartar por completo el tema de la desigualdad argumentando que, puesto que todos los miembros de una sociedad tienen lo suficiente para vivir y con el tiempo aumentan su bienestar, entonces ¿por qué preocuparse si el progreso es más rápido en la parte superior que en la parte inferior o en el medio? Mientras la desigualdad per se no tenga un impacto directo e importante en el progreso económico, es un problema que debe dejarse a los filósofos. Los defensores de este punto de vista también insistirían en que, a pesar de ser más desiguales que otros, algunos países han sido capaces de crecer igual o más rápido que otros… incluso en tiempos de creciente desigualdad. Por supuesto, los Estados Unidos son el ejemplo arquetípico de un país así.

Otros podrían cuestionar la definición de la desigualdad y distinguir entre los ingresos y las oportunidades. Ellos sostendrían que la desigualdad de ingresos no importa, siempre y cuando la gente tenga más o menos las mismas oportunidades de volverse rica. Si todo el mundo tiene las mismas oportunidades de ser Bill Gates, Warren Buffett o Lady Gaga, entonces no importa si los ingresos anuales de Gates, Buffett o Lady Gaga son 300 o 3 000 veces más grandes que los de alguien que trabaja en McDonald’s.

Estas cuestiones serán discutidas con cierta profundidad más adelante en el libro, donde se mostrará que la desigualdad excesiva tiene efectos negativos en la eficiencia económica y en el bienestar individual. Sin embargo, en esencia, la apropiación exclusiva del progreso económico por parte de una pequeña élite, después de un tiempo y más allá de un umbral específico, necesariamente habrá de socavar la estabilidad de las sociedades. Si, en efecto, se percibe que la globalización beneficia exclusivamente a aquellos con los mejores ingresos —como en los Estados Unidos, donde el ingreso real medio y los ingresos inferiores apenas han cambiado en los últimos 30 años—, entonces, en algún momento, es probable que la globalización y el modelo económico detrás de ésta se enfrenten a una creciente oposición política y sean suspendidos mediante diversos tipos de proteccionismo y a través de otras medidas intervencionistas. Entonces, los beneficios generales llevados a un país por la globalización se perderían. Occupy Wall Street en los Estados Unidos o los Indignados en España pueden haber sido precursores de este movimiento general, y si la desigualdad sigue aumentando llegará el punto en el que incluso una recesión económica menor detone grandes trastornos sociales. No se sabe dónde se encuentra este punto de inflexión, pero hay un riesgo definido en ignorar ese peligro, y tanto la sociedad como la economía experimentarían graves consecuencias negativas mucho antes de llegar a ese punto.

Este libro, intencionalmente, no se limita al estudio de la desigualdad nacional en un pequeño número de países o una sola región del mundo. Examina el papel desempeñado por diversos factores comunes en todos ellos, como la globalización, y a continuación busca aquéllos específicos de la evolución de la desigualdad dentro de países esencialmente muy diferentes.

El libro se divide en cinco capítulos. La reciente evolución de la desigualdad en el mundo, es decir, la brecha abierta entre todos los ciudadanos del mundo, es un buen punto de partida, ya que combina la desigualdad en los niveles de vida entre las naciones —es decir, la diferencia entre países ricos y pobres— con la desigualdad dentro de las naciones —es decir, la diferencia entre ricos y pobres dentro de los países—. El hecho de que sus tendencias generales hayan cambiado de dirección marca un punto de viraje histórico. Éste será el tema central de mi primer capítulo.

El segundo capítulo estudia el desarrollo de las desigualdades económicas nacionales, y el regreso, en una serie de países (entre ellos muchos países desarrollados), de ciertas dimensiones de la desigualdad a niveles que no habían existido desde hace varias décadas. ¿Cuáles son las causas de este retroceso? ¿Debemos buscarlas en el contexto de la globalización, o son, de hecho, específicas de cada nación? Estas preguntas son el principal tema del tercer capítulo.

Los dos últimos capítulos son tanto prospectivos como prescriptivos. La intención es la de anticipar algunas tendencias clave en el futuro de la economía global, incluyendo factores demográficos, y averiguar qué importancia podrían tener en el futuro de la desigualdad. La clave será entonces identificar las políticas económicas y sociales más adecuadas para preservar la convergencia de los niveles de vida entre países, al tiempo que se interrumpe el deterioro de la distribución del ingreso nacional. Aunque sobre el papel aún parece que fuera posible redistribuir los productos de la actividad económica y evitar que empeoren las desigualdades, no debemos olvidar que cualquier redistribución tiene costos económicos potencialmente significativos y que estaría sujeta a restricciones políticas que no pueden ser ignoradas.

Al final presento algunas conclusiones que ofrezco a las élites gobernantes, a los partidos políticos, a la sociedad civil y a los ciudadanos en general acerca de lo que debe hacerse para crear una economía global que sea justa y eficiente tanto a nivel nacional como internacional.

Me esfuerzo por abordar todas estas cuestiones de una manera concisa y no técnica. Los temas examinados en este libro son de gran importancia para la comprensión de nuestras sociedades y su futuro. Puesto que en ocasiones encierran cierta complejidad analítica, es crucial volverlos accesibles a un público amplio. Espero que este libro contribuya a ese objetivo.

 

 

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