1508 Ca. Historia de Florencia. 1378-1509. Francisco Guicciardini.
Todo mundo sabe que los príncipes, inclusive los más poderosos, andan muy escasos de funcionarios eficientes; esto no es para asombrarse cuando se trata de príncipes que no saben conocer a la gente o son tan avaros que no la compensan en forma adecuada; pero sí es extraño cuando se trata de príncipes que no tienen estos dos defectos, pues sabemos que hay cantidad de gente de todos los tipos que aspira a trabajar para ellos, y ellos por su parte tienen con qué compensarla. Con todo, si examinamos la cosa un poco más a fondo no hay para qué asombrarse; en efecto, el ministro de un príncipe—hablo de funcionarios de alto nivel, que manejen asuntos de gran importancia— debe tener una preparación excelente, y esa clase de personas no abunda; además debe ser de una honradez acrisolada, y esta cualidad es aún más rara que la anterior. De modo que, si es difícil encontrar a personas que posean una de estas dotes, es casi imposible dar con alguien que tenga las dos.
Recomendaciones relativas a la vida pública y a la vida privada
- Dicen las personas religiosas que quien tiene fe realiza cosas asombrosas y, como dice el Evangelio, puede mover las montañas; cosa muy cierta, porque la fe produce obstinación. La fe no es más que creer firmemente y con seguridad casi absoluta las cosas que no son racionales; o bien, si son racionales, creerlas con una firmeza mayor que la que pueda proporcionar la razón. Por lo tanto, quien tiene fe se vuelve obstinado en su creencia y acomete intrépida y decididamente, despreciando dificultades y peligros, dispuestos a cualquier sacrificio. De allí procede que, como las cosas de este mundo están sujetas a un sinfín de percances y fluctuaciones, puede suceder que, pasando el tiempo, se presenten diversos auxilios con los que antes no contaban quienes persisten en su decisión; y como ésta es un producto de su fe, el dicho “quien tiene fe… etc.” es correcto. En nuestros tiempos tenemos un ejemplo asombroso en la obstinación de los florentinos, que contra todo sano juicio, decidieron enfrentarse en guerra contra el papa y el emperador, sin esperanza de recibir ayuda de otros príncipes, desunidos, entre mil dificultades; y ya tienen siete meses en los muros rechazando ejércitos que todos pensaban que no hubieran podido aguantar ni siete días siquiera, y por la situación a que han llegado, ya nadie se asombraría si ganaran la guerra, mientras que antes todos los daban por Esta tenacidad es fruto de su fe, ya que, según la predicción de fray Jerónimo (Savonarola) de Ferrara, no pueden ser derrotados.
- Hay príncipes que a sus embajadores manifiestan detalladamente todo su pensamiento y no sólo el objetivo que quieren alcanzar en los asuntos que van a negociar con el príncipe a cuya corte los envían. Otros, en cambio, opinan que es mejor no indicarles más de lo que se quiere lograr del otro príncipe, persuadidos de que si quieren engañar a éste, antes deben en cierta forma engañar a su propio embajador, que es el medio y el instrumento para exponer el asunto y convencer al otro príncipe. Ambas opiniones están fundadas en buenas razones, porque por una parte parece difícil que un embajador, enterado del engaño que su príncipe está urdiendo contra el otro, pueda hablar y tratar el asunto con aquella energía, eficacia y aplomo que desplegaría si estuviera convencido de que la negociación se efectúa sinceramente, sin simulaciones; además podría suceder que, por descuido o maldad, permitiera al otro sospechar el verdadero pensamiento de su príncipe, cosa que no sería posible si él mismo lo ignorara. Por otra parte, sucede muchas veces que cuando la negociación es engañosa, si el embajador la cree sincera está expuesto al peligro de descuidar más de la cuenta ciertos detalles que en realidad afectan el resultado; porque si está convencido de que su príncipe quiere de verdad llegar a ese objetivo determinado, no negociará con aquella habilidad y elasticidad que con seguridad emplearía si supiera lo que está en el fondo del asunto. Y como resulta imposible indicar a un embajador absolutamente todos los detalles necesarios para todas las circunstancias, y uno se confía en lo que la habilidad del propio embajador le sugiere para ceñirse al objetivo general que se le ha encomendado, al no haber sido informado con todo detalle no actuará en forma adecuada y cometerá muchas equivocaciones. Mi opinión es que si el príncipe cuenta con embajadores hábiles, honrados, muy apegados a su persona y tan sujetos que no se les ocurriría ni siquiera pensar en buscar la protección de otro príncipe, entonces es mejor exponerles sinceramente todo el plan; pero cuando no está seguro de que llenen todos estos requisitos, es menos peligroso no dejarles comprender por completo la maniobra, y resignarse a la idea de que para convencer a otro el método menos malo es el de crear la misma persuasión en su propio embajador.
- Todo mundo sabe que los príncipes, inclusive los más poderosos, andan muy escasos de funcionarios eficientes; esto no es para asombrarse cuando se trata de príncipes que no saben conocer a la gente o son tan avaros que no la compensan en forma adecuada; pero sí es extraño cuando se trata de príncipes que no tienen estos dos defectos, pues sabemos que hay cantidad de gente de todos los tipos que aspira a trabajar para ellos, y ellos por su parte tienen con qué compensarla. Con todo, si examinamos la cosa un poco más a fondo no hay para qué asombrarse; en efecto, el ministro de un príncipe—hablo de funcionarios de alto nivel, que manejen asuntos de gran importancia— debe tener una preparación excelente, y esa clase de personas no abunda; además debe ser de una honradez acrisolada, y esta cualidad es aún más rara que la anterior. De modo que, si es difícil encontrar a personas que posean una de estas dotes, es casi imposible dar con alguien que tenga las dos. Esta consideración podría constituir una buena señal para un príncipe prudente que no se conformara con preocuparse únicamente por lo que va necesitando día a día, sino que, anticipándose con el pensamiento a las necesidades futuras, tomara la decisión de hacerse de funcionarios aún no completamente formados, que se fueran entrenando con la práctica diaria, se compenetraran en las actividades propias de su oficio y se entregaran con dedicación al servicio del príncipe, ya que, si es difícil encontrar así de improviso a hombres dotados de las cualidades mencionadas arriba, uno puede esperar que con el tiempo logre su propósito educándolos.
Se observará que hay más funcionarios en las cortes de los príncipes laicos que en la del papa; esto se debe a que uno les tiene más aprecio a aquéllos, y además hay más esperanza de poder continuar a su servicio por mucho tiempo, porque en general viven más años que los papas y tienen sucesores que prácticamente no tienen diferencias con respecto a ellos, y no es difícil que éstos sigan confiando en quien trabajó o empezó a trabajar para sus predecesores. Además, los funcionarios de un príncipe laico son ciudadanos suyos o por lo menos tienen bienes dentro de su territorio, así que a fuerza deben respetarlo y temerlo, a él y a sus sucesores. En el caso del papa, estas razones no existen porque, como por lo general viven pocos años, no tienen tiempo para formar a gente nueva y además no tienen suficientes motivos para confiar en los funcionarios de su predecesor. Agréguese que dichos funcionarios son personas de otros estados que no dependen del papado, poseen bienes que no están ni bajo el control del papa reinante ni de sus sucesores; por lo tanto, no le temen al nuevo pontífice y no tienen perspectivas de continuar en su servicio; así que existe el peligro de que sean más infieles y menos apegados al servicio del patrón que los de un príncipe laico.
- Si los príncipes, cuando les conviene, descuidan a sus servidores, los desprecian o los dejan olvidados por algún interés suyo, por pequeño que sea, ¿qué razón tiene un jefe para enojarse o quejarse cuando sus subordinados, siempre que no falten a sus obligaciones de lealtad y honradez, lo dejan y se acogen a condiciones que les resultan más favorables?
- Si los hombres fueran discretos o agradecidos, un patrón debería beneficiar a sus servidores todas las veces que se le presenta la oportunidad, en todo lo que pueda; sin embargo, la experiencia muestra que frecuentemente cuando están satisfechos o cuando el patrón no tiene la oportunidad de tratarlos bien como lo ha hecho en el pasado —y esto lo he sentido yo mismo de mis propios servidores—, lo dejan plantado. Por tanto, quien piensa en su propio provecho debe proceder con los servidores con mano dura e inclinarse más hacia la escasez que hacia la generosidad, entretenerlos más con esperanzas que con hechos; pero para que esto los pueda engañar es necesario beneficiar a alguien alguna vez con liberalidad, y esto es suficiente, porque es natural en los hombres que pueda más la esperanza que el temor; les consuela y entretiene más el ejemplo de alguien al que ven beneficiado, de lo que los asusta observar a muchos a los que no se les trata bien.
- Es un grave error manejar las cosas de este mundo en forma indiscriminada y general, aplicando, por así decirlo, fórmulas de validez universal; porque todas presentan diferencias y excepciones por la diversidad de sus circunstancias, que no se pueden medir con el mismo rasero; y estas diferencias y excepciones no se encuentran descritas en los libros, sino que se las debe sugerir a uno su propia discreción.
- Cuando hablen, tengan ustedes mucho cuidado de no decir sin necesidad cosas que al ser relatadas puedan ofender a otros, porque con mucha frecuencia, en diversas formas y en circunstancias imprevisibles, los van a perjudicar a ustedes mismos; tengan mucho cuidado, les repito, porque muchas personas, incluso muy precavidas, en este punto yerran y por otra parte es bien difícil controlarse; pero si la dificultad es grande, mucho más grande es el beneficio que recibe quien sabe hacerlo.
- De todos modos, cuando la necesidad o el coraje los lleva a desbocarse contra otra persona, tengan ustedes cuidado de ofenderla únicamente a ella; por ejemplo, si quieren atacar a un individuo determinado, no hablen mal de su patria, de su familia o de su parentela, porque estaría loco de remate el que queriendo ofender a una sola persona va a insultar a muchas.
- Lean con frecuencia y reflexionen sobre estas sugerencias, porque es más fácil entenderlas y estar de acuerdo con ellas que aplicarlas; esto se facilita mucho cuando uno las asimila de tal forma que quedan siempre vivas en la memoria.
- No debe uno confiar en su prudencia natural al punto de convencerse de que con ella basta y sobra, sin la ayuda adicional que proporciona la experiencia. Efectivamente, quien haya manejado alguna negociación ha podido percatarse de que, aunque no esté desprovisto de habilidad, con el auxilio de la experiencia se consiguen muchas cosas imposibles de obtener con la sola prudencia natural.
- La ingratitud de muchos no debe ser un obstáculo para que ustedes dejen de ayudar a la gente, porque, aparte de que el hacer el bien, por sí mismo y sin otro objetivo, es una actividad noble y casi divina, a veces en las buenas obras también se topa uno con alguien tan agradecido que compensa todas las ingratitudes de los demás.
- Casi todos los refranes se encuentran en todos los pueblos, con palabras idénticas, o con igual sentido, aunque con palabras diferentes; la razón es que los refranes nacen de la experiencia o de la observación de las cosas, y éstas son iguales o muy parecidas donde sea.
- Quien quiera conocer cuáles son los pensamientos de los tiranos, lea a Cornelio Tácito en donde cita las últimas conversaciones que a punto de morir Augusto tuvo con Tiberio.
- No hay cosa más valiosa que los amigos, así que consíganselos todas las veces que puedan, porque no podemos dejar de vivir entre muchos hombres; y los amigos ayudan, mientras que los enemigos perjudican, en momentos y lugares que ustedes nunca se hubieran imaginado.
- Como todos los hombres, yo he deseado honores y bienes, y frecuentemente los he conseguido más allá de lo que deseaba o esperaba; sin embargo, luego no he encontrado en ellos la satisfacción que me había imaginado; si uno reflexiona, ésta es una buena razón para eliminar gran parte de las vanas codicias de los hombres.
- El poder y los honores generalmente son ambicionados porque todo lo hermoso y bueno que tienen aparece por fuera y está grabado en la superficie, mientras que las molestias, los afanes, los disgustos y los peligros que conllevan están ocultos y nadie los ve; pero si estos aspectos fueran visibles como los lados buenos, no existiría ninguna razón para codiciarlos, excepto una, o sea, la de que entre más enaltecido, reverenciado y venerado es un hombre, más parece aproximarse y asemejarse a Dios; y ¿quién no querría parecerse a Él?
- No les crean a los que ostentan haber dejado la política y las pompas por su voluntad y por amor a la tranquilidad, porque casi siempre eso se debió a ligereza o a necesidad; por esto casi todos los días descubrimos que casi todos ellos, en cuanto se les abre un resquicio por donde puedan volver a la vida de antes, abandonan la tan ensalzada tranquilidad y se abalanzan con el mismo ímpetu del fuego cuando se prende a las cosas bien aceitadas y secas.
- A los que viven bajo los tiranos, Cornelio Tácito muestra muy bien la manera de vivir y conducirse prudentemente, así como enseña a los tiranos los métodos para establecer una tiranía.
