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Breviario de los Políticos. Julio Mazarino

 1Segunda Parte Acciones de los hombres en sociedad

En esta ruta que ahora comienzo caminaré al azar sin seguir plan ninguno.

Obtener el favor de otro

Entérate de cuáles son los intereses de tu amigo y hazle unos regalos de acuerdo con su carácter. Ofrécele unas obras de matemáticas, La comunicación de los secretos de la Naturaleza , los libros de Mizauld, etcétera.

Ve a verlo con frecuencia, consúltalo, utiliza sus opiniones. Pero no descubras jamás tu interior delante de él, porque si llegara a ser tu enemigo sabría cómo tenerte dominado. No le pidas nada que a él le repugnara concederte como todo lo que se refiere a lo tuyo y a lo mío. Con ocasión de las fiestas solemnes, en el día de su aniversario, con motivo de una curación, felicítalo con algunas frases breves pero bien compuestas. Háblale con frecuencia de sus virtudes, jamás de sus vicios. Confíale tu intimidad, refiérele los elogios que hacen de él susurrándoselos al oído, sobre todo los que proceden de sus superiores. DESCARGAR LIBRO

No le muestres sus vicios y no le reveles los que se le reprochan, cualquiera que sea la manera en que te lo pida. Y si insistiera con demasiada vehemencia, niégate a creer que pueda tenerlos como no sean muy anodinos. O bien cita aquéllos que en otra ocasión se ha reconocido él mismo. Porque este género de verdades deja siempre un sabor de boca amargo cualquiera que sea el modo en que pruebes a presentárselas, sobre todo si han sido dichas con todo conocimiento.

Trasmítele con frecuencia tus saludos por intermedio de un tercero o por cartas dirigidas a terceros. Escríbele a menudo. No defiendas jamás una opinión contraria a la suya, ni le contradigas. Y si tienes la audacia de hacerlo, dale la posibilidad de que te convenza y de que te haga cambiar de opinión fingiendo adherirte a su criterio.

No dudes en darle frecuentemente sus títulos y sé rápido en seguirle en sus empresas incluso si éstas no deban realizarse. Pero no trates de agradar a nadie imitando sus vicios y no adoptes tampoco unas actitudes que no se avendrían con tu estado. Un eclesiástico, por ejemplo, se guardará de los chistes gruesos, de las borracheras, de las bufonadas, etc. Porque si en el momento tales actitudes pueden gustar, suscitan también el desprecio y los sarcasmos. Más tarde pueden incluso acarrear odios tenaces. Si alguna vez conviene que salgas de los senderos de la virtud, que esto sea sin adentrarte en los caminos del vicio.

Si quieres acercarte a alguien, comienza por fijarte en quién está a su favor en su corte, quién trama las intrigas, quién tiene el privilegio de la burla. Procúrate el favor de esas gentes por todos los medios: te serán muy útiles para el futuro. Podrás en particular utilizar sus consejos para hacer progresar tus asuntos, porque las personas de esa especie cuando dan un consejo, participan en su realización. Si hay alguien de quien quieras vengarte, vuélvelo sospechoso a los ojos de aquéllos y haz que tu odio se convierta en su causa.

No dejes jamás que el Amor te ordene cometer un crimen. En el momento, tal vez te quede reconocido, pero después verá en ti un juez. Se pensará que eres capaz de cometer contra el Amo lo que tú has tolerado que se te ordene contra otro. De todos modos, pasarás por ser un hombre cuya virtud y cuya fidelidad se compran. De lo contrario, lo mejor es tomar la recompensa de tu crimen y desaparecer al punto.

Escribe una carta elogiosa sobre un tercero y déjala después extraviarse y ser interceptada por otros con el fin de que caiga en las manos de ese tercero.

Hay ciertas personas cuyo placer está en agradar a otro. Te bastará, pues, saber lo que agrada o desagrada a ese otro. Lo llamarás "hermano mío" aunque sea inferior a ti, y serás el primero en prodigarle muestras de honor, a condición al menos de que sea de honorable cuna.

No colmes a nadie de lo que le gusta hasta el hastío. Hay que sugerir más bien que dar y mantener así el deseo. Obra igualmente en el juego, en las conversaciones, etcétera.

No le pidas a un amigo que te preste cualquier cosa, porque si no se encuentra en condiciones de poner a tu disposición ese objeto del que hace creer a todo el mundo que le pertenece, te odiará. E incluso si consintiese a disgusto o recobrase el objeto en mal estado, te guardará rencor.

No compres nada a un amigo: si el precio es demasiado alto serás perjudicado, si no lo es lo bastante, el perjudicado será él.

Trata bien a sus sirvientes más humildes, porque si no te arruinarán poco a poco en el ánimo de tu amigo. Piensa en ello en los banquetes o cuando te invite a su casa. Finge tener fe en ellos y confíales unos pretendidos secretos de importancia. Manifiesta que el servicio de tu amigo te importa particularmente. Pero si te conduces con demasiada familiaridad con los sirvientes, te despreciarán y si te encolerizas con ellos te odiarán. Trátalos con dulzura y distancia, y así te respetarán.

Con las personas de buena cuna sé benévolo, afectuoso, amable; rechaza las muestras de humildad, signos de una sumisión excesiva, como la de besarte los pies. Pero excluidos del número los avaros, tienen un temperamento servil.

Si buscas el favor de los individuos del pueblo, promételes unas ventajas materiales a cada uno personalmente. Porque esto es lo que los interesa y no el honor o la gloria.

