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2025 Jun 1 Liderazgo. Luis Rubio.

El país avanza hacia un estancamiento, no sólo económico, sino sobre todo por la falta de un efectivo liderazgo gubernamental.
Todos los presidentes comienzan su sexenio seguros de que transformarán al país (o, en este caso, continuarán una supuesta transformación) y construirán los cimientos de un gran futuro. Tarde o temprano, casi todos acaban enfrentando la triste realidad de que sus errores fueron mayores que sus aciertos y que sus ambiciones no empataron con los programas que de hecho implementaron. No todos acaban mal: cuando enfrentan los inevitables desafíos que se van presentando de manera inexorable, algunos reconocen el riesgo y actúan de manera decidida y trascendente. Mucho antes de enfrentar el juicio de la historia, cosa que generalmente ocurre en el séptimo año o incluso mucho después, todos tienen la oportunidad de alterar el camino que habían emprendido para construir algo enteramente distinto. Son esos momentos los que determinan su devenir.

Viendo hacia atrás, unos enfrentaron protestas sociales, otros, crisis financieras; algunos se encontraron con que lo existente ya no permitía seguir adelante y tenían que virar; uno se encontró cara a cara con la hiperinflación y cambió de rumbo ipso facto. Las circunstancias cambian, pero el principio permanece. Hoy la presidenta comienza a otear un momento así.

El país vive un momento de creciente tensión e incertidumbre. Hasta ahora, la presidenta ha logrado esquivar los problemas que se le han presentado con habilidad, sobre todo aislando unas situaciones de otras. Sin embargo, cuando los problemas comienzan a juntarse, se vuelve difícil, si no es que imposible, eludirlos. Por eso nos encontramos en medio de una “calma chicha”.

Según el diccionario, “calma chicha es una expresión náutica que describe una situación de quietud desesperante, con falta de viento y un calor abrasador. Se originó en el argot de los marineros para referirse a esa sensación de inactividad y frustración”. México hoy parece inmerso en una situación así. El problema de fondo es la pretensión de que se puede navegar de muertito, como decía un presidente hace años, cuando el reclamo de fondo es por un liderazgo efectivo.

En los meses -y años- pasados se han presentado todo tipo de retos y dilemas, pero es la conjunción de algunos particularmente incisivos lo que cambió el tono social. No sé cuál o cuáles comenzaron el viraje, pero no han faltado: el descubrimiento del rancho en Jalisco; el asesinato de los funcionarios de la CDMX; los plantones de la CNTE (y, sobre todo, el desprecio del gobierno por la ciudadanía afectada); la evidente desaceleración de la economía; el huachicol; las visas; el desdén con que los funcionarios consideran que la economía es asunto menor “porque la gente tiene ahorros”; la descalificación sistemática de los “adversarios”; las amenazas a periodistas; y la inminencia del cambio en el Poder Judicial.

Algo de esto es responsabilidad directa del gobierno federal y mucho es producto de la descomposición general que desde hace tiempo experimenta el país. La única respuesta posible es un gran ejercicio de liderazgo, pero lo que se observa es, en palabras de Alberto Capella, “el zarpazo del crimen organizado: un desafío a la gobemabilidad de México”. Es decir, no parece haber asunto alguno que conmueva u obligue al gobierno a hacerse presente, no en la retórica mañanera, sino en el ejercicio del poder para el beneficio de todos los mexicanos.

El punto de todo esto es que el país parece estancado. El gobierno no actúa ni se mueve. La presidenta parece satisfecha con su popularidad y, aunque su gobierno es más profesional y estructurado que el de su predecesor, no hay iniciativas que funcionen y no pasa nada, todo lo cual arroja la obvia pregunta de si esto es sostenible. La sensación de parálisis, y la incertidumbre que de ésta se deriva, afecta a todos los estratos sociales.

El dilema para la presidenta es evidente: su gestión ha estado dedicada a seguir un script predeterminado y, dada su enorme popularidad, lo último que quisiera es arriesgarlo. Sin embargo, el gobierno apenas lleva unos cuantos meses en funciones y nada garantiza que la parálisis conlleve a buen puerto. De hecho, los gobiernos más exitosos de las últimas décadas fueron aquellos que optaron por las decisiones difíciles, no los que tomaron la salida fácil. Desde luego, nada garantiza la popularidad futura, pero la misma habilidad que le ha permitido torear a Trump le podría servir para transformar su presidencia.

La experiencia de las últimas décadas del siglo pasado sugiere que las cosas se desatan con gran celeridad. Al principio parece que todo es controlable, que no hay mayores dificultades, pero pronto el panorama comienza a cambiar, al punto en que el costo de no actuar se eleva de manera dramática. Los ejemplos entre 1968 y 1997 son vastos. Por otro lado, el asunto no es sólo actuar sino cómo actuar. En esas décadas hay ejemplos patentes de actuaciones igual fallidas que exitosas. En una de sus novelas, uno de los personajes de Hemingway preguntaba: “¿Cómo llegaste a la quiebra? De dos maneras; primero poco a poco y luego de golpe”. Esa es la tesitura: reconocer el momento y actuar para evitar que todo se colapse de manera súbita.

“La incertidumbre -escribió Andy Stanley- no es un indicio de un liderazgo deficiente; subraya la necesidad de liderazgo”.

Cuando los problemas empiezan a juntarse, se vuelve difícil, si no imposible, eludirlos. Por eso estamos en medio de una "calma chicha".

 

 

 

 

Tomado de: Reforma