- Las conjuraciones no se pueden urdir si no es en compañía de otros, y por esto son sumamente peligrosas, porque los hombres en su mayoría son imprudentes o malvados, y uno se pone en un riesgo demasiado grave al asociarse con semejantes personas.
- Quien pretenda que su conjuración alcance el éxito no puede hacer cosa más contraria a sus deseos que tratar de organizarla a la perfección en todos sus detalles para conseguir una seguridad prácticamente absoluta, porque para esto necesita la ayuda de más gente, más tiempo y las mejores oportunidades, y todas estas precauciones representan otros tantos resquicios por donde se le puede descubrir. De allí verán ustedes cuán peligrosas son las conjuraciones, porque todo lo que en otras actividades constituye un factor de seguridad, en ésta es fuente de peligros; mi opinión es que aquí algo tiene que ver la suerte, que en las conjuraciones suele tener un papel no indiferente, y se enoja contra quienes traten de sacarla del juego y dejarla a un lado.
- Ya dije y escribí en otras ocasiones que en 1527 los Médicis perdieron el estado porque en muchos aspectos lo gobernaban como si hubiera libertad y, por otra parte, es mi opinión que el pueblo iba a perder hasta esa libertad porque en otros aspectos lo gobernaban como si se tratara de una tiranía. Estas dos afirmaciones se fundan en lo siguiente: si el gobierno de los Médicis, que en general no era bien visto por los ciudadanos, hubiese querido mantenerse en el poder, debía haberse apoyado en partidarios muy leales, quiero decir en hombres que por una parte pudieran sacar grandes provechos del gobierno, y por la otra que estuvieran convencidos de que si los Médicis fueran expulsados de la ciudad, ellos también estarían perdidos y no les sería posible quedarse en la ciudad. Ahora bien, todo esto era imposible, porque los cargos y favores del estado se repartían ampliamente; en la política matrimonial no se concedían preferencias a los amigos y se ostentaba equidad con todo mundo; este proceder, si se llevara al extremo contrario, sería evidentemente reprobable, pero tampoco en este otro extremo en donde estaba lograba conseguir amigos el gobierno de los Médicis; es cierto que a la masa no le disgustaba; sin embargo, esto no era suficiente porque en los corazones de la gente la nostalgia del Gran Consejo estaba tan arraigada que ninguna condescendencia, ningún halago, ningún favor que se le dispensara bastaba para desarraigarla. Por otra parte los amigos, aun cuando no se quejaran de la situación, de todos modos su satisfacción no era tan grande como para convencerlos de correr riesgos; y, con la esperanza de salvarse, como en 1494, si gobernaban con moderación, en caso de turbulencias estaban más dispuestos a tolerar una sublevación que a enfrentarla. Un gobierno popular, en cambio, tiene que actuar en forma diametralmente opuesta, porque por ser una forma de gobierno muy querida por los florentinos, y por no ser un organismo que tenga un objetivo claramente determinado por uno o pocos gobernantes, sino más bien que cambia cada día su orientación por el gran número y la ignorancia de los que lo integran, para mantenerse necesita tener contenta a la masa, evitar a toda costa las discordias entre ciudadanos —ya que al no poder o saber aplicarlas se abriría el camino a un cambio de régimen— y hacer que todo proceda con justicia e igualdad; de allí se deriva la seguridad de todos y, por consiguiente, la satisfacción general, así como también la base para conservar el gobierno popular, no con pocos partidarios a los que no podría manejar, sino con un gran número de amigos, porque no es posible mantenerlo como si fuera un régimen estricto, a no ser que se transformara de gobierno popular en otro tipo, y éste no conservaría sino que destruiría la libertad.
- Muchas veces se dice: si se hubiera actuado o no se hubiera actuado de ese modo, tal cosa se habría o no se habría logrado. Pues bien, si se pudiera de verdad hacer esa comparación, se vería que esa opinión es totalmente falsa.
- Las cosas futuras son tan engañosas y sujetas a tantas eventualidades que hasta los más sabios muchas veces se equivocan; y si uno se fija en sus afirmaciones —en especial sobre cosas detalladas, porque en cuestiones generales es frecuente que acierten— se dará cuenta de que no difieren mucho, estos sabios, de otras personas que claramente no son tan instruidas. Por esto privarse de un bien presente por miedo a un mal futuro es casi siempre una locura, siempre que ese daño no sea muy seguro y cercano o muy grande comparado con el bien actual; de otro modo, por miedo de una cosa que luego no se realiza casi con seguridad pierdes un bien que hubieras podido disfrutar.
- No hay cosa más frágil y caduca que el recuerdo de los beneficios recibidos; por consiguiente, es mejor apoyarse en personas tan sujetas a uno que no puedan desasirse y no en quienes uno ha favorecido, porque éstos con frecuencia o bien no se acuerdan, o bien creen que los favores recibidos son poca cosa, o incluso les parece que uno se los otorgó porque era su obligación.
- Guárdense de hacer a los hombres aquellos favores que no se pueden conceder sin ocasionar un perjuicio equivalente a otras personas; porque el perjudicado no olvida y más bien juzga más grave de lo que es el daño recibido, mientras que el que recibe el favor lo olvida o bien considera haber sido beneficiado menos de lo que ha sido en realidad; por lo tanto, siendo iguales todas las demás circunstancias, con esos favores pierden ustedes mucho más de lo que ganan.
- Los hombres deberían apreciar mucho más la sustancia y realidad de las cosas que las formalidades exteriores; sin embargo, es increíble la eficacia con la que uno queda condicionado casi siempre por las amabilidades y las expresiones de agradecimiento; esto se deriva del hecho de que a cada quien le parece merecer una gran estimación, y por eso se molesta cuando tiene la impresión de que no se le patentiza toda la consideración que en su opinión se le debe.
- Con relación a las personas de dudosa lealtad, la verdadera y fundamentada seguridad consiste en mantenerlas en una situación en que no puedan perjudicarte, aunque lo quieran; la seguridad fundada en la buena voluntad y el discernimiento de los demás es engañosa, si se tiene en cuenta el hecho de que la bondad y lealtad son muy escasas entre los hombres.
- No sé si hay otra persona a la que disgusten más que a mí la ambición, el egoísmo y la molicie de los eclesiásticos, ya sea porque esos vicios son detestables en sí mismos, o porque cada uno —y todos juntos mucho más— no son propios de personas que ostentan llevar una vida dedicada a Dios; además, porque se trata de vicios tan opuestos que no pueden encontrarse juntos más que en individuos muy raros. Sin embargo, la posición que he tenido en la corte de vanos papas me ha obligado, por mi conveniencia, a querer su grandeza. Si no fuera por esta consideración, amaría a Martín Lutero como a mí mismo, no para liberarme de las leyes introducidas por la religión cristiana, como por lo general se interpreta y se acepta, sino para ver a esa caterva de desalmados reducida a un estado más congruente; es decir, a quedarse sin vicios o sin autoridad.
- Dije muchas veces, y es muy cierto, que a los florentinos la adquisición de su pequeño dominio les ha costado mucho más trabajo que a los venecianos hacerse de su gran territorio; esto se debe a que Florencia se encuentra en una zona que ya había disfrutado de muchas libertades, sumamente difíciles de extinguir, que sólo a través de enormes dificultades pueden ser doblegadas y que con igual esfuerzo se logra mantenerlas sometidas. Además, como vecino tienen a la Iglesia, o sea, un Estado que es muy poderoso y nunca muere, porque, aunque alguna vez parezca zozobrar, después de un tiempo reverdece más vigoroso y con más exigencias que antes. En cambio, los venecianos fueron a ocupar ciudades que ya estaban acostumbradas a obedecer y no porfían en defenderse o rebelarse, y como vecinos tuvieron a príncipes laicos, cuya vida y memoria algún día llega a desaparecer.
- Quien reflexione seriamente no podrá negar que la suerte tiene mucho poder en las cosas humanas, pues todos los días las vemos sacudidas violentamente por acontecimientos casuales que los hombres no pueden prever ni evitar; y aunque la habilidad y las precauciones humanas puedan suavizar muchas cosas, siempre necesitan que la suerte las ayude.
- Inclusive aquellos que todo lo atribuyen a la habilidad y al valor y niegan categóricamente la influencia de la suerte tendrán que admitir, por lo menos, que es muy importante nacer y vivir en un tiempo en que se consideren valiosas las cualidades que se aprecian; podemos citar el ejemplo de Fabio Máximo, a quien dio fama su naturaleza pausada porque se encontró con una clase de guerra en que la impetuosidad era dañina y la lentitud provechosa, mientras que en otro momento hubiera podido resultar contraproducente. Por esto su buena suerte consistió en que en aquel momento se necesitaba la dote que él poseía; si hubiera alguien que pudiese variar su naturaleza de acuerdo con las condiciones de su tiempo —cosa muy difícil y tal vez imposible— evidentemente estaría menos sujeto a la suerte.
- La ambición no es reprobable, y no se debe censurar a las personas ambiciosas que aspiran a conseguir la gloria por medios lícitos y honorables, y mejor dicho éstas son precisamente las que hacen cosas grandes y sublimes; las que no tienen este afán son personas frías e inclinadas al ocio más que a la actividad. Dañina y detestable es aquella ambición que tiene como su único objetivo la grandeza, cosa muy común en los príncipes, los cuales, cuando la toman como ídolo, para hacerse de los medios para alcanzarla no temen pisotear conciencia, honor, humanidad y todo lo demás.
- Hay un dicho según el cual de las riquezas mal adquiridas no disfruta el tercer heredero; pero si esto se debiera a que son cosa contaminada, me parece que mucho menos debería disfrutarlas el que de modo injusto las adquirió. Una vez me dijo mi padre que, según san Agustín, la razón está en que no hay persona tan perversa que no haga alguna obra buena, y Dios no deja ninguna cosa buena sin premio ni cosa mala sin castigo, así que, como compensación por el poco bien realizado, le concede esta satisfacción en la vida para castigarlo plenamente de sus maldades en el otro mundo; de todos modos, como las riquezas mal habidas deben ser expiadas, por eso no llegan al tercer heredero. Yo le contesté que no me resultaba que ese dicho fuera cierto, ya que se podían citar muchos casos contrarios; aun cuando fuese verdad, se podía mencionar otra razón: debido a que en el mundo todo está sujeto a cambio, es natural que donde hay riqueza un día llegue la pobreza, y este cambio es más fácil que se dé en los herederos que en el antecesor, porque entre más largo es el tiempo, más fácil es la variación. Además, el antecesor, o sea el que la adquirió, la cuida más y, habiendo tenido la habilidad de ganarla, también conoce la manera de conservarla, y además, habiendo sido acostumbrado a vivir en la pobreza, no la derrocha; en cambio, los herederos, que no aprecian tanto lo que se encontraron en casa sin tener que ganárselo, educados como ricos, y no habiendo aprendido la manera de juntarlo, no es nada asombroso que se lo dejen escapar de las manos, o por gastar demasiado o por su mala administración.
- Todas las cosas que deben acabar por agotamiento y no por violencia duran mucho más de lo que uno se imagina al principio. Esto se ve, por ejemplo, en un tuberculoso, que cuando parece que se está muriendo resiste no unos días más sino semanas o meses; lo mismo en una ciudad que se debe conquistar mediante sitio, donde las existencias de víveres nunca corresponden a las estimaciones.
- ¡Qué diferente es la práctica de la teoría!, y cuánta gente hay que comprende muy bien las cosas y luego o no se acuerda o no sabe hacerlas. Para quien actúa de este modo, su comprensión es inútil; es como tener un tesoro en la caja con la obligación de no sacarlo.
- El que pretende conseguir la estimación de la gente, cuando se le presente alguna solicitud debe abstenerse de contestar con una negativa directa, sino con razonamientos generales, porque a veces, más adelante, el solicitante ya no necesita de su intervención, o también pueden presentarse situaciones que justifiquen ampliamente tu excusa.
Además muchos hombres son toscos y se dejan engañar fácilmente con buenas palabras, de modo que con esa forma suave de contestar, aunque no hagas lo que no quieres o no puedes hacer, dejas totalmente satisfecha a la persona que habría quedado descontenta de ti si desde un principio le hubieras contestado negativamente.
- Niega siempre con firmeza lo que tú no quieres que se sepa, y asevera lo que tú quieres que se crea, porque, aun cuando se descubran muchos indicios y se llegue hasta casi la certidumbre en contra tuya, la afirmación o la negación tajantes con frecuencia hacen que los que te oyen enderecen sus ideas.
- A la familia de los Médicis, a pesar de ser muy poderosa y contar con dos papas, le resultó difícil conservar el gobierno de Florencia, mucho más que a Cosme, que era un simple ciudadano, porque además del gran poder personal que tenía lo ayudó mucho la situación de sus tiempos, ya que obtuvo el gobierno luchando contra unos pocos poderosos sin disgustar a la masa que todavía no conocía la libertad, y además, en las luchas entre los grandes y en los cambios políticos, muchos de las clases media y baja tenían la oportunidad de subir. Pero en la actualidad, después de que la gente ha saboreado el Gran Consejo, ya que no se trata de apoderarse del gobierno quitándoselo a cuatro, o seis, o diez o veinte ciudadanos, sino a todo el pueblo, que añora tanto esa libertad que no se le puede inducir a olvidar, con todas las dádivas, la buena administración y los honores que los Médicis u otros poderosos quieran repartir entre el pueblo.
