2025 Abr 22 Candil callejero. Denise Dresser.
Ahora que la autocracia avanza a pasos acelerados en Estados Unidos y en otras latitudes, muchos andan en busca de un héroe o una heroína. Alguien que se le oponga a Donald Trump y lo pare. Alguien que lo ponga en su lugar y frene sus peores ocurrencias. Entonces no sorprende la entronización de Claudia Sheinbaum en artículos publicados en The New York Times o en The Guardian, por citar algunos ejemplos. Lo que sí alarma es cuán equivocada es la opinión internacional que quiere pintar a la Presidenta como una personificación progresista, un antídoto al trumpismo, y un prototipo que el resto del mundo debería emular. Quienes insisten en colocarla sobre el pedestal de la popularidad global, omiten lo esencial. Sheinbaum será muchas cosas, pero no es una demócrata. Y quienes aplauden el modelo que lidera, están ignorando la regresión autoritaria que su popularidad esconde.
A diario, Trump sigue el guión de los populistas que han atacado la democracia en Hungría, en Turquía, en Polonia, y en tantos países más. Paso a paso desmantela instituciones, ignora a las cortes, desafía la Constitución, enriquece a los oligarcas que lo acompañan, embiste al Poder Judicial, ataca a la prensa, desmantela contrapesos, persigue a sus adversarios y abusa de su poder en nombre de “el pueblo”, argumentando que la mayoría electoral le da permiso para ser disruptivo. López Obrador hizo lo mismo. Claudia Sheinbaum hace lo mismo, profundizándolo: Construye “el segundo piso de la Transformación” a partir de una destrucción vendida como necesaria. Sólo que para parte de la opinión internacional, lo criticable en Estados Unidos es loable en México.
Claudia Sheinbaum les parece totémica por ser mujer, por ser judía, por ser científica, por tener 85% de popularidad, por combatir la pobreza y por encarar a Trump con la cabeza fría y no con el corazón caliente como Canadá. Pero exaltarla así es caer en el pensamiento mágico e ignorar la evidencia. Es ignorar cuán insostenibles serán los programas sociales sin crecimiento económico. Cuán poco progresista es promover la militarización, mantener la oligarquización, ampliar la prisión preventiva oficiosa, elegir a los jueces, y proseguir con la concentración antidemocrática del poder en la Presidencia. Cuán lejos está Sheinbaum de Bernie Sanders/Alexandria Ocasio-Cortez, ya que ambos apoyan cobrar más impuestos a los ricos y ella explícitamente se ha rehusado a ello. Cuán antifeminista es proclamar “llegamos todas” cuando se recortan programas de género, se partidiza a la Secretaría de las Mujeres, y se construyen clientelas en lugar de empoderar ciudadanas.
El progresismo internacional ha caído en la trampa de aplaudir a Sheinbaum porque dignifica a quienes históricamente fueron ignorados por el neoliberalismo. Pero Morena no está edificando un “Estado del Bienestar”; está revigorizando la vieja ruta clientelar. Los incrementos positivos al salario mínimo y los programas sociales no han transformado un sistema económico/político que continúa creando pobreza y desigualdad. Ahí siguen la informalidad, la baja productividad, las cifras crecientes de pobreza extrema, la quema de recursos para Pemex y la cuatitud económica construida sobre la complicidad entre élites extractivas.
Hay pocas políticas públicas más conservadoras que las transferencias en efectivo. Hay pocas decisiones más perniciosas para los pobres que otorgarles dinero mientras se destruyen los únicos trampolines reales de movilidad social, como la salud y la educación. Y con el desmantelamiento del Coneval, hemos perdido la única institución capaz de evaluar el impacto de la política social. Lo que no se puede evaluar no se puede corregir, pero sí se puede ocultar o falsear o negar. Así como Sheinbaum niega ceder ante Trump, cuando en realidad ha hecho todo lo que el narcisista naranja le ha exigido, y más.
Claudia Sheinbaum y la 4T no son una alternativa progresista al trumpismo. Son la versión mexicana de la autocratización estadounidense. Ejemplifican lo que le ocurre a cualquier país dispuesto a sacrificar valores, prácticas e instituciones democráticas en nombre de beneficios para “el pueblo”, definido como tal por quien ejerce el poder sin límites. Evidencian cómo se mal usa a la democracia para destruirla. No es que Sheinbaum sea la antítesis femenina y científica de Trump. La tragedia es cuánto se parecen.
Tomado de: Reforma.