2024 Nov 29 Sueño de una noche de poder. José Elías Romero Apis
Me gusta mucho el poder. Nunca he sido su dueño, pero siempre he convivido cerca de él. Lo he presenciado desde en la casa paterna hasta en la oficina presidencial. Lo he estudiado en el aula y en la vida. Lo he escrito y publicado en diarios y en libros. Lo he enseñado, en la alta universidad, incluso a políticos. Es mi diversión predilecta y mi charla favorita.
Hoy, algunos temen al poder absoluto descontrolado, ineficiente y desequilibrado. El mayor y mejor límite del poder es la realidad. Por eso, el narcotráfico y la migración no se acabarán ni con aranceles del 500%, ya que los narcotraficantes y los migratraficantes no pagan impuestos ni les interesan. La realidad se impone y manda.
Tampoco se acabarán con una acción armada porque habría que matar a miles de mexicanos, pero también a miles de estadunidenses, porque en esa “polla” van los unos y los otros. Quizá su presidente tenga el valor para lo primero, pero no lo tenga para lo segundo. La realidad manda y se impone.
El verdadero poder requiere de mucha inteligencia y de mucho realismo. Pongo un ejemplo. En los viejos tiempos del PRI, el gobierno fue el más poderoso de la historia de México. Era dueño del gabinete legal y ampliado, de todas las curules y de todos los escaños de las dos cámaras legislativas, de las 32 gubernaturas locales, del 99% de los ayuntamientos del país, de los congresos locales, de los tribunales federales y estatales.
Pero, además, era dueño de la economía. Con sus 1,500 empresas poseía el 80% de la oferta, de la demanda, del mercado, de los empleos, de los salarios y de los precios. En esas circunstancias, la inversión, la inflación, los salarios, los precios y el crecimiento no se calculaban, sino que tan sólo se ordenaban.
Era dueño del petróleo, de la electricidad, de los puertos y aeropuertos, de las carreteras y ferrocarriles, del campo y los alimentos, de la minería y la siderurgia, de la telefonía, de los fertilizantes, de las papeleras y de las aerolíneas. Era dueño del arte, de la ciencia y de la educación en todos sus niveles. De gran parte de los sistemas financieros, hospitalarios y hoteleros. Bueno, hasta de cabarets, televisoras y fábricas de bicicletas. Ya los cansé y mi lista no tiene final. Así que allí le paramos.
Todo eso era poder puro. En mucho, con ese enorme poder los éxitos estuvieron asegurados. Muchos escépticos solían augurar el fracaso. Ese invento del Seguro Social no va a funcionar. Y funcionaba, hasta para hacer La Raza, el Centro Médico Nacional y las clínicas u hospitales de todo el país. Para instalar unidades de vivienda, de deporte, de vacación y hasta de teatro, todo ello para los trabajadores. Y, desde luego, para tener medicinas.
Otros decían que ese invento del Fonatur no va a funcionar. Y funcionaba, hasta para instalar Huatulco, Ixtapa, Los Cabos y, por si fuera poco, Cancún. Que no van a funcionar la Ciudad Universitaria ni la Central de Abasto ni el Sistema Cutzamala ni el drenaje profundo ni el Metro. Y funcionaron todos.
Hasta hubo un respetable mexicano que dijo que “no va a funcionar ese partidito que fundó Calles”. Y que se queda 70 años sin perder. En otro campo, incluso tuvieron el talentoso acierto de inventar y hacer millonarios a 300 empresarios para que ese enorme monopolio corporativo estatal no inquietara a nuestro vecindario continental. Y funcionó de maravilla durante medio siglo.
Ése sí que fue un titánico poder para ser analizado en los tratados de política. Pero todo eso tuvo un truco muy simple. Fue un poder basado en la magia de la participación, de la inclusión, de la tolerancia, del respeto, del consenso, de la compartición, de la alianza, de la capilaridad, de la finitud temporal y del péndulo ideológico.
Lo que relaté del pasado fue real y no un sueño. Pero revivirlo para el futuro sí sería un sueño y no real. En la política no hay buenos ni malos, sino tan sólo hay débiles y poderosos.
Tomado de: Excélsior