2024 Oct 4 Los pobres. Javier Sicilia.
Uno de los lemas de campaña de López Obrador, tal vez el más poderoso, ha sido "Por el bien de México, primero los pobres". Con ese lema, que toca las fibras más sensibles de Occidente, llegó a la Presidencia de la República y con él se va. ¿lo logró?
La palabra pobreza es amplia Significa "carencia", "pequeñez", "desamparo". Un pobre, en este sentido, es cualquiera que cae en estado de indefensión: un huérfano, un enfermo, un migrante, alguien incapaz de proveerse de la mínima subsistencia, una madre y un padre a quienes le desaparecieron o le asesinaron a un hijo o a una hija. La gama es inmensa. El jadeo-cristianismo , reelaborado por el desarrollo económico. lo redujo a quienes carecen de capacidad de producir y consumir, que el marxismo identificó con los explotados por el capitalismo.
El lema do López Obrador so refiero a ellos y en su nombre aplicó programas sociales -un eufemismo del asistencialismo. de la caridad pervertida en dádiva-, persiguió opositores, destruyo instituciones, llevó a sus seguidores a la abyección —expresiones del resentimiento cristiano tan bien analizado por Nietzsche en La genealogía de la moral— y devastó como un neoliberal el medioambiente y la vida de los pueblos. El resultado no ha sido la erradicación de la pobreza, sino el incremento de la indefensión.
México no sólo sigue un país de pobres en el sentido en que López Obrador lo entiende, sino uno cuyos habitantes están indefensos ante la violencia y la impunidad: un país de pobres en el sentido más amplio y pleno de lo que la palabra significa.
López Obrador lo sabía. Era consciente de que el crimen organizado, una forma extrema del capitalismo, junto con las complicidades del Estado y sus pactos de impunidad, los producía, y que las victimas —esos seres que han sido llevados a la mínima sobrevivencia— eran y siguen siendo, desde la época de Calderón, su presencia más clara.
Pero lejos de atacar el problema de fondo, decidió reducirlo a un asunto meramente económico y resolverlo mediante el asistencialismo más pedestre y el resentimiento más extremo. Hay así 500 mil víctimas (habría que multiplicar la cifra por el número de miembros que conforman la familia de cada una de ellas) y 177 millones de ciudadanos en estado de indefensión y miedo, abandonados a la posibilidad diaria de ser asesinados, secuestrados, extorsionados, amenazados. Somos una nueva versión de los condenados de la tierra que en nombre de las causas más nobles se nos abandonó a las lógicas más perversas del colonialismo cuya expresión es el sometimiento.
La respuesta está en la ideología, una especie de máquina virtual. Si algo la caracteriza es la abstracción: la reelaboración de la realidad en conceptos. Mirados desde la de López Obrador, los pobres son aquellos que no tienen dinero porque los neoliberales los despojaron de él. Son una amalgama de cifras sin rostro no muy distinta a las masas humanas que a lo largo de décadas López Obrador ha visto arremolinadas a su alrededor.
Bajo esa ideología ramplona y sin matices, las víctimas pertenecen a otra categoría. No son pobres. Son personas Que sufrieron una desgracia y deben perdonar para encontrar la paz. Seres sin rostro, cuya abstracción en cifras son nada comparadas con la de esos pobres que el propio López Obrador condensa en una categoría más abstracta y ambigua: pueblo.
El problema surge cuando sus rostros aparecen y debe mirarlos sin mediación ideológica que mitigue su responsabilidad. El rostro —sobre todo de quienes han sido arrojados al límite de su existencia— obsesiona por su miseria e indefensión. Ninguna ideología lo soporta. A la de López Obrador lo escuece porque contradice la realidad de su idea de la pobreza; es el de su madre el día de la trágica muerte de su hermano José Ramón a consecuencia de un balazo, el de las madres que le gritaban en el Centro Cultural Universitario Tlatololco “Ni perdón ni olvido”, el de Adrián LeBarón y el de los padres de los estudiantes de Ayotzinapa... Ellos son el reclamo directo de la pobreza del país, de su absoluto despojo e indefensión.
Contra ellos, la ideología tiene sus remedios: el odio y el desprecio. La eversión de López Obrador por las víctimas es de la misma magnitud que la deuda que le reprochan. Por eso las niega borra sus rasgos, las sume en el anonimato de aquellos que llama "conservadores”.
Así, en nombre de su idea de los pobres no ha dejado de ac usar a las víctimas de mentir, de malversar la realidad, de querer dañarlo, de ser agentes de la derecha, de magnificar la violencia. En nombre de su ideología les ha entregado, junto con todos —principalmente los pobres que dice servir— a la miseria de la indefensión. Su amor por los pobres es más grande que sus desventuras.
Está tan cerca de los oprimidos que le es imposible mirar su miseria: los ama tanto que no puede interesarse en las pequeñeces de sus sufrimientos. Ocupado en redimirlos de la maldad de los ricos, la violencia que los despoja y somete no lo inquieta. Que la arreglen como puedan. Para ello ya ha enviado al legislativo una iniciativa de ley que les permita armarse y ahogarse en sangre. Su misión es más grande como para que todas esas bagatelas vengan a perturbar la misión a la que ha entregado su vida. Su amor por los pobres lo preserva de su compromiso con ellos.
Ahora se ha ido, pero su legado queda. Claudia Sheinbaum es tan insensible y alérgica a las víctimas y a la realidad del país como su tutor. Sometida a su patriarcado hará más hondo el desprecio y la negación. Lo dejó claro hace más de un año cuando, al firmar los Compromisos por la paz elaborados por el episcopado mexicano y muchas organizaciones sociales, rechazó su diagnóstico.
Para ella no existe lo que las víctimas y la inseguridad del país muestran, no existe el miedo, la impotencia la desconfianza y la incertidumbre, tampoco las grandes redes criminales ni una delincuencia común galopante que destroza y somete a los pobres. Sólo existe la abstracción pobres, cuya redención está en marcha. En nombre de ella lo único que nos ofrece es el ahondamiento do la inhumanidad de la pobreza.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos do San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los Le-Barón, detener los megaproyectos y devolverte la gobernabilidad a México.
Tomado de: Revista Proceso