- Mi padre tuvo hijos tan estimados que en sus tiempos se le consideraba el padre más feliz de Florencia; sin embargo, muchas veces al reflexionar llegué a la conclusión de que, considerando todo bien, eran más los sinsabores que las satisfacciones que recibía de nosotros; imagínense ahora ustedes ¡qué sucederá a quien tiene hijos alocados, malvados o desgraciados!
- Es una gran ventaja tener poder sobre los otros, porque si uno sabe usarlo correctamente atemoriza a los hombres mucho más de lo que le permitirían sus fuerzas propias; y es que el súbdito, no sabiendo a ciencia cierta hasta dónde puede llegar, más le vale resignarse a doblar las manos y no averiguar si de verdad puede llevar a efecto sus amenazas.
- Si los hombres fuesen buenos y cuerdos, la persona que ocupa legalmente un cargo debería usar la suavidad más que la severidad; pero como la mayoría carece de bondad o de cordura, hay que fundarse de preferencia en la severidad, y el que piensa lo contrario está bien desencaminado. Desde luego admito que si alguien lograra mezclar y sazonar convenientemente una cosa con la otra conseguiría una consonancia y armonía realmente única; mas éste es un don que el cielo concede a pocos, y tal vez a nadie.
- A las amabilidades que te prodigan no debes conceder mayor importancia que a tu prestigio personal, porque al perder tu reputación se acaban las cortesías y en su lugar encuentras el desprecio; a quien conserva su buen nombre nunca faltan amigos, cortesías y comprensión.
- Cuando yo era gobernador observé que en muchos casos, al ocuparme de reconciliaciones, ajustes y cosas por el estilo, antes de intervenir personalmente era mejor dejar que la cosa se discutiera y se alargara por un tiempo; de este modo las partes se cansan y te suplican que las pongas de acuerdo, y al ser así solicitado puedes manejar el asunto con prestigio y sin que te tachen de codicioso, cosa que al principio no hubieras podido conseguir.
- En sus acciones traten siempre de parecer buenos, porque esto sirve para muchas cosas; pero como las opiniones falsas no son duraderas, ustedes no lograrán parecer buenos por mucho tiempo si no lo son de verdad; esto es lo que una vez me aconsejó mi padre.
- También acostumbraba decir mi padre, ensalzando el ahorro, que te da más prestigio un ducado que tengas en la bolsa que diez ducados que hayas gastado.
- Cuando yo era gobernador, nunca me gustaron la crueldad y los castigos exagerados, que a fin de cuentas ni siquiera son necesarios, exceptuando unos pocos casos que sirvan de ejemplo, pues para mantener el temor es suficiente castigar los delitos por quince por ciento de su gravedad, siempre que todos, sin excepción, sean castigados.
- Para las mentes débiles, los conocimientos o bien no las mejoran o las echan a perder; pero cuando lo adicional se encuentra con una naturaleza buena, hace a los hombres perfectos y casi divinos.
- No hay estados que hayan sido establecidos de acuerdo con la conciencia, pues si consideramos su origen, todos se deben a la violencia, exceptuando única y exclusivamente las repúblicas que se constituyen en su propio territorio; de esta calificación no excluyo a nadie, ni al emperador y mucho menos a los eclesiásticos, cuya violencia es doble, porque nos someten con las armas materiales y con las espirituales.
- No digas a nadie lo que tú no quieres que se sepa, porque hay muchos motivos que impulsan a la gente a charlar: unos por estupidez, otros por utilidad, otros más para ufanarse de que están enterados; y si tú, sin necesidad, comunicaste tu secreto a otro, no debes extrañarte si hace lo propio uno a quien le importa menos que a ti que se divulgue.
- No te afanes en conseguir unos cambios que no corrigen lo que te molesta, sino tan sólo las caras de los hombres, porque te vas a quedar de todos modos insatisfecho. Por ejemplo, ¿qué caso tiene sacar de la corte de los Médicis a micer Juan de Poppi si en su lugar van a poner a micer Bernardo de San Miniato, persona de la misma índole y condición?
- El que en Florencia lucha por cambiar la situación, de no hacerlo por necesidad o porque va a ser el jefe del nuevo gobierno, no es muy cuerdo que digamos, porque si no tiene éxito se pone en peligro, él y todo lo suyo, y si lo tiene ganará una parte insignificante de todo lo que apetecía. ¿No es una locura participar en un juego donde se puede perder muchísimo más de lo que se puede ganar? Además, algo que tiene su propia importancia, una vez que se haya cambiado la situación, siempre te queda el continuo temor de que se vaya a producir un nuevo cambio.
- La experiencia nos enseña que casi todos aquellos que ayudaron a otro a conseguir el poder, con el tiempo se van enemistando con él; según parece, la razón está en que, viendo el gran poder que el otro ha conseguido, tienen miedo de que un día les quite lo que les había concedido. Pero es más probable que se deba a que aquéllos, creyendo haber ganado muchos méritos, exigen más de lo conveniente, y al negárselo se disgustan; de allí nacen los recelos y los conflictos entre ellos y el príncipe.
- Todas las veces que tú, autor o apoyo de mi ascenso al principado, quieres que me comporte a tu manera, o que te conceda cosas que redundarían en una mengua de mi autoridad, estás borrando el beneficio que me hiciste, porque tratas de quitarme, en todo o en parte, el resultado de lo que me ayudaste a conseguir.
- El que tiene la dirección en la defensa de ciudades fortificadas debe proponerse como objetivo principal el de atrasar todo lo que pueda, porque dice el dicho que quien tiene tiempo, tiene vida; el aplazamiento proporciona muchísimas ventajas que en un principio no esperabas ni te imaginabas.
- No gastes de lo que piensas ganar más adelante, porque muchas veces las ganancias no llegan o son menores de lo previsto, mientras que los gastos siguen aumentando; éste es el error que lleva a la quiebra a muchos comerciantes, quienes piden a crédito para aprovechar la mercancía y obtener mayores ganancias, y todas las veces que éstas no llegan o tardan se encuentran en peligro de quedar aplastadas por los intereses cambiarios, que no se detienen ni se reducen, sino que aumentan y se lo engullen a uno.
- La prudencia económica no consiste tanto en saber abstenerse de los gastos, que muchas veces son necesarios, como en saber gastar con provecho; es decir, gastar cien para comprar por doscientos.
- ¡Cuánto más afortunados que los demás hombres son los astrólogos! Éstos, por decir una verdad entre cien mentiras, adquieren tal crédito que se les aceptan las falsedades; aquéllos, por una sola mentira que digan entre cien verdades, lo pierden de tal manera que no se les cree ni la verdad. Esto se deriva de la curiosidad de la gente, que se muere por conocer el futuro, y al no tener otro recurso se acoge fácilmente a los que prometen decírselo.
- ¡Qué bien dijo el filósofo de que futuris contingentibus non est determinata veritas
Busca como quieras y entre más buscas, más encuentras que esta afirmación es cierta.
- Al papa Clemente VII, que se asustaba ante cualquier peligro, una vez le dije que un buen remedio para no sobresaltarse tan fácil era el de recordar todas las veces que se había alarmado en balde; pero no quisiera llevar a la gente a no temer nunca, sino tan sólo a que no estuviera siempre temblando.
- Una inteligencia superior a la media fue otorgada a los hombres para su desdicha y tormento, porque no sirve más que para crearles muchos problemas y angustias que no afectan a los hombres más positivos.
- Hay varios tipos de hombres: algunos se entregan a la esperanza de manera tan ciega que dan por seguro lo que no tienen; otros son tan temerosos que nada esperan si no lo tienen en las manos. Yo me acerco más a estos últimos que a los primeros; el que es de esta índole yerra menos pero sufre más.
- La gente en general y todas las personas poco reflexivas se dejan atraer con mayor facilidad cuando se les ofrece la esperanza de ganar que cuando se les muestra el peligro de perder, y debería ser al revés, porque es más fuerte el deseo de conservar que el de ganar. La causa de este error está en que en los hombres la esperanza por lo regular puede mucho más que el temor, y por esto fácilmente no temen lo que deberían temer y esperan lo que no deberían esperar.
- Vemos que los viejos son más avarientos que los jóvenes y debería ser al revés, porque por lo poco que les queda de vida necesitan menos. Dicen que se debe a que son más temerosos, pero a mí se me hace que no es así, porque conozco a muchos que son más crueles, más libidinosos —si no de hecho, en deseos— y que se preocupan por la muerte más que los jóvenes; yo creo que depende de que entre más uno vive, más se le hace hábito y más se apega a las cosas de este mundo; por esto se encariñan más con ellas y se preocupan más.
- Antes de 1494 las guerras eran largas, los combates prácticamente incruentos, los métodos para expugnar una plaza lentos y difíciles; aun cuando ya se utilizara la artillería, las técnicas eran tan primitivas que producían poco daño; de este modo el que fuera dueño de un estado era casi imposible que lo perdiera. Llegaron a Italia los franceses e introdujeron en la guerras tal vigor que hasta 1521 el que perdía una batalla perdía el estado; pero luego el señor Próspero Colonna, dirigiendo la defensa de Milán, enseñó cómo utilizar las embestidas de los ejércitos, así que a los dueños de estados volvió la misma seguridad que antes de 1494, pero por otra razón: antes dependía de que entonces la gente no estaba adiestrada para la ofensa, mientras que ahora procedía de que se conocía bien la técnica de la defensa.
- Fue muy acertado el que llamó “impedimenta” a los carruajes militares, y mucho más atinado el que inventó el dicho: “Cuesta más trabajo mover el campamento que hacer tal cosa”, porque es un trabajo endemoniado acoplar en un campamento tantas cosas de movilidad tan dispareja.
- No les crean a los que con gran entusiasmo andan ensalzando la libertad porque casi todos —o más bien, es casi seguro que ninguno— miran hacia otra cosa que hacia su interés particular, y la experiencia demuestra abundantemente —y es muy cierto— que si creyeran poder encontrar una situación personal mejor en un estado conservador, volarían allá con el primer correo.
- No hay en el mundo otra actividad en que se necesite mayor habilidad que en la de un capitán de ejércitos, ya sea por la importancia de su función, como también por la necesidad que tiene de pensar y poner orden en un sinfín de cosas variadísimas; por esto debe saber prever con mucha anticipación y aplicar los remedios en el acto.
- En las guerras ajenas la neutralidad es buena para quien sea lo suficientemente fuerte para no temer al que salga vencedor, porque permanece sin trastornos y hasta puede esperar alguna ganancia de los desórdenes ajenos; fuera de este caso, es irrazonable y perjudicial, porque quedas al arbitrio del vencedor y del perdedor. Es todavía peor cuando no se escoge mediante un análisis, sino por indecisión, o sea cuando, por no llegar a determinar si quieres ser neutral o no, con tu conducta consigues enemistarte incluso con quien se contentaría con que le aseguraras tu neutralidad. En este último error suelen caer las repúblicas más que los príncipes, porque depende de las divisiones entre los que deben decidir, pues uno aconseja una cosa, otro otra y nunca llega a formarse un grupo lo suficientemente numeroso para que se vote por una deliberación; justo ésta fue la situación de Florencia en 1512.
- Si ustedes observan con cuidado, notarán que al cambiar las épocas no sólo cambia la manera de hablar y las palabras, la moda en el vestuario, los estilos de las construcciones, los tipos de cultura y cosas semejantes, sino también, lo que es más curioso, el sentido del gusto, de modo que un alimento muy preciado en una época, con frecuencia es despreciado en otra.
- La verdadera piedra de toque del valor de los hombres es la ocasión en que se les viene encima un peligro imprevisto; el que aguanta el impacto —y son muy pocos los que pueden hacerlo— de verdad puede ser considerado hombre valiente y sin miedo.
- Si ustedes observan que se aproximan la decadencia de un estado, la transformación de un gobierno, el crecimiento de un país nuevo y cosas parecidas, que a veces se ven anticipadamente con cierta seguridad, pongan mucha atención en no equivocarse en cuanto a los plazos, porque la marcha de las cosas, tanto por su naturaleza como por inevitables avatares, es mucho más lenta de lo que los hombres se imaginan, y un error en este aspecto puede acarrear perjuicios bastante graves; tengan los ojos bien abiertos, porque en esto muchos tropiezan. Sucede lo mismo también en los asuntos privados y particulares, pero mucho más en los públicos y universales, porque, por ser de mucho mayor tamaño, tienen un movimiento más lento y están sujetos a un mayor número de dificultades.
- Mientras vivimos en este mundo no hay cosa que los hombres puedan ambicionar más y que les proporcione más renombre que el ver al enemigo derribado y a su disposición; y este prestigio lo puede duplicar el que sabe utilizarlo; es decir, demostrando clemencia y conformándose con haber ganado.
