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1978 Imperialismo y dependencia. Theotônio dos Santos.
2.1 IMPERIALISMO Y DEPENDENCIA
PLAN GENERAL DE LA OBRA
Imperialismo y dependencia analiza la crisis y desintegración del período imperialista de la posguerra, bajo la hegemonía de los Estados Unidos, y los proyectos en lucha para la reconversión de la economía mundial. Esta es vista como articuladora de tres grandes formaciones sociales que incluyen los centros y periferias del capitalismo y el socialismo. Los Estados Unidos y sus empresas multinacionales ejercen un papel clave en la coordinación de esta articulación que supone la autonomía relativa de las partes integrantes. Mientras la crisis de esa hegemonía, a partir del establecimiento, entre 1967-1973, de la fase b de un ciclo de Kondratiev, abre grietas profundas en esta articulación, amplía el grado de autonomía de las partes integrantes y el espacio para la ofensiva socialista y nacionalista. La prospección de las alternativas que se inician para la reconstrucción de la economía y el mapeo de las principales fuerzas sociales en formación constituyen uno de los puntos álgidos del libro y un indicador consistente de la metodología interpretativa que desarrolla.
El libro analiza además la crisis del pensamiento y de la ideología hegemónica estadounidense, formulando la crítica al keynesianismo, a la teoría del desarrollo y al pensamiento geopolítico de la Guerra Fría. Formula las bases de la teoría de la dependencia y la reivindica junto a la teoría de los ciclos largos como herramientas analíticas para la comprensión del funcionamiento de la economía mundial y de la constitución e integración de las periferias bajo el imperialismo y la hegemonía capitalista. El análisis de América Latina tiene un papel destacado, enfatizando sus características histórico-estructurales y etapas de desarrollo, en particular, las limitaciones de la dependencia industrial, que gana curso pleno en la posguerra.
El campo socialista merece gran atención del autor. Este es visto no como un bloque de naciones, sino como una fuerza global que se manifiesta bajo la forma de Estado, de fuerzas políticas e ideológicas o de movimientos sociales. Las experiencias de desarrollo socialista son analizadas en sus limitaciones concretas y señaladas las contradicciones entre las burocracias que la dirigen y su profundización en dirección al internacionalismo y al comunismo. De la misma forma, el autor se dedica al análisis de las principales fuerzas políticas e ideológicas del proletariado y apunta la construcción de su unidad en una perspectiva ofensiva como el gran desafío del socialismo y condición para su victoria e implementación.
2.2 LA ECONOMÍA MUNDIAL Y LA CRISIS DE LA HEGEMONÍA DE LOS ESTADOS UNIDOS
Para Theotônio dos Santos, la economía mundial surge en el siglo XVI, dirigida por el capital comercial y por el capital usurario, constituyéndose en condición indispensable para el desarrollo posterior del modo de producción capitalista. Dirigida por los grandes centros europeos, con vocación para la conquista del globo y la disolución de los modos de producción precapitalistas, esta economía mundial capitalista crea dos grandes tipos de formaciones: las centrales y las coloniales o dependientes.
Los centros combinan la asociación entre Estados y monopolios empresariales que articulan la división internacional del trabajo, reservando para sí mismos las actividades de mayor intensidad tecnológica y destinando las actividades complementarias a las periferias. La colonización corresponde a los períodos de acumulación originaria y establecimiento del mercado mundial, necesarios para el desarrollo de la Revolución Industrial e implementación del modo de producción capitalista en los países centrales.
El desarrollo de la economía mundial capitalista vuelve las historias nacionales profundamente diferenciadas de acuerdo con la posición jerárquica que una formación social nacional ocupa en la división internacional del trabajo. Los países centrales no representan modelos avanzados para las formaciones periféricas, ni pertenecen a otra temporalidad. Construyen su historia, simultáneamente a las periferias, a partir de la posición específica que adquieren en la economía mundial. Si en los centros el interés nacional se apoya en la economía mundial para establecer un desarrollo de las fuerzas productivas que les favorece, en las periferias se subordina a los condicionamientos de esta economía. El aumento del subdesarrollo que pasa a constituir las periferias exige como contrapartida la sobreexplotación del trabajo y torna la expansión de las fuerzas productivas mucho más contradictorias que en los centros, abriendo el espacio para que inicien la transición al socialismo. Se crea entonces una tercera formación, la socialista, que a partir de 1917 integra la economía mundial, disputando con el capitalismo su protagonismo, en la medida en que se constituye como la fase inicial de un modo de producción igualmente universalista: el comunismo. Este socialismo parte, sin embargo, de condiciones de escasez material, debiendo cumplir la misión de desarrollar la Revolución Industrial, tarea eminentemente burguesa –en la medida en que ésta constituye su base de fuerzas productivas–, lo que lo sitúa en condiciones muy específicas de acumulación primitiva, y le genera importantes distorsiones.
La economía mundial es dirigida por un país hegemónico que centraliza las tareas de su coordinación –como más adelante señalará la teoría del sistema mundial– y restringe su anarquía, impulsando ideologías, formas de dependencia y patrones de división internacional del trabajo determinados. Esta dirección es realizada por combinaciones específicas entre Estado y empresas que asumen formas particulares. Los países ibéricos, Holanda, Inglaterra y Estados Unidos se suceden en la gestión de la economía mundial y los períodos de desintegración de cada dirección son revolucionarios.
Theotônio dos Santos, en este libro, se preocupa especialmente del período que se constituye en la posguerra, bajo la hegemonía del imperialismo de los Estados Unidos. Esta etapa incorpora, bajo bases privadas, un nivel más avanzado de socialización de las fuerzas productivas que se expresa:
a) En el desarrollo de la concentración, centralización e internacionalización del capital mediante la afirmación de las empresas multinacionales.
b) En la ampliación del papel del Estado por medio de la proyección del liderazgo estadounidense en la economía mundial. Ésta se lleva a cabo a través de la difusión del keynesianismo, del establecimiento de un conjunto de instituciones multilaterales (Sistema de Bretton Woods, Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y GATT) y de iniciativas bilaterales (Plan Marshall, Punto IV, Alianza para el Progreso) que permiten la imposición del dólar como moneda mundial. Completa este cuadro la construcción de una red de poderes militares (OTAN, TIAR, etc.) e ideológicos (el integrismo en torno al liderazgo estadounidense para la defensa del mundo occidental) que posibilitan la ocupación disfrazada de países aliados, la desestabilización de procesos contrahegemónicos y la guerra en zonas periféricas y de vinculación geopolítica indeterminadas para contener la alianza de los movimientos de descolonización al bloque socialista (casos, en particular, de Corea y Vietnam).
c) En el proceso de una nueva fase de la división internacional del trabajo. Las corporaciones multinacionales son su célula y expresan el desarrollo de la revolución científico-técnica que convierte a la tecnología en obsoleta antes del agotamiento de su vida útil. Exportan maquinarias y materias primas industrializadas como capital, produciendo para el mercado interno de los países dependientes y apropiándose directamente de su fuerza de trabajo. Estos países, a su vez, mantienen una pauta exportadora intensiva en productos agrícolas y minerales.
Pero las contradicciones de la hegemonía estadounidense y del multinacionalismo comienzan a evidenciarse en los años 60. Ellas son la expresión, según Dos Santos, de la contradicción entre el monopolio y la internacionalización de las fuerzas productivas o, de una forma más general, de la contradicción entre sus bases privadas y su socialización creciente. La inversión extranjera aproxima la frontera tecnológica de los países centrales a la del hegemón y les permite impulsar su sistema de innovación. La recuperación económica de Europa occidental y de Japón posibilita el desarrollo de sus propias corporaciones multinacionales que pasan a disputar mercados internacionales. La moneda del país hegemónico, el dólar, al valorizarse, produce déficits en la cuenta corriente, limita sus exportaciones, eleva costos de producción y estimula la fuga de capitales hacia otras regiones. Los países dependientes, a su vez, al basarse en la sobreexplotación del trabajo, tienen restringidas sus posibilidades de apropiarse de la difusión tecnológica. Se especializan en productos no competitivos con los de los países centrales, pero las limitaciones de su mercado interno los impulsan a las exportaciones de productos manufacturados, creando una superposición parcial con la especialización tecnológica de aquellos.
Es en este contexto que surge, a partir de 1967-1973, la crisis de la economía mundial con el establecimiento de la fase recesiva del ciclo de Kondratiev. Su superación exigía la construcción de una nueva división internacional del trabajo donde se lanzan tres grandes fuerzas sociales: el multinacionalismo, que apoyado en el neoliberalismo, profundiza las contradicciones entre las corporaciones multinacionales y la economía dominante, los Estados Unidos; el socialismo que, según el autor, como formación social se encontraba en expansión desde 1917, pero que como movimiento social y político necesitaba lograr la unidad en los países capitalistas entre fuerzas comunistas, socialistas, socialdemócratas, neopopulistas, socialcristianas y anarquistas para poder implementar un programa de superación del capitalismo y de transición a una formación social superior; y el fascismo, que surgiría como reacción nacionalista y localizada al neoliberalismo –sin mayores perspectivas globales– o en combinación con éste para detener el avance de las izquierdas.
Para el autor, la crisis de largo plazo tendería a aproximar las diversas fuerzas sociales y políticas que representaban las clases trabajadoras, pero para que éstas se unificasen en torno a un programa de transición al socialismo deberían superar varios obstáculos que confrontaban esta posibilidad. El primero, la tradición divisionista y sectaria que se impuso en los países centrales durante la Guerra Fría y que opuso a comunistas, de un lado, y a socialistas y socialdemócratas, del otro. El segundo, el antiinstitucionalismo de la nueva izquierda que surgió, al final de los años 60, como resultado de sus críticas a las burocracias sindicales y políticas y a la orientación reformista que ésta imprime a los partidos socialdemócratas, socialistas y comunistas. El tercero, las limitaciones que la burocracia estatal de los países socialistas estableció para el desarrollo de la revolución socialista. El socialismo, apunta Theotônio dos Santos, es expresión de las condiciones concretas en que surge y no de la aplicación mecánica de ideas puras. El hecho de emerger en condiciones muy atrasadas de desarrollo de fuerzas productivas hizo que se restringiese la absorción del Estado por la sociedad, que caracteriza la dictadura del proletariado según Marx, y que se cristalizase en el aparato administrativo una burocracia con intereses contradictorios. Si de un lado ella impuso la propiedad colectiva de los medios de producción y la planificación sobre el mercado, de otro lado restringió el avance del proceso revolucionario, oponiéndolo a los intereses de Estado, al asumir las tesis del socialismo en un solo país o región, que en realidad lo limitaba también internamente, al mantener y profundizar las desigualdades sociales asociadas a una dirección jerarquizada. En el plano internacional, la acción de esta burocracia confundió la búsqueda de una política de paz y de coexistencia pacífica con el ablandamiento de la lucha de clases, pretendiendo convertir la transición al socialismo en un ejercicio de superioridad económica sobre las economías nacionales capitalistas, lo que llevó incluso a disputas nacionales entre intereses estatales socialistas distintos, cuya mayor expresión fueron las tensiones chino-soviéticas. Entre tanto desarrolló también la cooperación entre los países socialistas, lo que permitió a un país como Cuba contar con el apoyo militar y económico para desplegar la transición al socialismo con menores dificultades.
En el balance de las fuerzas socialistas que realiza entonces, el autor considera posible, aunque no probable, el avance en un nivel que imponga su protagonismo en la economía mundial e impida la superación por el capitalismo de la crisis de largo plazo en que ingresa a partir de 1967. El desarrollo de las fuerzas productivas en los países socialistas y el hecho de no generar los ciclos de Kondratiev eran razones para tener optimismo, pues les permitiría ejercer una importante ofensiva en la economía mundial. Esta ofensiva debería combinar tres tipos de actuación: el avance del movimiento revolucionario en los países centrales, el despliegue del intercambio solidario entre los países socialistas y el aumento de la integración económica de los países socialistas con la economía mundial capitalista. Esta integración haría concesiones a la economía de mercado, pero les permitiría, por otro lado, impulsar la base científico-tecnológica instalada para profundizar el desarrollo tecnológico, diferenciar el consumo y aumentar el tiempo libre, posibilitando un nivel de participación popular capaz de restringir la acción de la burocracia y transferir la dirección estatal a la propia sociedad, factor decisivo para el desarrollo del socialismo. Pero todavía las fuerzas revolucionarias y unificadoras eran minoría en el ámbito de la economía mundial y dispondrían de tiempo relativamente limitado para imponer su hegemonía internacional, pues la depresión capitalista alcanzaba sus niveles más profundos, tendía a desorganizar las instituciones del proletariado y crear las condiciones para una nueva ofensiva imperialista.