Si se te invita a la mesa de un inferior, acepta; no hagas ninguna crítica y condúcete con una cortesía exquisita con cada cual, pero conserva tu gravedad sin dejar de mostrarte natural en tus palabras.

Evita apropiarte de cualquier cosa quienquiera que sea su dueño sin el acuerdo de éste.

Sé compasivo con los humildes, reconfórtalos y comparte tus bienes entre sus diferentes partidos.

Si tienes que hacerles críticas, no tomes como blanco ni su sensatez ni su competencia. Alaba sus planes, la excelencia de sus objetivos, etc., pero señálales las dificultades que los aguardan, el costo de la empresa, etcétera.

Sé siempre el defensor de las franquicias populares.

Observa al amigo de quien quieres obtener su favor: ¿tiene una pasión, las armas, la ciencia, la clemencia, la verdad?

Únicamente intercede de manera excepcional por alguien, porque todo lo que obtengas para otro es como si lo hubieras pedido para ti mismo: conserva intacto para tu uso el favor del Príncipe.

No divulgues los secretos que alguien te haya confiado, porque perderás su estimación. Si se te ordena cometer un crimen, gana tiempo y busca un pretexto para zafarte: finge una enfermedad, pretende que te han robado tus caballos, etcétera.

Trata como amigos a los servidores de aquél cuya amistad buscas. Después cómpralos si necesitas que traicionen a su amo.

Cualquiera que sea la manera con que hayas obtenido el favor de alguien, lo conservarás de la misma manera. Si hubiera sido prestando una cantidad de servicios, tendrás que cuidar del favor adquirido y para no perderlo, mantenerlo con nuevos servicios.

Conocer a los amigos de otro

Haz el elogio de alguien en presencia de algún otro, y si este último permanece silencioso o si cambia el tema de la conversación, si responde de dientes para afuera, si trata de moderar tu elogio, se pretende mal informado, o al fin se lanza al elogio de otros, es porque no es su amigo.

Puedes también hacer alusión a una de sus proezas, proeza que conoce bien tu interlocutor, observarás si aprovecha o no la ocasión para ponderarla. Quizá dirá incluso que aquel hombre ha tenido suerte, que la Divina Providencia es demasiado pródiga de sus beneficios, y exaltará unas proezas todavía más notables llevadas a cabo por otras personas. Pretenderá en fin que tu hombre no ha hecho más que seguir los consejos de otro.

O también una carta en la que invocarás la recomendación de aquel de quien supones que sería amigo para pedirle que te confíe un secreto, y entonces verás claramente sus sentimientos. Salúdalo de parte de ese amigo supuesto o dile que has recibido malas noticias de él y observa su reacción.

Obtener estimación y fama

No estés jamás seguro de que alguien no te traicionará si en su presencia te has conducido o has hablado demasiado libremente y de manera demasiado grosera. No confíes sobre esto ni en un sirviente ni en un paje. De un caso particular sacarán una conclusión general para hacerte una reputación en consecuencia.

No esperes nunca que en la sospecha se te haga crédito; estáte incluso seguro de lo contrario. Por eso, no te abandones jamás en público, aunque no haya más que un solo testigo. No cuentes cómo en otra ocasión se te ha difamado o perseguido injustamente, porque contribuirás tú mismo a tu difamación y siempre habrá quien repita esas infamias. En esto no es posible prevalerse de la máxima de Bernardo: "Perdona la intención si no puedes perdonar la acción y decir que se ha pecado por accidente, por aturdimiento o que se ha provocado el mal voluntariamente para ponerse a prueba de la tentación.

Abandónate a la confidencia ante unos charlatanes impenitentes y confíales en secreto, haciéndoles jurar no hablar de ello a nadie, que tu influencia es muy grande con ciertos poderosos, que con otros mantienes una correspondencia seguida, etc. Después, al abrigo de las miradas, escribe unas cartas a esos poderosos que firmarás y que mostrarás a los charlatanes. Después las quemarás e inventarás unas respuestas a las que harás alusión como de pasada.

En las situaciones de este género el peligro está en que, lo que han oído confusamente y comprendido mal, lo propalan no menos confusamente, y por esto será preciso que leas esas cartas en voz alta e inteligible.

Afirma abiertamente que jamás has hecho daño a nadie, que ésta es la única razón que te hace esperar la corona real, y citarás ejemplos precisos que tengas preparados para la circunstancia.

Cada vez que aparezcas en público, lo cual debe ser con la menor frecuencia posible, condúcete de manera irreprochable, porque un solo error ha arruinado a menudo una reputación de manera definitiva.

No lleves jamás varios asuntos a la vez, porque no hay motivo de vanagloria en multiplicar las empresas; basta con triunfar en una notoriamente. Hablo por experiencia.

Conviene siempre poner la confianza en los impulsivos, en los poderosos y en los parientes, pues es ésta una confianza bien colocada.

Finge la humildad, la ingenuidad, la familiaridad, el buen humor. Cumplimenta, agradece, muéstrate disponible, incluso con aquellos que no han hecho nada para esto.

En tus comienzos no escatimes ni tu reflexión ni tus esfuerzos y no acometas nada sin estar seguro del éxito: "Qualiter prima taliter omnia." Pero una vez que tu fama está bien establecida, hasta tus errores contribuirán a tu gloria.

