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2024 Mar Suerte o desastre. El azar como modelo económico de AMLO. Isabella Cota.

PRÓLOGO
SI AMAS A AMLO, ESTE LIBRO ES PARA TI. SI ODIAS A AMLO, ESTE LIBRO es para ti. La figura del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien tomó el poder a finales de 2018, es tan absorbente que es difícil pensar que se puede hablar de su mandato sin hablar, propiamente, de él. Pero este libro lo logra. La presente es una breve historia económica de México bajo la Cuarta Transformación, contada por mexicanos de a pie y especialistas en la materia, así como a través de estadísticas y datos y de mi lente periodística, con casi dos décadas de experiencia. Conforme se acerca el final de este sexenio, va quedando claro cuál es el legado económico del presidente, uno lleno de sorpresas buenas y malas.

Sin duda, este fue un sexenio hiperpresidencialista en el plano político. También lo fue en su brutal intervención en el sector energético, en donde empresas privadas fueron forzadas a años de parálisis para ofrecerle ventajas a las empresas del Estado. Pero esta fue, en realidad, la excepción en el comportamiento del presidente. López Obrador no se portó como un presidente de izquierda, sino como un neoliberal de clóset. La primera pista fue su abrupto adelgazamiento del aparato de Gobierno, con despidos masivos en los sectores de educación y salud, y, sobre todo, en las instituciones responsables de sostener la democracia. Intercambió guarderías y escuelas de tiempo completo por transferencias directas, desmantelando el sistema de cuidados del que dependen millones. Por si quedaba alguna duda, su neoliberalismo interno salió a la luz cuando llegó la pandemia y el Gobierno dejó que las fuerzas del mercado actuaran sin intervención, llevando a la quiebra a un millón de negocios.

Este será un sexenio que pasará a la historia por revertir la tendencia de la tecnocracia en los altos niveles de Gobierno. La Cuarta Transformación la equipara con el clasismo, actitud que tuvo un profundo impacto en la manera en que diseñaron —o dejaron de diseñar— las políticas públicas.

A diferencia de muchos periodistas que cubren economía, negocios y/o finanzas, yo no veo a los grandes empresarios como las indefensas víctimas de López Obrador. En mi análisis, la clase empresarial mexicana le ha fallado tanto a los mexicanos como los políticos.

Acostumbrados a escribir las reglas tras bambalinas para garantizar jugosos réditos, su rabia y descontento reflejan una aversión al riesgo, y no una injusticia.

Haber puesto a López Obrador en el poder no nos hizo menos corruptos. Si bien al propio presidente no le encontraron una casa lujosa regalada por su contratista favorito —como a su antecesor—, los escándalos de corrupción no escasearon en estos años. Su hijo estuvo entre los señalados, así como quienes forman parte de su círculo interno (entre ellos, el director general de la Comisión Federal de Electricidad y el militar de más alto rango en el país). En los rankings internacionales, así como en las encuestas nacionales, la corrupción permanece casi intacta en la vida de los mexicanos. Los sobornos siguen siendo parte de nuestro día a día, no importa si los vemos como un impuesto adicional o un lubricante para que el aparato burocrático funcione en nuestro beneficio. Una de las consecuencias económicas es que las pequeñas y medianas empresas no crecen deliberadamente. Quedarse chiquitas es una manera de no llamar la atención.

En lo económico, el de AMLO fue un no-gobierno. No trabajó para atraer nueva inversión, no invirtió en la infraestructura que el país desesperadamente necesita, no facilitó los trámites para hacer negocios en el país y no garantizó ni la seguridad ni el Estado de derecho que los grandes capitales buscan. No invirtió en educación que detonara actividad económica y no protegió a quienes viven en extrema pobreza. Sus secretarios de Hacienda y Economía fueron no-secretarios, actuando como si no tuvieran el poder de decisión que tenían en sus cargos; incapaces de opinar, humillados, silenciados y/o sin interés para defender el poco presupuesto que le corresponde a la salud, la educación, el transporte y la seguridad de los ciudadanos. Canalizaron cada peso que pudieron a los megaproyectos emblemáticos del presidente.

A pesar de todo esto, Andrés Manuel López Obrador saldrá bien librado de su récord económico porque es un tipo con mucha suerte. La ola de líderes populistas a nivel global que lo impulsó, parcialmente, al poder, hoy se ve como un presagio. Y es que las fuerzas externas fueron más poderosas que él. La intensificación de la rivalidad entre Estados Unidos y China hizo aún más relevante el tratado comercial de los tres países norteamericanos. México, con todos sus problemas de seguridad y corrupción, de repente surgió como un destino atractivo para las empresas que querían seguir vendiendo a Estados Unidos sin ubicarse en Asia. Además, la administración anterior acordó subir el salario mínimo en México para nivelar la cancha con sus socios comerciales. López Obrador solo llegó a implementarlo, pero se colgará las medallas de la redistribución del ingreso que impactó de manera muy positiva en la pobreza.

