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2017 Junio 23. Palabras de la Lic. Doralicia Carmona Dávila en la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística con motivo de la conmemoración de la candidatura del Gral. Arnulfo R. Gómez.

El general de División Arnulfo R. Gómez es uno de los personajes trágicos cuyo sacrificio en aras de un principio democrático, marcó el final de una etapa y el comienzo de otra en la historia de México.

Con su muerte y la de los generales Francisco R. Serrano, asesinado meses antes, y Álvaro Obregón, ajusticiado meses después, finaliza el periodo del caudillismo resultado de la derrota definitiva del Porfiriato, y empieza la conformación del nuevo régimen político, legal y de facto, que tendrá vigencia durante el siguiente medio siglo.

Tras la rendición incondicional del Ejército Federal, la lucha por el poder entre los constitucionalistas de Carranza y los convencionistas de Villa y Zapata, condujo a la fase más sangrienta de la guerra fratricida. 

Así, habiendo tomado los zapatistas el Palacio Nacional en diciembre de 1914, Eufemio Zapata reconoció muy bien la adicción al poder de los caudillos cuando frente a la silla presidencial, le dijo a Eulalio Gutiérrez, presidente de la República nombrado por la Convención: “Esa silla yo creo que tiene un talismán de mal agüero. Porque he notado que todos los que en ella se han sentado, no sé por qué extraño maleficio, debido al talismán de mal agüero que tiene, se olvidan de sus promesas y compromisos que hicieron y su único sueño dorado, es el de permanecer por el tiempo que mayor les sea posible, sentados en esa silla.”

 

Por esa silla, durante la siguiente década serán muertos Zapata,   Carranza, Villa y muchos revolucionarios brillantes. Y Obregón, caudillo de los caudillos, llegará a la presidencia en 1920. 

Para mantenerse en esa silla, tendrá que enfrentar rebeliones contra su gobierno muy pronto. 

Tan pronto como 1922, cuando el general Murguía, en carta abierta, le expresó su desafío: “El gobierno de usted, señor general Obregón, es un gobierno de hecho nacido del crimen y sostenido por el crimen. Es probablemente el más opresivo, el más humillante, el más vergonzoso que ha tenido el país, porque ha adoptado el asesinato como sistema fundamental de su conservación, contra sus enemigos políticos, supuestos o reales, a quienes se hace desaparecer con la ley de fuga, por el secuestro, por el fusilamiento y aun por otros procedimientos que ni el mismo Victoriano Huerta empleó jamás, no obstante haber pasado éste a la historia de México como el tipo de soldado brutal que mata sin escrúpulos.” 

Murguía fue fusilado y mucha sangre corrió en los años siguientes, pero Obregón conservó la silla hasta el final de su periodo constitucional.

 

Después de pasar la banda presidencial al general Plutarco Elías Calles, Obregón se retiró a la vida privada en Sonora. Vivía con la sencillez de un hombre de campo. Cuenta el Coronel Felipe Islas que "un diplomático extranjero le visitó y al verlo en esa facha, recordando los tiempos en que lo había conocido en Chapultepec y Palacio Nacional vestido con la más severa etiqueta, le preguntó asombrado: ¿Qué disfraz lleva Su Excelencia? Y Obregón, con su magnífico humor de siempre, le contestó: No es ahora cuando estoy disfrazado, sino cuando era Presidente..."

Sin embargo, no cesó de mover los hilos para preparar su vuelta al poder. 

A escasos dos años del gobierno de Calles, promovió el debate en contra de la no reelección y en pro de la ampliación del periodo de gobierno de cuatro a seis años. Así, el 28 de diciembre de 1926, fue aprobada la reforma al Artículo 83 Constitucional que permitió ocupar la presidencia hasta por dos periodos de seis años, con un lapso intermedio entre ambos. 

Abierta la puerta para la reelección, ante la inminente rebelión cristera, en junio de 1927, Obregón lanzó un extenso manifiesto a la Nación, en el cual explicó por qué salía de su retiro: la reacción acechaba y se disfrazaba para entrar a las luchas cívicas, tomar el poder y destruir la obra revolucionaria. Según él, lo empujaba su deber, no su adicción al poder.

En respuesta al manifiesto de Obregón, resurgió el Partido Nacional Antireeleccionista, con algunos sobrevivientes de la gesta por el sufragio efectivo y la no reelección, gesta en la que Obregón nunca participó y principios que nunca compartió.

