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1816 Ensayo sobre tácticas parlamentarias. Jeremías Bentham.
Discurso preliminar [Esteban Dumont]
Desde que fue conocido el título de la presente obra, tuvo censores y apologistas. La voz Táctica, decían unos, envuelve algo de insidioso; y se discurrirá que ella enseña el arte de revolver en una asamblea política, de seducirla, o convertirla en instrumento de las miras de un hombre o de un partido. Consérvese esa palabra, decían otros, supuesto que ella en su verdadero sentido expresa cabalmente lo que se quiere decir. No debe detenernos su acepción vulgar, la cual picará la curiosidad de un cierto número de lectores, que se figurarán hallar la idea del Príncipe de Maquiavelo.
He conservado el título, pero no por atraer a los que busquen el arte de los ardides políticos en las asambleas. Les advierto que no hay cosa ninguna más contraria al objeto de esta obra. Tomada la táctica en el sentido de ellos, sería el arte de formar y dirigir un partido, de emplear hábilmente medios de corrupción, de sorprender con inopinadas proposiciones la asamblea, de ponerla bajo la dominación del miedo cuando quieren conseguir algo repentinamente, de dar un aspecto odioso a sus adversarios por medio de falaces imputaciones, arrastrarlos a varios excesos para utilizarse de sus yerros, disponer diestras diversiones cuando no se reconocen los más fuertes, aparentar controvertir un punto para obtener otro, y conseguir sus fines con una perfecta indiferencia sobre los medios. Es un complejo de sofismas, corrupción, violencia y fraude. Tanto se parece semejante táctica a esta, como los venenos a los alimentos.
Esta obra ha de ser útil a todos los gobiernos, sin exceptuar los más absolutos, puesto que en todos ellos hay cuerpos y consejos, que se juntan para formar resoluciones, y que por consiguiente tienen necesidad de conocer el arte de deliberar. Pero va destinada más especialmente a los estados monárquicos y mistos que tienen consejos representativos, en los cuales sobre todo importa estudiar el arte de dirigir las operaciones de una numerosa asamblea.
El reglamento interno de un congreso político es un ramo esencial de la legislación. Ningún escritor se ocupó hasta ahora en esto expresamente. Así la presente materia es tan antiquísima como novísima; antiquísima en la práctica, y novísima en la teórica; y aun tan nueva bajo este aspecto, que carece todavía de una denominación especial, y ha sido preciso inventar una expresión para designarla.
Si se abandonó este ramo de legislación, dimanó de no haberse conocido su importancia. No comprendieron suficientemente el influjo que el modo adoptado para las operaciones de una asamblea había de ejercer sobre las operaciones mismas. Son unas formalidades, dijeron; y para los espíritus superficiales esta palabra formalidad deprime inmediatamente la majestad del objeto. Algunas formalidades son menudencias o pedanterías, y las desprecia el que piensa con grandeza.
Si pudiéramos formar puntualmente la historia de muchos cuerpos políticos, veríamos que uno se conservó y otro se destruyó por la única diferencia en sus modos de deliberar y obrar.
Afianzar la libertad de todos los miembros, ayudar la memoria, disponer en un orden correspondiente las cuestiones que se tratan, presentar una discusión metódica, llegar por último a la fiel expresión de la voluntad general, y perseverar en sus empresas; estas son las condiciones necesarias para la conservación de una asamblea política. De tres peligros inminentes que constantemente la rodean tiene que precaverse; la precipitación, la violencia y el fraude. Dos enemigos mayores tiene siempre a sus puertas: la oligarquía, con la que el corto número domina los deseos de la mayoría, y la anarquía, por la cual, celoso cada uno de su independencia, se opone a la formación de un deseo general. ¿Cuáles son los medios defensivos de una asamblea política, si la asaltan todos estos peligros? No tiene otro que su sistema interno, que pueda salvarla en cuanto que él imponga habitualmente al cuerpo entero la necesidad de la moderación, la reflexión y la perseverancia.