- Alejandro Magno, César y otros fueron celebrados por su clemencia, pero ninguno de ellos la tuvo en los casos en que preveían que perjudicaría o pondría en peligro el resultado de su victoria —lo que más bien sería locura—, sino tan sólo cuando no disminuía su seguridad y aumentaba su prestigio.
- La venganza no siempre es producto del odio o de una naturaleza malvada; algunas veces es necesaria para que con ese ejemplo los demás aprendan a no atacarte; y no le veo nada de raro en que uno tome venganza sin que, por otra parte, le tenga odio a la persona afectada por su venganza.
- Relataba el papa León X que su padre, Lorenzo de Médicis, acostumbraba decir: “Sepan que quien habla mal de nosotros, no nos quiere bien”.
- Todo lo que ha sido en el pasado y vemos en el presente también será en el futuro; sólo cambian los nombres y las envolturas de las cosas, de modo que quien no tenga buenos ojos no las reconoce y no sabe utilizar esta observación para sacar una regla y formular una opinión.
- Cuando fui embajador en España noté que el rey católico, don Fernando de Aragón, príncipe muy poderoso y habilísimo, cuando quería emprender alguna cosa nueva o tomar alguna decisión de gran importancia, con frecuencia actuaba de manera que, antes de que se conociera su intención, ya la corte y los pueblos la deseaban y decían: “El rey debería hacer esto”; así que al comunicar su decisión en el momento en que todos la deseaban y pedían, su actuación resultaba perfectamente justificada, y aumentaba en forma su prestigio ante los súbditos de sus reinos.
- Las cosas que, si uno intenta realizarlas en su tiempo, se logran con facilidad y por decirlo así caen por su propio peso, si uno las emprende prematuramente no sólo no se consiguen en ese momento, sino que con frecuencia le quitan a uno la posibilidad de realizarlas en un tiempo más apropiado; por esto no se precipiten las cosas, no las aceleren, esperen su madurez, su temporada.
- Hay un dicho que resultará peligroso si no se le entiende de manera correcta, que dice que el sabio debe aprovechar el tiempo. En efecto, cuando se te ofrece lo que deseas, si desperdicias la oportunidad no la volverás a encontrar cuando quieras, y además en muchos asuntos se necesita rapidez en la decisión y la acción; pero cuando enfrentas situaciones complicadas o difíciles, retrasa y aguarda lo más que puedas, porque el tiempo aclara los problemas o te los quita. Si lo entiendes en esta forma, el dicho es muy provechoso; en otros sentidos con frecuencia es perjudicial.
- En verdad son muy afortunados aquellos a quienes la misma oportunidad se presenta más de una vez, porque, aunque uno sea muy prudente, puede desperdiciar o utilizar incorrectamente la primera; quien no la sabe reconocer y aprovechar la segunda ocasión es un insensato.
- Nunca crean que una cosa futura sea tan cierta, aunque parezca más que segura, como para dejar de hacer alguna otra cosa en sentido contrario —por si llegara a realizarse lo opuesto— cuando se les ofrezca la oportunidad y siempre que no altere su forma habitual de actuar, porque las cosas a veces resultan tan diferentes de lo que por lo general se piensa, que —y la experiencia lo comprueba— no resulta descabellado haber actuado en esa otra forma.
- Principios mínimos y en apariencia insignificantes a veces llegan a ocasionar un enorme desastre o una gran fortuna; por lo tanto, es muy prudente percibir y pesar cuidadosamente cualquier cosa, por fútil que parezca.
- Una vez estaba yo convencido de que si una cosa no se me ocurría de inmediato, ya no se me volvería a ocurrir; pero reflexionando descubrí que sucede lo contrario, no nada más en mi caso, sino también en otras personas; o sea que entre más y mejor se piensa en una cosa, mejor se entiende y se realiza.
- No se dejen apartar del campo de sus actividades, si quieren seguir dedicándose a ellas, porque no podrán volver a su antojo; si ustedes están dentro, una actividad sigue a la otra, sin que tengan que buscar o luchar para conseguirlas.
- La suerte de los hombres es diversa no solamente entre hombre y hombre, sino también en uno mismo, ya que puede tener éxito en una cosa y fracasar en otra. Yo he sido afortunado en las actividades que se realizan sin dinero, con la sola dedicación personal, y he fracasado en las otras; trabajo me ha costado conseguir las cosas buscándolas; cuando no las busqué, ellas me alcanzaron.
- El que maneja asuntos importantes o mira al poder debe ocultar siempre las cosas que le afectan negativamente y amplificar las que lo favorecen. Esto es una especie de embuste y a mí no me gusta para nada; pero como la carrera de estas personas depende más de la opinión de la gente que de la realidad, el crear la fama de que todo te va viento en popa te ayuda; lo contrario te perjudica.
- Son mucho más los beneficios que te proporcionan parientes y amigos sin que tú ni ellos se den cuenta, que aquellos beneficios que se sabe de dónde provienen, porque son muy pocas las ocasiones en que debes utilizar su ayuda comparada con la que se te proporciona todos los días con el solo hecho de confiar en que puedes valerte de ellos cuando quieras.
- El príncipe, o el que maneja asuntos importantes, no sólo debe mantener en secreto lo que conviene que no se sepa, sino que debe adquirir la costumbre —e imponerla a sus subalternos— de callar todas las cosas, incluso las mínimas y aparentemente insignificantes, excepto aquellas que conviene que se sepan. De este modo tus subalternos y súbditos, al no conocer tus pensamientos, se mantendrán alerta y como sorprendidos y se fijarán en todos tus movimientos y pasos, por mínimos que sean.
- No me apresuro a creer, mientras no pueda disponer de una fuente segura, las novedades verosímiles, porque, como ya están flotando en el ambiente, es fácil que alguien les dé cuerpo; no se inventan con tanta facilidad las que no son verosímiles o son inesperadas y, por consiguiente, cuando una de éstas llega a mis oídos sin fuente autorizada, me tiene en suspenso más que las otras.
- El que depende del favor de los poderosos está siempre pendiente de cualquier movimiento o ademán que hagan, por insignificante que sea, y a menudo esto ha ocasionado grandes perjuicios a los hombres. Hay que tener la cabeza bien asentada para no dejarse arrastrar por naderías, y no moverse sino por cosas positivas y sustanciales.
- Nunca me he podido convencer de que la justicia de Dios pueda permitir que los hijos de Ludovico Sforza disfruten el ducado de Milán, que adquirió con métodos desalmados, ocasionando además una serie de desastres.
- No digas: “Dios ayudó a fulano porque era bueno, mengano fracasó porque era malo”, porque con frecuencia vemos lo contrario. No por esto debemos decir que la justicia de Dios sea imperfecta, porque sus deliberaciones son tan profundas que justamente fueron definidas como abyssus multa.
- Así como un particular yerra contra el príncipe y comete un crimen laesae maiestatis cuando quiere hacer lo que es propio del príncipe, del mismo modo yerra el príncipe y comete un crimen laesi populi cuando hace algo que es propio del pueblo y de los particulares; por esto merece ser censurado con severidad el duque de Ferrara, quien se dedica a comerciar, organizar monopolios y otras actividades artesanales que son propias de los particulares.
- El que se encuentra en la corte del príncipe y aspira a que le den encargos debe estar con él lo más que pueda, porque a menudo surgen iniciativas, y viéndote se acuerda de ti y fácilmente te las encomienda, mientras que si no te viera las encargaría a otro.
- Es propio de brutos meterse sin reflexionar en peligros que no se conocen; valiente es el que los conoce y no los teme más de lo necesario.
- Es un dicho antiguo el de que los sabios son tímidos porque conocen todos los peligros y por eso se acobardan. Yo creo que este dicho es falso, porque no merece el nombre de sabio quien juzga un peligro más grave de lo que es en la realidad; llamaré sabio al que conoce la gravedad del peligro y lo teme en proporción. Pero se debe llamar sabio a un valiente más que a un tímido porque, suponiendo que ambos sean muy previsores, la diferencia entre uno y otro consiste en que el tímido tiene en cuenta todos los peligros posibles y siempre supone que se le presentará el peor de todos, mientras que el valiente, que también los conoce todos, considerando que muchos los puede eludir la prudencia humana y muchos otros desaparecen por circunstancias fortuitas, no se deja abrumar por todos ellos, sino que se les enfrenta fundado en buenas razones y con la confianza de que no todo lo que puede ser, será.
- Cuando fue elegido como papa Clemente VII, el marqués de Pescara me dijo que nunca se ha visto que tenga éxito una cosa deseada por toda la gente. La razón de esto puede consistir en que los que de costumbre mueven las cosas de este mundo son los pocos y no los muchos, y que los objetivos de aquéllos casi nunca coinciden con el deseo de éstos y, por lo tanto, resultan efectos diferentes de los que desea la mayoría.
- A un tirano prudente, aun cuando le gusten los sabios tímidos, no le disgustan los emprendedores, siempre que esté seguro de que se trata de personas tranquilas, y se siente inclinado a concederles favores. Los que más le disgustan son los inquietos y levantiscos, porque se da cuenta de que no logrará mantenerlos contentos, y entonces se ve en la necesidad de pensar en cómo eliminarlos.
- Con un tirano prudente, siempre que no me tenga por enemigo, yo preferiría que me considerara un valiente inquieto más que un tímido, porque así busca la manera de tenerme contento, mientras que del tímido se despreocupa.
- Bajo un tirano es mejor ser amigo suyo sólo hasta cierto punto que estar entre sus íntimos, porque así, si eres hombre de prestigio, disfrutas de su poder y a veces más que los otros, de quienes se ocupa menos; además, cuando él caiga, tú puedes esperar salvarte.
- Para salvarte de un tirano bestial y cruel no hay regla o remedio válido, con excepción de lo que se hace con la peste: huir de él lo más lejos y lo más pronto que se pueda.
- El sitiado que espera ayuda pinta sus necesidades más grandes de lo que en realidad lo son; el que no la espera, al no quedarle otro recurso que el de cansar al enemigo y así quitarle toda esperanza, siempre las oculta y dice que son mínimas.
- El tirano hace todo lo posible para inquirir con cautela y disimulo tu verdadera naturaleza, halagándote, conversando ampliamente contigo, encomendando a otros que traben amistad contigo y así te sonsaquen, y ésta es una red de la cual es difícil escaparse; por esto, si no quieres que te tomen la medida, reflexiona con seriedad y guárdate con cuidado de todas las cosas que puedan delatarte, usando en el hecho de no dejarte descubrir la misma habilidad que él usa para conocerte.
- Entre los hombres es cosa muy digna de alabarse y muy agradable a todo mundo el que uno sea por naturaleza liberal y franco o, como se dice en Florencia, claridoso; y por otro lado, se desaprueba y se aborrece la simulación; sin embargo, ésta es más útil, dado que la sinceridad les aprovecha más a otros que a uno mismo. De todos modos, aunque no se pueda negar que es una dote admirable, yo alabaría a quien normalmente vive con franqueza y se acoge a la simulación sólo en asuntos de extrema importancia, que después de todo no son muy frecuentes. Así adquirirías la fama de ser persona liberal y franca y te atraerías la simpatía que siempre se otorga a quienes muestran esa naturaleza; sin embargo, en las cosas más importantes la simulación te resultaría más provechosa y con una ventaja adicional: de que, por tener fama de persona franca, aumentarás el crédito a tus subterfugios.
- A pesar de que a uno se le conoce por simulador y tramposo, se observa que algunas veces hay quien se trague sus embustes. Parece increíble, pero es muy cierto, y yo recuerdo al Rey Católico, que tenía esta fama más que cualquier otro en el mundo y, sin embargo, en sus negocios nunca faltaba quien le creyera más de lo debido; de seguro esto procede de que los hombres son muy simples o muy codiciosos: éstos creen fácilmente lo que desean, aquéllos lo que no conocen.
- En el actual mundo social no hay cosa más difícil que la de casar a las hijas en forma adecuada, porque todos los hombres, creyéndose superiores a los demás, en un principio se imaginan que van a poder entrar en ambientes que no son de su nivel. Por esto he visto a muchos rehusar partidos que más tarde, al cabo de muchas vueltas inútiles, habrían aceptado agradecidamente. Por consiguiente, es necesario medir bien sus propias condiciones y las de los otros y no dejarse arrastrar por estimaciones más altas de lo debido, ésta es cosa que sé muy bien, lo que no sé es si actuaré de conformidad o si caeré en el error común o caso general de presumir más de la cuenta; de todos modos no quisiera que esta opinión sirviera para crearle a uno tales complejos que se rindiera, como Francesco Vettori, al primer partido.
- Sería deseable no nacer súbdito, pero si así nos tocó es mejor serlo de un príncipe que de una república; porque la república rebaja a todos sus súbditos y a nadie hace partícipe de su grandeza, excepto a los ciudadanos; con el príncipe, en cambio, es más común a todos y para él todos son súbditos, tanto uno como otro, así que cada uno puede abrigar la esperanza de que el príncipe lo favorezca y lo llame a su servicio.
- No hay sabio que no se equivoque; la suerte de los hombres consiste en que sus errores sean menos graves o en asuntos de poca trascendencia.