El país volvía a dividirse entre reeleccionistas y antireeleecionistas y la cruenta Cristiada ya se veía en el horizonte.

Es en este contexto histórico, en el que Arnulfo R. Gómez, defensor intransigente de la no reelección, no sólo en el cargo de presidente de la República, sino en todos los puestos de representación popular, se opone, primero a la reforma constitucional, y después, a que el general Álvaro Obregón ocupe por segunda vez la presidencia de la República. 

Pero hagamos un paréntesis: ¿quién era este osado general que desafiaba al caudillo cuyo poder superaba al que ejercía el mismísimo presidente de la República? 

 

I

 

El general Gómez nació en Novojoa, Sonora, en 1890 y creció en el Porfiriato. Joven de reconocida inteligencia, hubo de confrontar esa aparente democracia con la abyecta realidad que vivía, de políticos que envejecían eternizados en los puestos públicos paralizando la movilidad política de las nuevas generaciones. 

Gómez era uno de los quince millones de mexicanos que existían en ese entonces, cuya esperanza de vida no rebasaba los 30 años, por lo que la proporción de adultos mayores de 65 años y más, a la que pertenecían los gobernantes, representaba apenas el ¡¡ 2% del total!!

 

El joven Arnulfo debió haber condenado la paz impuesta por la fuerza bruta y visto en el progreso del que se enorgullecía Díaz, el imperio de las empresas extranjeras sobre los intereses populares y nacionales. Se explica así, su temprana acción en la infausta huelga contra la Cananea Consolidated Cooper Company en 1908. 

En su momento, el futuro general Gómez se unió a la campaña política encabezada por Francisco I. Madero. Como maderista, el joven Arnulfo compartió la idea de que un gobierno como el de Díaz, de una reducida élite todopoderosa y rapaz, conduce a la pobreza, a la dictadura, a la corrupción y a la dependencia del extranjero; mientras que la verdadera democracia facilita el progreso, porque al repartir el poder, ningún grupo es capaz por sí sólo de imponer leyes y reglas para beneficio propio y, por ende, para sometimiento de los demás. Supo también que sólo un gobierno con fuerte apoyo popular es capaz de ejercer su soberanía ante las grandes potencias.

Y lo más importante, descubrió que la reelección y el fraude electoral eran el medio de dar legalidad y permanencia en el poder a los intereses de la élite porfirista y de sus socios extranjeros. 

Esta convicción antirreleecionista, adquirida en la primavera de su juventud, jamás lo abandonará. Lo acompañará durante su brillante carrera militar, primero en la revolución maderista, después en la lucha constitucionalista contra la dictadura de Victoriano Huerta; y luego contra los convencionistas. 

En 1920 Gómez se rebeló en apoyo al general Álvaro Obregón para derrocar al presidente Venustiano Carranza, porque al igual que muchos de los mejores generales revolucionarios, abrigó la esperanza que el Plan de Agua Prieta, proclamado en defensa de la democracia en contra de un presidente que burlaba de "manera sistemática el voto popular", finalmente establecería elecciones limpias y pacíficas. 

Y así fue de momento, porque Obregón se sometió a las urnas y ganó la presidencia de la República en septiembre de 1920. Parecía que los votos habían sustituido a las botas en la lucha por el poder político.

El gobierno de Obregón logró los primeros cambios a que se había comprometido la Revolución. Sin embargo, hacer realidad el contenido de la Constitución de 1917, enfrentaba grandes poderes nacionales e internacionales. Además, los caudillos locales no dejaban de oponérsele, de corromperse y aun aliarse con los grandes empresarios extranjeros y terratenientes. La Revolución poco avanzaba.

En 1923, el general Gómez, al servicio de las instituciones revolucionarias legalmente constituidas, combatió la rebelión del expresidente civil Adolfo de la Huerta, que secundado por renombrados generales revolucionarios, como Salvador Alvarado, Cándido Aguilar, Antonio I. Villarreal, Manuel M. Diéguez, Manuel García Vigil y Rafael Buelna, sublevaron a dos tercios del ejército de entonces. 

Volvamos ahora al año electoral de 1927. 

 

II

 

Para entonces el general de división Arnulfo R. Gómez ya era parte del grupo en el poder y podía aspirar -se diría ahora- a una vida de éxitos, y hasta de riquezas, si se corrompía como muchos otros revolucionarios lo hicieron. Es entonces cuando tuvo que enfrentar la decisión que le costaría la vida.