El multinacionalismo, según Theotônio dos Santos, podría liderar la reorganización de la economía mundial si reestructurase la división internacional del trabajo, basándose para eso en un nivel mucho más avanzado de capitalismo de Estado. La producción sería reorientada para el mercado internacional y para esto el multinacionalismo se apoyaría en el neoliberalismo impulsado desde el Estado. Se trataría de crear nuevos mercados para los grandes conglomerados y sus filiales, una vez que el desarrollo de la revolución científico-técnica había roto la relación positiva con el multiplicador keynesiano y que las escalas tecnológicas de las inversiones en los países dependientes chocaban con los límites de la sobreexplotación de la fuerza de trabajo. El autor señalaba el hecho de que este movimiento provocaría no sólo contradicciones interimperialistas, sino también en el interior del bloque capitalista estadounidense, madurando a largo plazo las condiciones para una ofensiva revolucionaria. La apertura del mercado estadounidense profundizaría los déficits comerciales y en cuenta corriente de la balanza de pagos, destruiría parte de la burguesía orientada al mercado interno, elevaría el desempleo y reduciría los salarios de los trabajadores. Las transferencias de tecnología para otros centros se intensificarían y debilitarían la hegemonía estadounidense que se conjugaría con el surgimiento de subpotencias regionales, hacia las cuales serían dirigidos los sistemas tecnológicos más atrasados. Tales saltos tecnológicos en los países dependientes priorizarían la producción de partes y componentes, y de materias primas industrializadas para los países centrales, profundizarían la sobreexplotación del trabajo y buscarían evitar el desarrollo del sector I, productor de maquinarias, pues esto haría de la dependencia una expresión puramente política y materialmente innecesaria. El nuevo grado de internacionalización capitalista, sin embargo, profundizaría la contradicción entre la integración mundial y sus bases privadas y no conseguiría evitar por completo la tendencia a la difusión del sector I, incluso mediante su fragmentación mundial. Tal contradicción establecería los términos de la paradoja de la dependencia, donde al mismo tiempo en que ésta aumenta, se disminuye la necesidad objetiva de ella, desarrollándose simultáneamente en el proceso de internacionalización su cara dependiente y su cara liberada.
De esta forma, se crearían las condiciones para la articulación entre procesos revolucionarios en los países dependientes y en los países centrales. En los países dependientes, el aumento de la interdependencia y de la sobreexplotación del trabajo abriría el espacio para una ofensiva socialista que tendería a expandirse desde el punto de vista regional y afirmar la soberanía económica, política e ideológica en un espacio mundialmente integrado. En los países centrales, la utilización del trabajo sobreexplotado de las periferias como instrumento de reducción salarial reorientaría las bases de la nacionalidad, oponiendo el liderazgo ideológico ejercido por las corporaciones multinacionales a los movimientos sociales, lo que permitiría liberar a los trabajadores de la subordinación ideológica al imperialismo. Frente al crecimiento molecular o concentrado de la ofensiva popular, el multinacionalismo se aproximaría tendencialmente al fascismo como alternativa para su sustentación, combinándolo con el neoliberalismo. Se trata, sin embargo, de un fascismo sin grandes movimientos de masa y apoyado en el Estado en razón de la progresiva desaparición de la pequeña burguesía. Su capacidad de movilización variaría de acuerdo con sus posibilidades de activar una cultura imperialista y chovinista y, con ella, un creciente lumpemproletariado. El autor indica la experiencia chilena como precursora del desarrollo de este fascismo estatal.
Una evaluación contemporánea del análisis prospectivo de la economía mundial por Theotônio dos Santos, en los años 70, evidencia su impresionante actualidad. Consideramos relevante destacar los siguientes puntos:
- Entre 1967-1973 se abrió de hecho una crisis cíclica de largo plazo, con las características mencionadas por el autor, que apenas será superada a partir de 1994. La recuperación se estableció por los caminos que el autor juzgó como más probables: liderada por el multinacionalismo que profundizó las contradicciones con la economía dominante al apoyarse en el neoliberalismo y en el desarrollo del capitalismo de Estado. Este paroxismo detectado por el autor es clave para comprender el período en que vivimos. A través del neoliberalismo, las corporaciones multinacionales profundizan la crisis de la balanza de pagos de los Estados Unidos, pero dependen de su liderazgo estatal y del apoyo del capitalismo de Estado para imponer su plan estratégico global, obtener ventajas frente a la competencia y establecer su dominación sobre los demás grupos y clases sociales.
- Las crisis de legitimidad generada por esta alternativa, en función de la profundización de las contradicciones del multinacionalismo con otros segmentos sociales y de su impulso a la crisis hegemónica y a las tensiones interimperialistas, han llevado a la creciente aproximación entre neoliberalismo y fascismo. Esta aproximación tiene su mejor expresión en el gobierno de George W. Bush, donde la cultura del terror impulsada por el capitalismo de Estado y la defensa del “libre mercado” y de la competencia se vinculan de forma umbilical. A través de esta fusión, segmentos más imperialistas de la alta burguesía estadounidense buscan imponer por la fuerza sus intereses internacionales y rechazar internamente la agenda de la inclusión social.
- Las fuerzas socialistas están de hecho en avance secular desde 1917. Este avance aparece bajo la forma combinada de movimientos sociales revolucionarios, integración económica de los Estados socialistas en la economía mundial y del desarrollo de su intercambio político. Sin embargo, la dialéctica de este avance puede traer como consecuencia violentas tensiones entre sus partes, llevando a importantes disoluciones para que nuevas etapas de desarrollo sean alcanzadas. La experiencia del socialismo en un solo país o región se tornó insustentable para enfrentar los desafíos del capitalismo globalizado. La satelitización de los partidos comunistas occidentales por el soviético y su control por los intereses nacionales de esta burocracia exigieron la liquidación de este paradigma, falsamente interpretado por los liberales y conservadores como una derrota definitiva del socialismo. En este sentido, el autor señala las contradicciones entre las burocracias –en particular la soviética– y los intereses de conjunto de los trabajadores como un importante conflicto en el seno del movimiento socialista y sitúa de manera acertada, entre las condiciones para su superación, la capacidad de esta burocracia de liderar un desarrollo de las fuerzas productivas que le permita acumular ventajas en la economía mundial frente al capitalismo. Es verdad que en el análisis que entonces hacía Dos Santos hubo una sobreestimación de las posibilidades de la burocracia soviética en cumplir este papel. Esta se comprometió con el estancamiento de la economía al no ser capaz de conciliar la propiedad colectiva de los medios de producción con la democratización de la gestión, impulsada por el paradigma tecnológico microelectrónico emergente en los años 70.
- La combinación, como estrategia de avance socialista, entre movimiento social revolucionario, integración económica de los Estados socialistas en la economía mundial capitalista y el desarrollo de su intercambio político, mencionada por el autor, supone la autonomía relativa de estas formas y, con esto, la incapacidad de derrotar el sistema capitalista por vías que sean exclusivamente económicas o políticas. El desafío que la transformación socialista debe lanzar al capitalismo es el de articular varias formas de lucha, esto es, económicas, sociales, políticas e ideológicas que se desarrollan en la economía global, pero que de forma aislada asumen un carácter limitado y contradictorio con las metas de avance más sustantivo contra el actual sistema mundial. El capitalismo mundializa el desarrollo desigual y combinado, y con él la acumulación de contradicciones en las periferias avanzadas del sistema. El socialismo que emerge en estas regiones tiene el desafío no solo de erradicar la pobreza y la sobreexplotación del trabajo, sino el de superar la condición periférica. La integración a la economía mundial capitalista y la formulación de un “socialismo de mercado” que se establece en un país como China, restringe, desde el punto de vista local, ciertos avances socialistas que se alcanzaron en la etapa inicial, como el grado de extensión de la propiedad colectiva de los medios de producción, pero desde el punto de vista sistémico esta integración cuestiona la división entre centro y periferia, que es estructural para el desarrollo del capitalismo, sobre todo cuando, como en este caso, se trata de la emergencia de países continentales de vasta base demográfica. Por otro lado, los movimientos sociales que no lograron apropiarse del Estado, enfatizan la dimensión política en la transición al socialismo. Promover la articulación entre Estados revolucionarios, movimientos sociales y la cooperación –esto es, el intercambio en bases políticas– entre los países periféricos y semiperiféricos es el elemento central de la transformación socialista global y una condición indispensable para su realización. Solo esto permite mundializar el poder económico que el socialismo alcanza en el seno de la propia sociedad capitalista y establecer el protagonismo de la solidaridad sobre las estrategias de competencias y las disputas estatales.
- e) En los países dependientes, la nueva división internacional del trabajo, de hecho, profundiza la contradicción entre el aumento de la interdependencia y la subordinación a la economía mundial. En la mundialización contemporánea, el dinamismo económico pasa a ser impulsado por el desarrollo del sistema científico-tecnológico que acelera la difusión de los conocimientos y de las tecnologías. Pero para apropiarse de estos conocimientos es necesario desarrollar la capacitación interna de cada Estado, fuertemente asociada a la calificación de la fuerza de trabajo y a la formación de redes que descentralicen la decisión y la información. La tendencia a la internacionalización del sector I –en particular del segmento productor de maquinarias– es en gran parte esterilizada por la focalización del progreso tecnológico en los países periféricos, que orienta la innovación tecnológica para la generación de un aparato exportador de valor agregado limitado y sin capacidad de encadenamiento de las estructuras productivas internas, y por la sobreexplotación del trabajo. En los países dependientes se incrementan, aunque de manera discreta, los gastos en I&D*, el número de científicos e ingenieros, y el grado de calificación de la fuerza de trabajo. Sin embargo, la potencialidad de estas fuerzas productivas es fuertemente restringida. El neoliberalismo reorienta los gastos en I&D de la investigación básica y de los segmentos difusores de progreso técnico para concentrarlos en aplicaciones tecnológicas más específicas, y somete la capacidad de introducir innovaciones a la regulación de la competencia y productividad internacionales, donde juega un papel central la tecnología extranjera. El resultado es la relativa ociosidad del esfuerzo local de capacitación o un fin que restringe el desarrollo de los recursos locales. Para que se superen estos límites, como señala el autor, es necesaria la implementación de un régimen de transición al socialismo que rompa con la sobreexplotación, eleve el valor de la fuerza de trabajo y otorgue a los trabajadores un papel decisivo en el acceso, generación e implementación de conocimientos.
2.3 LA DEPENDENCIA Y LAS PERSPECTIVAS DE AMÉRICA LATINA
La formulación de la teoría de la dependencia y el análisis del desarrollo dependiente, en particular la forma que asume en la posguerra, es uno de los puntos más destacados de este libro de Dos Santos.
El autor define las relaciones de dependencia como aquellas en que un país sólo puede desarrollarse e impulsarse en función del desarrollo del otro. Estas abarcan tres niveles:
- Una economía mundial dirigida por monopolios tecnológicos, financieros y comerciales capitalistas.
- Relaciones económicas internacionales que impulsan la expansión de estos monopolios y establecen una división internacional del trabajo.
- La formación de estructuras internas en los países dependientes que asimilan positivamente estos condicionamientos y los redefinen sin romper con los intereses generales que los guían.