Si fueron tan débiles e ineficaces los antiguos Estados generales de Francia, fue porque nunca supieron establecer para sí una buena policía, ni buena forma de deliberar, y por consiguiente nunca pudieron formar una verdadera voluntad general. Los diferentes brazos tenían que reproducir por entero sus opuestas pretensiones a cada nueva reunión, y con las mejores intenciones se inhabilitaban para obrar por su desorden interior. Semejantes Estados formaban mas bien una batahola que un congreso político; y con dos palabras se puede expresar su verdadero carácter: fogosidad para lo presente, y falta de previsión para lo futuro. El patriotismo sin una buena disciplina tiene tan poca suerte en una numerosa asamblea, como el valor en los campos de batalla. Este es suficiente para conseguir un triunfo instantáneo: pero hay necesidad de otras muchas prendas para afianzar aciertos permanentes.
El parlamento de Inglaterra, menos poderoso en su origen que los Estados generales, pero más regular en su creación, ha sabido conservarse en medio de las tempestades y reinando los príncipes más absolutos.
No se halló en las selvas este sistema, como lo dice Montesquieu, ni se formó de una vez; sino que fue el fruto de la experiencia, y se perfeccionó en cuantas tentativas hicieron para destruirle.
Entre tantos escritos como dieron a conocer la constitución inglesa y no cesaban de ensalzarla, es de extrañar que ninguno de ellos hubiese tomado por materia de sus elogios una de sus partes menos conocidas y más estimables, el gobierno interior del parlamento, y las reglas a que se ha sujetado en el ejercicio de sus poderes. Estas formalidades sin embargo han tenido el mayor influjo en la conservación y aumento de la libertad nacional. El árbol entero se atrajo las miradas de todos al estar crecido ya; pero sin dirigirse la atención hacia su primer cultivo en el cercado que sirvió para proteger su debilidad, hasta que echase raíces suficientemente profundas para resistir a las tempestades.
Este sistema de policía interior no se halla inserto en código ninguno, sino que se ha formado con la práctica, conservado por medio de la tradición, y variado poquísimo casi de un siglo a esta parte.
La obra de Bentham es en gran parte una copia de este modelo; porque notando lo que se practicaba en el parlamento de Inglaterra, dedujo de ello una teoría. No es, pues, esta una tarea en que la invención haya tenido suma parte; pero cuanta menos invención hay, tanto mayor es su seguridad: lo cual es una bellísima respuesta a los que han acusado a este autor de aficionado a innovaciones. Desde que halló establecido un sistema, que corresponde plenamente con el fin, le destinó para basa de sus observaciones con tanto gusto y confianza como si hubiera sido su inventor.
Verdad es, sin embargo, que se apartó del método inglés en ciertos casos, por no haberle parecido siempre el mejor posible, con especialidad para una asamblea de nueva creación. Para trasplantar un sistema entero con éxito feliz, seria menester aclimatar al mismo tiempo muchas cosas accesorias, y algunas costumbres tan especiales que sirven de correctivo a las imperfecciones. Hay cierta práctica, por ejemplo, que no produce notables inconvenientes en Inglaterra, porque se formó una rutina que enseña a evitarlos, o los reduce a casi nada. Trasládese la misma práctica a otra asamblea cuya constitución no sea la misma o que sea nociva todavía, y se experimentará todo el mal del inconveniente, sin conocer los medios de desterrarle.
¡Cuántas dificultades no se evitan en el parlamento británico con la reunión de los miembros bajo las banderas de los dos partidos! Esta división misma de la asamblea en partidos está sujeta a grandes inconvenientes; pero es innegable que ella da un curso mas expedito a los negocios, e impide una infinidad de proposiciones discordantes. Los jefes de ambos partidos se convierten en celadores activos, que se observan recíprocamente, usan de perseverancia en lo resuelto, y computan los medios del acierto. Bajo este aspecto deja de ser un malla ausencia habitual de las cinco sextas partes de la asamblea, que las llama cuando las cree necesarias, y cuando no, pone de centinelas a los directores dejando vacar a los demás a sus negocios o a sus placeres.
Pero en una asamblea que no tuviera estos estandartes de partidos, seria de temer mucho que careciesen de consecuencia y regularidad sus resoluciones: unas veces la actividad del mayor número sería perjudicial por la confusión que introduciría, otras la falta de concierto haría malograrse las mejores deliberaciones, o daría lugar a fatales sorpresas. Luego es preciso que el reglamento hecho para una asamblea novicia prevea muchas dificultades que no se presentan jamás en un congreso antiguo.
No habría más grave error que el prometerse los saludables efectos del régimen inglés con solo abrazarle. No siempre la imitación es semejanza en materias políticas.