Hombre culto, Gómez seguramente sabía que, en estricta teoría democrática, los pueblos tienen el derecho de elegir y reelegir a sus gobernantes sin restricción alguna, y que es legítimo que los políticos aspiren a la reelección indefinida, si la ley lo permite y consiguen los votos suficientes. 

¿Por qué oponerse entonces, a la acción legítima, legal y democrática de un expresidente, que se decía obligado a defender a una Revolución, para él en riesgo, ante la acometida de la reacción?

Al general Gómez le hubiera bastado celebrar el regreso de Obregón a la presidencia de la República y continuar con la carrera político-militar que éste le señalara. Pero a diferencia de revolucionarios libres de sospecha de traición a la Revolución, que apoyaron la reelección, Arnulfo R. Gómez optó por aceptar la candidatura del Partido Nacional Antireeleccionista el 23 de junio de 1927. Fecha que hoy conmemoramos en este acto.

Para algunos esta decisión resulta inexplicable porque con la derrota de la rebelión delahuertista, Obregón eliminó a todos los militares de alta graduación que podrían disputarle legítima y exitosamente el poder, y al asumir el mando los subalternos, el ejército quedó leal por completo a Obregón o a quien él le señalara. 

Siento que lo hizo porque el general Gómez conocía a Obregón, al hombre que se ocultaba tras sus palabras de radicalismo revolucionario, de esa prudencia e irónica simpatía, de esa clara inteligencia para la guerra y la política, pero con una inocultable adicción al poder. Una adicción, la más peligrosa de todas por los estragos que causa, que a lo largo de la historia ha inducido a los gobernantes a recurrir a los peores crímenes para mantener su poder: desde simulación y traición, hasta golpes de Estado y entrega de la Patria al extranjero... 

Temía el general Gómez que el regreso a la presidencia de Obregón significara, no un periodo democrático institucional más, sino una reedición, por las décadas siguientes, del caudillismo que tanto había padecido México. 

Así el general Gómez, congruente con sus principios forjados en su vida revolucionaria de casi una década, propuso en su plataforma de acción política: "hacer que el principio de No-Reelección rija para todo funcionario de elección popular... Implantación del voto proporcional como reforma inmediata para lograr la representación de mayorías y minorías... abstención del Ejecutivo Federal en las luchas electorales y cuestiones políticas locales de los Estados", la reorganización del sistema electoral y el castigo a delitos electorales cometidos por funcionarios y empleados federales. 

Todo lo cual era coherente no sólo con el Plan de Agua Prieta, que legitimaba a los nuevos gobiernos revolucionarios, sino también con la aspiración democrática de dar voz y voto a las minorías mediante un sistema proporcional. 

 

Además, planteó otras medidas democráticas, como el fortalecimiento del Congreso y la independencia del Poder Judicial. Y muchas otras propuestas que llaman la atención, como su programa educativo, el establecimiento de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, y la autonomía para la Universidad Nacional. 

Quizás también, el general Gómez se lanzó conscientemente a una lucha perdida de antemano, porque su verdadero propósito no era obtener la victoria electoral, sino detener a Obregón. Tal vez creyó que para este fin podía contar con el apoyo de su amigo y antiguo jefe, el presidente Elías Calles, a quien le convenía quitarse la tutela de Obregón. Por eso, al presentar su candidatura Obregón pocos días después, Gómez propuso públicamente que si Obregón se retiraba de la competencia electoral, él mismo y el general Francisco R. Serrano, también candidato presidencial, procederían de igual modo. 

No fue así. 

Arnulfo R. Gómez y el general Serrano iniciaron sus campañas por separado, aunque hicieron intentos de unirse. Serrano centrándose en el ataque a Obregón. Gómez en el valor del antirreeleccionismo. La oposición al máximo caudillo comenzó a cundir al paso de los candidatos. 

El encono de Obregón no tuvo límites y el actuar del general Gómez tampoco: llegó a alardear con un levantamiento si no se respetaba el voto, aunque no movió un dedo en su preparación. Menos tomó precauciones, a sabiendas de que “Obregón era un maestro consumado en orillar a sus opositores a improvisar decisiones y perderlos en sus propios laberintos”, como escribió Pedro Castro. 

Los acontecimientos se precipitaron. Ya no hubo posibilidad de dar marcha atrás. La guerra verbal se desencadenó en las campañas electorales al punto de recurrir todos los contendientes al insulto personal más vil. 