La dependencia está fundada, pues, en una situación de compromiso entre los intereses que mueven las estructuras internas de los países dependientes y las del gran capital internacional. En esta articulación, el gran capital internacional ejerce una acción condicionante que establece los marcos generales del compromiso, redefinido a partir de la estructura interna de los países dependientes y de los intereses que allí predominen. Esto presenta un doble significado:
- Las estructuras que mueven el compromiso en los países dependientes internalizan en líneas generales los intereses de los monopolios internacionales y la división internacional del trabajo que le es correspondiente, lo que limita fuertemente el grado de autonomía de su acción. La dependencia configura así estructuras económicas, políticas, sociales e ideológicas específicas que son condicionadas en última instancia por la dirección que el gran capital internacional ejerce sobre el sistema mundial. El compromiso tiene su principal fundamento en la búsqueda de plusvalía extraordinaria que mueve a las burguesías centrales o periféricas y en la desigualdad de poder tecnológico, financiero y comercial entre ellas, que convierte la asociación a los monopolios internacionales la fuente de plusvalía extraordinaria de la burguesía dependiente.
- Si el compromiso que establece la dependencia está basado en la actuación de las estructuras internas de los países dependientes sobre la acción condicionante de los monopolios internacionales y su división internacional del trabajo, solamente las contradicciones en estos países que rompan el control de las burguesías periféricas sobre el Estado pueden llevar a la ruptura de la dependencia. Esta ruptura implica la superación de las estructuras de poder internas y, en esta medida, el enfrentamiento con las estructuras de poder internacionales a las cuales éstas están articuladas. La superación de la dependencia implica el establecimiento de un régimen de transición al socialismo en los países periféricos, en función de las profundas vinculaciones de sus burguesías con los oligopolios internacionales. Las contradicciones entre las nuevas formas de poder generadas en la periferia y semiperiferia, y las estructuras de poder de la economía mundial son parte del desarrollo internacional de las luchas de clase y expresan el choque entre el socialismo y el capitalismo como modos de producción universales. Tales contradicciones presentan una amplia duración, acumulatividad y combinan guerras de posición y de movimiento extremamente complejas para su resolución.
El autor se dedica entonces al análisis de las leyes de funcionamiento de la economía dependiente en la medida en que constituye una estructura socioeconómica específica. Esta se basa en la sobreexplotación del trabajo, en el alto grado de concentración interna de capitales y en la acumulación externa de capitales. La sobreexplotación, que será estudiada en detalle en la teoría de la dependencia por Ruy Mauro Marini, surge como un resultado de la apropiación de plusvalía que la economía internacional realiza sobre los países dependientes –bajo la forma de desvíos del valor en relación con los precios o de remesas de ganancia, intereses y dividendos– y de la transferencia interna de estas pérdidas a los trabajadores para permitir que se sustente internamente la tasa de ganancia. Esta dinámica implica una doble explotación que mantiene intensos niveles de pobreza, miseria y subdesarrollo. El alto grado de concentración en la acumulación de capitales no es una expresión de la fuerza del capitalismo dependiente, sino de su debilidad. Es el resultado de la asociación de estas economías a la dependencia tecnológica, financiera y comercial que cristaliza una burguesía monopólica en los países dependientes y de los límites al desarrollo del mercado interno establecidos por la sobreexplotación. La contrapartida de este proceso es lo que el autor llama acumulación externa de capitales. Por este concepto designa un proceso donde el sector I, productor de capital fijo, no se internaliza plenamente en la economía dependiente y su reproducción se lleva a cabo de forma esencial a partir de la economía mundial.
Estos aspectos centrales que configuran las estructuras del capitalismo dependiente están presentes, aunque de forma distinta, en las diversas fases de su desarrollo. Dos Santos indica las siguientes etapas de desarrollo de la dependencia: colonial, tecnológica-financiera y tecnológica-industrial. La dependencia colonial corresponde a la hegemonía de los capitales comerciales y financieros sobre la economía mundial. Ella crea una estructura interna en los países dependientes fundada en la gran propiedad de la tierra y en el trabajo servil o esclavo para generar una producción exportadora, dirigida a los mercados europeos. Dos Santos, al contrario de algunos autores, extiende la dependencia al período colonial, indicando correctamente que el proceso colonial sólo puede instituirse al estructurar poderes internos que lo sustenten. La dependencia tecnológico-financiera corresponde al período de Revolución Industrial en los países centrales y de exportación de capitales para el montaje de un aparato agro y minero exportador para la generación de materias primas y productos agrícolas consumidos en los países hegemónicos. En los países dependientes corresponde a la hegemonía de las oligarquías rurales y comerciales de las filiales del gran capital internacional que controlan el sector de infraestructura, de servicios –y en particular el sector financiero– y, a veces, la propia producción agrícola o mineral a través de economías de enclave.
La dependencia tecnológico-industrial se estructura a partir de la posguerra. Corresponde al período en que los países centrales alcanzan la revolución científico-técnica y transfieren, mediante las corporaciones multinacionales –preferencialmente como capital–, tecnologías industriales relativamente obsoletas para impulsar la industrialización de los países periféricos. Eso es posible porque, con el desarrollo de la ciencia, las tecnologías se vuelven moralmente obsoletas antes del agotamiento de la vida útil, lo que posibilita su reutilización por los países hegemónicos en regiones donde puedan representar liderazgo tecnológico.
En Imperialismo y dependencia, Dos Santos se dedica a analizar en detalle las formas que la dependencia tecnológico-industrial asume en América Latina. Ella somete el período de la sustitución de importaciones y el nacional-desarrollismo a la inversión directa extranjera, que se orienta, sobre todo, a la producción de bienes de consumo durables dirigidos al mercado interno. No obstante, la inversión extranjera ejerce un papel contradictorio sobre el desarrollo de las economías dependientes. A diferencia del pensamiento desarrollista que consideraba el capital extranjero como un ahorro externo que contribuía a la elevación de la tasa de inversión latinoamericana, Dos Santos demuestra que éste se comporta efectivamente como capital, esto es, orientado a proporcionar tasas de ganancia positivas para sus propietarios, en este caso, no residentes.
El capital extranjero se dirige a los países dependientes para explotar de forma directa su fuerza de trabajo y transferir ganancias y dividendos a sus sedes nacionales y a las zonas más competitivas de la economía mundial, donde puede apoyarse en sistemas de ciencia y tecnología, y en la protección estatal para generar nuevos productos y procesos que le garanticen el dominio sobre la frontera tecnológica mundial y el liderazgo en los procesos de acumulación. Sólo obstinadas presiones competitivas locales que exigiesen reinversión para mantener posiciones en este mercado, o ventajas proporcionadas por la localización de ciertos productos y por sistemas de ciencia y tecnología locales podrían generar entradas sistemáticas de capital que superasen sus salidas. Sin embargo, los límites proporcionados por la sobreexplotación del trabajo y por el deterioro de los términos de intercambio, que la dependencia tecnológica produce, restringen la expansión de las inversiones. El papel ejercido por el capital extranjero se presenta cíclicamente: los períodos de entrada y de boom económico amplían de manera provisoria la elasticidad de la balanza de pagos y propician saltos tecnológicos, pero éstos son más que compensados por los períodos de crisis, que restablecen los déficits anteriores con mayor profundidad.
Los superávits comerciales se constituyen en la principal fuente de crecimiento, en la medida en que son la única base sustentable de financiamiento de los déficits de la balanza de pagos. El endeudamiento externo prolonga artificialmente el período de expansión, pero este proceso es insustentable, pues la escasez relativa de capital, que resulta de la propia expansión, tiende a elevar las tasas de interés internacionales y a comprometer parcelas crecientes de los futuros ingresos de capital en el refinanciamiento de deudas anteriores. Esto genera la tendencia al endeudamiento externo creciente y al estancamiento relativo del capitalismo dependiente. Pero esta tendencia al estancamiento relativo no significa en absoluto la imposibilidad de crecer. Significa, eso sí, un proceso de financierización del desarrollo dependiente que exige la transferencia creciente de riquezas al sector financiero para restablecer el equilibrio macroeconómico necesario para retomar el crecimiento. Esto se hace con la profundización de la sobreexplotación del trabajo y con el aumento de la desnacionalización. El fuerte crecimiento generado entre 1950-1970 tuvo su punto de partida en el proteccionismo, que permitió la generación de expresivos superávits comerciales, y en el bajo nivel de endeudamiento inicial, que resultó de la expresiva desvalorización de la deuda externa impuesta por el nacional-desarrollismo en los años 40, durante la crisis de la hegemonía en el sistema mundial.
La dependencia tecnológico-industrial crea estructuras internas específicas. Las filiales de las corporaciones multinacionales pasan a tener protagonismo en el desarrollo industrial. Se cristaliza un sector privado nacional monopólico y asociado, y se establece la fuerte intervención del capitalismo de Estado en apoyo a este modelo de desarrollo. Esta intervención se hace ampliando su actuación en los sectores de infraestructura, desarrollándose las escalas de producción y la oferta de insumos a precios subsidiados. Se preservan las estructuras agrarias tradicionales y se busca modernizarlas en función de la necesidad de mantener un importante superávit comercial para financiar el desarrollo dependiente.
Este patrón de desarrollo llega al límite de su agotamiento a finales de los años setenta, cuando el ciclo largo depresivo que alcanza a los países centrales entre 1967-1973 rompe el boom de expansión de los países dependientes. Convergen la crisis del sector exportador provocada por la economía mundial y los ciclos internos del capitalismo dependiente. Los mercados internos de los países dependientes se tornan limitados para asimilar las nuevas escalas de las inversiones industriales y la crisis del mercado mundial derrumba los precios de exportación de los países dependientes. Retomar el desarrollo exige una amplia reestructuración económica, social, política e ideológica que pasa a ser disputada por tres grandes fuerzas sociales: el nuevo capital internacional, el capitalismo de Estado y el movimiento popular. A estas fuerzas corresponden tres grandes modelos cuyo diseño y posibilidades analiza el autor: el neoliberalismo, la dependencia negociada y el socialismo. Su hipótesis es el debilitamiento del capitalismo de Estado como alternativa independiente y la confrontación creciente entre el neoliberalismo y el socialismo.
El modelo neoliberal para ser implementado implica profundas contradicciones, pues exige: restringir las pretensiones de autonomía de las burocracias civil y militar, y subordinarlas a las empresas transnacionales; el establecimiento de una nueva división internacional del trabajo que limita el desarrollo industrial de los países dependientes y lo reorienta para las exportaciones, creando tensiones en los países centrales entre la reestructuración global de las empresas transnacionales, los capitales nacionales y los trabajadores –cuyos niveles de empleo son profundamente comprometidos por este proceso–; y una democracia restringida que preserve de modo simultáneo el gran capital de las presiones sociales y del poder de intervención de la burocracia estatal en el ámbito nacional o regional. Esto significa restringir pretensiones subimperialistas, profundizar la sobreexplotación del trabajo y la desnacionalización de la economía. Este último aspecto crea profundas tensiones con la burocracia estatal, en especial la militar, pero también con los movimientos populares. Por otro lado, la nueva etapa de transferencia de segmentos productivos para países semiperiféricos y periféricos, que busca apropiarse de su fuerza de trabajo barata, profundiza los déficits en cuenta corriente de los Estados Unidos y la crisis de su hegemonía.
El modelo de la dependencia negociada parte del fracaso de las ilusiones de la burguesía nacional sobre un desarrollo independiente. Se constata la existencia de una “dependencia externa” y se busca, desde el Estado, dirigir la asociación del bloque público y privado nacional con el capital extranjero, ampliando sus prerrogativas. Este modelo que presenta alto grado de regulación estatal se deriva en tres formas posibles de organización, no necesariamente excluyentes: la democracia restringida, donde la burocracia estatal posee gran prerrogativa de poder y utiliza su poder relativo, más que al movimiento social, como fuente de presiones y concesiones sobre el capital extranjero; el subimperialismo, que puede combinarse con el modelo anterior, donde esta burocracia orienta su acumulación de poder para un protagonismo regional, restringiendo el mercado interno e impulsando la exportación de mercancías y de capital; y el “naserismo latinoamericano”, donde una corriente de militares establece una ofensiva nacionalista y antiimperialista, impulsando un proyecto de desarrollo que mantiene bajo control el movimiento social y hace del capital extranjero un elemento auxiliar. Según el autor, la primera y la segunda forma son las más estables de concretar este modelo, dado el alto grado de conflictos entre la dimensión nacionalista del naserismo y el protagonismo del capital extranjero. Sin embargo, el supuesto en que se basa la dependencia negociada, de relativo protagonismo de la burocracia estatal en la relación con el capital extranjero, se muestra contradictorio con la evolución de la dependencia, lo que la coloca en descenso y en proceso de asimilación por el modelo neoliberal.