AMLO dejó la economía al azar y saldrá bien librado; ya quisiéramos los mexicanos la suerte del presidente. Él saldrá de Palacio Nacional con un legado económico que se lee bien en el papel, pero que oculta enormes carencias de los ciudadanos. Un legado que esconde el debilitamiento de la democracia y el hecho de que le aventó a su sucesor la papa caliente: una urgente reforma fiscal. El tabasqueño llegó al poder para satisfacer el deseo de los mexicanos por un nuevo modelo económico más limpio, menos extractivo y más justo. Esta fue su mayor promesa incumplida, pues ese deseo, insatisfecho, todavía late en México. ¿Qué es lo peor que podría pasar?

 

 

Introducción
ME ENCANTARÍA COMENZAR ESTE LIBRO CON UNA ADORABLE ANÉCDOTA sobre el momento en que descubrí la economía y cómo fue amor a primera vista. Pero lamento decir, estimado lector, que no fue así. El camino que me trajo hasta aquí ha sido sinuoso y con algo de drama.

Empezó en 2008, cuando llegué a Dinamarca con mis sueños empacados en un par de maletas a estudiar una maestría en periodismo. En el segundo y último año del programa, estudiaría una especialidad sobre la teoría de la esfera pública del sociólogo y filósofo alemán Jürgen Habermas. El máster ofrecía también una especialidad en periodismo de negocios y finanzas, pero, a mis 26 años, habiendo empezado mi carrera como reportera cultural, mi interés por los negocios era mínimo, y todo lo que tuviera que ver con finanzas me aburría sobremanera. Los mercados y las empresas me daban lo mismo. Mi sueño era ir por el mundo y escribir sobre las culturas de cada país.

En mi primer día de clases en la Danish School of Journalism, el 15 de septiembre, cayó en bancarrota Lehman Brothers, un banco de inversión de cuya existencia yo supe ese mismo día. De repente, todos los medios hablaban de credit default swaps (permutas de incumplimiento crediticio), de collateralized debt obligations (obligaciones de deuda garantizadas) y de activos “tóxicos”. Yo no entendía nada, y para mi sorpresa, muchos de mis profesores —algunas de las mentes más brillantes de Europa— tampoco. Me quedó claro que esta no era una crisis como las que vivimos en México cada cierto tiempo. Esto era nuevo, desconocido, y llegó en un momento clave para mí. Me tocó vivir la crisis financiera del 2008 y la Gran Recesión que le siguió durante mis estudios de posgrado, desmenuzando cada acontecimiento con la guía de académicos y autores en tiempo real.

Diariamente, las noticias me enseñaban algo nuevo sobre esta potente fuerza conocida como sistema financiero global, y con cada nota se revelaban también las consecuencias reales de esta crisis; es decir, las consecuencias económicas. Recuerdo la dramática evolución en imágenes. Primero, las de los desempleados de Lehman con sus pertenencias en cajas; después, las de las casas embargadas en Estados Unidos, y por último, las de gente viviendo en sus coches. Millones de personas perdieron sus casas, ahorros y trabajos, o sufrieron pérdidas en sus fondos de pensiones. Los mercados y la banca cobraron un sentido real para mí cuando la crisis financiera impactó la economía.

Los traders de los grandes bancos no fueron los únicos que salieron con sus pertenencias en cajas hacia el desempleo. Poco a poco, la crisis fue adelgazando las redacciones de medios internacionales en todo el mundo. Los titulares eran una tortura. Yo estaba invirtiendo en mi educación para ser una mejor periodista y el mundo tenía cada vez menos de ellos. Destacaba una sola excepción: los periodistas de finanzas. Un periodista que supiera de mercados y tuviera la capacidad de analizar rápidamente estados financieros de una empresa o un discurso del director general de Blackrock, Larry Fink, estaba en demanda. Entendí que, a este tipo de periodistas, el mundo sí los necesitaba. Al mismo tiempo, descubrí las obras de Michael Lewis y Gillian Tett, quienes cuentan las fascinantes historias ocultas detrás de una hoja de cálculo o desde el piso de remates de la bolsa.

