2022 Dic 30 ¡Presidente, Presidente! Juan Pablo Calderón Patiño.
Del México de los caudillos al México de las instituciones del siglo pasado, una nueva pirueta al México de un solo hombre. Es tiempo de más.
¡Presidente, Presidente!
No tienen empacho para gritar ¡Presidente, Presidente! a quien en la despectiva expresión del actual mandatario sea una corcholata oficial. En la oposición el juego es similar, pero con precandidatos atomizados que asemejan un tutti frutti del viejo sistema de partidos que se resiste a morir. Sin importar, oficialistas o de oposición, todos se dejan consentir en la plaza que así los vitorea mientras esperan las definiciones para el 2024. Una sucesión adelantada por el propio hombre del Palacio y difícil de entender con la cartografía de suspirantes, tapados y dedazos del ayer que marcó el siglo XX mexicano en el presidencialismo y la sucesión.
El giito es más que una oración de evento político matraquero, aquel donde el confeti, banda y porra aceleran el ritmo de los partidarios por convicción, presión o miedo. El vitoreo de ¡Presidente, Presidente! rebasa el epicentro de la gayola y como aire penetra hasta lo más íntimo de los grupos del poder, es como una pócima imaginaria que es capaz de mover las maquinarias y los lugares más recónditos del inframundo para sacar toda clase de recursos para convertir el sueño en realidad: “llegar a la grande”.
Del salto del México de los caudillos al México de las instituciones del siglo pasado, hoy una nueva pirueta sin red al México
de un solo hombre. Un presidencialismo ni siquiera acotado por elementos orgánicos como lo tuvo el viejo régimen, sino dependiente
del ánimo del Presidente. Más que la transición a la democracia lo que se exhibe es la transición de hegemonías políticas con el paréntesis
de Acción Nacional en L2 años en el poder presidencial. El maxipresidencialismo que acomoda las viejas facultades metaconstitucionales
que estudió Jorge Carpizo e inventa otras como la mañanera que expropia, sin que nadie pueda hacerle sombra, la agenda nacional. Si el PRI mantuvo un partido disciplinado y con mayor mirada de Estado, el instituto político de López Obrador es gelatinoso, contradictorio, un flanco débil y una asamblea difícil de autogobemarse.
El primer presidente tabasqueño de la historia construyó un movimiento, no un partido político, cimentó su supremacía personalísima sobre ei edificio democrático. De acuerdo a su conveniencia construye sus sofismas históricos como el miedo de que se le vaya el apoyo popular como a lázaro Cárdenas frente a su sucesión, sin reparar en que México en esos años venía de un millón de muertos de la lucha armada y que el michoacano profundizó un sistema, no su supremacía personal al seleccionar como péndulo ideológico a Avila Camacho sobre Francisco J. Mágica, continuador natural del cardenismo. Otro elemento que “olvida” AMLO es el momento de la Segunda Guerra Mundial que exigía que México no estuviera en un espira] de mayor división y vulnerabilidad. Prevaleció en Cárdenas el estadista, no el ánimo de facción, incluso la oportunidad histórica del nacimiento de la mayor oposición política formal, la del PAN, a la que no se le atacó desde la tribuna o se le buscó extinguir.
AMLO ha sido un líder social, no un estadista, un vivaz comunicador de sus causas, no las de un país plural, diverso y confrontado. Ambas posiciones sobre la silla presidencial a las que el grito ¡Presidente, Presidente! busca emular sin reparar en que es irrepetible el caso del originario de Macuspana. Sin mañaneras que son su espacio de poder y sin su presencia magnética en una gran parte de la sociedad, estamos más cerca de una nueva edición del maximato.
Es tiempo de más que una elección presidencial, la construcción de un régimen político que incluya a todos los demócratas en lugar del matraquero grito de ¡Presidente, Presidente! que no oculta lo que muchos esperan, que un solo hombre resuelva lo que le toca a toda lina nación.
El autor es intemacionalista @balajucapitan
Tomado de: REFORMA