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2004 El nacionalismo mexicano en los tiempos de la globalización y el multiculturalismo. Fernando Vizcaíno Guerra.

Introducción
En este libro me ocupo del nacionalismo de Estado y no de los nacionalismos de las minorías culturales constituidos, muchas veces, en movimientos contra el gobierno central y, por tanto, contra el nacionalismo de Estado. Este enfoque no indica que los nacionalismos no estatales carezcan de importancia; por el contrario, los reconoce en la política cultural y lingüística de Cataluña; en la lucha por la autonomía de Gales, Irlanda del Norte y Escocia; en Chechenia o Kosovo; en Taiwán, Quebec, Mosquitia y, en general, en los pueblos indios de las Américas. En los últimos años, estos nacionalismos se han desarrollado con la ola universal en favor de las minorías, la pérdida de capacidades de los gobiernos centrales, el debilitamiento de su soberanía y el desdibujamiento de la frontera entre lo propio y lo ajeno, lo nativo y lo universal. Es cierto, además, que en las ciencias sociales se ha perdido el interés académico en el nacionalismo histórico y, en cambio, lo ha ganado este nacionalismo relacionado con asuntos de la etnicidad y los movimientos por la autonomía o la secesión.

No sigo, entonces, el camino hoy más transitado, en boga, sino la historia reciente del nacionalismo de Estado, que en México amaneció en la Independencia y en la derrota de 1848 con Estados Unidos, para luego ver su largo día con la Reforma, la Revolución y el cardenismo hasta el punto, ya poco sostenible, que en 1982 hizo decir a López Portillo que iba a defender el peso “como un perro”, al tiempo que gritaba mueras contra los “desnacionalizados”?

Varias razones justifican mi elección. El Estado, no obstante su mutación, es todavía el sillar del orden mundial y, por tanto, el nacionalismo, persistirá como una fuerza para conservar la unidad y defender lo que quede de la soberanía. Por otra parte, el nacionalismo como recurso de las minorías busca, al final, la forma del Estado. Las minorías nacionales luchan contra el Estado porque persiguen, precisamente, construir una forma autónoma de gobierno y, de ser posible, constituirse en Estado. De manera que hablamos del mismo fenómeno pero en diversas fases: desde el nacionalismo de los grupos que aspiran a constituirse en Estados, hasta el nacionalismo de los Estados consolidados. Esta idea supone que toda comunidad o nación aspira, en el corto o en el largo plazo, implícita o explícitamente, a constituirse en Estado o en alguna forma preestatal de gobierno; implica, también, que el Estado tiene como una de sus funciones el nacionalismo, porque necesita favorecer la solidaridad, la unidad y los símbolos de la identidad compartida entre los miembros de la comunidad política. El nacionalismo busca la forma del Estado y éste, a su vez, la del nacionalismo.

Hay que agregar otra razón no menos importante: en muchos países, quizá a causa de la tradición autoritaria y centralista, o por la pobreza de la provincia y de las minorías, el nacionalismo casi siempre fue un instrumento exclusivo del Estado. En México no ha dejado de serlo, aunque se ha desfigurado, como habré de mostrar; tampoco ha surgido en el país algún tipo de nacionalismo étnico o regional que amenace la integridad del Estado. Sociológica o políticamente, la referencia al nacionalismo implica al gobierno central. En cambio, en España o en Canadá, por ejemplo, el nacionalismo se asocia menos al gobierno central y más a los movimientos autonomistas de regiones como Quebec, el País Vasco o Cataluña. Pero el hecho de que impere el nacionalismo de las minorías nacionales y, así, un enfoque académico que dé cuenta de ello, no es suficiente motivo para suponer que el nacionalismo de Estado —del Estado Español o de la Federación Canadiense—, ha dejado de ser significativo para la conservación de la unidad política y la cultural. Por el contrario, este nacionalismo parece necesario cuando hay que organizar la diversidad, aprender a vivir en la pluralidad y conservar alguna forma de identidad compartida. Por ello, si imagináramos para México un escenario futuro con un nacionalismo regional significativo, por ejemplo en Yucatán, o un movimiento indígena que enarbolara alguna forma de nación, persistiría aun así alguna modalidad del nacionalismo de Estado; de manera que no estamos ante la desaparición de éste. Más bien ante su transformación, lo cual ha creado problemas nuevos que convocan nuestro interés: ¿cómo explicarlo en una época en que frente a la unidad crece la diversidad; frente al centralismo, la democracia y el federalismo; frente a la soberanía, la vinculación con el mundo?