La crisis cambió al mundo y también me cambió a mí. Bastaron unos meses para que pidiera un cambio de especialidad y, en lugar de mudarme a Hamburgo para mi último año de estudios, ingresé a City University London a estudiar periodismo de negocios y finanzas. Para 2010, cuando me gradué, los medios de comunicación ya se habían puesto al corriente con Wall Street, exponiendo la colusión de agencias calificadoras y bancos de inversión que ocasionó la crisis. Los Gobiernos en Estados Unidos y Europa rescataron a los bancos para mitigar el impacto económico antes de que la ciudadanía conociera con claridad las raíces de la traumática crisis.

Todo esto me llenó de indignación y, poco a poco, mi lente periodística fue cambiando. En las calles de Londres, fui testigo de cómo se gestó Occupy London, la respuesta británica al movimiento en contra del capitalismo rapaz y el poder de los bancos Occupy Wall Street en Estados Unidos. Viví también los disturbios en la ciudad en 2011, los cuales se organizaron, por primera vez, a través de mensajes de texto en dispositivos móviles, algo que asustó a las autoridades. Ese año entré a trabajar a Reuters, la agencia internacional de noticias, en donde aprendí cómo fluye la información que envían los corresponsales hasta transformarse en historias digeribles para un público general. El foco de atención oscilaba entre dos temas: la Primavera Árabe y la crisis de la deuda europea. No había espacio en la mente de los lectores para mucho más y, desde mi escritorio en la redacción, ubicada en el distrito financiero de Canary Wharf, podía ver el edificio vacío de Lehman Brothers. Era un recordatorio diario de cómo llegamos a ese momento.

La economía es el cuerpo, el sistema financiero es la espina dorsal por donde fluye la energía vital; es decir, el dinero. Si lo que quería era ir por el mundo y escribir sobre las diferentes culturas, me quedó claro en esos años que la mejor manera de hacerlo es a través de los acontecimientos en la economía, los negocios y las finanzas.

Pero me aburrí. Después de un año de trabajar con un equipo de periodistas de todo el mundo como editora de un servicio web, extrañaba reportear desde la calle. Otro año muy duro fue 2011, cuando caí en cuenta de que ser latinoamericana, por más impecable que fuera mi inglés y a pesar de tener el permiso para trabajar legalmente, me limitaba. Los escasos puestos que se abrían, eran ocupados por hombres ingleses (a veces por mujeres inglesas), y yo no soy una persona muy paciente.

Esa Navidad, aprovechando una visita a mi natal Monterrey, viajé a Ciudad de México y busqué a la directora de Reuters en México y Centroamérica. Me senté afuera de su oficina en Lomas de Chapultepec hasta que me recibió.

—Soy mexicana, bilingüe y sé hacer periodismo de finanzas —le dije—, quiero irme a dónde sea más útil.

—¿Cuándo puedes mudarte a Costa Rica? —me respondió.

La presidenta Laura Chinchilla había heredado de Óscar Arias un Gobierno inflado y una nómina muy cara cuando llegué a vivir a San José, en 2012. El país, con una población equivalente a la del estado de Nuevo León, coqueteaba con la idea de emitir más bonos en el mercado internacional para cubrir el gasto, pero eso implicaba subir los impuestos. Pronto, me di cuenta de que esta era una historia global, ya que muchos países atravesaban una encrucijada similar porque, debido a la crisis de 2008, habían bajado mucho las tasas de interés y estaban aprovechando para endeudarse.

Durante mis años en Costa Rica cubrí la emisión de eurobonos, una modificación de régimen del tipo de cambio y una elección presidencial. Expuse también cómo el crimen organizado estaba usando los parques nacionales, la joya del turismo, como pit stop en su tráfico de drogas desde Colombia hasta México —nota por la cual, dicho sea de paso, un ministro del Gobierno amenazó con “deportarme”—. Escribí sobre la trata de blancas a la que están expuestos los centroamericanos, un mercado cautivo por su condición de pobreza, y sobre la construcción de un canal en Nicaragua que se esperaba que compitiera con el de Panamá, a cargo de una empresa china (el proyecto nunca avanzó).

Mi trabajo era emocionante, pero mi atención estaba cada día más en lo que sucedía en México. Enrique Peña Nieto había ganado las elecciones con una poderosa campaña en redes sociales y su prioridad era abrir la economía a través de reformas constitucionales en energía y telecomunicaciones. Yo quería regresar a México, y cuando Bloomberg —la competencia de Reuters— me ofreció un puesto en su oficina en la capital, no pude decir que no.

Bueno, no fue así del todo. El puesto que me ofrecieron era una corresponsalía de mercados emergentes con un enfoque en el tipo de cambio y renta fija —trabajo soñado de absolutamente ningún periodista—. Temí que me aburriría como lo hice en Londres. Finalmente, apliqué al puesto cuando la empresa se acercó conmigo por segunda vez porque, al notar que en México todo ocurría a la velocidad de la luz, quise regresar al país.