- El que todo el mundo llegue a gobernar no es el fruto de las libertades, ni éstas fueron establecidas con esta finalidad —pues no debe gobernar sino el que tiene aptitud y merecimientos—, sino con la de poder obedecer a leyes buenas y a buenos ordenamientos, cosa más segura en una sociedad libre que bajo el poder de uno o de pocos. Éste es el error que tantos problemas ocasiona a nuestra ciudad, porque a la gente no le parece suficiente vivir libre y segura, y no se detiene hasta que llegue a gobernar.
- ¡Cómo se equivocan los que para cada cosa citan a los romanos! Ante todo deberíamos tener una ciudad organizada como la suya y luego actuar conforme a ese modelo; pero si la gente no tiene las dotes adecuadas, es tan irrealizable como pretender que un burro corra como un caballo.
- La gente del pueblo critica a los juristas por la diversidad de opiniones que se sostienen entre ellos, y no ven que esa variedad no depende de una falla humana, sino de la naturaleza de las cosas, porque no es posible incluir en reglas generales todos los casos particulares, así que en muchos casos no decididos en las leyes es necesario acogerse a las conjeturas de los hombres, los cuales no opinan todos en la misma forma. Lo mismo sucede con los médicos, los filósofos, en los procesos civiles, en las deliberaciones de los gobernantes, entre los cuales se encuentra una variedad de juicios análoga a la de los juristas.
- Decía micer Antonio de Venafra y con mucha razón: “Junta a seis u ocho sabios y todos se vuelven locos, porque al no ponerse de acuerdo transforman las cosas más bien en discusión que en decisión”.
- Se equivoca el que cree que la ley deja alguna cosa al arbitrio; es decir, a la libre voluntad del juez, porque nunca lo constituye en dueño de dar y quitar; pero como se dan algunos casos que la ley no pudo resolver conforme a un principio definido, los confía a la decisión del juez, es decir que el juez, después de evaluar todas las circunstancias y particularidades del caso, debe resolver lo que crea correcto de acuerdo con su criterio y su conciencia. La consecuencia es que, aun cuando el juez no esté obligado a rendir cuentas de su sentencia ante los hombres, sí va a ser examinado por Dios, quien sabe perfectamente si ha juzgado o regalado.
- Hay algunos que fundándose en lo que sucede escriben disertaciones sobre el futuro que resultan muy entretenidas para el lector, cuando el que las elabora conoce su arte; sin embargo, son muy engañosas porque en el desarrollo de las argumentaciones, que dependen una de otra, si una de ellas es falsa, todas las que siguen carecen de validez, y además cualquier ligera variante puede alterar una conclusión; por eso no se puede juzgar de las cosas de este mundo desde muy lejos, sino que se debe analizarlas y resolverlas día tras día.
- Encuentro en algunos apuntes escritos hacia el año de 1457 que un ciudadano inteligente dijo: “O bien Florencia destruye al Monte (institución de ahorro), o bien el Monte destruye a Florencia”. Sostenía con mucha razón que o bien la ciudad lo desacreditaba o éste crecería tanto que ya no se le podría controlar; sin embargo, la cosa se alargó bastante antes de que se produjera el desastre, pero su evolución en realidad fue mucho más lenta de lo que él se imaginó.
- El que gobierna a un estado no debe sobresaltarse por los peligros que vea acercarse, por grandes, próximos o inminentes que parezcan porque, como dice el refrán, el diablo no es tan feo como lo pintan. Con frecuencia, debido a varias circunstancias, los peligros de desvanecen, y aun cuando realmente llegan, siempre traen consigo algún remedio o alivio mayor de lo que se imaginaba; pongan mucha atención a esta advertencia, porque vemos que se aplica siempre.
- Es muy engañoso eso de juzgar fundándose en ejemplos, porque si éstos no corresponden con toda exactitud, no sirven, porque cualquier mínima variación en el caso considerado puede dar como resultado una diferencia enorme; claro que para descubrir estas diversidades, cuando son leves, se necesita un ojo agudo y ejercitado.
- El que cuida mucho su prestigio personal tiene éxito en todo, porque no para en fatigas, peligros o dinero. Yo lo he experimentado en mí mismo y por esto puedo decirlo y escribirlo; las actividades de los hombres que no sienten este estímulo ardiente son obra muerta y vana.
- Las falsificaciones en los documentos públicos casi nunca se introducen desde el principio, sino con el paso del tiempo y de acuerdo con las oportunidades o la necesidad; por lo tanto, para prevenir, es una buena medida la de pedir una copia auténtica del documento o la escritura inmediatamente después de la firma y guardarla en casa.
- La mayor parte de los trastornos que azotan a las ciudades divididas en partidos procede de las sospechas, porque recelando cada uno de la sinceridad del otro, todos se ven en la necesidad de prevenirse; por lo tanto, el gobernante debe proponerse como finalidad principal y especial compromiso el de erradicar esas sospechas.
- No traten de organizar reformas con la esperanza de que el pueblo vaya a apoyarlas, lo que es un fundamento muy peligroso, porque el pueblo es inconstante y con frecuencia piensa todo lo contrario de lo que tú te imaginas. Fíjense en el ejemplo de Bruno y Casio, quienes, después de dar muerte a César, no sólo no consiguieron el apoyo del pueblo como esperaban, sino que éste les infundió un gran miedo, así que fueron forzados a refugiarse en el Capitolio.
- Miren cómo los hombres se engañan a sí mismos: cada uno considera feos los pecados que él no comete, y leves los suyos; y con esta regla a menudo se mide el bien y el mal, más que con el examen de los grados y cualidades de las cosas.
- No se me dificulta creer que en todos los tiempos los hombres tomaron como milagros muchas cosas que no tenían nada de milagroso, y de todos modos es muy cierto que todas las religiones tuvieron sus milagros, así que de este hecho no se puede sacar una prueba fehaciente de que una religión sea más verdadera que otra. Tal vez los milagros son una manifestación del poder de Dios, pero no para confirmar más el de los cristianos que el de los paganos, e incluso me parece que no sería pecado decir que los milagros, así como las predicciones, son secretos de la naturaleza, cuyas causas no puede averiguar la inteligencia humana.
- He observado que en todos los países y casi en todas las ciudades hay cultos que producen los mismos resultados: en Florencia, Santa María Impruneta envía la lluvia y el buen tiempo; en otros lugares encontré a vírgenes Marías que proporcionan lo mismo, indicio claro de que la bondad de Dios ayuda a todo mundo; y tal vez estas cosas se derivan más de las creencias humanas que de una comprobación efectiva.
- Los filósofos, los teólogos y todos los demás que investigan las cosas sobrenaturales o invisibles dicen una gran cantidad de disparates; en la realidad los hombres estamos en la oscuridad y la ignorancia de las cosas, y estas investigaciones han servido y sirven más para ejercitar la inteligencia que para descubrir la verdad.
- Sería deseable que pudiéramos hacer o acabar las cosas de tal manera que estuvieran exentas de cualquier irregularidad o defecto; pero esto no es fácil de conseguir, así que es un error preocuparse en afinarlas demasiado, porque las oportunidades se esfuman mientras te esfuerzas por alcanzar la perfección; incluso cuando te parece haberla logrado y capturado, con frecuencia descubres que no la atrapaste, y por lo demás la naturaleza de las cosas de este mundo no te permite encontrar una sola que no tenga alguna parte irregular y defectuosa, así que hay que resignarse a tomarlas como son y dar por bueno lo menos malo.
- En la guerra he notado que con mucha frecuencia llegan noticias que parecen indicar que estás en una situación apurada; de repente llegan otras que te aseguran de la victoria, y así alternativamente; esta fluctuación se presenta muchas veces y por esto un buen capitán no se acobarda ni se entusiasma con facilidad.
- En las cosas del gobierno no se debe tomar en cuenta lo que la razón indica que debería hacer un príncipe, sino lo que se puede presumir que vaya a hacer, habida cuenta de su índole y sus métodos habituales; porque los príncipes con frecuencia no hacen lo que deberían hacer, sino lo que saben o creen saber hacer; el que tome decisiones con base en otras reglas se expone a cometer errores gravísimos.
- Lo que sería un perjuicio o una ofensa si se hace, no debe, sin embargo, ser considerado un bien o un beneficio si no se hace, porque entre ofender y beneficiar, entre lo loable y lo reprobable hay un término medio: abstenerse del mal, abstenerse de la ofensa. Por lo tanto, no se diga: “Yo no hice, yo no dije”, porque en general el verdadero mérito consiste en poder afirmar: “Yo hice, yo dije”.
- Los príncipes deben guardarse, sobre todo, de aquellas personas que por naturaleza nunca están satisfechas, porque jamás podrán concederles favores suficientes como para estar seguros de ellas.
- No es lo mismo tener a los súbditos descontentos que tenerlos desesperados. La persona descontenta, aunque piense en perjudicarte, no se lanza a los peligros sin reflexionar, sino que espera una oportunidad que a veces nunca llega; en cambio, la persona desesperada la busca y la provoca, se forja esperanzas descabelladas y pugna por introducir reformas; por consiguiente, de aquélla tienes que cuidarte en ocasiones, de ésta siempre.
- Yo he sido, por naturaleza, muy franco y enemigo del estira y afloja, y por eso los que trataron conmigo nunca tuvieron dificultades; pero he observado que en todas las cosas es muy útil negociar con cierta ventaja, que en el fondo consiste en lo siguiente: no llegar de inmediato a la decisión final, sino que, situándose a cierta distancia, uno se deja llevar por grados y con cierta resistencia; quien actúa de este modo obtiene con frecuencia más de lo que le hubiera bastado en un principio; el que negocie como yo lo hice, siempre consigue sólo lo que apenas le permite cerrar el trato.
- Es una buena regla de prudencia, que muy pocos observan, la de saber disimular el desagrado por la falta de cooperación de alguna persona, siempre que esto no te perjudique; porque más adelante sucede, con frecuencia, que se presenta la conveniencia de utilizarla, y no podrías hacerlo si esa persona sabe que antes has quedado descontento. A mí me ha sucedido muchas veces estar en la necesidad de acudir a personas contra las cuales tenía rencor, pero como ellas creían lo contrario, o por lo menos no recelaban, me sirvieron rápida y satisfactoriamente.
- Por naturaleza todos los hombres están inclinados más al bien que al mal y no hay nadie que no haga el bien con más gusto que el mal cuando no haya otra razón que lo impulse en sentido contrario; pero la naturaleza de los hombres es tan frágil y las ocasiones que invitan al mal son tan frecuentes en este mundo, que fácilmente se dejan apartar del bien. Por esto los sabios legisladores inventaron los premios y los castigos, lo que en el fondo no fue otra cosa que tratar, con la esperanza y el temor, de mantener a los hombres en su inclinación natural.
- Si se diera algún individuo que por naturaleza se inclinara a preferir el mal al bien, pueden ustedes afirmar con toda seguridad que no es un hombre, sino un animal o un monstruo, ya que está desprovisto de una inclinación que es natural en todos los hombres.
- Sucede alguna vez que los locos hacen cosas más grandes que los cuerdos; esto depende de que el cuerdo, si no lo apremia alguna necesidad, se confía más en la razón y menos en la suerte, mientras que el loco se entrega mucho a la suerte y poco a la razón, y sabemos que las cosas favorecidas por la suerte a veces tienen resultados increíbles. Los cuerdos de Florencia hubieran doblado las manos frente a la actual tempestad; los locos que quisieron, contra toda razón, oponérsele han logrado, hasta ahora, lo que nadie hubiera creído que nuestra ciudad pudiera conseguir; esto es lo que significa el dicho: Audaces fortuna iuvat.
- Si el perjuicio que se deriva de las cosas mal llevadas se pudiera atribuir específicamente a cada una, el que no sabe trataría de aprender, o en forma espontánea se dejaría gobernar por los que saben más; lo malo es que los hombres, y todavía más los pueblos, en su ignorancia no ven las causas de los trastornos, no los achacan a los errores que los produjeron, y de este modo, al no admitir el daño tan grande que ocasiona el ser gobernados por quienes gobernar no saben, persisten en su error de hacer ellos lo que no saben o de dejarse gobernar por inexpertos, lo que con frecuencia es la causa de la ruina total de la ciudad.
- Ni los locos ni los cuerdos pueden oponerse finalmente a lo que debe suceder; por esto no creo haber leído cosa mejor expresada que el famoso dicho: Ducunt volentes fata, nolentes trahunt.
- Es cierto que los estados son mortales igual que los hombres; hay una diferencia: los hombres, por ser de materia corruptible, forzosamente desaparecen aun cuando no hayan provocado trastornos; los estados, en cambio, no se deshacen por una falla de su materia, sino por mala suerte o por mal gobierno; esto es, por las decisiones desatinadas de los gobernantes. Un desastre ocasionado tan sólo por la mala suerte es sumamente raro, porque el estado es un organismo fuerte y de gran resistencia, y se necesitaría que la violencia fuera tremenda para que pudiera destruirlo. Entonces la causa de la ruina de un estado consiste casi siempre en los errores de quien gobierna; si un estado fuera gobernado siempre en forma correcta tal vez sería perpetuo, o por lo menos tendría una vida mucho más larga de la que por lo común tiene.