Hay que reconocer sin embargo que, tanto o más importante que la difusión de los derechos de las minorías, los estudios académicos acerca de éstos y el etnonacionalismo son resultado de un cambio de concepción fundamental. Hasta hace algunos años, predominó la idea de que la condición esencial del nacionalismo era el Estado. Gellner (1983) y Hobsbawm (1991), entre otros, difundieron esta tesis. Hablar de nacionalismo implicaba decir nacionalismo de Estado. A partir de finales de los años setenta, en cambio, comenzó a ganar importancia la tesis según la cual la condición fundamental del nacionalismo era la nación, no el Estado (Smith, 1983). Tal concepción transformó la teoría y se aceptó la existencia de innumerables movimientos etnonacionalistas. Allí donde hay una nación, entendida ésta como pueblo o cultura, puede haber un nacionalismo, lo cual implica, a su vez, que Europa ha dejado de ser el eje histórico del devenir del fenómeno. Visto así, mi problema es explicar el nacionalismo una vez constituido en recurso del Estado; empero, acepto que la condición básica del nacionalismo no es el Estado sino la nación.

Tres problemas recorren el estudio. El primero deviene de mi interés en la historia reciente del tema: cómo estudiar el nacionalismo en la época actual, digamos desde el principio de los años setenta del siglo pasado hasta nuestros días. Cuando comencé esta investigación había establecido como punto de partida la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, que favoreció el resurgimiento de la etnicidad y el reconocimiento como Estados independientes de las naciones otrora integradas a la URSS. Las transformaciones en el mundo coincidían en México con el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, una etapa fundacional si consideramos, al menos, la modificación del artículo IV de la Constitución, que reconoció el carácter poliétnico del país; el establecimiento de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos; la observación internacional en las elecciones; el control de éstas por la ciudadanía, y el establecimiento del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Multiculturalismo, democracia y globalidad se condensaban en la historia de esos años, y estos tres factores, como explicaré, están relacionados con los cambios del nacionalismo. Estaba claro, sin embargo, que ninguno de esos procesos se habría iniciado a finales de los años ochenta. Al retroceder en el tiempo encontré, por ejemplo, que el número de convenios internacionales firmados por México crecieron significativamente a partir de mediados de los años setenta, de manera que la integración internacional de los noventa es una ratificación de una tendencia iniciada dos décadas atrás. Fue, por ejemplo, en 1974, cuando el secretario de Hacienda, López Portillo, comenzó las negociaciones para el ingreso de México a la Organización Mundial del Comercio, entonces GATT (General Agreement on Trade and Tariffs). El avance de la democracia también tiene un punto fundamental en México en la reforma de 1977. Coincido, incluso, en que la democratización de México es parte de la ola mundial iniciada en Portugal y España a mediados de esa década, como sugirió Huntington. Y del resurgimiento del etnonacionalismo y el Estado multinacional habría mucho que agregar si al menos recorremos la historia de los derechos de las minorías desde la segunda guerra mundial. Uno de los hechos más significativos en América Latina —y, digamos de paso, fundacional para el resurgimiento de la etnicidad a nivel mundial— fue el resurgimiento en Nicaragua del movimiento étnico, en medio de la guerra fría de los años setenta, cuando la desarticulación del gobierno central y el avance del sandinismo dio paso a la reconstitución de Mosquitia y al reconocimiento de su autonomía. Estos hechos, entonces, me llevaron a pensar en un tiempo más largo. Con la ventaja, además, de que la amplitud de la época me ha permitido explicar los cambios del nacionalismo en consideración de la presencia creciente de la multiculturalidad, la democracia y la globalidad.

El segundo problema que surge aquí es: ¿cómo explicar el cambio? Y el tercero deviene de la especificidad de México: ¿cómo ha cambiado el nacionalismo mexicano en la historia reciente?

Estos tres problemas se examinan a lo largo de las siguientes páginas. Unas veces el nacionalismo mexicano sirve para ilustrar la teoría y, otras, para construir ideas con algún grado de abstracción. En cualquier caso, he pensado en la exposición como un vaivén entre elucidaciones generales y ejemplos históricos, entre los cuales el más destacado es el de México.