Si te acapara un asunto que incumba a tu cargo, rechaza en absoluto toda otra empresa que distraería parte de tu atención. Porque, puedes estar seguro, a la más pequeña falla en los deberes de tu cargo, se te hará la advertencia y, no obstante la amplitud y la importancia de lo que hayas realizado, no obstante los tantos cuidados que te hayan abrumado, se atribuirá la falta a esa ocupación suplementaria.

Cuando acometas una empresa, no tomes asociado que, en ese asunto, sea más competente y más experimentado que tú. Si tienes que visitar a alguien, no vayas con quien se encuentre en mejores relaciones con aquél que tú mismo.

Si debes abandonar un cargo, evita que los que te sucedan sean hombres demasiado visiblemente superiores a ti.

Confía a la escritura los episodios gloriosos de tu casa, sin preocuparte de los envidiosos que te critiquen en el momento. Porque los escritos, ya sean verídicos o complacientes, tendrán para los lectores del futuro toda la apariencia de la verdad, mientras que las palabras mueren con quienes las pronuncian, o incluso antes.

He aquí cómo hacerte una reputación de sabio. Recopila en un solo volumen todos los conocimientos históricos posibles y, cada mes, lee y relee el libro en tus momentos de ocio. Así tendrás en la cabeza una visión global de la historia universal y en caso de necesidad podrás valerte de tus conocimientos.

Ten preparada por adelantado una serie de fórmulas para responder, saludar, tomar la palabra y de una manera general hacer frente a los imprevistos que se te presenten.

Algunos se rebajan en exceso para engrandecerse, con el fin, por ejemplo, de no parecer que deben sus distinciones más que a la fortuna y no al esfuerzo, a su genio y no a sus trabajos. Se empeñan en depreciarse, en envilecerse y llegan incluso con frecuencia hasta hacerse pasar por débiles e indecisos. No aceptes este comportamiento sino de la parte de hombres que han entrado en la religión.

Conserva siempre fuerzas en reserva para que no se puedan calcular los límites de tu poder.

Cuando puedas utilizar a criados para obrar, intervenir o castigar, no lo hagas tú mismo; resérvate para mayores empresas.

No te comprometas en discusiones en las que se enfrenten opiniones distintas, excepto si estás seguro de tener razón y de poder probarlo.

Si das una fiesta, invita a tus servidores, porque la plebe es parlanchina y esas gentes hacen y deshacen las reputaciones. Hay que deslumbrarlos para que no vayan a huronear por todas partes. Por la misma razón trata con cordialidad al peluquero y a la cortesana.

Administrar el tiempo consagrado a los negocios

Descarga en los demás los asuntos de menor importancia según un estricto reparto que no deberás en manera alguna transgredir. Si un asunto es de poca importancia, no le concedas mucho tiempo. No tomes nunca más que el tiempo necesario para ordenar correctamente las cosas.

Si estás cansado de un asunto, no insistas y reanímate con alguna diversión honesta, haz ejercicio. Más tarde lo solucionarás al mismo tiempo que muchos otros, rápidamente y sin trabajo. O al menos pasa a otro asunto que pueda resolverse fácilmente.

Fracciona en varias partes los asuntos que exijan varios días de trabajo y soluciónalos uno por uno. Deja los asuntos que, sin proporcionar gloria ni dinero, impongan muchos esfuerzos.

No te comprometas, por agradar a alguien, en asuntos que no te sirvan de nada y te tomen mucho tiempo.

No trates jamás personalmente con los artesanos, no te ocupes ni de economía, ni de jardines, ni de construcciones, porque todo esto exige un trabajo considerable e irías de preocupación en preocupación.

Adquirir gravedad

Que tus ocupaciones sean conformes con tu estado. Si eres prelado no te mezcles en cuestiones de guerra, si eres noble, de quiromancia, si eres religioso, de medicina, si eres clérigo, no te batas en duelo.

No hagas fácilmente promesas, no des fácilmente permisos. Sé difícil en desfruncir el ceño, lento en dar tu opinión. Pero una vez que la has dado, no la cambies.

No mires de hito en hito a tu interlocutor, no muevas la nariz, no la frunzas tampoco y evita ofrecer un semblante huraño. Raro de gestos, mantén la cabeza derecha y la palabra sentenciosa. Camina con pasos mesurados y conserva una actitud decorosa.

No confieses a nadie tus inclinaciones, tus repugnancias, tus timideces. No trates jamás personalmente los asuntos mediocres. Deja que tus servidores los arreglen y no hables de ellos.

Que nadie asista a tus hábitos y necesidades como levantarte de la cama y vestirte, o acostarte, ni a tus comidas.

Tendrás pocos amigos, y los verás rara vez, por temor a que, de lo contrario, pierdan el sentido del respeto que te deben. Elige siempre el lugar de vuestras entrevistas.

Evita todo cambio brusco en tus costumbres, incluso si es para mejorarlas. Haz lo mismo en lo que concierne al lujo de tus vestidos o al fausto de tu tren de vida.

Practica la censura y la alabanza sin exageración excesiva, pero adecúa tu juicio a su objeto; de lo contrario caerías en una gravedad también exagerada o excesiva.

No expreses sino excepcionalmente unos sentimientos demasiado expresivos, como la alegría, el asombro, etc. Incluso en la intimidad con amigos, da muestras de piedad; de la misma manera, cuando te sientas en total confianza, no te quejes de nadie, ni acuses a nadie.