El modelo socialista funda su legitimidad en el desarrollo de las fuerzas productivas en los países dependientes y en la profundización de la situación de subdesarrollo, sobreexplotación y pobreza. Para el autor, el modelo socialista debe desarrollar tres dimensiones: una perspectiva continental, una de largo plazo, y otra que permite combinar luchas insurreccionales y legales. Esto exige desarrollar una dirección político-militar capaz de impulsar un proceso de reformas sociales crecientes, que acumule una fuerte subjetividad popular y, en consecuencia, politice y divida las Fuerzas Armadas, para frente a la reacción desestabilizadora de las clases dominantes legitimar la superación de la legalidad burguesa y establecer el poder popular a través de la revolución socialista. Se trata de una articulación de alta complejidad.
Según Dos Santos, la perspectiva continental tiene su fundamento en el hecho de que la nueva etapa de integración de las fuerzas productivas en la región implica este nivel de organización. Aun así, una revolución continental es simultáneamente una construcción histórica, a ser alcanzada a través de victorias locales y parciales en los Estados nacionales y no se restringe a su simple sumatoria. Supone alianzas decisivas y fuerzas partidarias que puedan vincular de forma acumulativa estas victorias como guerras de posición de una lucha continental. La perspectiva de largo plazo, que le es inherente, exige la combinación entre el objetivo socialista que orienta la acción y las condiciones estratégicas y tácticas nacionales y locales para desarrollarlo e implementarlo. Para el autor, las posibilidades de éxito de este modelo están vinculadas a la capacidad de articular las diversas formas de luchas y sus varios frentes. El desarrollo desigual y combinado profundiza las contradicciones en los eslabones más débiles, pero en caso de que la ofensiva del movimiento socialista no se articule a los eslabones más fuertes, esto es, a los sectores más avanzados de las fuerzas productivas, el proceso revolucionario no se extiende y puede ser derrotado. Para posibilitar esta difusión de las luchas sociales, cabe al movimiento popular explotar las contradicciones entre las fuerzas del capitalismo de Estado y el capital transnacional para dividirlos y derrotarlos en conjunto.
Un balance contemporáneo de estas tesis del autor permite destacar también su amplia actualidad. No sólo las tesis clásicas del autor sobre la dependencia han sido ampliamente confirmadas por los casi treinta años que transcurrieron luego de la publicación de Imperialismo y dependencia, sino también la postulación sobre sus leyes específicas de desarrollo, la crisis de largo plazo de los patrones que asume en la posguerra y las fuerzas sociales y modelos probables que se presentan para su reestructuración.
Nos gustaría terminar esta introducción destacando contribuciones decisivas del autor para las ciencias sociales, iluminadas por la historia reciente:
- El análisis de las relaciones de poder en las estructuras dependientes y de la situación de compromiso que la define, lo que implica el abandono de los objetivos de protagonismo nacional y reformas sociales por parte de la burguesía local y el surgimiento de un movimiento socialista en sustitución al nacional-desarrollo tradicional.
- El análisis de los patrones de desarrollo dependiente en la posguerra y su crisis de largo plazo. Dos Santos señala con acierto las formas de penetración del capital extranjero, su impacto contradictorio sobre la balanza de pagos, su carácter cíclico, su tendencia descapitalizadora de largo plazo y el papel estratégico de los superávits comerciales para impulsar el desarrollo. Los límites de esta penetración, en los años 70, vinculados a la crisis del sector exportador y a las restricciones del mercado interno –determinadas por la sobreexplotación del trabajo– son correctamente destacados por el autor, bien como la necesidad de una amplia reestructuración económica, social, política e ideológica, vinculada a la redefinición de la división internacional del trabajo para el establecimiento de nuevos patrones de desarrollo dependiente.
- El análisis de las fuerzas sociales que mueven esta reestructuración y de sus tendencias de largo plazo. Se revela en extremo precisa su previsión del neoliberalismo como una fuerza que no dispensa el capitalismo de Estado, pero que lo incorpora de forma subordinada para reestructurar la división internacional del trabajo y presenta fuertes contradicciones con la hegemonía de los Estados Unidos y en los países dependientes, la cual tiende a confrontarse en estos últimos con la burocracia estatal, particularmente la militar. Su postulado del surgimiento de democracias restringidas, como forma de desarrollo político más adecuado a las nuevas élites políticas con fuerte dimensión empresarial y tecnocrática, revela asimismo enorme precisión. Estas nuevas élites pasan a sintetizar el legado de la dependencia a través de su nuevo protagonismo, incorporando y subordinando las élites tradicionales. Las democracias restringidas se generalizan en los años 80 y 90, como el modelo por excelencia de articulación del neoliberalismo con el capitalismo dependiente, sustituyendo las dictaduras militares y los procesos de sustitución de importaciones que regularon los Estados latinoamericanos en los años 60 y 70. A partir de mediados de los años 90, estas entran en crisis de legitimidad desarrollando la contradicción, que ya apuntaba Dos Santos, entre su precaria base social y la afirmación de los movimientos populares, lo que difiere en el mediano plazo el relanzamiento de las alternativas socialismo o fascismo, donde el primero alcanza condiciones estructurales más propicias para su establecimiento por corresponder al avance de las fuerzas productivas.
- El análisis de los conflictos entre neoliberalismo y segmentos de la burocracia estatal. Previstos por el autor, se han mostrado de enorme importancia para el desarrollo del movimiento popular y de la perspectiva socialista. La afirmación de la República Bolivariana de Venezuela y el papel de los militares de medio y bajo rango en su desarrollo es bastante ilustrativa de estas posibilidades. Dos Santos llama a la construcción de un marxismo y de un socialismo dialécticos que se construyan basados no en identidades formales, sino en la superación de fuerzas históricas de las cuales se pueden apropiar y subvertir. En ese sentido, apuesta que el debilitamiento del capitalismo de Estado como alternativa independiente y la absorción conflictiva de parte de sus fuerzas por el neoliberalismo, abre el espacio para una importante ofensiva del movimiento popular y del pensamiento socialista sobre los cuadros de la tecnocracia militar y civil.
- e) Su postulado sobre la identidad regional de los procesos revolucionarios latinoamericanos. Esta afirmación gana fuerza en la medida en que la integración de las fuerzas productivas torna las tendencias ideológicas de la coyuntura cada vez más extensivas, haciéndolas ganar espacio creciente en las agendas públicas nacionales. La elección de Hugo Chávez, Evo Morales, Daniel Ortega y Rafael Correa, y su articulación con Fidel Castro, Luiz Inácio Lula da Silva y Néstor Kirchner, han impulsado las fuerzas de izquierda y centro-izquierda en la región y desatado una enorme reacción conservadora, cuya confrontación está en proceso de maduración y dibujará el panorama de las luchas sociales en el próximo decenio. Al anticipar en casi treinta años esta situación, Imperialismo y dependencia nos ayuda a enfrentarla desde el punto de vista de la emancipación humana universal.
Carlos Eduardo Martins
CRITERIO DE ESTA EDICIÓN
El presente volumen de Imperialismo y dependencia tiene como base la cuarta edición publicada por Ediciones Era, de México, en 1986.
Para esta edición, revisada por el autor, se han adaptado algunas expresiones al uso del español, con el fin de brindar una mejor comprensión del texto, y se han sustituido por sinónimos o eliminado diversos términos a objeto de evitar la reiteración excesiva de los mismos. La bibliografía ha sido incorporada en las notas al pie, y se señalan con asterisco las que corresponden a Biblioteca Ayacucho.
Los corchetes son empleados tanto por el autor como por la editorial, colocándolos en cursivas para las intervenciones de esta última. Se conserva la escritura de los nombres chinos de acuerdo con el método Wade-Giles, vigente al momento de la publicación de la primera edición de este libro.
Debido a la gran cantidad de siglas existentes en el texto, se ha incorporado al final de este volumen un glosario de siglas, en el que se describe su significado.
B.A.
INTRODUCCIÓN
Este libro tiene por principal objetivo estudiar la naturaleza y el alcance de la crisis general del capitalismo contemporáneo. En ese sentido establece una demarcación bastante nítida entre la crisis general del capitalismo y sus manifestaciones particulares, como la depresión económica que se inició en octubre de 1973 y se terminó en el segundo semestre de 1975. En esta introducción pretendemos resumir la argumentación central y el camino expositivo que seguimos en esta obra de manera de ofrecer a los lectores el hilo del razonamiento general que la alienta.
- IMPERIALISMO Y CORPORACIONES MULTINACIONALES
El imperialismo contemporáneo se define como una nueva etapa del capitalismo iniciada después de la Segunda Guerra Mundial, que se caracteriza por una alta integración del sistema capitalista mundial fundada en el amplio desarrollo de la concentración, conglomeración, centralización e internacionalización del gran capital monopólico, que se cristaliza en las corporaciones multinacionales, células de ese proceso, y en el aumento y profundización del vínculo entre el monopolio y el Estado. En el plano internacional, este sistema se resume en la imposición hegemónica de Estados Unidos, de su moneda nacional, de su ayuda económica, de sus fuerzas militares, en los acuerdos monetarios de Bretton Woods y sus aspectos institucionales (el Fondo Monetario Internacional, FMI y el Banco Mundial, BM), en la aplicación del Plan Marshall, del punto IV, de la Alianza para el Progreso y otros planes de “ayuda” impulsados por el Eximbank; en los tratados militares de Río de Janeiro, de la Alianza Atlántica, del Sudeste Asiático y en todo un sistema de relaciones militares que permitieron a las tropas norteamericanas, formar una red internacional de ocupación disfrazada de los territorios de casi todos los países capitalistas. Ideológicamente este sistema se justifica como la expresión del “mundo libre” que se opone a la “tiranía comunista”, base de la “guerra fría” promovida por el capitalismo en contra del socialismo, tesis aún subyacentes en la etapa llamada de distensión.
Para comprender la etapa actual del imperialismo tenemos que partir del estudio de las contradicciones que encierra esta integración capitalista. Y que lo llevan necesariamente a un período de desintegración. Lo específico del momento actual es que este proceso de desintegración se da en el contexto de una realidad internacional en la cual el capitalismo se ve enfrentado no solo a una contradicción de clase interna, sino a un campo socialista dinámico que presenta una potencia similar a la suya.
La naturaleza de la crisis del imperialismo y de sus contradicciones internas no cambia por la existencia de esta situación internacional, pero sí cambian sus formas, efectos y resultados. La existencia de un fuerte campo socialista limita la capacidad de acción económica, política y represiva del imperialismo, crea condiciones favorables, en muchos casos, a la capacidad de autodeterminación de los países dependientes y facilita su rápido tránsito al socialismo apoyándose en la base material dada por el campo socialista, en el desarrollo científico no monopolizado por el capital y en la ciencia social marxista.
El imperialismo no logra resolver la contradicción entre la base nacional de su expansión (existencia de un mercado y un Estado nacionales fuertes en que se apoya tecnológica, económica, financiera, política y militarmente para realizar la expansión internacional del capital) y su creciente internacionalización (que supone libre movimiento de capitales, de mercancías y de recursos financieros). Esta contradicción se manifiesta en un aumento del carácter desigual y combinado del desarrollo capitalista que estimula el parasitismo del centro dominante y dinamiza otros polos de crecimiento (Europa y Japón) lo que, a largo plazo, lleva al enfrentamiento sea entre bloques de países, sea en las zonas periféricas, de los intereses nacionales imperialistas.
Esta situación no lleva sin embargo a un mayor desarrollo económico de las zonas periféricas y dependientes, las cuales son, para el capital internacional, una base para la extracción de ganancias elevadas, para la colocación de sus productos a precios altos y para la obtención de materias primas y de productos agrícolas a bajos precios. Aumentan así las contradicciones entre los intereses que pugnan por el crecimiento económico del mundo dependiente y los intereses dominantes de los centros imperialistas, y se facilita el desarrollo de las tendencias revolucionarias que ven solamente en el paso al socialismo el camino capaz de asegurar el desarrollo y romper la dominación imperialista y las estructuras dependientes, que mantienen la situación de explotación y miseria.