Eran tiempos, como escribiría Martín Luis Guzmán, en que la política era “política de pistola” y el principal verbo a conjugar era “madrugar”. 

Sorpresivamente, Obregón y Calles “madrugaron” y acusaron a los dos candidatos opositores de rebelión armada. Serrano fue aprehendido en Cuernavaca y asesinado brutalmente durante su traslado a la capital junto con sus principales seguidores. Gómez fue perseguido y al cabo de un mes, fusilado en Veracruz. 

A poco más de un año de haber arrancado las campañas electorales, todos los candidatos estarían muertos, incluyendo el ganador Obregón. 

 

III

 

Paradójicamente, las tres infortunadas muertes desmoronaron el caudillismo ante la opinión pública y por lo tanto, propiciaron la desmilitarización de la política nacional en las siguientes décadas.

El propio Obregón había adelantado en vida: “los tres grandes enemigos del pueblo mexicano son el militarismo, el clericalismo y el capitalismo. Nosotros podemos acabar con el capitalismo y el clericalismo, pero después ¿quién acabará con nosotros? La patria necesita liberarse de sus libertadores”.

 

En 1936 el presidente Cárdenas expulsará del país al general y expresidente Plutarco Elías Calles, sustituirá a los jefes militares callistas; mejorará la paga, las condiciones de trabajo y el armamento del ejército; establecerá el relevo periódico de los mandos para evitar feudos castrenses y acotará la actividad política de los militares al incorporarlos como el cuarto sector del Partido de la Revolución Mexicana, al parejo de los sectores campesino y obrero, y de los contingentes populares.

En los cuarentas, el presidente Ávila Camacho culminará la desmilitarización de la política mediante la supresión en el PRM del sector castrense; establecerá para los militares, como requisito constitucional para ser presidente, no estar en servicio activo seis meses antes del día de la elección. Declarará que: “Todo intento de penetrar la política en el recinto de los cuarteles es restar una garantía a la vida cívica y provocar una división entre los elementos armados”. Asimismo, creará el Estado Mayor Presidencial, lo que permitirá al presidente de la República disponer del mando directo de un cuerpo del ejército. 

Las asonadas, cuartelazos, levantamientos y rebeliones militares que había sufrido México desde su independencia, dejarán de existir. En medio de las cruentas dictaduras militares en América Latina, durante el siglo XX, México se distinguirá por su gobierno civil y el relevo prácticamente pacífico de sus gobernantes.

 

IV

 

En cuanto al antirreeleccionismo del general Arnulfo R. Gómez, causa de fondo por la que se le condenó a morir, antes de transcurrido un año de su muerte, el propio presidente Calles tuvo que aceptar en su informe de 1928, la necesidad imperiosa de la no reelección para la salud de la República.

Tiempo después, el 22 de abril de 1933, por iniciativa del Partido Nacional Revolucionario, fue promulgada una nueva reforma constitucional que, implícitamente, reconoció la causa antirreeleccionista del general Gómez en cuanto al cargo de presidente de la República, pero sólo prohibió la reelección inmediata en el resto de los puestos de representación popular. 

Durante los siguientes ochenta años, la no reelección absoluta y relativa contribuyó a dar cierta fluidez al relevo de las generaciones por los órganos del poder público.

Sin embargo, los gobiernos siguieron legitimándose por su origen en la Revolución, no por las urnas. No se creía en la democracia electoral, pues les constaba que era posible su simulación, como en los gobiernos de Díaz y de Huerta. Se valoraba la democracia como “una forma de vida”, a la que se arribaría paulatinamente mediante la educación popular y la erradicación de la pobreza. No en vano había escrito Simón Rodríguez maestro de Simón Bolívar: "La ignorancia nos entrega al primero que pasa; la indigencia al más poderoso".

 

V

 

Así fue como se abrió paso al surgimiento de un nuevo régimen político nacionalista y revolucionario. Un régimen caracterizado por un Estado fuerte y activo en todas las esferas políticas, económicas, sociales y culturales. Relativamente autónomo, capaz de representar el interés general, de ser árbitro del conflicto social y de tutelar a campesinos y trabajadores. 

Una presidencia de la República como la institución predominante sobre los otros poderes políticos y económicos y en especial, los medios de comunicación, así como los caciques y grupos ciudadanos; y que como “fiel de la balanza” decidía su sucesor. 