No dictes ley, o lo menos posible. No te abandones fácilmente a la ira, porque si te apaciguas después tan fácilmente, te tendrán por hombre ligero. Si has de hablar en público, pronuncia un discurso preparado de antemano y previamente escrito.

Leer, escribir.

Si tienes que escribir en un lugar frecuentado, coloca verticalmente delante de ti una hoja escrita, como si la copiaras. Que sea bien visible para todos. Pon sobre la mesa las hojas que has escrito realmente y cúbrelas, no dejando visible más que una sola línea de una hoja, sobre la cual habrás recopiado efectivamente algunas líneas, que todos los que pasen podrán leer. Esconde las hojas ya escritas bajo un libro, otra hoja, o bien colócalas detrás de la que has puesto verticalmente.

Si alguien te sorprende leyendo, vuelve al punto varias páginas del libro a la vez con el fin de que no se adivine cuál es el objeto de tu interés. Pero es preferible tener una pila de libros delante de ti con el fin de que quien te espía no sepa cuál estás leyendo. Si alguien llega de improviso mientras lees o escribes una carta, alguien a cuyos ojos esta actividad te haría sospechoso, inmediatamente, y como si ello tuviera que ver con el libro o la carta, le harás una pregunta en realidad sin relación con tu ocupación. Como si, por ejemplo, escribieras a alguien que te hubiera pedido dirigirlo, etc. Interroga entonces a ese testigo inesperado: "¿Cómo respondería a este caso que me someten? Se necesita prudencia y sabiduría." Puedes también preguntarle sobre las últimas noticias, con el fin, pretenderás, de hablar de ellas en tu carta. Obra según estos mismos principios, si estás haciendo cuentas o leyendo un libro.

Resígnate a escribir de tu puño y letra los documentos que quieres guardar secretos, a menos que utilices un lenguaje cifrado. Aunque en este caso necesitas utilizar un lenguaje legible e inteligible para todos, como los que propone Trittenheim en su Polygraphia . Es el método más seguro si no quieres escribir por ti mismo esos documentos, porque un lenguaje cifrado que ofrece un texto ilegible provoca la sospecha y el documento será interceptado si lo haces escribir por otro. La única solución entonces es que lo cifres tú mismo.

Dar, hacer regalos

Da de manera generosa lo que visiblemente no te cueste nada, como, por ejemplo, unos privilegios que el beneficiario no podrá jamás usar.

Un pedagogo no debe quitarle jamás a su discípulo la esperanza de que podrá profundizar con él su conocimiento sobre una materia. Un padre, cuando hace regalos a su hijo, debe dejarle sentir que todavía no ha gozado de todos los efectos de su bondad, y que puede aún esperar más. El principio es el mismo en lo que se refiere a las relaciones entre amos y sirvientes. Si el amo le da a uno de ellos una hacienda, procurará que el servidor se mantenga dependiente de su buena voluntad: que tenga necesidad de él, por ejemplo, para el bosque, el agua o el molino.

Si un contrato o un documento ha de ligar a amo y criado, que se le agregue una cláusula estipulando que el documento es revocable a voluntad por el amo.

Si alguien es digno de una función pública y pretenda excusarse en el momento en que tú se la confieres, no aceptes su negativa, a menos que la haya manifestado públicamente. De lo contrario, creerían que tu favor no es la recompensa de sus méritos. Pero para que no pueda esquivarse hazlo entrar en funciones el día mismo en que le entregues su cargo, y después sal de la ciudad inmediatamente. Así se verá obligado a escribirte para significarte su negativa, y mientras aguarda tu respuesta habrá comenzado a ejercer sus funciones.

Concederás unos favores que no te cuesten nada: harás por ejemplo remisión de penas debidas, o a guisa de regalo renunciarás a imponer un nuevo tributo que a ejemplo de un vecino estabas dispuesto a establecer no obstante su carácter injusto.

La gente que emplees no deberá gustar del lujo, ni de las armas, las joyas o los caballos, porque así podrás gratificarlos suntuosamente sin que le cueste demasiado a tu bolsa.

Ten maneras de dar que sean originales: como si

por ejemplo para hacer el regalo de un arcabuz organizaras previamente un concurso de tiro y recompensaras con el arma al vencedor; ya sea que estés seguro de su victoria, o bien quieras remitirte a la suerte.

Si quieres asegurarte los servicios de alguien, no le hagas promesas, pues se recusará, porque prometer es una manera de no dar y de pagar a la gente con buenas palabras.

Quien se jacta en público de sus bienes, alienta a quines lo oyen a hacerle peticiones. No seas de éstos y evita la ostentación pública.

Procura no volver sobre las decisiones tomadas por tus predecesores, porque estaban en situación de prever cosas que a ti se te escapan. Evita también conceder privilegios perpetuos, porque el día en que tengas necesidad de gratificar con ellos a algún otro te será ya imposible.

Que no parezca que prodigas tus dones y, para que te queden agradecidos por ellos, evita hace sentir su valor. Fíjate atentamente en quién está necesitado, de qué carece y cuál es su situación. Si ayudas a alguien no se lo digas a los demás, pues le ofenderías y parecería que se lo reprochas. Y si, con todo, tienes la intención de hablar de ello, dirás que se trataba de una deuda, que no es ni un favor ni una muestra de agradecimiento. Pero si eres tú quien recibe un regalo, por pequeño que sea, cuida de mostrarte reconocido.