- Decir pueblo es lo mismo que decir, sin temor a equivocarse, un animal loco, lleno de una infinidad de errores y confusiones, sin sensibilidad, sin criterio, sin estabilidad.
- No hay que asombrarse si no conocemos las cosas de las edades pasadas, ni las de regiones y países lejanos, porque si reflexionamos bien, ni siquiera de las presentes tenemos un conocimiento real y verdadero, como tampoco de las que a diario acontecen en una misma ciudad; y a menudo entre el palacio de gobierno y la calle hay una neblina tan espesa o un muro tan grueso que, al no poderlos traspasar el ojo humano, el pueblo sabe tanto acerca de lo que hace el gobernante o de la razón por qué lo hace como de las cosas que se hacen en la India; por eso el mundo con facilidad se llena de opiniones equivocadas e infundadas.
- Una de las mejores suertes que le puede tocar a un hombre es la de encontrarse en la situación de poder mostrar que lo que hace para su propio provecho lo está haciendo por razones de pública utilidad. Esta coincidencia dio mucho prestigio a las iniciativas del Rey Católico, que habían sido tomadas para su seguridad y su provecho personal, pero muy seguido daban la impresión de que tenían como finalidad la expansión de la religión cristiana o la defensa de la Iglesia.
- Me parece que todos los historiadores, sin ninguna excepción, se han equivocado en esto, que nada dijeron de una cantidad de cosas que en sus tiempos eran conocidas, justo porque todos las conocían; de allí que en la historia de los romanos, los griegos y todos los demás pueblos, en la actualidad nos falta información sobre un sinfín de detalles, por ejemplo, la autoridad y diversidad de las magistraturas, la organización del gobierno, la estructura de los ejércitos, el tamaño del estado y muchas otras cosas del mismo tipo, que en los tiempos del escritor eran muy conocidas y, por consiguiente, fueron omitidas. Pero si hubieran reflexionado que con el pasar de los siglos los estados desaparecen y se pierde el recuerdo de muchas cosas, y que por otra parte las historias se escriben precisamente con la finalidad de recordarlas, se hubieran preocupado un poquito más por describirlas de modo que el que naciera en una época lejana pudiera tener ante los ojos un panorama completo, como los que estuvieron presentes: lo que es justo es el objetivo de la historia.
- Estando yo en España, un día Almazán, secretario del Rey Católico, al llegar la noticia de que los venecianos se habían aliado con Francia en contra de su rey, me dijo que en Castilla existe un refrán el cual dice que el hilo siempre se rompe por lo más delgado, lo que significa que finalmente las cosas se le van encima a los más débiles, porque no se miden con la razón ni con la discreción, sino que, tratando cada quien de conseguir su provecho, se ponen de acuerdo para perjudicar al que tiene menos fuerza, ya que le tienen menos consideración; por consiguiente, el que tenga que negociar con personas más poderosas que él debe tener siempre presente el mencionado refrán, que se aplica todos los días.
- Estén ustedes persuadidos de que, aun cuando la vida de los hombres sea breve, para quien sabe utilizar el tiempo y no desperdiciarlo en cosas sin importancia, hasta le sobra; porque la naturaleza del hombre es muy ingeniosa, y a la persona activa y decidida sus actividades le lucen muchísimo.
- Es una gran desgracia encontrarse en la condición de no poder conseguir lo bueno sin antes padecer lo malo.
- El que cree que la victoria en las campañas tenga algo que ver con la justicia o la injusticia se equivoca, porque todos los días vemos que sucede lo contrario, pues no es la razón, sino la habilidad, la fuerza y la suerte las que proporcionan la victoria. Desde luego, también es cierto que en quien tiene la razón nace cierta confianza fundada en la creencia de que Dios otorga la victoria a las empresas justas, lo que vuelve a los hombres osados y porfiados, y estas cualidades a veces conducen a la victoria. Por esto el tener una causa justa puede ayudar de modo indirecto, pero es falso que influya directamente.
- El que quiere acabar demasiado rápido una guerra, con frecuencia la alarga, porque, por no esperar los auxilios que necesita o a que la campaña madure debidamente, vuelve difícil lo que hubiera resultado fácil, de modo que por cada día que quiso adelantarse, a menudo pierde más de un mes, sin contar que esto puede ocasionar un trastorno más grave.
- En las guerras, el que quiere gastar menos gasta más; en efecto, no hay otra cosa que exija una repartición de dinero tan grande y desmedida como ésta, ya que mientras más abundantes son las provisiones, más rápido se acaban las campañas; en esos aprietos, el que para ahorrar pone restricciones alarga la campaña, aparte de que los gastos van a resultar mucho más pesados. Por eso no hay cosa más descabellada que meterse en una guerra contando únicamente con suministros escalonados, a no ser que ya tenga de antemano todo el dinero listo; ése no es el método de acabar la guerra, sino de alimentarla.
- Para que llegues a confiar en personas a las que ofendiste no basta con saber que el negocio, bien llevado, les proporcionaría utilidad y fama también a ellas; porque en ciertos hombres, por su naturaleza, el recuerdo de las ofensas recibidas es tan poderoso que los arrastra a vengarse incluso contra su propio interés, bien porque aprecian más esta satisfacción, bien porque la pasión los ciega a tal punto que no alcanzan a ver con claridad dónde están su renombre y provecho; recuerden esta advertencia, porque muchos en esto se equivocan.
- Como dije antes con referencia a los príncipes, miren siempre no a lo que según la razón deberían hacer las personas con las que van a negociar, sino a lo que se prevé que harán teniendo en cuenta su índole y su manera habitual de actuar.
- Tengan muchísimo cuidado antes de meterse en campañas o actividades nuevas, porque después de empezarlas, a fuerza tendrán que seguir adelante; por esto sucede a menudo que los hombres pasan por muchas dificultades, que si antes hubieran sospechado la octava parte de ellas, habrían huido mil millas lejos, pero como se han embarcado, ya no está en su poder retirarse. Esto sucede sobre todo en las enemistades, los favoritismos y las guerras; en todos ellos y en otros casos más, antes de comprometerse no hay información, por minuciosa que sea, que pueda considerarse superflua.
- A menudo parece que los embajadores toman partido en favor del príncipe ante el cual están acreditados, y esto ocasiona que se sospeche que han sido sobornados, o que tratan de hacer méritos, o cuando menos que se han vuelto incondicionales de aquél por las amabilidades y los halagos que les han prodigado; pero puede deberse al hecho de que, como están de continuo en contacto con las actividades de dicha corte y muy poco con las de otras, se imaginan que deben ser apreciados más de lo que en realidad merecen; su príncipe, sin embargo, no tiene el mismo modo de pensar y además considera todo el panorama general, así que no le cuesta trabajo descubrir la cojera de su funcionario, y con frecuencia atribuye a maldad lo que más bien se debe a alguna imprudencia; por consiguiente, el que acepta encargarse de una embajada debe reflexionar bien sobre este fenómeno, porque no es de poca importancia.
- Los secretos de un príncipe son infinitos, como también son infinitas las cosas en que debe pensar; por lo tanto, es muy arriesgado juzgar a la ligera sus decisiones, ya que con cierta frecuencia sucede que tú crees que hace algo por alguna razón y en cambio es por otra; lo que te parece hecho casual o imprudente está efectuado, al contrario, con habilidad y gran prudencia.
- Se dice que no puede juzgar atinadamente quien no conoce a fondo todos los detalles; sin embargo, yo he notado muchas veces que quien no tiene mucho talento juzga mejor cuando conoce el asunto sólo en sus líneas generales que cuando se le muestran todos los particulares, porque manteniéndose en lo general con frecuencia se le ocurrirá una buena solución, mientras que se desorientará entre el gran número de detalles que se le indiquen.
- Yo siempre he sido, por naturaleza, muy decidido y firme en mis actividades y, sin embargo, después de tomar una decisión importante, como que me da una especie de arrepentimiento por lo que he hecho; esto se deriva no de que yo crea que si pudiera volver a deliberar decidiría en otra forma, sino de que antes de la decisión yo tenía ante los ojos con mayor evidencia las dificultades de una y otra parte, mientras que después de tomar la decisión olvido las dificultades que deseché con mi resolución y en cambio se me presentan sólo las que me quedan por vencer, y al observarlas por separado me parecen más graves que cuando las estaba comparando con las otras; la consecuencia es que para eliminar esta preocupación es necesario volver a analizar con cuidado también las otras dificultades que han sido desechadas.
- No es bueno crearse la fama de receloso y desconfiado; sin embargo, el hombre es tan falaz, tan insidioso, actúa con tantas mañas tan engañosas y ocultas, es tan agarrado a su interés personal y tan poco considerado con el ajeno, que uno no puede equivocarse creyendo poco y confiando menos.
- En cada momento podemos observar los beneficios que nos proporciona el buen nombre y el prestigio; sin embargo, éstos son pocos comparados con los que no se ven, que se producen instantáneamente sin que tú sepas de dónde provienen, provocados por la estimación de que eres objeto; por eso alguien dijo que vale más el prestigio que muchas riquezas.
- No voy a criticar los ayunos, los rezos y las otras obras piadosas que nos impone la Iglesia y los religiosos nos recuerdan; pero el bien de bienes, en comparación del cual todo lo demás no vale nada, es el de no perjudicar a nadie y de ayudar a todos en la medida de tus posibilidades.
- Es cosa digna de notarse que todos sabemos que debemos morir, y de todos modos vivimos como si estuviéramos seguros de que seguiremos viviendo siempre; no creo que esto se deba a que nos afectan más las cosas que tenemos ante los ojos y percibimos con los sentidos, y menos las lejanas y no perceptibles, porque también la muerte está cerca y podríamos decir que la percibimos en realidad todos los días; más bien pienso que se deba a que la naturaleza quiere que vivamos de acuerdo con lo que requiere la marcha o el orden de esta maquinaria terrenal, y para que no se quede como muerta y sin sentido nos dio esta característica de no pensar en la muerte, ya que si pensáramos en ella el mundo estaría lleno de pereza y modorra.
- Cuando me pongo a pensar en el gran número de percances, de peligros, de enfermedades, de azar, de violencia y sus variedades, a los que está expuesta la vida del hombre, y en todas las cosas que deben colaborar en un año para que se produzca una buena cosecha, no encuentro nada más maravilloso que el ver a un hombre viejo o un año fértil.
- Con frecuencia observé que en las guerras, y en muchas otras cosas importantes, se dejaba de conseguir aprovisionamiento por creer que llegaría tarde y, sin embargo, se constataba después que sí habrían llegado a tiempo y que esta omisión había ocasionado un enorme perjuicio; todo se debe a que por lo general la marcha de las cosas es mucho más lenta de lo que uno presume, de modo que con frecuencia no se realiza en tres o cuatro meses lo que tú creías que se produciría en uno; ésta es una observación importante y digna de ser recordada.
- ¡Qué atinado es el dicho antiguo: Magistratus virum ostendit! No hay cosa que revele mejor la calidad de los hombres que el encomendarle trabajo y autoridad.
¡Cuántos hablan bien y no saben actuar! ¡Cuántos ante un escritorio o en una reunión parecen hombres excelentes que al utilizarlos resultan una insignificancia!
- Con frecuencia la buena suerte resulta ser el peor enemigo del hombre, porque lo vuelve malo, superficial, altanero; por esto para un hombre es mayor reto resistir a la fortuna que a la desdicha.
- Por una parte parece obvio que un príncipe o un patrón conozca mejor que cualquier otro la condición de sus súbditos y dependientes, porque necesariamente han de caer bajo su mirada muchos de sus deseos, aspiraciones y acciones, pero por la otra sucede todo lo contrario, porque con cualquier otra persona se comportan con mayor franqueza, mientras que con sus superiores ponen todo su empeño en encubrir su naturaleza y sus pensamientos.
- No crean que el atacante, por ejemplo el que pone sitio a una ciudad amurallada, puede prever todas las defensas que le opondrá el enemigo, así como un litigante experimentado se imagina fácilmente las defensas ordinarias que utilizará el acusado; el peligro y el apuro en que se encuentra el sitiado lo empujan a inventar medios extraordinarios, en los que no es posible que piense el que no se encuentra en la misma necesidad.
- No creo que haya cosa peor en el mundo que la ligereza, porque los hombres ligeros son gente dispuesta a adoptar cualquier decisión, por malvada, peligrosa y perjudicial que sea; por consiguiente, rehuyan de ellos como del fuego.
- ¿Qué ventaja tengo si quien me ofende lo hace por ignorancia y no por maldad? Más bien, con frecuencia es una desventaja, porque la maldad tiene objetivos determinados y sigue ciertas reglas, de modo que no siempre ofende todo lo que podría; en cambio, la ignorancia, no teniendo objetivo, ni regla, ni medida, actúa con furia y da palos de ciego.