La célula de esta economía internacional es un nuevo tipo de empresa que trasplanta hacia la escala mundial las poderosas técnicas de apropiación, administración y control privados de los resultados de la concentración tecnológica y económica, de la monopolización, de la centralización, de la conglomeración y de la intervención estatal. Este nuevo tipo de empresas vino a superar los antiguos trusts y cárteles que tenían una relación de complementariedad comercial con sus actividades en el exterior, desarrolladas en función del intercambio entre la exportación de manufacturas desde los centros industriales y la importación de productos agrícolas y materias primas desde los países subdesarrollados. Las modernas corporaciones multinacionales, no solo aumentaron significativamente el papel de los negocios internacionales en el conjunto de sus actividades, también se dedicaron a producir para el mercado interno de los países que reciben sus inversiones.
En su esencia, la corporación multinacional es un intento casi último de la empresa capitalista de responder a las necesidades creadas por la socialización de los medios de producción que crece a pasos gigantescos con el avance de la revolución científico-técnica y la incorporación de la automatización al proceso productivo. Ella encierra en su seno las contradicciones básicas del sistema al depender y enfrentarse al mismo tiempo con los Estados nacionales, al buscar una racionalidad y un planeamiento que chocan con los límites estrechos y arbitrarios, impuestos por la propiedad privada, de los medios de producción; al perfeccionar las técnicas de “racionalización” de su anarquía interna bajo la forma de la conglomeración de actividades dispares, que en la práctica aumenta el desperdicio y la irracionalidad que se oculta tras su pretendido “planeamiento”.
La nueva fase del gran capital apoyado en las corporaciones multinacionales lleva a una nueva división internacional del trabajo, que supone un aumento de la industrialización de las materias primas y de productos de menor avance tecnológico y su exportación a los centros dominantes, particularmente hacia Estados Unidos que se especializaría en la exportación de bienes y servicios de alto contenido tecnológico y de capitales, elevando a niveles altísimos el parasitismo típico de las potencias imperialistas.
Mientras el capitalismo lograba mantener un alto ritmo de crecimiento durante la parte ascendente del ciclo de la posguerra, las justificaciones ideológicas de esta irracionalidad parecían “científicas” y apoyadas en los hechos. Al mismo tiempo, la oposición política al gran capital se veía parcialmente neutralizada por las conquistas económicas y sociales de los trabajadores, estas emanaban, por una parte, del mayor ingreso a ser distribuido y, por la otra, del aumento del poder de regateo de los trabajadores gracias a la situación de relativo pleno empleo alcanzada por las economías en crecimiento. La capacidad de aumentar los ingresos de los trabajadores e incorporar dinámicamente nuevos sectores de la pequeña burguesía a la actividad económica llevaba a que, ideológicamente, la oposición obrera tendiese hacia el reformismo y aumentara sus esperanzas en el sistema. La ideología pequeñoburguesa impregnaba de su idealismo al movimiento popular. El caso norteamericano es muy indicativo. Después de los avances sindicales, políticos e ideológicos de los años 30 y 40, el movimiento obrero norteamericano es ganado hacia el anticomunismo y el frente popular que sostuvo la segunda fase del New Deal y la lucha antifascista se deshizo como por arte de magia.
Desde la década del 60 se vienen recomponiendo las bases de una coalición de fuerzas populares en Estados Unidos, la cual se expresa aún en formas contradictorias: en el nuevo ascenso del movimiento antitrust de contenido liberal pequeñoburgués, en el movimiento contra la guerra de Vietnam, en los movimientos estudiantiles de vanguardia, en un fuerte sentimiento antiimperialista, por la paz y antimonopólico, agravado por los resultados de las crisis económicas locales e internacionales.
En estas condiciones se van dibujando las bases de un programa de transformaciones sociales en Estados Unidos, cuya radicalización podrá dar origen a un movimiento o partido antimonopólico, antiimperialista y democrático apoyado en un movimiento obrero renovado, en la juventud universitaria y en la intelectualidad liberal de izquierda. Quizás, en el seno de este movimiento o a su lado podrán crecer los brotes de una intelectualidad marxista que recién despunta en este país de fuertes tradiciones antiintelectuales.
Las contradicciones del imperialismo empiezan a madurar en su propio centro y buscan un canal de expresión política e ideológica.
- LA CRISIS DEL IMPERIALISMO
La larga fase de crecimiento continuo de la posguerra, la aplicación relativamente exitosa de técnicas anticíclicas de inspiración keynesiana y la posición defensiva del movimiento revolucionario en los países industrializados produjeron una euforia en el campo ideológico y particularmente en la ciencia económica –campo fértil para la apologética burguesa–. Las tesis del capitalismo poscíclico, de la sociedad de consumo, de la opulencia, del Estado de bienestar, de la sociedad industrial y tantas otras, buscaban eternizar los resultados positivos de un capitalismo aparentemente aplastante, reformado y revitalizado.
Esas versiones apologéticas no buscaron explicar las razones que daban origen al período cíclico de crecimiento, las que, por tanto, establecían, al mismo tiempo, sus límites; ni tampoco quisieron reconocer como crisis cíclicas y como expresión de la innegable permanencia del ciclo, las depresiones y recesiones económicas del período. Hoy en día, cuando la depresión asume un carácter dramático se improvisan explicaciones y justificaciones que no cuestionan esta “ciencia” de opereta, con sus galardones, elegancias estilísticas y otras fachadas necesarias para encubrir su fracaso real.
Es necesario señalar que la gran burguesía no creyó nunca en esas versiones ideológicas que reservaba para el gran público. Sus verdaderos economistas continuaron preocupados con el ciclo económico, con los movimientos financieros, con los déficits fiscales y las balanzas de pagos negativas.
El marxismo, por su lado, después de que algunos autores previeron equivocadamente la imposibilidad de una significativa recuperación capitalista en la posguerra, cayó en una posición defensiva y solamente bajo el impacto de la crisis norteamericana de 1958-61 se empezó a plantear una perspectiva de cuestionamiento de la expansión ininterrumpida. Pero, dada la forma de esta crisis, se generó una teoría que preveía una estagnación relativa, sin depresiones importantes y sin grandes períodos de crecimiento. Una vez más, el boom de 1962 a 1966 vino a complicar el revisionismo teórico.
¿Qué nos dicen, sin embargo, las evidencias empíricas? Los estudios sobre ciclos económicos de largo plazo constatan en general la existencia de olas cíclicas de 40 meses, 10 años y 60 años. Las explicaciones de estas olas de crecimiento y depresión son, sin embargo, poco consistentes y se podría creer que no tienen por qué repetirse. Es posible, no obstante, explicar los ciclos de largo plazo por la incorporación de inventos importantes para la economía, que provocan modificaciones significativas en la composición orgánica del capital, en la tasa de ganancia, en el ejército industrial de reserva y en el nivel salarial, así como en el plano institucional (concentración empresarial, centralización financiera, internacionalización del capital e intervención estatal). Estas modificaciones positivas para la tasa de crecimiento del producto alcanzan un límite en un plazo cercano a los treinta años y se hace necesario un nuevo período depresivo de la misma duración para provocar los ajustes necesarios a un nuevo ciclo ascendente. La depresión conduce a un aumento del ejército industrial de reserva, a una consecuente rebaja salarial, a un aumento de la composición orgánica del capital, de la tasa media de ganancia y de los excedentes de capital que permiten iniciar una nueva etapa de crecimiento.
Si estudiamos con detenimiento el gran ciclo de la posguerra podemos aislar teóricamente sus causas particulares y constatar en consecuencia sus límites. La incorporación al ciclo productivo de los cambios tecnológicos operados durante la guerra en la industria electrónica, en la petroquímica y en la energía atómica; el aumento de los gastos estatales, particularmente el estímulo a la industria de guerra y al gasto militar y educacional; la reconstrucción europea y japonesa y la industrialización de vastas regiones del Tercer Mundo; los cambios de productividad de la agricultura con el aumento del consumo de bienes industriales (abonos, fertilizantes, pesticidas, etc.) configuran un conjunto de inversiones incorporadas primero en Estados Unidos y extendidas en seguida al plano internacional.
Todas esas novedades llegan a su límite en la década del 60: el proceso de expansión internacional se completa con el fin de la reconstrucción europea y japonesa y de la llamada sustitución “fácil” de importaciones en los países más industrializados del Tercer Mundo; la industria de guerra entra en crisis al producirse saltos tecnológicos cuya aplicación exige una nueva etapa de acumulación, y la revolución científico-técnica en proceso exige una importante renovación del parque industrial instalado, con la introducción masiva de la automatización, el aumento del consumo público en escalas gigantescas y los consiguientes cambios en el capitalismo de Estado y en su grado de intervención económica; aun en el plano internacional, se plantea la necesidad de una nueva división internacional del trabajo y nuevas reglas financieras que aseguren la liquidez de un sistema financiero que creció sobre la base de un endeudamiento de los países dependientes que es imposible de pagarse sin violentas moratorias, quiebras y reajustes.
Por otro lado, los datos revelan que los ciclos de cuatro y diez años se presentaron en Estados Unidos en 1949, 1954, 1958 y 1961. En Europa y Japón los ciclos asumieron formas muy blandas y poco perceptibles debido a la reconstrucción masiva de la posguerra.
Los hechos revelan pues que el ciclo ascendente de largo plazo tiene explicaciones muy precisas y que los ciclos menores no han desaparecido sino solamente se han atenuado.
Por otro lado, hay un buen número de datos sobre la economía norteamericana que revelan un aumento del margen de desempleo permanente o estructural; mientras en el conjunto del capitalismo la constante inflación que se agigantó en la década del 60 revela los límites de la intervención estatal y del consecuente déficit fiscal, así como del manejo deficitario del dólar, de los gastos militares imperialistas y de un comercio mundial fundado en el más aventurero endeudamiento.
A partir de 1967 se inicia un nuevo patrón de comportamiento de la dinámica capitalista mundial. De un período de crecimiento continuo solamente empañado por pequeñas crisis se pasa a una etapa de crisis constantes marcada por recuperaciones cortas. Podemos aceptar con buen fundamento teórico que se trata de un nuevo ciclo depresivo que deberá mantenerse a largo plazo con las características de los ocho primeros años ya transcurridos de crisis general. El fundamento de esta afirmación se encuentra, en parte, en la observación general de los ciclos de larga duración que hemos señalado y, en particular, en la constatación del agotamiento de los factores que llevaron a la fase ascendente de la posguerra. Cabe pues analizar más en detalle el comportamiento de la economía norteamericana e internacional en esos ocho años para lograr definir sus constantes y la evolución posible de los acontecimientos mundiales.
Hemos logrado diferenciar en este período tres ciclos cortos. Un primer ciclo depresivo va de 1967 a 1971 pasando por una pequeña y artificial recuperación en 1968. Un segundo ciclo se caracteriza por una fuerte, corta y especulativa recuperación entre 1972 y 1973. Un tercer ciclo es marcado por una fuerte, generalizada, continua y larga depresión entre 1974 y 1975. En el segundo semestre de 1975 se anuncia una nueva recuperación, cuyas características podremos prever en función del análisis de los ocho primeros años de la crisis general en proceso o, dicho de otra manera, del ciclo depresivo de largo plazo.
En resumen, lo que podemos concluir del análisis de esos tres períodos cíclicos es que el capitalismo se ve imposibilitado de remontar la crisis general en que se ahoga, sin importantes cambios de estructura, lo que supone necesariamente un largo período, cuya característica principal son los lapsos depresivos. Estos cambios estructurales tienen que crear necesariamente las condiciones de un nuevo equilibrio económico y superar así los límites actuales que impiden un nuevo período de acumulación capitalista. Después de un anuncio de recesión que se produjo en 1967, con una baja internacional generalizada de la tasa de crecimiento económico, los gobiernos capitalistas intentaron una recuperación artificial en 1968. Luego se pudieron observar los graves efectos económicos (inflación, crisis del dólar y la libra, aumento del proteccionismo, amenaza al comercio mundial) y políticos (ola contestataria de masas a nivel mundial cuya expresión más alta fue el Mayo francés) de esas medidas. No hubo otro camino sino adoptar las restricciones al crecimiento que llevaron a la recesión de 1969 a 1971. En Estados Unidos lo que se inició como una recesión asumió el carácter de una abierta depresión en 1970 y en Europa esta se definió en 1971. Por ese entonces empezaron a repuntar los efectos políticos de la nueva situación. El fin de los “milagros económicos” y de la economía de “abundancia”, el aumento del desempleo y las embestidas contra las conquistas salariales alcanzadas en los años de bonanza económica acentuaron las contradicciones de clase en los países industrializados. Asimismo, en el plano internacional, aumentaron las contradicciones interimperialistas y los movimientos reivindicativos de los países dependientes. Esas tendencias fueron agravadas por el avance económico y militar del campo socialista, que condujo en 1970 al equilibrio militar entre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y Estados Unidos.