Solicitar

Cuida de que tus peticiones no arruinen a tu bienhechor, ni incluso exijan de él esfuerzos demasiado grandes. Es preferible indicar simplemente a tu amigo que estás necesitado. Lo que no obtengas así no lo hubieras obtenido tampoco con peticiones apremiantes. Pero adecúa tu agradecimiento a los dones que te haya hecho, con el fin de significar que sigues necesitando su ayuda. Si tienes que solicitar una cosa importante habla de otros asuntos y hazle comprender, a propósito de otra cosa, cuál es el objeto de tus deseos.

Aborda a los Grandes con prudencia, porque se imaginan fácilmente que se trata de dirigirlos; utiliza unos intermediarios y elige para ello a personas de buena cuna; por ejemplo, haz intervenir a un hijo cerca de su padre, si es que sus intereses no se oponen a los tuyos.

El mejor momento para presentar una solicitud es aquél en que la persona está de buen humor, un día de fiesta o después de una comida, a condición, sin embargo, de que no se encuentre dormitando. Procura no hacer una petición a un hombre arrastrado en un torbellino de asuntos o abrumado de cansancio. Cuídate también de pedir varias cosas a la vez.

Si te ocupas de los intereses de alguien compórtate en público con 61 como con un extraño, sin que tengáis sino raras y breves conversaciones, con el fin de que quede claro que obras por amor al bien público y no en vista de intereses particulares.

Acomoda tus maneras de obrar a la persona con quien estás tratando de negocios. Habla de ganancias y pérdidas a los avaros, de Dios y de su gloria a los devotos, y a los jóvenes de éxito y de abatimiento públicos.

No le pidas al superior ni título ni privilegio, que es siempre muy largo de obtener. Redacta tú mismo el documento y deslízaselo en el momento oportuno para que lo firme.

No vayas a pedir a alguien un objeto raro y que sea para él precioso, sobre todo si no te es útil. Si se niega, pensará haberte herido y te guardará rencor, porque es humano aborrecer a quien se ha herido. Si te lo concede, te tratará con frialdad como a un solicitante poco delicado e impertinente.

Como siempre es humillante recibir una negativa, no pidas nada que no estés seguro de obtener. Por esto, también, es preferible no pedir nada directamente sino sugerir aquéllo de que tienes necesidad.

Cuando desees algo no lo dejes adivinar a nadie antes de haberlo obtenido; para ello debes manifestar que no tienes ninguna esperanza por ese lado y proclamar por doquier que además se lo han dado ya a otro. Incluso irás a felicitarlo.

Si te niegan una cosa, págale a alguien con el fin de que la pida para él y en seguida la obtendrás fácilmente.

Si alguien trata de obtener un honor que tú mismo pretendes, envíale un emisario secreto para disuadirlo en nombre de la amistad y exponerle las dificultades que tendrá que afrontar.

Aconsejar

Comienza por hablar de todo género de cosas, y llega después a los actos que quieres sancionar. Harás su caricatura y después los criticarás, pero introduciendo además unas circunstancias diferentes para que aquél a quien quieres aconsejar no se sienta directamente concernido. Arréglate para que te escuche de buen grado y sin enojarse, añade algunas bromas y si lo ves entristecerse pregúntale la causa. En fin, mezclándolos con otras consideraciones, habla de una manera general de los remedios posibles de una situación de aquel género.

Si alguien sabe que sospechas que tiene un vicio cualquiera, confíale en secreto un asunto en el que los riesgos para ti sean prácticamente nulos. Él, para lavarse de tus sospechas, pondrá todo su corazón en servirte. A esto se debe que, de vez en cuando, no sea malo hacer sentir a nuestros sirvientes que abrigamos algunas dudas respecto de ellos.

Los jóvenes jurídicamente mayores tienden a la murmuración y al libertinaje; los reproches que adopten la forma de censura no harán sino excitar sus malas inclinaciones. Por eso es preferible aguardar a que se arrepientan o se cansen de su mala conducta. Pero si logras volverlos al camino recto, no pases brutalmente del rigor a la bondad. Con los temperamentos fríos sé directo y brutal, y los impresionarás; con los caracteres fogosos obra, por el contrario, con suavidad y tacto.

No dejarse sorprender

No hay que dar demasiado crédito a los sabios, porque rebajan en exceso lo que ellos tienen de superior y realzan ventajosamente la reputación de los demás. No te confesarán que alguien haya hablado mal de ti en su presencia. Tampoco te dirán de quién debes desconfiar ni cuáles son los vicios de éste o aquél. Lo mismo ocurre con los sacerdotes que hacen el elogio de sus penitentes, porque no pueden obrar de otro modo, o con los padres que hacen el elogio de sus hijos.

Si temes que en tu ausencia trate alguien de suscitar agitaciones o quejas contra ti, o cualquier cosa de este género, llévalo contigo con un pretexto amistoso cuando vayas al paseo, a la caza, o a la guerra. Tenlo a tu lado en la mesa, en las reuniones, etc. De la misma manera, si quieres evitar que las naciones vecinas se aprovechen de una de tus expediciones para declararte la guerra, lleva contigo a lo más granado de esas naciones como si se tratara de tus aliados más fieles, pero teniendo cuidado de hacerlos escoltar por una pequeña tropa armada en la que puedas poner toda tu confianza.