Mi trayecto en Bloomberg estuvo marcado por las altas y bajas del peso contra el dólar. Empezó con las apuestas alcistas por la reforma energética y terminó con el caos bajista detonado por las amenazas de Donald Trump de destruir el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Escribí hasta el cansancio sobre los bonos emitidos por el Gobierno de Peña Nieto y por el Pemex de Emilio Lozoya. Sacrificando mi tiempo libre, logré publicar también una investigación sobre el tráfico ilegal de la basura electrónica estadounidense que cruzaba la frontera para ser deshuesada en México antes de venderse a China. La cultura de Bloomberg es más parecida a un banco de inversión que a la de un medio de comunicación y, para mí, esos años fueron muy difíciles.

Al poco tiempo de que Trump se mudara a la Casa Blanca, renuncié a Bloomberg. Me tiré al vacío del mundo freelance y pude hacer periodismo de investigación, a veces enfocado en finanzas. Como parte de la prestigiosa unidad de investigación Quinto Elemento, expusimos cómo los bonos catastróficos del Gobierno federal eran un hoyo negro de pérdidas y recursos desaparecidos. Entrevisté a Carlos Merlo, el autoproclamado “rey” de las fake news —quien asegura que ayudó a Peña Nieto a ganar la presidencia—, para la televisión japonesa. Tiré, como de un hilo, de un rumor en el sector energético hasta exponer a una empresa texana que, a meses de haber sido fundada por los amigos de un director de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), recibió contratos blindados por miles de millones de dólares. Y cuando El País tocó a mi puerta, me sentí preparada y entusiasmada de liderar la cobertura económica del diario español en toda América Latina.

Este es un libro que me encuentra todavía digiriendo, tratando de descubrir el sentido en los cambios tan fuertes que experimentamos en el mundo y, de manera muy particular, en México. Entre las promesas hechas a mi generación, están la de un mundo de libre comercio, de economías abiertas y de libertad de tránsito. A quienes nacimos en los ochenta, nos aseguraron que el mundo tendía a la integración y que el conflicto ocurría en países comunistas —o, como lo plantea Thomas L. Friedman, los países que tienen McDonald’s no se declaran guerras entre sí—. Mis padres cuentan historias de cómo en México no era posible comprar pañales y leche de fórmula de buena calidad en 1982, cuando nací, y la violenta depreciación del peso imposibilitaba que los viajes a la frontera fueran recurrentes. Cuentan estas historias como si esto no pudiera volver a ocurrir jamás, porque eso “era antes”.

Pero como “era antes” es justo lo que el presidente Andrés Manuel López Obrador propone para el futuro, por lo que, naturalmente, miles de mexicanos están molestos. Otros tienen miedo. A mi generación le dijeron que México se abrió al mundo y que no habría vuelta atrás… hasta que llegó AMLO.

En este libro no defenderé las bondades de cierta ideología económica frente a otra. Tampoco me interesa darle la razón ni al presidente ni a sus críticos. No soy una periodista que piense que los mercados tienen siempre la razón, ni que el Estado lleva una ventaja moral. El presente contará la historia económica de México bajo AMLO, respaldada con los datos y las cifras disponibles y pintada con las voces de quienes tienen algo que decir.

 

 

Índice
Prólogo
Introducción
La visión de AMLO para la economía: “Austeridad hasta sus últimas consecuencias”
El sector energético: “El fatídico diciembre”
La famosa incertidumbre: inversión o “castigo”
La caída de la construcción: “La mayor crisis en 90 años”
Las empresas del Estado: “El tercer hombre más importante del país”
El Ejército: Un mal agente económico
El costo de la corrupción: “O hay corrupción, o no hay nada”
La inseguridad también cuesta: Un país “sustancialmente menos pacífico”
Asistencia social: “Es para ganar más votos. No piensa en los pobres”
AMLO el neoliberal: “López Obrador no cree en el Estado”
La suerte del presidente: “Más optimismo sobre el futuro de México que nunca”
El bono de género: “Pervirtieron al Gobierno”
El secretario de Hacienda: “Tenemos que decidir si queremos perder lo ganado”
Un nuevo modelo económico: “El capitalismo es entre amigos”
Agradecimientos
Sobre este libro
Sobre la autora
Créditos

Cota, Isabella. Suerte o desastre. El azar como modelo económico de AMLO. Ed. Aguilar Ideas. 2024. Edición de Kindle