En términos políticos generales estos cambios llevaron a un crecimiento de los movimientos de centroizquierda. La socialdemocracia llegó al poder en casi toda Europa, y en los países donde los partidos comunistas tenían mayor peso, creció su capacidad de lucha y se empezaron a crear las condiciones para una unidad entre comunistas y socialistas. Inesperadamente fue en un país dependiente, Chile, donde una alianza lideralizada por comunistas y socialistas llegó al poder en 1970, realizándose un experimento de interés mundial. Esto fue posible dadas las características particulares del Partido Socialista Chileno, que además de defender una línea de frente de trabajadores se definió por el marxismo-leninismo en 1967. La participación del Partido Radical chileno en el Gobierno garantizó el apoyo de la socialdemocracia europea. Por eso, fue un acto desesperado el de Nixon al aplastar por la violencia más descarnada esta experiencia, exponiéndose a una confrontación con la socialdemocracia y arriesgando seriamente la política de distensión con la URSS.
La acción golpista en Chile fue parte de una contraofensiva de Estados Unidos que buscaba recuperar el prestigio perdido a partir de 1967. Ella se apoyó en las condiciones económicas creadas por la recuperación de 1972 a 1973. Esa recuperación había empezado en el segundo semestre de 1971 y alcanzó su cumbre en el período entre principios de 1973 y octubre del mismo año cuando el embargo petrolero determinado por la crisis militar del Medio Oriente anunció el comienzo de una grave depresión que analizaremos más abajo.
Es necesario señalar algunos aspectos de esta recuperación. Ella fue en primer lugar muy corta. En segundo lugar, elevó la inflación internacional a niveles de alta peligrosidad para las operaciones capitalistas de día a día y para el funcionamiento del sistema en general. Esta inflación llegó a alcanzar a los productos agrícolas y materias primas y provocó, en 1973, una modificación de los términos de intercambio internacionales en favor de los países dependientes. Con el embargo petrolero y el súbito aumento del precio del petróleo se provocó una nueva redistribución de los recursos financieros internacionales que causó gran pánico en los países industrializados. En tercer lugar, las inmensas inversiones del período no alteraron sustancialmente al sistema productivo ni lograron provocar una rebaja significativa de la tasa de desempleo.
A pesar del optimismo artificial creado en este corto período, los hechos indicaban claramente los límites de esa recuperación y apuntaban hacia nuevas medidas restrictivas que llevarían inevitablemente a una depresión bastante grave.
Y esto fue lo que sucedió. En octubre de 1973, los datos comenzaron a señalar el fin del boom de 1973. Empezaron las medidas restrictivas y entre 1974 y el primer semestre del año actual (1975) la depresión reveló toda su intensidad. Quedó claro, desde su comienzo, que si se pretendía por lo menos mitigar la inflación no bastaba una simple recesión. En su transcurso, la depresión reveló su carácter agudo expresado en la mayor alza de la tasa de desempleo, y la más acentuada baja del producto nacional bruto, de la producción industrial, de los valores bursátiles, del comercio mundial, del movimiento de capitales, y otros indicadores depresivos, desde la crisis de 1929-32.
Los acontecimientos políticos se precipitaron. En el seno de la crisis se radicalizaron algunos gobiernos del Medio Oriente, cayeron la dictadura griega y la portuguesa, se inició la descolonización portuguesa en favor de los movimientos más radicales de liberación colonial, se planteó el camino socialista para Portugal, cayó el imperio etíope, y Estados Unidos tuvo que abandonar Vietnam del Sur derrotado. En Inglaterra, una heroica huelga obrera derrumbó el gobierno conservador e instaló en el poder un gobierno laborista de centro pero bajo una fuerte presión obrera de izquierda. En Francia, la coalición popular dirigida por un frente socialista-comunista por poco llegó al gobierno; en Italia, la crisis de la Democracia Cristiana se profundiza, la derecha es derrotada en un plebiscito sobre el divorcio y los socialistas abandonan el gobierno aproximándose al mayor partido comunista de Occidente; en España, tambalea el régimen autoritario ya profundamente debilitado; en los países nórdicos se mantienen los gobiernos socialdemócratas pero cada vez más dependientes del apoyo de los comunistas. En 1976 los socialdemócratas han sido derrotados en Suecia, lo que sin embargo deberá aumentar su radicalización política hacia la izquierda.
En toda Europa se desarrollan, al interior de una socialdemocracia ascendente, alas de izquierda que estuvieron amortiguadas en el período de la posguerra. Los movimientos sindicales socialistas y cristianos se alían firmemente a los comunistas y este importante aparato de la Guerra Fría que era la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL) y su expresión latinoamericana, la Organización Regional Interamericana de Trabajadores (ORIT), entra en plena decadencia. Las bases de la unidad de la clase obrera se desarrollan en todos los planos: económico, social y político. Los efectos de la situación sobre la ultraizquierda o la izquierda extraparlamentaria se hacían sentir desde 1970. Se produce una diferenciación cada vez más clara entre su sector anarquista, que deriva sea hacia un “masismo” agresivo en 1968-69, sea hacia un terrorismo de minoría, y un sector marxista, que se va aproximando a los frentes socialista-comunistas. Algunos grupos vuelven incluso a sus partidos originales donde hay un campo de acción creciente a consecuencia de la radicalización de las grandes masas obreras y amplios sectores pequeñoburgueses. Esto implica una moderación del radicalismo de sectores minoritarios y una radicalización de las tesis de sectores de masa.
Los cambios políticos operados en la dirección del Partido Comunista de la URSS y en los demás partidos comunistas, expresados en la Conferencia de los Partidos Comunistas de 1969 y en las dos reuniones de partidos comunistas europeos realizadas en 1973, apuntaron en el sentido de la adopción de una línea política más combativa, basada en una definición estratégica más avanzada que pasó del llamado a la formación de gobiernos progresistas, democráticos y nacionalistas a la formación de gobiernos socialistas y democráticos y a una aproximación con los partidos obreros socialistas y socialdemócratas en busca de un frente único obrero capaz de realizar medidas socializantes (con las importantes excepciones del Partido Comunista Italiano que plantea el “compromiso histórico” con la Democracia Cristiana y del Partido Comunista Español que plantea un frente democrático en contra del fascismo). Así también los partidos comunistas cambiaron su actitud hacia la ultraizquierda, iniciándose un diálogo con su sector no terrorista, el cual aún se muestra lleno de dificultades y confrontaciones. Se ablandaron también las críticas al maoísmo.
Desde fines de la década del 60, entramos así en una nueva era política. Ella es el anuncio de las tendencias aún subterráneas que aflorarán durante estos años de crisis general del sistema y que podrán ser matizadas por períodos de recuperación, pero que continuarán profundizando en su conjunto las contradicciones del capitalismo hasta hace muy poco aparentemente ablandadas por la fase de acumulación. En este cuadro no se puede despreciar el ascenso del fascismo. Este ha reaparecido en la escena mundial como movimiento organizado y dispone aún de fuertes puntos de apoyo en gobiernos como los de Brasil y España, así como anteriormente los encontraba en las dictaduras de Grecia y Portugal. En nuestros días (1978), han encontrado un baluarte en la junta militar chilena. En Italia se ha descubierto una red de relaciones fascistas que compromete a altos personeros demócrata cristianos y altas jerarquías de la OTAN en un intento frustrado de golpe de Estado en 1970. La CIA (Central Intelligence Agency) ha participado activamente del desarrollo de estas conspiraciones.
Si se puede afirmar que en los últimos años se ha debilitado el fascismo con la caída de las dictaduras portuguesa y griega, no es menos verdad que este se ha fundido más íntimamente con los movimientos y partidos conservadores que se radicalizaron hacia la derecha en este mismo período.
Es posible observar un complejo movimiento histórico: los partidos comunistas, socialistas y socialdemócratas se radicalizan hacia la izquierda absorbiendo incluso parte de la antigua ultraizquierda; los partidos conservadores se radicalizan hacia la derecha, absorbiendo parte del fascismo. Lo que era una confrontación de minorías radicales en la década del 60 tiende a convertirse en enfrentamientos de masas en la década del 70. Es la dinámica de la crisis que anteriormente era solo intuida o percibida por minorías y que se va extendiendo a todo el cuerpo social.
La próxima recuperación económica, esperada a partir del segundo semestre de este año, deberá estimular nuevos intentos agresivos de la derecha, pero los resultados necesariamente insuficientes de la recuperación y su corta duración (los datos indican que se deberá alcanzar un boom económico en 1978, el cual deberá elevar la inflación a niveles incontrolables y por lo tanto a una nueva depresión bastante más grave que la actual) deberán abrir camino a una nueva etapa revolucionaria que llevará principalmente hacia Europa y también hacia los demás países del centro del imperialismo (Estados Unidos y Japón) las olas revolucionarias que desde el comienzo de la Guerra Fría se habían desplazado hacia los países coloniales.
Es muy difícil predecir hasta qué punto una clase obrera educada, durante el período de la posguerra, en concepciones reformistas que afectaron seriamente la visión ideológica y estratégica de sus partidos dirigentes, y presionada, por otro lado, en los años 60, por un radicalismo anarquista de carácter pequeñoburgués y elitista, que anunciaba sin embargo el fin del período reformista, podrá encontrar el justo equilibrio revolucionario que le permita superar, a través de una sociedad socialista, los desafíos de la hora presente.
Los pasos unitarios alcanzados en los últimos años tanto en el plano sindical como político son una base necesaria para cualquier solución revolucionaria. Los cambios de los partidos comunistas, particularmente el soviético, son también alentadores. Los avances de los sectores de la izquierda socialista y socialdemócrata también lo son. La moderación y autocrítica de sectores de la ultraizquierda y la crisis de la democracia cristiana con el surgimiento de un nuevo movimiento cristiano de definición socialista son otras señales positivas. Pero esas son todas tendencias muy generales y aun minoritarias enmarcadas en una tradición predominantemente sectaria, divisionista y subjetivista desarrollada durante la Guerra Fría. Si prevalecen los factores unificadores y un desarrollo ideológico, estratégico y táctico hacia el socialismo podemos, sin embargo, tener grandes esperanzas en el desarrollo del socialismo en los centros dominantes del capitalismo y en un cambio radical de la faz del globo.
- DEPENDENCIA Y REVOLUCIÓN
Los apartados anteriores que resumieron las tesis centrales de las dos primeras partes del libro se restringieron a analizar las formaciones sociales dominantes, la economía política internacional en la época del imperialismo monopólico integrado y los elementos básicos de la crisis general del capitalismo. Hemos restringido el análisis a los países dominantes por razones metodológicas, porque dentro de esta economía internacional capitalista hay dos grandes tipos de formaciones sociales que tienen características estructurales y comportamientos distintos reaccionando también de manera diversa frente a las oscilaciones cíclicas del sistema. Las formaciones sociales dominantes son el foco irradiador de los ciclos y por esto su análisis precede o condiciona el análisis de aquellas formaciones sociales dependientes que tienen que acomodarse a esos ciclos internacionales reaccionando positiva o negativamente en función de sus características internas. Entre esas características están sus propios ciclos económicos que al derivar de sus leyes internas de acumulación no coinciden necesariamente con las coyunturas internacionales. Se producen así movimientos cíclicos muy particulares que exigen un análisis específico.