- Tengan como regla que, se encuentren ustedes en una ciudad libre, o bajo un gobierno conservador, o bajo un príncipe, es imposible que lleven a efecto todos sus proyectos; por lo tanto, si les falla alguno, no se enfaden, no empiecen a querer desbaratarlo todo, siempre que les quede algo que les satisfaga; de otro modo van a perjudicarse a sí mismos y hasta al estado, y al final van a encontrar que casi siempre han empeorado su situación.
- Es una gran suerte la de los príncipes, que con facilidad pueden descargar en otros las responsabilidades que en realidad deberían recaer en ellos, pues parece que casi siempre los errores e injusticias que cometen, incluso cuando son los autores directos, la gente los achaca a consejos o instigaciones de los que están cerca.
Yo creo que esto no se debe a que ellos utilicen alguna estratagema para suscitar esta opinión, sino al hecho de que los hombres dirigen de preferencia su odio y sus acusaciones contra los que les quedan más cerca y de quienes esperan poder vengarse más fácilmente.
- Decía el duque Ludovico Sforza que con la misma regla se conocen los príncipes y las ballestas. Si una ballesta es buena o no sirve lo vemos por las flechas que lanza; así la excelencia de los príncipes se deduce de la calidad de los hombres que envían a otras cortes. Por lo tanto, podemos argüir qué clase de gobierno había en Florencia cuando al mismo tiempo tenía como embajadores a Carduccio en Francia, a Gualterotto en Venecia, a micer Bardo en Siena y a micer Galeotto Giugi en Ferrara.
- Los príncipes no fueron instituidos para su provecho personal, sino para la utilidad general, y se les otorgaron ingresos y ganancias para que fueran aplicadas a la conservación del estado y de los súbditos; por lo tanto, la avaricia es más reprobable en un príncipe que en un particular porque, acumulando más de lo debido, asigna únicamente a su persona lo que debería manejar, para decirlo con claridad, no como dueño, sino como simple recolector y distribuidor en beneficio de muchos.
- En un príncipe es más detestable y perjudicial la prodigalidad que la avaricia porque, no pudiendo existir aquélla sin despojar a muchos, resulta más ofensivo para los súbditos quitarles que simplemente no darles y, sin embargo, parece que a la gente le gusta más un príncipe pródigo que uno avaricioso. La razón es que, a pesar de que las personas a las que regala son pocas y a las que les quita son por fuerza muchas, sin embargo, como dije otras veces, en los hombres la esperanza es más poderosa que el temor, así que es más fácil esperar que uno quede incluido entre los pocos que reciben, que entre los muchos a quienes se les quita.
- Hagan todos los esfuerzos para mantener buenas relaciones con los príncipes y los estados que aquellos gobiernan porque, aun cuando no tengan ustedes la intención de participar en la actividad política, de todos modos se presentan muchas circunstancias en que a fuerza tienen que tratar con los que gobiernan, sin contar que el rumor de que ustedes no son personas gratas les perjudicará en muchas formas.
- Una persona que manda al pueblo, o un magistrado, debe guardarse lo más que pueda de mostrar aversión a quienquiera, o de vengarse por alguna ofensa que se le haga, porque al utilizar el poder público contra las ofensas privadas se desprestigiaría enormemente; es mejor tener paciencia y esperar un tiempo, porque es imposible que no se le presente alguna oportunidad de poder hacer la misma cosa, pero con justificación y sin que la atribuyan a rencor.
- Pidan siempre a Dios que puedan encontrarse del lado donde se gana, porque los elogiarán incluso por cosas en las que no han tenido ninguna participación; por el contrario, al que se encuentre donde se pierde le achacan muchísimas cosas de las cuales no tiene en absoluto ninguna responsabilidad.
- Casi siempre en Florencia, por la ineptitud de los hombres, cuando alguien arma una agitación violenta no se intenta castigarlo, sino que todos corren a buscar la manera de asegurarle la impunidad, con tal de que deponga las armas y prometa abstenerse en lo sucesivo; sistema, éste, que en vez de reprimir a los bravucones transforma en leones hasta a los corderos.
- Las iniciativas y las actividades económicas son muy buenas mientras casi nadie las conoce; en cuanto llegan a saberse, decaen, porque muchos acuden y la afluencia hace que ya no rindan; por esto, madrugar es bueno en todas las cosas.
- Cuando yo era un joven hacía mofa de saber tocar, bailar, cantar y otras cosas frívolas, como escribir bien, montar, vestir con elegancia y todo aquello que parece proporcionar a la gente más ornamento que sustancia; pero más tarde hubiera querido lo contrario porque, a pesar de que no es conveniente dedicarles mucho tiempo y educar en esta forma a los jóvenes para que no se aficionen demasiado, de todos modos he tenido que constatar que estas galas y el saber hacer las cosas con elegancia proporcionan seguridad y prestigio incluso a personas por lo demás bien calificadas, a tal punto que a los que están desprovistos de estas habilidades parece que les falta algo; sin contar que el arte de entretener abre el camino a los favores de los príncipes y que para quien sepa utilizarlas pueda ser el principio o la causa de grandes provechos y de prestigio, ya que el mundo y los príncipes no están hechos como deberían, sino como son.
- En las guerras el peor enemigo de quien las empezó suele ser la creencia de que están ganadas de antemano, porque, aunque parezcan muy fáciles y seguras, están sujetas a mil eventualidades, que provocan más trastornos cuando el responsable no está preparado mental y militarmente como en un principio debía haber sido, pensando que se enfrentaría a una guerra dura.
- Trabajé once años seguidos como alto funcionario de la Iglesia con tanto prestigio ante mis superiores y el pueblo que hubiera podido seguir mucho tiempo más de no haber sucedido lo que sucedió en 1527 en Roma y Florencia; en todo este tiempo no pude descubrir ninguna cosa que me consolidara más que el actuar como si no me preocupara por quedarme, porque con este principio yo desempeñaba lo que era propio de mi cargo sin miramientos ni sumisión, y esto me proporcionaba tal prestigio que por sí solo me favorecía más y con mayor dignidad que cualquier condescendencia, amistad o habilidad que yo hubiera querido utilizar.
- Casi siempre he visto que los hombres muy entendidos, cuando tienen que solucionar algún problema importante, proceden mediante un análisis, imaginando dos o tres casos que pueden realizarse para fundar su deliberación sobre ellos, como si en efecto uno de ellos se fuera a presentar. Cuidado, porque es un método peligroso; de hecho con frecuencia, o más bien casi siempre, aparece un tercero o cuarto caso, no examinado, con el cual no se compagina la deliberación que se aprobó; es mejor tomar la decisión con un mayor margen de seguridad, incluso imaginando que pueda en realidad presentarse lo que se supone que no sucederá, y no reduciendo jamás el análisis, a no ser que haya alguna necesidad.
- Poco prudente es aquel capitán que ordene trabar un combate si no lo obliga alguna necesidad o esté seguro de conseguir una ventaja muy grande, porque es cosa demasiado sujeta a la suerte y demasiado importante para perderla.
- No digo que no se deba admitir a gente extraña a discusiones en común o que se deba excluir las conversaciones con otra gente en un ambiente de familiaridad agradable y afectuosa; pero afirmo que es prudente no hablar sin necesidad de asuntos personales y, si se mencionan, no aclararlos más allá de los límites requeridos por la discusión o el objetivo del momento, y guardar todo lo demás que uno podría hacer; desde luego es más agradable actuar de otra manera, pero ésta es más útil.
- Los hombres siempre alaban en los demás los gastos espléndidos y la conducta generosa y liberal, y sin embargo la mayor parte de ellos se comportan en lo suyo en forma contraria; por lo tanto, midan ustedes sus actividades de acuerdo con sus posibilidades y una ventaja decente y razonable, pero no se dejen arrastrar a hacer lo contrario por las opiniones y las palabras de la gente, o por creer que conseguirán elogios y renombre con personas que a la hora de la verdad no aplauden en los otros lo que ellas no acatan para sí.
- Desde luego no se puede actuar siempre de acuerdo con una regla única y rígida. Si muchas veces es inútil extenderse en pláticas, inclusive con amigos —me refiero a cosas que merecen ser guardadas en secreto—, por otra parte permitir que los amigos se den cuenta de que hablas con reservas es como invitarlos a hacer lo propio contigo; porque no hay cosa que incline a otros a confiar en ti como la persuasión de que tú confías en él, así que al cerrarte con los demás te quitas la posibilidad de recibir informes de los demás. Por lo tanto, en ésta y en muchas otras cosas, es necesario actuar analizando la calidad de personas, circunstancias y momentos, y para esto se necesita discernimiento, cosa que si no te la otorgó la naturaleza, difícilmente la aprenderás con la experiencia; con los libros nunca.
- Sepan que quien gobierna al azar, al azar acaba; lo correcto es pensar, examinar, estudiar bien cada cosa, por pequeña que sea; inclusive con este sistema cuesta trabajo llevar bien las cosas; imagínense cómo le irá a quien se deja llevar por la corriente.
- Entre más te alejes de la medianía para evitar un extremo, más caes en el extremo que temes o en otro igual de malo, y entre más quieres sacarle jugo a lo que estás disfrutando, más pronto se acaba el gusto y el disfrute; por ejemplo, un pueblo que goza de la libertad, mientras más quiere aprovecharse de ella, menos la disfruta, y cae en la tiranía o en una condición no mejor que la tiranía.
- Todas las ciudades, los estados y los reinos son mortales; todas las cosas, por su naturaleza o por alguna casualidad, terminan y acaban en cierto momento; por lo tanto, al ciudadano que le toca vivir en la etapa final de su patria no debe quejarse de esa desgracia y de tan grave ruina, sino de su propio infortunio; porque a su patria le sucedió lo que de todos modos le debía suceder, mientras que la desgracia fue de él, que le tocó nacer en una época en que debía producirse ese desastre.
- Se acostumbra citar como máxima con referencia a los hombres que no están en la situación que desearían: “Miren hacia atrás, no hacia adelante”, o sea, observen que los que están peor son muchos más de los que están mejor que ustedes. Es un dicho muy cierto y debería hacer que la gente se conformara con su condición; pero es difícil conseguirlo, porque la naturaleza nos colocó la cara en forma que no podemos sin gran esfuerzo mirar más que adelante.
- No hay que criticar a los hombres que son lentos en tomar una decisión porque, aun cuando haya circunstancias en que se necesite llegar rápido a una resolución, sin embargo es más fácil que se equivoque el que decide con apresuramiento que el que se tarda un poco; pero es muy censurable la tardanza en realizar lo deliberado, porque es casi seguro que en este caso la lentitud normalmente es perjudicial y sólo en circunstancias esporádicas y excepcionales resulta útil; yo lo digo para que estén prevenidos, ya que en esto muchos se equivocan, por desidia, o por evitarse molestias, o por cualquier otra razón.
- En todas sus actividades tengan presente esta máxima, de que no es suficiente empezarlas, determinar su rumbo y darles el impulso, sino que se debe seguirlas y no dejarlas hasta llegar al término, y quien las acompaña de esta manera contribuye bastante para completarlas. El que actúa de otro modo a veces cree que están acabadas cuando apenas están empezando o cuando se traban, pues la desidia, la inepcia y la maldad de los hombres son muy grandes, así como los obstáculos y las dificultades inherentes a las cosas por su Apliquen esta máxima; a mí me ha traído mucho prestigio, y mucha vergüenza a los que adoptan el método contrario.
- Mucho cuidado debe tener quien intente cosas contra el gobierno de no tratarlas por cartas, porque frecuentemente son interceptadas y constituyen un testimonio irrecusable y, a pesar de que en la actualidad hay muchas formas cifradas para escribir, también se conocen los métodos para descifrarlas. Es mejor utilizar a gente que esté al servicio personal de uno, y por lo tanto para los particulares es demasiado difícil y peligroso meterse en estos manejos, ya que no disponen de muchos hombres a quienes confiar el encargo, y de los pocos que tienen no se pueden fiar, porque al engañar a particulares para favorecer a los príncipes, la ganancia es mucha y la pérdida insignificante.
- Desde luego, no se debe empezar una cosa sin antes examinarla a fondo, pero con esto no quiero decir que uno deba excederse imaginando dificultades tales que por el miedo de no poder salir airoso se detenga; más bien hay que recordar que en el desarrollo de la actividad se encuentran muchas facilidades y gran parte de los problemas se resuelven por sí solos. Esto es muy cierto, y los encargados de negocios lo comprueban todos los días; y si el papa Clemente VII no lo olvidara, podría a menudo llevar sus asuntos más oportunamente y con mayor prestigio.
- Quien está al servicio de un príncipe y desea conseguir beneficios o favores, para él mismo o para sus amigos, debe arreglárselas para no insistir muchas veces con una solicitud directa, sino buscar o esperar la oportunidad de proponerlos o solicitarlos con cierta habilidad, y cuando se le ofrece, aprovecharla de inmediato y no dejarla escapar. Al que lleva las cosas en esta forma le resultan más fáciles y con menos molestias para el príncipe, y cuando haya conseguido un favor queda más expedito para buscar otro.