Conservarse en buena salud

Cuida en tu alimentación de no cometer ningún exceso ya sea en calidad o en cantidad, y obra igualmente con tus vestidos en lo que respecta al calor y al frío. Evita también trabajar o dormir demasiado. Tu habitación debe estar bien aireada, pero no debe ser demasiado alta de techo. La ingestión y la deyección, fuentes de enfermedad, el movimiento y el reposo deberán mantenerse moderados, y las pasiones refrenadas. No habites cerca de un pantano ni sobre todo de un curso de agua. Las ventanas de tu habitación habrán de estar orientadas al noreste más que al noroeste. No pases más de dos horas ocupado de un asunto serio, e interrúmpelo de cuando en cuando para relajar el espíritu. Toma un alimento sencillo de procurarse y que se encuentre fácilmente en todas las regiones. Usa moderadamente de Venus, cualquiera que sea tu estado, y esto siguiendo las exigencias de tu temperamento personal.

Evitar el odio

Niégate a servir de testigo en un proceso porque te enojarías con una u otra parte.. No hables, no des información sobre un hombre que no sea de buena cuna o incluso de baja extracción. Si lanzas una puya en una conversación, sigue hablando como si tal cosa. No manifiestes a nadie favor particular en presencia de otros, porque si no juzgarán que los desprecias y te aborrecerán.

Evita un ascenso demasiado rápido y demasiado brillante; las miradas deben habituarse a una luz más viva, de lo contrario, deslumbrados, se cierran. No te opongas a lo que gusta al pueblo, ya sean vicios o simplemente tradiciones. Si tienes que reconocerte como autor de algún hecho odioso, no te expongas en el momento a la animadversión que suscite ni dejes creer por tu conducta que no lo sientes en absoluto o incluso que estás orgulloso de lo que has hecho, burlándote de tus víctimas. No harías más que aumentar el odio. Lo mejor es ausentarte dejando pasar el tiempo sin dejarse ver.

No introduzcas innovaciones extravagantes en tu indumentaria o en el fausto de tus fiestas.

Si dictas leyes, que sean las mismas para todos, haz confianza en la virtud. Da cuenta de tus actos para agradar al pueblo, pero sólo después de haber obrado, para evitar que encuentres objeciones.

Ten por regla general —se trata de un principio fundamental— no abandonarte jamás a hablar desconsideradamente, tanto en mal como en bien, de cualquier cosa, ni a referir los hechos de nadie, sean buenos o malos. Porque puede ocurrir que esté presente un amigo de aquél de quien hablas y le repita tus palabras agravándolas; a causa de ello aquel hombre se sentirá herido. Si, por el contrario, es enemigo de aquel a quien elogias, te atraerás su enemistad.

Si bien es cierto que importa saberlo todo, oírlo todo y tener espías por doquier, hazlo con prudencia, porque es ofensivo para cualquiera saberse espiado. Debes, pues, espiar sin dejarte ver.

Hay que evitar dar pruebas, por decirlo así, de demasiada nobleza. Porque algunos verán en ello desprecio. Si dices, por ejemplo, que no le pides nada a nadie, que tienes todos los soldados que quieres etcétera.

Es preferible no pretender que seguirás una política mejor que tus predecesores, que tus leyes serán más rigurosas, pues te enajenarás sus amigos. Incluso si son justos no anuncies tus proyectos políticos, o al menos no hables más que de aquellos de los que sabes de antemano que serán bien acogidos.

He aquí cómo obrar con tus servidores: no des a otros lo que era el privilegio de algunos y que no parezca que compartes tu autoridad con uno de ellos sobre todo si los demás lo detestan. No distingas a ninguno con recompensas particulares a menos que todos reconozcan su virtud, lo cual será entonces una causa de emulación para todos.

Si has de ejercer alguna severidad con tus sirvientes, encomiéndaselo a otros haciendo como si no fueras tú quien dabas las órdenes. Así, en el caso en que algunos acudieran a quejarse a ti, podrás disminuir su castigo y hacer que recaiga toda la responsabilidad sobre aquellos que hayan tenido la iniciativa de tanta severidad. Por ejemplo, en caso de relajamiento de la disciplina en los ejércitos, confía a los oficiales el cuidado de restablecer el orden prescribiéndoles que impongan a los soldados unas tareas penosas sin fijar límite a sus rigores. Para redimirse a tus ojos emplearán una severidad excesiva dándote así ocasión de ejercer tu benevolencia respecto de los soldados que recurran a ti.

A todos aquellos que por sus proezas merezcan una gloria plena y entera, déjalos vanagloriarse solos sin reivindicar tu parte. La gloria recaerá en ti con más fuerza ya que se le añadirá la de haber estado por encima de la envidia.

Tus éxitos y logros atribúyelos a cualquier otro, por ejemplo a un hombre de bien que te haya ayudado con su previsión y sus consejos. Que el éxito no te vuelva orgulloso. Conserva la misma manera de hablar, las mismas costumbres de mesa, los mismos vestidos. Y si has de cambiar algo en estos aspectos, que sea por una razón bien precisa.

Si tienes que castigar a alguien, indúcelo a que él mismo se reconozca culpable, o bien hazlo juzgar por otro a quien habrás recomendado en secreto que pronuncie una sentencia severa, sentencia que tú podrás después suavizar.

No ultrajes la derrota de tu adversario, no provoques a tu rival y conténtate cuando seas vencedor con la realidad de tu victoria sin celebrarla con palabras o gestos.

Si proyectas pronunciar una sentencia capital, recurre a una formulación ambigua. Por ejemplo, habla gravemente en favor del punto de vista que puedes defender y después simula decidir en favor del punto de vista adverso. O bien reserva tus conclusiones.