No existe, en realidad, un factor que por sí mismo explique el nacionalismo en México o en cualquier parte del mundo: ni el debilitamiento del Estado; ni el avance de la democracia, que en una de sus vertientes liberales reconoce la diversidad (Kymlicka, 1995; Taylor, 1997); ni el redescubrimiento de las razas o las lenguas, que están en el origen de las nacionalidades; ni las utopías intelectuales, muchas veces modas efímeras; ni el cauce de la globalidad, cuya fuerza ha desbordado los viejos círculos del Estado soberano. “No hay historia unilateral”, escribió Braudel (1969); tampoco hay historia homogénea ni lineal. La pregunta, empero, es si aun reconociendo que estamos frente a un fenómeno multivariable podemos encontrar un factor dominante que ayude a ordenar los problemas en el tiempo y según una relación significativa.

Parto de que existe una relación entre nacionalismo y esos tres factores que definen el mundo actual: globalidad, democracia y multiculturalidad. Mi argumento es que en la medida en que estos tres factores avanzan, el nacionalismo de Estado pierde peso en la vida política y, a su vez, transforma muchos de sus contenidos.

El argumento puede comenzar a desarrollarse si volvemos a los tres problemas. Con respecto al primero —cómo estudiar hoy el nacionalismo—, sostengo que hay que hacerlo en referencia al Estado multinacional y global y no como algunos autores insisten, en relación con el Estado-nación, homogéneo y soberano, como si todavía fuese una entidad cerrada o un cuerpo que se mueve al unísono. Los argumentos con respecto a los otros dos problemas —cómo explicar el cambio y cómo ha sido éste en México— están implícitos aquí. Las transformaciones del nacionalismo en buena medida se deben a la creciente y extensa vinculación de los países por la cultura y el derecho, la tecnología y la economía y, también, a la creciente democratización y reconocimiento de las minorías. El nacionalismo de Estado, específicamente en México, ha perdido muchos referentes de la sociedad cerrada, autocontenida y homogénea; en cambio, ha desarrollado otros que atañen a la diversidad, la vocación internacional y la democracia. Esto no implica la eliminación total de los viejos referentes, como si en tres décadas hubiesen desaparecido los elementos materiales o simbólicos proteccionistas de “lo mexicano” y de la desconfianza hacia las potencias internacionales. Estamos ante procesos que se contradicen y, a su vez, se complementan. El decreciente peso del nacionalismo y la negación o reiteración de sus contenidos se explica entonces por la creciente dinámica que vincula al país con la modernización (globalidad, democracia, diversidad) y por el debilitamiento de la tradición (encerramiento, corporativismo, uniformidad).

Estos argumentos se desarrollan a lo largo del libro. A manera de preámbulo, en el primer capítulo presento un panorama general de la literatura del nacionalismo escrita en México o sobre el nacionalismo mexicano. En el segundo, planteo lo que desde mi punto de vista es la naturaleza del nacionalismo, su relación con el Estado y la nación y su función en la sociedad. En el tercero analizo el nacionalismo como un fenómeno concebido en relación con el Estado global y multicultural y cómo éste enfoque permite entender el cambio; específicamente, el cambio del nacionalismo mexicano. El cuarto capítulo abunda en torno a la relación entre la apertura económica y las transformaciones del nacionalismo mexicano desde los años setenta. Un análisis empírico de estas mutaciones aparece en el quinto capítulo; en particular, es notable el creciente uso de las referencias a la democracia como una forma de acción nacionalista. Ofrezco una interpretación de por qué el nacionalismo es necesario en la democracia, en la globalidad y el multiculturalismo, en el sexto capítulo. Finalmente, en la conclusión —amén de una recapitulación— enuncio nuevos problemas o problemas no resueltos.

[…]

 

 

Índice

Introducción

7

I. De la literatura del nacionalismo mexicano

17

II. Naturaleza del nacionalismo

35

III. Estado multinacional, globalización y nacionalismo

65

IV Nacionalismo y apertura económica

103

V. Doce referentes en la historia actual

125

VI. La persistencia del nacionalismo en la democracia

155

Conclusiones

167

Bibliografía

175

Índice analítico

187

 

 

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