- En cuanto los hombres se dan cuenta de que te encuentras en una situación en que por necesidad tienes que hacer lo que ellos quieren, baja su estimación y se aprovechan de ti; porque por lo general en ellos influye más la consideración de sus intereses o su índole malvada que la razón, tus méritos, sus obligaciones para contigo, o el recuerdo de que tal vez tú has caído en esa situación por causa de ellos o por apoyarlos; por eso cuídense tanto de no caer en esta condición como de la lumbre. Si los hombres tuvieran presente esta observación, muchos que hoy son desterrados no lo serían, porque no les perjudica tanto el hecho de haber sido condenados al destierro por favorecer a este o aquel príncipe, sino que éste, al verlos en el exilio, piensa: “Aquéllos ya no pueden hacer nada sin mí”, y entonces con descaro los trata como tapete.
- El que deba imponer al pueblo alguna medida grave o que vaya a suscitar mucha oposición debe adoptar la precaución de subdividirla, de ser posible, en varias partes, y no hablar de la segunda parte antes de haber acabado con la primera, porque de este modo puede suceder que los que se oponen a una sean favorables a la otra, mientras que si se proponen todas juntas, a la fuerza se opondrán a todas los que se oponen a cualquiera de las partes. Si Piero Soderini hubiera actuado en esta forma cuando quiso reformar la ley del Tribunal de los Cuarenta, lo habría logrado y tal vez con ello habrían consolidado el gobierno popular; esta precaución, de hacer tragar las comidas amargas en varios bocados cuando se puede, a menudo es muy útil en los asuntos privados no menos que en los públicos.
- Tengan la certeza de que en todos los asuntos tanto públicos como privados lo esencial del manejo consiste en saber utilizar el método adecuado; así, el mismo asunto manejado de un modo o de otro significa llevarlo o no llevarlo a cabo.
- Todas las veces que ustedes quieran simular o disimular algún proyecto porfíen en mostrar, con las razones más poderosas y convincentes que puedan, que su intención es por completo opuesta, porque cuando a los hombres les parece que ustedes saben que así lo exige la razón, con facilidad se convencen de que su decisión es totalmente conforme a lo que dicta la razón.
- Una de las maneras para transformar a un adversario en partidario de algún proyecto tuyo es la de encomendárselo a él, presentándolo como autor o responsable. Con este método se gana sobre todo a los hombres ligeros, ya que en muchos esta vanidad por sí sola es tan eficaz que los mueve a atribuir más importancia a su lucimiento personal que a los aspectos sustanciales, como cualquiera haría en sus asuntos.
- Tal vez parecerá un exceso de suspicacia o desconfianza, y Dios quiera que sea infundado, pero son más los hombres malos que los buenos, especialmente cuando se trata de dinero o de política; por lo tanto, exceptuando a los que por experiencia o familiaridad ustedes conocen por honrados, no andarán ustedes descaminados si en cualquier trato tienen los ojos bien abiertos; desde luego hay que hacerlo con habilidad para que los tilden de desconfiados; pero ustedes no confíen si no están más seguros.
- Cuando alguien toma venganza en forma que el afectado no llegue a saber de dónde le viene el daño, lo único que se puede decir es que lo hace para satisfacer su odio y rencor; más magnánimo sería hacerlo abiertamente, de modo que todos sepan de dónde procede; así se puede pensar que no lo hace por odio o sed de venganza, sino por dignidad; o sea, para que todos se enteren de que se trata de una persona que por naturaleza no tolera injusticias.
- Recuerden los príncipes que no deben llevar a los súbditos a un nivel cercano a la libertad, porque los hombres por naturaleza aspiran a ser libres, y de ordinario todos están inconformes con el grado que tienen, y pujan por ir más allá de donde se encuentran; y este deseo es más fuerte que el recuerdo de las cortesías y favores que el príncipe le haya acordado.
- No es posible impedir que los subalternos roben; yo fui honrado como el que más y he tenido bajo mis órdenes a gobernadores y otros altos funcionarios, pero, a pesar de mis precauciones y mi ejemplo, no he podido evitarlo por completo. La causa es que el dinero sirve para muchas cosas, y en la actualidad se estima más al rico que al honrado; además fomenta esta lacra la ignorancia o la ingratitud de los príncipes, quienes toleran a los malos, y a los que los sirvieron con honradez no los tratan mejor que a los que hicieron lo contrario.
- Yo estuve dos veces con un cargo muy alto, en ejércitos durante campañas muy importantes, y la experiencia que saqué es que si son ciertas las relaciones sobre los ejércitos antiguos —y yo lo creo, por lo menos en su mayor parte— los actuales, comparados con aquéllos, no son más que sombras. Los capitanes modernos no tienen arrojo, no tienen talento; se llevan las cosas sin arte, sin estratagemas; es como marchar con lentitud por una carretera, así que cuando el señor Próspero Colonna, capitán de la primera campaña, me insinuó que yo de seguro había participado jamás en una guerra, le contesté justamente que lamentaba mucho no haber aprendido nada tampoco en ésa.
- No quiero discutir qué sería más útil para nuestros cuerpos: si tener asistencia médica o prescindir de ella como hicieron por mucho tiempo los romanos; pero sí quiero afirmar que o por la dificultad de la cosa en sí, o por la dejadez de los médicos —que deberían ser muy cuidadosos y estudiar con esmero todos los mínimos detalles del enfermo—, en fin, que la cuestión es que los médicos de nuestros tiempos no saben entender más que las enfermedades ordinarias y con toda su sabiduría lo máximo que pueden lograr es la curación de un par de tercianas; pero en cuanto la enfermedad se sale un poco de lo ordinario, recetan a tientas y al azar sin contar que el médico, por su ambición y para competir con sus congéneres, no es más que un bicho malvado, sin conciencia ni consideración, y amparado en la seguridad de que sus errores no se pueden comprobar, y con el fin de presumir o de humillar a un colega, todos los días anda haciendo picadillo de nuestros cuerpos.
- Sobre la astrología; o sea, de aquella ciencia que pronuncia sentencias sobre las cosas futuras, sería una locura entretenerse: o bien dicha ciencia es falsa, o todos sus presupuestos indispensables no se pueden conocer, o la inteligencia humana no los alcanza; así que en conclusión pretender conocer el futuro por ese camino es un sueño. Los astrólogos no saben lo que dicen, no le atinan más que por casualidad, de modo que si tú tomas el pronóstico de un astrólogo y el de otro hombre cualquiera hecho al azar, ninguno acertará mejor que el otro.
- La ciencia del derecho en la actualidad ha llegado a una situación tan lamentable que si en un pleito de una parte hay una razón concluyente y de la otra la autoridad de un doctor que haya escrito algo, en la decisión se toma más en cuenta la mencionada autoridad; por eso los doctores que practican la profesión se ven en la necesidad de leer, con el cuerpo y la mente rendidos, al punto que más se parece al trajín de un cargador que a la labor de un sabio.
- Yo creo que las sentencias de los turcos, que se dictan a la carrera y casi al azar, son menos malas que las que se dictan con los métodos usuales de los jueces cristianos, porque lo dilatado de éstos tiene tanta importancia en cuanto a los gastos y trastornos impuestos a los litigantes, que tal vez les perjudicaría menos aceptar el primer día una sentencia condenatoria; además, si suponemos que las sentencias de los turcos se dictan a oscuras, podemos aceptar que más o menos la mitad de ellas será justa; mientras que entre nosotros, por la ignorancia o la maldad de los jueces, las sentencias injustas tal vez son más numerosas.
- Dice el dicho: “Poco y bueno”; es imposible que quien habla o escribe mucho no agregue mucha paja, mientras que si es poco, puede suceder que sea bien pensado y conciso; por esta razón, tal vez hubiera sido mejor seleccionar la flor de estas sentencias y no amontonar tanto material.
- Creo poder afirmar que los espíritus, o sea, lo que nosotros llamamos espíritus; es decir, aquellos seres inmateriales que hablan familiarmente con las personas, sí existen, porque tuve una experiencia tan clara que me parece tener la absoluta seguridad; pero qué son y cómo son, creo que quien presume conocerlos lo sepa tan poco como el que ni trata de pensar en ello. Los espíritus y la predicción, como a veces vemos que alguien lo hace por arte o inspiración, son fuerzas ocultas de la naturaleza, o bien de aquel poder superior que mueve todas las cosas; él las conoce, mientras que para nosotros son misterios tan insondables que la inteligencia humana nunca podrá alcanzarlos.
- De las tres especies de gobierno, de uno, de pocos y de muchos, creo que en Florencia el segundo resultaría el peor de todos, porque no va con el carácter de los florentinos, no les agrada (como tampoco la tiranía); por sus ambiciones y rivalidades los pocos provocarían todos los males propios de la tiranía, y hasta serían capaces de hacer pedazos la ciudad, pero no harían ninguna de las cosas buenas que incluso el tirano a veces procura.
- En todas las actuaciones y decisiones humanas siempre hay alguna razón en contra, porque no hay cosa tan perfectamente arreglada que no vaya acompañada de algún desarreglo; no hay cosa tan buena que no se le mezcle algo malo, ni cosa tan mala que no tenga adjunto algo bueno; de allí que muchos quedan perplejos, porque cualquier pequeña dificultad los asusta; a estas personas las llamamos “timoratos” porque le tienen temor a todo. No se debe actuar de este modo, sino que, después de examinar los inconvenientes de cada parte, acogerse a los que pesan menos; acuérdate que nunca podrás tomar un partido que sea nítido y perfecto en todos sus aspectos.
- Todos tenemos defectos, uno más y otro menos; por lo tanto, no hay amistad, servicio o compañía que pueda perdurar si uno no tolera al otro. Debemos conocernos mutuamente y, recordando que con cambiar no se eliminan todos los defectos, sino que se encuentran otros iguales o peores, disponernos a tolerar, siempre que nos toquen cosas tolerables o de poca importancia.
- ¡Cuántas cosas hechas se critican, que sin embargo se elogiarían si se pudiera ver lo que habría pasado si no se hubieran hecho!; ¡cuántas, en cambio, se alaban, mientras deberían reprobarse! Por eso no se apresuren a censurar o aprobar conforme a la superficie de las cosas, y lo que se les presenta ante los ojos deben analizarlo más a fondo si quieren que su juicio sea cierto y equilibrado.
- En este mundo no se puede escoger el nivel en que uno va a nacer, las actividades y la suerte que le van a tocar; por eso para elogiar o criticar a la gente no se debe tomar en cuenta su condición, sino cómo se comporta en ella; la aprobación o la censura de los hombres debe fundarse en su conducta y no en su situación; así como en una comedia o tragedia no se alaban los papeles, pongamos más el de rey o de patrón que el de criado, sino tan sólo el modo como uno los desempeña.
- No se preocupen en exceso por el miedo de crearse enemigos o de disgustar a otros, al punto de que dejen de hacer algo que está en su derecho, porque cuando el hombre hace lo que debe adquiere prestigio, y esto lo favorece más de lo que lo perjudique hacerse algún enemigo. En este mundo, o uno está muerto o es forzoso hacer alguna vez cosas que afectan a otros; pero el criterio por el que uno sabe en qué forma conceder favores le sirve también para saber cuándo se deben causar disgustos; o sea, hacerlos razonada y oportunamente, sin altanería, por alguna causa y con maneras civiles.
- Llevan bien sus cosas en este mundo aquellas personas que tienen siempre ante los ojos sus propios intereses y miden todas sus actividades con este rasero; la falla, sin embargo, está en los que no conocen claramente cuál es su interés; es decir, que piensan que deba consistir siempre en alguna utilidad económica más que en ser apreciado y en conservar su reputación y buen nombre.
- Cuando una persona tomó una decisión o aceptó una opinión, muestra su carácter franco si, antes de que se vea el resultado, manifiesta que debido a ciertos indicios quiere cambiar su decisión u opinión; sin embargo, cuando no está en su facultad corregirla, le toca a él hacerlo, conservará mejor su prestigio si no lo hace, porque retractándose perderá su reputación en todo caso, ya que siempre sucederá lo contrario de lo que dijo en un principio o antes del fin, mientras que permaneciendo en la primera posición saldrá airoso en el caso de que aquélla se realizara, lo que puede realmente suceder.
- Cuando la patria cae en poder de un tirano, creo que es deber de los buenos ciudadanos tratar de relacionarse con él para sugerir iniciativas buenas y evitar maldades, y además no cabe duda de que a la ciudad le conviene que en cualquier tiempo haya hombres honrados con autoridad; y los ignorantes y fanáticos ciudadanos de Florencia, a pesar de que no entienden de este modo, se darían cuenta de cuán abominable sería el gobierno de los Médicis si con ellos estuvieran sólo individuos locos y malvados.
- Cuando varios enemigos, que antes solían asociarse en contra tuya, se están peleando entre ellos, atacar a uno con la idea de irlos derrotando por separado hace con frecuencia que se vuelvan a juntar; por lo tanto es necesario analizar qué clase de odio es el que ha nacido entre ellos, así como las otras circunstancias y condiciones, para poder decidir qué cosa es mejor: si atacar a uno de ellos o bien quedarse viendo y dejar que se peleen.