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1972 La formación del poder político en México. Arnaldo Córdova.

INTRODUCCIÓN
De acuerdo con una visión histórica de conjunto, podría afirmarse que el punto nodal del desarrollo de nuestro país lo constituye la forma peculiar en que política y economía confluyen en el problema. Es tal el papel dinámico que el elemento político juega en el desarrollo de México, que las fuerzas productivas modernas y en general la economía de mercado parecen ser creación del Estado constituido como entidad nacional.

Sin duda, la verdad es que, como en todos los países subdesarrollados, el Estado se convierte a partir de un cierto momento en el principal promotor, si no es que en el único, del desarrollo social, debido, sobre todo, a la enorme dispersión de los factores productivos y a la debilidad de las relaciones económicas modernas. No es extraño, por lo mismo, que en México un desarrollo a escala nacional comience cuando se da por primera vez, con los gobiernos de Juárez, de Lerdo y fundamentalmente de Díaz, un poder también nacional, que se impone soberano sobre los elementos tradicionales que tendían hacia la disgregación.

El periodo comprendido en los dos primeros tercios del siglo XIX, llamado por los ideólogos porfiristas, con sobra de razón (si bien con fines de apología respecto de su propia sociedad) como el "periodo de la anarquía", contempla un Estado nacional que lo es sólo de nombre, sin control efectivo sobre la población y el territorio, sin autoridad y contendido por una miriada de poderes locales cuya autonomía era el signo indudable de la debilidad de los poderes centrales. Por otra parte, es también indudable que los dos grandes campos ideológicos, que sólo por convención se ha dado en llamar "partidos", el conservador y el liberal, buscaban, cada uno con soluciones políticas radicalmente opuestas, el remedio a los males del país en la unificación del mismo mediante la creación de un verdadero Estado nacional.

Si se admite, como ya nadie parece poner en duda, que los gobiernos de Juárez y de Díaz, así como el régimen emanado de la revolución, se caracterizan ante todo por una extraordinaria concentración de poder (debido al fortalecimiento del Ejecutivo), podría afirmarse que la causa fundamental de que en buena parte del siglo XIX privara la anarquía en las actividades productivas y en las relaciones políticas residió en la falta de un poder político suficientemente fuerte como para imponerse en todos los niveles de la vida social, dentro de una economía como la nuestra en la que, por su falta de desarrollo, estaban ausentes todos los elementos que dieran al país otra unificación nacional que no fuera. en primer lugar, la unificación política. Todo esto nos recuerda que el proceso de desarrollo de nuestro país, como en casi todos los países subdesarrollados, es esencialmente inverso al que se observa en la Europa occidental, en donde la función unificadora la desarrolla un mercado nacional que se organiza al margen del Estado, también nacional, e incluso, obrando sobre este último como motor determinante. Es verdad que, en gran medida y por definición, la economía mexicana es una economía mercantil: lo es ya desde los primeros tiempos de la Colonia; pero hay evidencias suficientes para demostrar que, mientras no se dio un mercado nacional en amplia escala, la economía de México, insuficientemente desarrollada, impuso al país una particular división económica y política, que la ligó, fraccionada de esa manera, a distintas economías extranjeras.

Ese solo hecho bastaría para explicar por qué no se dio aquel poder político nacional en el que todos los mexicanos ponían tan grandes esperanzas. Pero ese solo hecho no sería suficiente para explicar por qué el país, al final de cuentas, logró el establecimiento de tal poder. La lucha política, con las ideas y con las armas, transformó al país; nada obedeció a planes preestablecidos; las soluciones impuestas, ya con Juárez ya con Díaz, fueron el resultado directo de los intereses que en las pugnas de grupos lograron el triunfo. La transformación de México de país dependiente y mercantil en país dependiente y capitalista, según la distinción hecha por Alonso Aguilar, no se logra sino con la unificación política del país.

Es posible, por otra parte, determinar una vinculación entre el establecimiento del poder nacional y la expansión mundial del capitalismo monopolista, de manera que pudiera afirmarse que la consolidación del capitalismo y del poder nacional es obra de esa expansión; empero, las cosas no sucedieron tan mecánicamente. La expansión del imperialismo, sin duda, condicionó de manera decisiva el desarrollo del país; pero reducir unilateralmente el problema al simple influjo exterior, descuidando el papel que desempeña la estructura social de México, y sobre todo, su naciente Estado nacional, nos impediría discernir, entre la balumba de elementos que están en la base del nacimiento del México moderno, cuáles fueron las características propias de este proceso.

 

 

 

INDICE
Introducción
1. La constitución del gobierno fuerte
2. ¿Revolución o reforma?
3. Colaboracionismo de clases y populismo
4. El fenómeno del presidencialismo
5. Desarrolle y dependencia
Notas

 

 

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