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2025 Jun 1 Pedagogía. Carlos Elizondo Mayer-Serra.

La elección de hoy valida un proyecto que viene desde arriba; no permite participar como agentes autónomos e informados.
La democracia no se reduce a un proceso colectivo de toma de decisiones. Tiene también una función pedagógica. Al participar en elecciones, los ciudadanos van aprendiendo sobre los asuntos públicos, las agendas de los candidatos y partidos políticos, y los dilemas que enfrenta el país. Esto no se consigue de golpe. Por eso las democracias no surgen en automático después de regímenes autoritarios prolongados. En estos, como identificó Montesquieu en su momento, el principio dominante es el temor hacia quien ejerce el poder, y el súbdito (pues sólo hay ciudadanos en democracias) aprende a no opinar sobre temas políticos. Por su parte, la clase política está entrenada también para otro juego: el de la sumisión y los acuerdos en lo oscurito.

Sucesivas elecciones pueden permitir un aprendizaje mutuo entre ciudadanos y políticos sobre las prácticas y los valores del juego democrático. Pero estos nunca están garantizados: basta voltear a Estados Unidos para observar cómo están dejando atrás ciertos acuerdos básicos sobre lo permisible en la vida pública, con poca resistencia por parte de la ciudadanía. En este mundo donde un Presidente puede tener “otros” datos de los oficiales y las redes sociales permiten creer cualquier cosa, el proceso de construir una ciudadanía informada y preocupada por los asuntos públicos es cada vez más complicado.

La elección de hoy es una regresión democrática y pedagógica. Quien vaya a las urnas sabe que no sabe por quién está votando. Los medios de comunicación deberían de preguntar aleatoriamente a algunos electores a la salida de las casillas por quiénes sufragaron. Buena parte del votante estará reaprendiendo la lógica autoritaria: se acude a la urna movilizado desde el poder, el cual utiliza ilegalmente recursos públicos con ese objetivo, y con instrucciones en acordeones que les indican por quién sufragar. Se trata de validar un proyecto que viene desde arriba, no de participar como agentes autónomos e informados.

Si bien cerca del 60 por ciento de los mexicanos dice estar a favor de la elección, mi impresión es que lo hace porque hay una carga valorativa positiva a votar sobre cualquier cosa. Si se preguntara sobre si preferirían elegir a los altos funcionarios de la administración pública federal, seguramente una mayoría de ciudadanos estaría de acuerdo.

Durante los años de la ocupación soviética de Europa del Este, esos gobiernos se denominaban democracias populares. El voto tenía una función: enseñaba a los ciudadanos a saber quién mandaba y por ello la obligación de respaldarlo. El gobierno podía presumir un apoyo del 99 por ciento del voto a favor de un único candidato. El discurso democrático ayuda a legitimar, aunque el proceso haya sido una farsa controlada y sin opciones para el ciudadano.

La democracia no es sólo votar, es hacerlo en condiciones de relativa equidad, con información suficiente y con reglas que permitan a las minorías de hoy convertirse en mayorías mañana. En una democracia liberal, el eje del diseño del Poder Judicial es precisamente velar por que esas regias sean efectivas. Jueces electos aprenderán pronto a quedar bien con su electorado, sobre todo con quien les consiguió los votos, es decir, con quien controle el aparato político en la región donde haya sido electo.

El papel de los maestros del SNTE volvió a ser el que jugaban en el priismo clásico: movilizar al elector, no educar a la niñez. Será hoy un actor central en las casillas electorales. A cambio de su apoyo aprenderán a pedir favores al Poder Judicial, para sus líderes o para sus amigos.

La autopsia de este proceso tardará algunas semanas. Sin embargo, dejará marcado al ciudadano. No votar o votar siguiendo instrucciones a través de acordeones, la mayoría de los cuales violan la ley por ser propaganda, no son opciones propias de una democracia genuina.

 

 

 

Tomado de: Reforma