Si se te pide que intercedas por alguien en un asunto, acepta, pero al mismo tiempo muestra que este asunto no depende de ti, que careces de poder sobre la resolución final que, muy bien, podría ser opuesta a tus deseos.

Si tienes que vengarte, utiliza a un tercero u obra en secreto. Obliga al ofendido a perdonar al ofensor, permitiéndole a este último huir rápidamente y en secreto.

Si unos parientes tuyos tienen un proceso, no tomes el partido ni de los unos ni de los otros y con el pretexto de que tus asuntos te acaparan, excúsate ante las dos partes. Así ninguna pensará que la has traicionado, puesto que a ninguna le habrás dado la preferencia.

Que no se puedan imaginar que has participado con tus superiores en la elaboración de nuevas leyes, sobre todo si estas leyes son impopulares. Evita mostrarte a menudo con aquél que detenta el poder, cuéntale sin hacerte de rogar las anécdotas sin importancia y no te ufanes con nadie de su amistad.

Si se comprueba tu influencia sobre los Grandes, se te hará responsable de sus malas acciones. Por lo tanto, procura que tu superior oiga tus consejos, y escuche tus intervenciones, pero no procedas sino en su ausencia a grandes cambios políticos. Esta precaución es particularmente para los confesores de los Príncipes.

Si alguien hace el elogio de tu familia y de tus antepasados, cambia el tema de la conversación. Se advertirá tu modestia, y no será opacada tu gloria por la envidia. Si por el contrario te muestras halagado, suscitarás el odio.

No te hagas el defensor de acciones demagógicas.

Si se te destituye de una función, expresa tu satisfacción y tu agradecimiento hacía aquel que te ha devuelto una tranquilidad que tú habías reclamado. Busca los argumentos que convenzan mejor a tus oyentes. Así nadie festejará tu caída.

No trates de saber abiertamente si alguien te ha combatido, ni quién lo ha sostenido en su lucha contra ti. De tu enemigo no hables jamás; pero será de primordial importancia que conozcas todos sus secretos. No te entrevistes en público con las personas odiadas por todos y no seas su consejero.

Que no se sepa que estabas presente en un consejo donde se han tomado, según se cree, decisiones de un rigor excesivo; incluso si es contra gente sin importancia; podría creerse que tú fuiste en mayor o menor medida su iniciador.

No rehabilitarás ni criticarás los actos de nadie y evitarás examinar con demasiada atención la manera en que los demás cumplen sus funciones. No vayas sin haber sido invitado a las haciendas, las oficinas, las cuadras, y en general a los lugares donde podría creerse que estás espiando.

Si indagas sobre un superior con sirvientes y pajes, toma grandes precauciones.

Procura que tu conducta, tus gestos, tu continente, tus bromas, lo que dices y la manera de decirlo, tus risas y tus entusiasmos no hieran a nadie ni produzcan suspicacias.

Cualesquiera que sean tus ocupaciones, si de improviso Ilega alguien, acógelo amablemente y hazle sentir que es bienvenido. Pero que te excuse por aquel día y vuelva otra vez. Si quieres vivir en paz habrás de renunciar a no pocas comodidades.

Siempre que oigas contar delante de ti algunas cosas falsas, deja hablar sin interrumpir; es inútil demostrar que tú estás mejor informado. No recibas jamás a nadie con una broma o una ocurrencia ingeniosa; podría considerarlo como una falta de consideración o una forma de burla. Si alguien ha sufrido un fracaso no te burles de él, por el contrario encuéntrale excusas, hazle hablar, trata de ayudarlo.

No utilices tus prerrogativas de juez para dar órdenes a personas que son gente libre y no tus vasallos.

Arrancar secretos

No desdeñes platicar con hombres de baja extracción; tal muestra de benevolencia los seducirá y si además les das un poco de oro te dirán todo lo que quieras. Obra lo mismo con los pajes, pero sabiendo que te expones mucho. Debes recomendar a los sirvientes que traicionan a su señor que desconfíen los unos de los otros; pero respeta escrupulosamente tus compromisos con respecto a ellos para que tengan confianza en ti. Y no utilices inmediatamente las informaciones que ellos te hayan dado.

Conocer las intenciones que se esconden detrás de las palabras.

Ante todo, escucha las razones alegadas por quien defiende una causa, y mira si son buenas. Considera después cómo obra aquel hombre ordinariamente y, por lo tanto, si hay lugar en este caso particular de sospechar de él. Así, uno que se pusiera a hablar con ardor cuando jamás se acalora por nada, no expresa su opinión personal. O también un hombre que cambiara brutalmente de opinión y pusiera tanto fuego en defender ahora lo que atacaba un momento antes, visiblemente ha sido comprado. Si una vez convencido de su error, se mantiene en sus posiciones, es que no obra por las razones que pretende.

Igualmente si su discurso inflamado se apoya en argumentos sutiles y demasiado elaborados, en sofismas contrarios a su carácter, o en razones que no lo son. Ocurre también que nuestro hombre para defender el mismo punto de vista utilice unos argumentos contradictorios al comienzo y al término de su demostración. Porque lo que decimos sin pensarlo lo olvidamos al punto.

Envíale, pues, a alguien que se haga amigo suyo y lo interrogue bajo el sello del secreto; entonces le confesará una verdad completamente distinta.