Esta conformación exterior de gobierno no constituye más que una máquina que se asemeja en la apariencia, y a la que le falta el principio vital.
Los que se fundan en la prosperidad de Inglaterra para proponer sus instituciones como un modelo universal, raciocinan malísimamente. Suponen que ella no hubiera podido prosperar en el mismo grado bajo un régimen diferente por mil títulos; pero lo suponen sin prueba. Para deducir una conclusión legítima, es menester mostrar que existe un enlace necesario entre tal o cual grado de este régimen, y la prosperidad del país. Fuera de esto, semejante admiración, tan trivial y fácil, no es mas que una frívola y perjudicial declamación. Este tono de entusiasmo, y las alabanzas absolutas, forman solo malas cabezas, y no conducen mas que a malas imitaciones.
Debo añadir aquí que en el corto número de casos en que se desaprueba la práctica inglesa, estoy bien lejos de concluir que convendría a los ingleses el mudarla.
Cuando las cosas han formado una cierta rutina, convendrá mas en general seguirla que mudarla con otros estilos que serían preferibles si se hubiese de comenzar; pero cuando todos los sistemas son igualmente nuevos, seria cosa absurda no elegir el mejor.
Con motivo de cada regla, hubiera deseado yo ciertamente presentar las diversas prácticas de los pueblos que tuvieron asambleas deliberantes, y querido transportar a los lectores a Atenas, Roma, Venecia y demás repúblicas de Italia; pero son muy defectuosos mis conocimientos sobre sus prácticas interiores. Los historiadores omitieron estas particularidades; sea que no las tuviesen por necesarias para sus contemporáneos que la conocían, o más bien que no sospechasen su valor.
Los que dirijan los negocios, no ignoraban el influjo de estos estilos, ni el uso que podía hacerse de ellos para dominar. El senado de Roma se servía de semejantes estilos como arte, para conservar y extender su poder; pero cuanto ha podido recogerse de su práctica está bien distante de formar un sistema completo; y en el sistema legislativo de la república romana hay dificultades que las mas doctas investigaciones no han podido aclarar.
No ha de comprenderse en la reconvención que aquí hacemos a los historiadores el elocuente y profundo autor de la Historia de la Anarquía de Polonia, Mr. Rulhiere. Al contemplar este las desgracias de aquella república singular, que no careció de virtudes eminentes, nobles ejemplos, y patricios hábiles que habían previsto la ruina del estado y concebidos arbitrios para salvarle, acabó reconociendo que el principio de todos los males estaba en las formalidades mismas de la deliberación, formalidades viciosas que impedían la creación de un voto común, y que en cualquier Estado a que las hubiesen transplantado hubieran connaturalizado la anarquía.
Capítulo 1
Materia de la obra
La voz táctica, tomada del griego, y familiar por su aplicación a un ramo del arte militar, significa en general el arte de poner en orden. La misma voz puede servir para designar el arte de dirigir las operaciones de un cuerpo político, igualmente que el de conducir las evoluciones de un ejército.
Orden supone fin. La táctica, pues, de las asambleas políticas es la ciencia que enseña a dirigirlas hacia el fin de su institución, por medio del orden que ha de observarse en sus pasos.
El fin, en este ramo de gobierno como en otros muchos, es de naturaleza negativa, por decirlo así. Se trata de evitar los inconvenientes e impedir las dificultades que han de originarse de una gran reunión de hombres llamados a deliberar en común. El arte del legislador se limita a desterrar cuanto pudiera perjudicar al pleno ejercicio de la libertad e inteligencia de aquellos.
El bien o mal que una asamblea puede hacer depende de dos causas generales. La más palpable y eficaz es su composición, y la otra su modo de obrar. Entre estas dos sea que no las tuviesen por necesarias para sus contemporáneos que las conocían, o mas bien que no sospechasen su valor.
Los que dirigían los negocios, no ignoraban el influjo de estos estilos, ni el uso que podía hacerse de ellos para dominar. El senado de Roma se servía de semejantes es causas, únicamente la última pertenece a nuestro asunto; la composición de la asamblea, número y calidad de sus individuos, su método electivo, y sus relaciones con los ciudadanos o con el gobierno, todo esto es de la jurisdicción de la constitución política.