Un partido sucesivamente único, hegemónico y predominante, capaz de regular interna y pacíficamente la lucha por los puestos de elección y de movilizar pasivamente el apoyo popular a las medidas gubernamentales progresistas. 

Varias reglas no escritas, como los poderes metaconstitucionales del presidente y el retiro de los expresidentes de la política activa. O como la incompatibilidad entre el actuar político y el empresarial, porque “no se puede ser dos cosas: servidor público y empresario, porque ello es especular con el pueblo”, como lo señaló el general Cárdenas.

Un nuevo régimen alejado de la democracia “sin adjetivos”, que a pesar de la corrupción de presidentes como Miguel Alemán, de la persistente manipulación electoral y de la represión de sus opositores más agresivos, trajo paz a la sociedad mexicana y algún mejoramiento en la vida del pueblo pobre e ignorante.

Un régimen nacionalista que impulsará su propio sueño de construir una Patria generosa para todos aquí, en nuestra tierra; y en lo externo, soberana, respetuosa del derecho ajeno, abierta a la cooperación internacional y siempre en busca de la paz mundial, lo que le hará recibir el Premio Noble de la Paz en manos de Alfonso García Robles.

Este régimen sustentará la estabilidad política de México hasta el fin del siglo XX, y en su etapa de mayor esplendor, dará sustento político a la industrialización apoyada por grandes empresas públicas y basada en la sustitución de importaciones, para dejar atrás la condición ancestral de productor y exportador de materias primas. Asimismo, hará uso de una dinámica inversión pública, dentro de un sistema de economía mixta, que permitirá a México alcanzar altos índices de crecimiento económico con bajas tasas de inflación durante el llamado “milagro mexicano”. 

 

VI

 

La crisis energética de los años 70 empujará al mundo capitalista a una nueva fase de su desarrollo en un mundo globalizado: el neoliberalismo, que en México transformará gradualmente el régimen político que nació tras la muerte del general Arnulfo R. Gómez.

 

El cambio neoliberal tocará finalmente al principio de la no reelección. El 10 de febrero de 2014 serán reformados los artículos constitucionales 59 y 115 para permitir la reelección inmediata, dentro de determinados límites, de senadores, diputados y ayuntamientos.

¿Estuvo equivocado el general Gómez al demandar en su plataforma electoral que el principio de No-Reelección "rija para todo funcionario de elección popular"? 

¡Claro que no!

La esencia de la verdadera democracia es el cambio, el fluir libre y constante de nuevas personas, nuevas generaciones, nuevos intereses y nuevos pensamientos en los cargos representativos.   

La reelección reduce la democracia al “ralentizar” la renovación de personas e intereses en el gobierno. Así, abre la puerta a la formación de camarillas, cacicazgos, dinastías y partidocracias, que sirven a sus propios intereses (Ley del hierro de la Oligarquía). Además, aun cuando existan elecciones periódicas, quien ocupa un cargo disfruta de una posición de ventaja que favorece su reelección (Efecto del titular), lo que redunda en inmovilidad generacional.

Baste mirar a los sindicatos con reelección ilimitada, aun los universitarios, para encontrar liderazgos eternos y corruptos que surgieron y se mantienen gracias a la posibilidad ventajosa de reelegirse indefinidamente.

A mediano plazo toda ampliación de la reelección contribuirá a que se prolongue el horror de esta “democracia petrificada” que vivimos, en donde no importa cómo votemos o cómo actuemos, nada cambiará... A pesar de la decadencia nacional que sufrimos, de los fraudes electorales documentados, de la corrupción galopante, del cínico nepotismo, de la impune ineficiencia y ausencia de un Estado, incapaz de proteger vidas y haciendas.

La reelección facilitará también que el crimen organizado conserve a sus títeres infiltrados en la clase política y siga ensangrentando esta “tierra mía” que sigue “oliendo a tragedia”, como dijo el vate Ricardo López Méndez; pero que ya no ríe... y ahora llora sus muertos y desaparecidos.

A casi noventa años de su muerte, en esta tarde seguimos recordando y rendimos homenaje al general Arnulfo R. Gómez, cuyo sacrificio nos invita a no dejar de escuchar la voz de la conciencia, que lo peor es creer que todo está perdido ante una adversidad extrema, y no luchar por lo que da sentido, no sólo a nuestra vida, sino a la propia muerte. 

 

Muchas gracias.