Se hace necesario pues que estudiemos las características propias de la situación de dependencia en la economía internacional, las relaciones específicas que se establecen, las modalidades de estructuras socioeconómicas que se producen, el carácter específico que asumen las leyes de desarrollo capitalista de esas formaciones y finalmente los comportamientos cíclicos que tienden a tener. Al mismo tiempo, a partir de esos análisis se pueden determinar de manera muy general las estructuras de clases y las fuerzas sociales
o coaliciones sociales que se establecen, la correlación de fuerzas que tiende a conformarse y las alternativas de cambio que esas fuerzas sociales impulsan. Antes de analizar estos problemas es necesario hacer algunas consideraciones de orden teórico y metodológico que nos permitan establecer la manera correcta de aproximarse al fenómeno.
Históricamente desde la antigüedad han existido formaciones sociales imperialistas y coloniales. Sin embargo, es solamente en la época moderna que esa relación asume un carácter mundial como consecuencia de la integración lograda por la economía capitalista internacional que, de un lado, produce un mercado mundial integrado de mercancías, fuerza de trabajo y capitales y, de otro, una alta concentración de la tecnología, la producción y los capitales en un centro hegemónico y en un conjunto de países dominantes. La cuestión de la dominación imperialista de un lado y de la superación de la condición de la dependencia de otro se convierte en un problema mundial. El desarrollo del capitalismo como capitalismo monopólico imperialista se transforma, dialécticamente, en un impulso a la expansión mundial capitalista y, al mismo tiempo, en un límite para ese desarrollo. Pues la expansión del capitalismo no produce, en consecuencia de su carácter contradictorio, una economía internacional equilibrada e igualitaria, sino la oposición entre un capitalismo dominante y un capitalismo dependiente, limitado este en su capacidad de desarrollo, incapaz de resolver ni siquiera aquellos problemas de supervivencia humana elementales que se pudo superar en buena parte en los países dominantes.
El reconocimiento de esta cuestión es bastante antiguo, aunque su estudio más profundo se hace cada vez más urgente. Sin embargo, hay dos maneras fundamentalmente opuestas de plantearla. Una de ellas supone que la situación de los países dependientes es una consecuencia de su retraso al integrarse al capitalismo. La otra ve el subdesarrollo como consecuencia de una situación histórica de sumisión económica y política, fruto del carácter desigual y combinado del capitalismo. Estudiemos la primera, cuyo origen de clase es evidentemente burgués. Según el primer enfoque, el subdesarrollo sería sinónimo de ausencia de desarrollo, de subsistencia de relaciones precapitalistas, tradicionales, feudales o semifeudales. El énfasis teórico se vuelca así esencialmente hacia el estudio de las condiciones del desarrollo económico, del “despegue” que asegure el inicio de una escalada ascendente de acumulación capitalista.
En sus líneas gruesas esta posición, con mayor o menor variación, ve en las inversiones capitalistas el camino del crecimiento económico, de la integración e independencia nacional, de la superación de los vestigios tradicionales o precapitalistas que llevaron a una distribución del ingreso negativa, de la formación del mercado interno, de la implantación de condiciones democráticas y de participación popular. En su forma populista, que alcanzó su auge en los años 30, se planteaba una fuerte participación estatal en la economía, la nacionalización de las riquezas básicas, la reforma agraria y la justicia social como las consignas básicas de una transformación social, cuyo objetivo era un desarrollo nacional autónomo.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el imperialismo empezó a interesarse directamente por la inversión industrial en los países dependientes y en consecuencia se produjo un gran énfasis en los estudios del desarrollo. La entrada masiva del capital internacional en los sectores más dinámicos de la economía encontró al principio una oposición del capital nacional y del movimiento popular. Con el tiempo, se produjo, con todo, una división ideológica en el interior del movimiento populista y nacionalista. Un sector –la gran burguesía– entendió claramente la imposibilidad de mantener su independencia en un mundo cada vez más dominado por el gran capital. Vio que la única fuerza capaz de oponerse a una entrada masiva del capital internacional sería un capitalismo de Estado demasiado desarrollado, el cual, en condiciones democráticas, exigiría apoyarse en el movimiento popular, y amenazaba retirarla del poder y abrir campo al socialismo. La experiencia de la Revolución Cubana que solo pudo realizar sus objetivos democráticos en el cuadro de una revolución socialista hizo volver atrás a los ideólogos nacionalistas y los llevó a aceptar la tesis del “desarrollismo”, que se enunciaba de manera simple en la proposición de que el desarrollo era el objetivo, el nacionalismo era el instrumento. Si el capital internacional se aliaba al desarrollo, el nacionalismo debía moderarse y aceptar este hecho como positivo. Al mismo tiempo, la aplicación masiva del desarrollo basado en el capital internacional demostraba sus límites: tecnología avanzada (pero no la más avanzada), productos de consumo conspicuo, concentración y monopolización de la producción, estructura industrial especializada en el sector de consumo, alta importación de insumos para su producción, remesas enormes de ganancias, préstamos para financiar esa situación deficitaria, baja utilización de la mano de obra, desintegración de la estructura agraria tradicional, subempleo y desempleo en vastas concentraciones urbanas. Todo esto indicaba los límites del crecimiento económico realizado bajo los auspicios del gran capital: concentración del ingreso, límites para el mercado interno de productos de consumo básico, creación de una estructura industrial dependiente, marginalidad urbana, baja producción rural, proteccionismo y clientelismo estatal artificial, déficit de la balanza de pagos, préstamos internacionales que no se pueden pagar.
En este contexto se acentuó la búsqueda de una mayor integración en el sistema capitalista mundial, que modificó en buena medida el programa reivindicativo de las burguesías de los países dependientes: mejor precio para los productos exportados, industrialización de las materias primas y productos agrícolas exportados, ampliación del mercado de los países dominantes para productos manufacturados en los países dependientes. Desde el punto de vista interno se restringió cada vez más la participación popular, se aumentó el poder del Ejecutivo y de los tecnócratas, se utilizaron las técnicas de la contrainsurrección y se recurrió abiertamente a la dictadura militar con pretensiones fascistas cuando el movimiento de masas alcanzaron auges importantes y amenazó con tomar el poder.
La situación se alteró significativamente con la crisis del capitalismo y particularmente con la depresión de 1974-75, permitiendo radicalizar el programa nacionalista al acentuarse la iniciativa de formar cárteles para garantizar precios, aumentar las nacionalizaciones y reforzar extraordinariamente el capitalismo de Estado, al amenazarse aun vagamente con el no pago de las deudas externas, al buscar mercado en los países socialistas, al plantearse una política externa más activa frente a Estados Unidos y de mayor unificación del llamado Tercer Mundo, explorando sobre todo las posibilidades de presión en los organismos internacionales en alianza con los gobiernos socialistas. Al mismo tiempo, el avance de la revolución socialista en África y Asia y el desarrollo del movimiento popular en escala internacional aumentaron de manera considerable el radicalismo antiimperialista del movimiento de los no-alineados.
Estas consideraciones nos permiten introducirnos en la visión marxista del problema de la dependencia y del subdesarrollo que, a pesar de no estar ajena a las oscilaciones del pensamiento burgués y del movimiento populista, se desarrolló dentro de criterios teóricos y políticos propios.
En contraposición a la visión burguesa de la cuestión de la dependencia, el materialismo dialéctico la enfocó y enfoca de manera distinta. Desde el triunfo de la Revolución Rusa, el movimiento socialista internacional pasó no solo a contar con el apoyo de un poder estatal –la URSS– sino a vincularse con la revolución colonial. El III Congreso de la Tercera Internacional, en un informe elaborado por el propio Lenin, con la asesoría de camaradas hindúes, planteó ya claramente que el movimiento de liberación colonial pasaba a integrarse en la lucha mundial por el socialismo. Ya en este entonces se comprendían los límites de la burguesía nacional colonial y en ciertos casos se constataba su inexistencia o su incapacidad para llevar adelante la lucha democrática y de liberación nacional, que asegurase el desarrollo aun capitalista de esos países. Se reconocía entonces la especificidad de esas formaciones sociales y las nuevas formas que en ellas asumían las tareas democráticas y la acumulación primitiva de capitales. Se reconocían aun los diversos tipos de estructura social que se desarrollaban en consecuencia de la situación precolonial y del grado de penetración del capitalismo y consecuentemente del desarrollo de la clase obrera. Posteriormente, la baja del movimiento revolucionario europeo y el ascenso de la revolución democrática en Persia, Turquía, Indonesia y sobre todo en China llevó a la Tercera Internacional a preocuparse más directamente del tema. Se produjo un amplio debate sobre el fracaso de la insurrección de Pekín y Cantón en 1927 y se empezó a elaborar más ampliamente el tema de la revolución de liberación nacional.
Pero fueron los marxistas de los países coloniales los que hicieron avanzar más directamente el análisis de la revolución en el mundo dependiente. Mao Tse-tung dio una gran contribución al tema al describir, ya en 1927, la especificidad de la estructura de clases china y al señalar posteriormente, en 1939, el carácter de la “nueva democracia” que emanaría de la revolución. Mao demostraba entonces el carácter obrero-campesino, antiimperialista y democrático de la Revolución China y su necesaria enmarcación en el cuadro de la revolución socialista.
La revolución democrática sería no solamente dirigida por el proletariado, su ejército y su partido, sino que se desarrollaría de manera ininterrumpida hacia una etapa socialista.
La contribución teórica de Mao se vio coronada por la práctica de la Revolución China. En Corea y Vietnam del Norte se consolidó este marco teórico. En los casos de Argelia y Cuba se produjeron fenómenos nuevos. La conducción de la revolución democrática no fue realizada por un partido comunista; sin embargo, particularmente en el caso de Cuba, ella evolucionó en sentido nítidamente socialista. La década del 60 conoció amplias variaciones revolucionarias en el mundo dependiente, particularmente en África, donde el socialismo emergió a veces directamente de sociedades tribales en formas muy propias y novedosas, conducidas por vanguardias políticas a veces improvisadas.
Es pues evidente que en este contexto internacional dinámico se desarrolla también la teoría sobre la situación de dependencia y de las estructuras que ella genera.
Particularmente en América Latina, la experiencia de la Revolución Cubana creó un nuevo marco político e ideológico. Se hizo muy explícito que las relaciones de dependencia no se podían superar dentro de los marcos del capitalismo. Al mismo tiempo, el movimiento populista se venía descomponiendo a causa de la evidente traición de su dirección burguesa a los ideales nacionalistas democráticos y de justicia social. Por otro lado, las experiencias entreguistas, dictatoriales y concentradoras del ingreso, como el modelo brasileño, atraían cada vez más al empresariado del continente. En Chile, la experiencia de la “revolución en libertad” de la Democracia Cristiana mostraba claramente los límites del reformismo. Se agigantan así los clamores revolucionarios en el continente y la consigna de la revolución socialista empieza a levantarse en amplios sectores populares. Después de muchos fracasos del movimiento insurreccional, particularmente de los que alcanzaron mayor amplitud como en Venezuela y Guatemala, se levanta en Chile un gobierno popular con un programa de transformación antiimperialista, antimonopolista y antilatifundista con el objetivo de iniciar sobre la base de ellas, la construcción socialista.
Como fundamento para este programa, además de la experiencia práctica de Cuba, se encontraban los estudios que habían descartado el carácter feudal de nuestra economía y sociedad y demostrado que el subdesarrollo tenía su origen en una situación de subordinación y dependencia del capitalismo local, incapaz de llevar adelante un importante desarrollo de las fuerzas productivas que lograse provocar la absorción masiva de la fuerza de trabajo, destruir las relaciones de producción atrasadas e instaurar una democracia con plena participación de las masas. En la época del capitalismo monopólico de Estado, el desarrollo del capitalismo dependiente se hacía también monopolista y presentaba señales de descomposición antes de alcanzar formas más democráticas.