Me ceñiré a decir sobre este grande objeto, que la composición de una asamblea legislativa será tanto mejor cuantos más puntos de contacto tenga ella con la nación; es decir, cuanto más parecido sea su interés al de la comunidad (1).
En un tratado de táctica se supone una asamblea enteramente formada; y no se ocupa más que en el modo con que ha de obrar para dirigir sus operaciones.
Pero hay puntos sobre los que puede dudarse si pertenecen a la parte constitucional o a la táctica; por ejemplo, si todos los miembros tendrán los mismos derechos, o si estos se repartirán entre ellos, de manera que los unos tengan el de proponer, y los otros el de declarar sobre una proposición hecha ya; los unos el de deliberar sin votar, y los otros el de votar sin deliberar; si sus deliberaciones han de ser públicas; si ha de permitírseles que se ausenten, y en caso de ausencia, si los derechos de un individuo serán transmisibles a otro; si la asamblea ha de permanecer una siempre, o ha de estar obligada o autorizada a subdividirse.
He dado entrada en mi asunto a estas cuestiones, por haberme parecido que su examen está indinamente enlazado con el de las mejores reglas que han de seguirse en una deliberación.
Nota:
(1) Cuatro condiciones se requieren para infundir a la nación confianza permanente en una asamblea que piensa representarla: 1o una elección directa; 2o la amovilidad; 3o ciertas condiciones para ser elector o elegible; 4o un número proporcionado a la extensión del país. Las cuestiones de las particularidades sobre estos cuatro puntos son muy multiplicadas.
La elección ha de ser directa. Si pasa por muchos grados, el pueblo, que no elige mas que a electores, no puede mirar como obra suya a los diputados elegidos; y no se une a ellos por el afecto de la elección, ni por la idea del poder. Los elegidos no dependen del pueblo por gratitud, ni por responsabilidad. No hay unión entre las clases superiores e inferiores, y queda imperfecto el vínculo político.
La amovilidad es absolutamente necesaria. ¿Qué es una elección? una solemne declaración de que cierto sujeto goza actualmente de la confianza de sus comitentes. Pero esta declaración no encierra una virtud milagrosa que afiance el genio y futuras acciones de semejante sujeto. Es un absurdo hacer proferir a todo un pueblo esta grave necedad: "Declaramos que estos quinientos individuos que ahora tienen nuestra confianza, la tendrán igualmente en todo lo restante de su vida, hagan lo que quieran."
Las condiciones que han de exigirse son de una naturaleza mas dudosa. Las pecuniarias para ser elegible se fundan al parecer en una general desconfianza contra los sujetos que no pueden presentar la prenda de una propiedad, y los consideran como menos afectos a la conservación del orden establecido, o como menos incorruptibles. Las condiciones requeridas para ser elector, llevan el objeto de no conferir un poder político a los que se suponen incapaces de ejercerle con inteligencia o probidad. Es una precaución contra la venalidad, la ignorancia, y la cábala.
El número es una consideración de mayor gravedad. El ministerio legislativo exige prendas y virtudes que no son comunes, y que por desgracia apenas se hallan en una numerosa reunión de individuos. La legislación requiere una variedad de conocimientos locales que no puede conseguirse mas que en un crecido cuerpo de diputados escogidos en todas las partes del imperio. Es necesario que puedan conocerse y ventilarse todos los intereses.
La legislación no es capaz de una responsabilidad directa. Una pequeña junta de legisladores puede tener intereses particulares, y hacer leyes contra el interés general. Fácil seria al poder legislativo el someter a su Influjo la mayoría; pero el número es un preservativo contra este peligro. Un cuerpo numeroso de legisladores amovibles participa mucho del interés común para apartarse de él por largo tiempo, pues recaerían sobre ellos mismos las leyes opresivas, y hasta las rivalidades que se forman en una asamblea son la salvaguardia del pueblo.
Últimamente, si el número de los diputados fuera cortísimo, la suma extensión de los distritos electorales haría embarazosas las elecciones; y reduciendo casi a nada el valor de un voto, disminuiría proporcionalmente la autoridad de los electores sobre sus diputados, al mismo tiempo que aumentaría el valor relativo de las funciones, hasta el grado de exponer las elecciones a las intrigas y más violentas contiendas.
Otras tres condiciones son necesarias para formar un gobierno representativo; la publicidad de las sesiones, la libertad de imprenta, y el derecho de petición.