By using this website, you agree to the use of cookies as described in our Privacy Policy.

2025 Jun 3 Votar a ciegas. Francisco Guerrero Aguirre.

En un mundo ideal, los votantes analizan racionalmente las distintas opciones previo a depositar su sufragio. La realidad dista de esa presunción. La historia nos ha enseñado que, la mayoría de las veces, la ciudadanía se expresa motivada por el estómago, el hígado, el corazón y, cada vez menos, por el cerebro.

El comportamiento electoral está influenciado por numerosas variables. Las emociones atadas a un sentido de nostalgia, conveniencia o fanatismo, producen votantes “superficiales”, poco dispuestos a llevar un análisis profundo de las consecuencias finales de su elección.

En los tiempos del populismo y la polarización tóxica, los electores votan a “ciegas”, siguiendo líneas partidarias o correspondiendo a la lealtad que se construye a través de las dádivas gubernamentales. Las maquinarias electorales, dirigidas desde el gobierno, arman verdaderos ejércitos de cooptación política para “garantizar” los resultados deseados.

Este fenómeno no es nuevo para la ciencia política. La frase “votante poco informado” se popularizó tras la publicación en 1991 del libro El votante razonador: comunicación y persuasión en las campañas presidenciales, del politólogo estadunidense Samuel Popkin.

Basándose en los hallazgos de Popkin, los politólogos definen a los votantes con baja información como aquellos que saben poco sobre el gobierno o cómo los resultados de las elecciones podrían alterar su vida en el mediano o largo plazo.

Este segmento carece de lo que los psicólogos llaman una “necesidad de cognición” o deseo de aprender. Votar a “ciegas” no significa ningún conflicto personal, ya que el elector sufraga por lealtad, nostalgia o conveniencia. En contraste, las personas con alta cognición son más propensas a dedicar el tiempo y los recursos necesarios para evaluar los temas complejos que interesan a los votantes bien informados.

Un elector poco informado vota basándose en la propaganda: frases hechas que ha escuchado en los medios, discursos elocuentes, apoyos de famosos, rumores, redes sociales o las instrucciones precisas de las maquinarias partidarias.

El análisis de Popkin se basa en una premisa principal: los votantes utilizan la baja racionalidad informativa obtenida en su vida diaria, a través de los medios de comunicación y mediante interacciones personales, para evaluar a los candidatos y facilitar sus elecciones electorales.

En la misma dirección, Bryan Caplan escribió un libro provocador: El Mito del votante racional. El autor sostiene que las personas que no cuentan con amplios conocimientos sobre la economía de un país subestiman el funcionamiento de los mercados, desconfían de los extranjeros, minusvaloran los beneficios de preservar la mano de obra y creen que la economía siempre va a empeorar. Quienes votan influidos por falsas creencias acaban dando pie a gobiernos que ofrecen pésimos resultados.

 

  • BALANCE

A todo lo anterior, hay que sumar los nuevos desafíos que nos plantea la era digital. Las plataformas tienen un modelo de negocio depredador que busca identificar “comunidades de individuos” a partir de sus afinidades, acumulando la mayor cantidad de información posible sobre ellos, ofreciéndoles contenidos que refuercen su compromiso y su deseo de volver, de encerrar a estas comunidades en burbujas para evitar que se dispersen.

Las redes sociales son perfectas para construir “legiones” de fanáticos digitales proclives a la manipulación política a través de las maquinarias partidarias. Esta situación es totalmente opuesta al modelo clásico de deliberación política basado en el debate y la consecuente selección de políticas públicas y candidatos. En una era de mesianismo, populismo y polarización tóxica, “votar a ciegas” podría ser la tendencia del futuro.

 

 

Tomado de: Excélsior