Los estudios sobre la dependencia empezaron así a invertir la perspectiva tradicional que ponía el énfasis sobre los obstáculos precapitalistas al desarrollo del capitalismo y buscaban eliminarlos para crear las condiciones políticas y económicas para su pleno desarrollo. Los nuevos estudios se concentraron en el análisis del carácter actual del imperialismo, en la incidencia de la remesa de ganancias para conformar el déficit de la balanza de pagos, en la influencia del capital internacional y sus opciones tecnológicas, en el desarrollo de una estructura de producción concentrada y monopólica, en su efecto sobre el patrón de consumo y la distribución del ingreso, en la relación entre este tipo de industrialización y distribución del ingreso y la formación de un vasto subproletariado, en sus efectos sobre la estructura de clase, particularmente sobre la clase dominante y el llamado empresariado local o burguesía nacional convertidos en socios menores del imperialismo, en los ajustes políticos del Estado para desarrollar la infraestructura para ese nuevo tipo de dependencia, en los efectos ideológicos de tal situación sobre el movimiento nacionalista y la radicalización del movimiento de masas, en los problemas estratégicos y tácticos que derivaban de esa situación. Surgió así un conjunto de estudios económicos, sociológicos y políticos sobre el subcontinente, sus diferenciaciones tipológicas, sus sociedades nacionales y grupos regionales, sobre los aspectos ideológicos de la dependencia y muchos otros que renovaron y estimularon ampliamente la producción científica latinoamericana. Esos estudios si bien estaban inspirados en ciertos planteamientos generales comunes reflejaban muchas tendencias teóricas y políticas distintas.
Posteriormente han surgido varias críticas a los planteamientos generales de lo que se ha dado en llamar la “teoría de la dependencia”. Ellas no solo han desconocido completamente las diferentes posiciones que se distinguían en el interior de esa corriente de ideas y estudios, sino que han atribuido al conjunto de autores las posiciones de algunos de ellos. Pero, lo lamentable de esas críticas es su desconocimiento de los últimos cincuenta años de elaboración marxista sobre el tema, que los lleva a asimilar el estudio de estas formaciones sociales al análisis de relaciones sociales precapitalistas, cuyo desarrollo se ve impedido por el imperialismo. Al mismo tiempo, otros entienden que las sociedades nacionales dependientes son unidades absolutamente distintas sin leyes de desarrollo común o aun, que serían simples casos nacionales del capitalismo monopolista de Estado. No faltaron aun las críticas metodológicas que pretendían hacer ver que la“teoría de la dependencia” no había superado el desarrollismo y que se encontraba todavía dentro de sus marcos epistemológicos.
A pesar de no haber ofrecido aún ningún estudio empírico importante, esas críticas han atacado la falta del análisis de situaciones concretas, desconociendo sumariamente los esfuerzos empíricos ya realizados.
Lo grave de esos planteamientos es, desde el punto de vista metodológico, su influencia estructuralista, la cual pretende apartar el esfuerzo teórico latinoamericano de sus fuentes históricas, y pretende crear un pensamiento “marxista” que, en vez de realizar la confrontación y superación dialéctica de la ideología burguesa nacionalista y desarrollista, profundamente impregnada en nuestro proletariado, trata de imponer una alternativa abstracta pura que se basa en una aplicación mecánica y ahistórica del marxismo.
Desde el punto de vista político ellos niegan la relación dialéctica necesaria entre el carácter socialista de la revolución latinoamericana y sus tareas antiimperialistas, democráticas y de liberación nacional. Niegan en consecuencia, la lucha común antiimperialista de los países dependientes en vez de buscar radicalizarla mediante su aplicación consecuente bajo la hegemonía del proletariado.
Tal estructuralismo metodológico y sectarismo político se combinan para formar un conjunto de observaciones generales muy vagas y sin ningún estudio concreto que las respalde, además de dedicarse a una deformación sistemática de las posiciones de varios autores.
Lo que se ha hecho en los últimos años es necesariamente insuficiente y podrá tener muchos equívocos, pero ellos no se superarán a través del camino que apuntan estos críticos. Ellos apuntan hacia la ideología pequeñoburguesa y hacia el pasado, hacia el esquematismo teórico y el más confuso formalismo y generalismo.
En la medida en que logremos superar esas críticas que buscan retrotraer el avance teórico producido en los últimos años, podremos definir más claramente las características específicas de la crisis del capitalismo en los países dependientes y las alternativas de cambio que permitan superar revolucionariamente el capitalismo dependiente o renovarlo y ajustarlo a una nueva etapa de la economía imperialista que recién emerge. Podemos concluir aquí esa discusión teórica y metodológica y retomar el estudio de nuestro objeto analizando las características de las crisis en los países dependientes y las modalidades de cambio que ellas plantean.
La crisis capitalista de los países dependientes tiene dos grandes fuentes de origen. Hay una oscilación cíclica del sector exportador, que está ligada esencialmente al movimiento de la economía mundial y a su relación con la estructura productiva interna. Hay, por otro lado, una oscilación cíclica de la acumulación capitalista interna, que asumió una forma más declarada en el período de la posguerra sobre todo en aquellos países que lograron instalar una industria de base y pesada mínimas. No podemos en esta introducción describir en detalle esas dos crisis. Habrá que señalar muy en general sus características.
La crisis del sector exportador tiene una característica secular en la medida en que el control monopólico del comercio mundial y la sustitución de productos naturales por sintéticos configuran una situación de términos de intercambio negativos para las materias primas y productos agrícolas. Asimismo, la crónica debilidad de la balanza comercial y la dependencia de la importación de maquinarias y materias primas industrializadas para el desarrollo industrial dependiente aumentan conjuntamente con el crecimiento de la industrialización y de manera aún más dramática la obliga a aceptar las condiciones impuestas por las empresas transnacionales y por el aparato financiero o de ayuda económica que exigen que las maquinarias y materias primas sean importadas en escala creciente como parte de las inversiones extranjeras. Al mismo tiempo esas inversiones elevan a niveles gigantescos las remesas de utilidades y, por lo tanto, el déficit de la balanza de pagos. Para pagarlo se recurre cada vez más al endeudamiento internacional cuyos elevados servicios forman, en consecuencia, una parte creciente y fundamental del déficit de la balanza de pagos.
Al déficit crónico y creciente de la balanza de pagos que configura los términos de una crisis secular o estructural se suman las oscilaciones del comercio mundial y de los movimientos financieros que pueden arruinar sectores productivos enteros en los países dependientes y que, por otro lado, provocan bajas de importaciones que pueden estimular la producción interna sustitutiva, en muchos casos. Tales oscilaciones, cuando asumen un carácter largo, como el período de 1929 a 1939, provocando la baja del comercio, desinversiones y otros efectos similares, crean condiciones nuevas para la lucha de clases de los países dependientes: aceleran el antiimperialismo, crean premuras en las opciones del desarrollo económico interno, plantean nuevas exigencias de inversión estatal, agigantan las crisis sociales, los desplazamientos humanos, la lucha política.
Las crisis originadas por el sector capitalista industrial de consolidación reciente se ligan evidentemente a esas oscilaciones generales, pero tienen su dinámica interna, determinada por las leyes generales de la acumulación capitalista y sus manifestaciones específicas en países de baja productividad general, mercados internos muy concentrados al lado de masas depauperizadas, empresas industriales dominadas por el capital internacional, mano de obra barata con fuertes desniveles internos, existencia de un vasto subproletariado. En tales condiciones, las oscilaciones tienden a ser menos drásticas que en los países dominantes. Sobre todo, la ausencia de un sector de bienes de capital importante hace que la crisis, cuando llega a este sector, se exporte hacia el exterior, por la vía de la baja de las importaciones o del aumento del financiamiento externo.
Con estos marcos generales nos es posible bosquejar en términos muy someros las grandes opciones políticas que se abren a los países capitalistas dependientes. La intensificación de la entrada de inversiones extranjeras en el sector industrial restringió a términos mínimos las bases materiales de una burguesía nacional y, por lo tanto, de un proyecto de desarrollo capitalista nacional y autónomo. En su lugar, se erigió un patrón de crecimiento cuyas características hemos destacado y que se resumen en la alta explotación del mercado concentrado de altos ingresos, capaz de absorber los productos sofisticados de la nueva tecnología, y en la ampliación del subproletariado como consecuencia de las tendencias tecnológicas excluyentes de mano de obra. Por su carácter limitado, que choca con la necesaria estrechez del mercado interno, ese crecimiento busca una salida en el mercado internacional sobre la base de una nueva división internacional del trabajo apoyada en la exportación de materias primas industrializadas y bienes manufacturados de utilización intensiva de mano de obra, según los patrones internacionales definidos por el desarrollo de la revolución científico-técnica.
Como vimos, esas tendencias pueden coincidir con los intereses del gran capital internacional que al acentuarlas y controlarlas se posesiona de la fuerza de trabajo barata del Tercer Mundo. Este camino conduce al aumento del carácter monopólico de la economía, de la injerencia del capitalismo de Estado, de la centralización del capital. En lo político, lleva a la centralización del poder y a dictaduras de inspiración fascista. En lo cultural lleva al aumento del consumismo, al desarrollo científico especializado y dependiente sin poder creador propio, a la acentuación de las concepciones desarrollistas, tecnocráticas, autoritarias e irracionalistas, de tipo fascista.
La imposición de ese camino tiene graves dificultades al conducir a una fuerte resistencia del proletariado y amplios sectores populares empobrecidos por este proceso de concentración de la producción y del ingreso. Asimismo, al crear graves problemas para los pocos sectores nacionales sobrevivientes, aumenta su descontento y su tendencia a apoyarse en el capitalismo de Estado con el objetivo de frenar ese camino. Para tales pretensiones, encuentra el apoyo de sectores de los tecnócratas y de la burocracia estatal civil y militar que buscan utilizar el poder económico del Estado, como empresario y como interventor en la economía, para reorientar el desarrollo capitalista en un sentido más nacional.
Estas ambiciones políticas están condenadas a largo plazo al fracaso pues no es posible un desarrollo capitalista que se oponga de manera sistemática a las tendencias de la economía mundial capitalista a someterse al gran capital y de las economías nacionales a concentrarse bajo el dominio del monopolio. El capitalismo de Estado tiene que ajustarse necesariamente a los intereses del monopolio y “racionalizar” su funcionamiento en el sentido de aumentar la tasa general de ganancia.
Esto no impide, sin embargo, que en los períodos de crisis del sistema, aumente el poder de negociación de las burguesías locales y de la pequeña burguesía, sobre todo si logran arrastrar bajo su control sectores importantes del proletariado y del campesinado. Por otro lado, la utilización de las contradicciones interimperialistas en aumento durante la crisis, y la posibilidad de abrirse mercados en el campo socialista y contar con su ayuda para frenar en parte las presiones imperialistas configuran un cuadro general favorable a esa política que, reafirmamos, no encuentra asidero a largo plazo.
Es necesario señalar aun que esas políticas son una resultante de las fuertes presiones sociales creadas por la crisis general del imperialismo y las crisis internas con ella confluyentes. En tales circunstancias, el movimiento obrero y popular de los países dependientes tiende a radicalizarse, elevar su grado de conciencia y de organización y a asumir en consecuencia mayor autonomía política e ideológica. En tales circunstancias no faltan los oportunistas burgueses y pequeñoburgueses que buscan aprovecharse de ellas para, a través de una política y sobre todo un lenguaje más radical, asumir el liderazgo de esas masas.
En tales condiciones, la crisis general del capitalismo radicaliza, por un lado, la ideología y las políticas burguesas del gran capital hacia la derecha, y por otro lado las del proletariado hacia la izquierda. Al medio, abre camino para una política oportunista y circunscrita de capas sociales decadentes que se apoyan en el capitalismo de Estado y buscan atraerse al proletariado. En la etapa de la crisis actual esos sectores aumentaron, como vimos, su capacidad de negociación que está por detrás de las tendencias “neopopulistas” y socialdemócratas, que se desarrollaron últimamente.
La resultante general es una situación de creciente radicalismo político cuya resolución final dependerá de la capacidad del gran capital internacional y sus aliados locales, por un lado, o del proletariado; por otro, de establecer claramente perspectivas viables de resolución inmediata de la crisis y de ganarse las capas intermedias para ellas.
Este resumen de las tesis centrales del libro y de la argumentación en que se apoyan puede orientar a los lectores para no perderse en una mayor abundancia de detalles, datos y argumentación que un tema tan complejo obligatoriamente exige. Esperamos haberlos estimulado para enfrentarse con los extensos desarrollos que presentamos a su consideración.