Evitar las ofensas

Si te has mostrado reticente o incluso descortés con alguien que te pedía un servicio, no vayas a concedérselo fácilmente a otro que sea inferior suyo o quizá su igual. Porque perderías su confianza y suscitarías su odio.

No te muestres de pronto más severo para con aquellos que dependen de ti sin mostrarte al mismo tiempo más generoso. Al aumentar penas y recompensas mezclarás el amor y el temor.

Si introduces alguna innovación que pueda inspirar desconfianza a los demás e incluso al Príncipe, arréglatelas para tener imitadores. Así, no serás el único en suscitar envidias que por ello serán menos profundas.

Si te creen ser origen de decisiones impopulares, gratifica abiertamente al pueblo con algunos beneficios, como una remisión de impuestos, la gracia de un condenado, etc. Y sobre todo muéstrate afable con aquellos a quienes ama la multitud.

Si premeditas alguna política nueva, habla previamente y en secreto con un teólogo, etc., y ponle de tu parte con el fin de que sea él quien te haga la sugestión públicamente, te aliente e incluso te fuerce.

Si tienes la intención de promover leyes nuevas, muéstrales su imperiosa necesidad a unos hombres de saber y buen juicio y prepara con ellos el proyecto. O haz simplemente correr el rumor de que los has consultado y escuchado. Después, sin tener en cuenta sus consejos, toma las decisiones que te convengan.

No procures jamás a nadie una esposa, una sirvienta, etc. No intentes jamás tampoco persudir a quienquiera que sea de cambiar de género de vida.

No seas jamás ejecutor testamentario.

Si te sucede estar presente cuando alguien se dirige a sus sirvientes y les da órdenes, permanece allí pero sin intervenir ya sea aprobándolo ni contradiciéndolo.

Cuando llegues a un nuevo país no te abandones al error común que consiste en hablar sin cesar bien de las personas y de las costumbres del país que has dejado.

Incluso si en tu fuero interno fueses de una opinión contraria, sigue el partido de la indulgencia en los asuntos de conciencia como en todo otro; pero predica el rigor sabiamente.

No pretendas jamás en presencia de otro tener influencia sobre tus superiores, no te jactes de su favor. No te abandones tampoco a la confidencia diciendo lo que piensas de uno u otro.

Cualesquiera que sean tus funciones podrás ganarte siempre la simpatía de un superior si le haces otorgar mercedes. Con tus inferiores opta siempre por mostrar cierta indulgencia, al menos aparentemente, más que alardear de excesivo rigor.

Si te enteras de que un pretendido amigo ha hablado mal de ti, no se lo reproches; te harías un enemigo de alguien que en el peor de los casos no era hasta entonces sino un indiferente.

No trates de saber todos los secretos de los Grandes, porque en caso de huida se sospecharía de ti.

Si alguien te visita con el solo objeto de serte grato, para felicitarte, trasmitirte saludos, etc., rivaliza con él en amabilidad y al llegar la ocasión devuélvele la cortesía con toda cautela.

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Este libro es la suma de los conocimientos que el discutido pero eficaz cardenal comunicó a Luis XIV. Mazarino fué un hombre extraordinario que superó la intriga y la duda en el mantenimiento y consolidación del Poder.

(Giulio Mazarini o Jules Mazarin) Cardenal italiano al servicio de la monarquía francesa, que ejerció el poder en los primeros años del reinado de Luis XIV (Pescina, Abruzzos, 1602 - Vincennes, Francia, 1661). Procedente de una familia siciliana cliente de los Colonna, estudió en la Universidad de Alcalá de Henares y trabajó en la diplomacia papal. Sus misiones diplomáticas le pusieron en contacto con Richelieu, que reparó en su talento político; el favorito de Luis XIII le protegió, naturalizándole francés (1639), haciéndole cardenal sin ser siquiera sacerdote (1641) y recomendándoselo al rey en su testamento (1642). Fue así como, a la muerte de Richelieu, Mazarino le sucedió como primer ministro de Francia. La muerte del rey en 1643 acrecentó su poder, pues dejó de heredero un rey menor de edad y como regente a una reina madre, Ana de Austria, que Mazarino dominó completamente, haciéndola su amante y probablemente su esposa. Continuó la política de Richelieu, defendiendo el absolutismo monárquico contra las ambiciones de los nobles y sosteniendo con éxito la ofensiva final que conduciría a la victoria francesa en la Guerra de los Treinta Años. Tras obtener importantes ventajas frente al Imperio por la Paz de Westfalia (1648), continuó la lucha contra España apoyándose en la alianza con los protestantes de Alemania, los Países Bajos y la Inglaterra de Cromwell, logrando la favorable Paz de los Pirineos (1659), por la que Francia obtuvo el Rosellón. En el orden interno, hubo de hacer frente a la rebelión parlamentaria y nobiliaria de la Fronda (1648-53), que le llevó dos veces al destierro antes de derrotarla definitivamente. Con todo ello puso las bases para la hegemonía de Francia durante el reinado personal de Luis XIV, que era su ahijado y que recibió de él su educación como gobernante. El nuevo rey, mayor de edad desde 1654, reconoció la labor de Mazarino en defensa del Trono, manteniéndole en el gobierno hasta que murió. Su imagen histórica quedó deteriorada por la intensa campaña de libelos en su contra aparecidos en la época de la Fronda, que criticaron su origen extranjero, su escandaloso enriquecimiento, su afición a las artes y un realismo político maquiavélico.