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2017 May 23 Tamaulipas, el cártel de los gobernadores. Entrevista con Humberto Padgett. Por Ariel Ruiz Mondragón.

Uno de los estados de la República que más ha acusado los agravios derivados de las actividades de grupos delictivos es, sin duda, Tamaulipas, entidad en la que en los últimos tiempos han destacado grupos como el Cártel del Golfo y los Zetas, aunque allí las organizaciones criminales tienen larga data, como lo muestra la historia de Juan N. Guerra.

Para que la operación de esas agrupaciones fuera posible una condición ha sido clave: la connivencia del poder público con ellas. En efecto, en diversos grados y niveles esas bandas han contado con la complicidad de gobernantes, especialmente en el estado, cuyos titulares del Poder Ejecutivo parecen vinculados a ellas.

La descripción y el análisis de ese monipodio entre la política y el narcotráfico en aquella entidad es realizado por Humberto Padgett en su libro Tamaulipas. La casta de los narcogobernadores: un eastern mexicano (México, Urano, 2016). El autor dice en el libro acerca de Tomás Yarrington y Eugenio Hernández: “Hoy, ambos ex gobernadores son considerados como promotores del narcotráfico y lavadores de dinero durante una de las épocas más violentas del México posrevolucionario. No sólo son ubicados en esa categoría por los tamaulipecos, que así los han calificado a ellos y a una docena de sus predecesores desde hace muchos años, sino también por las agencias antidrogas y de persecución criminal de Estados Unidos, principales fuentes investigativas del Gobierno mexicano sobre el narcotráfico”.

Sobre esa historia conversamos con Padgett (Toluca, 1975), quien estudió Periodismo en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, de la UNAM. Autor de seis libros, ha colaborado en medios como Reforma, Sin Embargo, Proceso y Emeequis. Ha recibido diversos premios: cinco veces el Nacional de Periodismo, el Internacional de Periodismo Rey de España, el Ortega y Gasset, el Iberoamericano de Periodismo Joven y el Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez, entre otros.

 

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir y publicar un libro como el suyo, en este caso dedicado a las relaciones entre el crimen organizado y los gobernantes de Tamaulipas desde los años treinta del siglo pasado y hasta hoy?

Humberto Padgett (HP): Porque el libro permite el formato de gran reportaje en el que se pueden integrar desde esa perspectiva los demás géneros periodísticos, y utilizar las cualidades de cada uno de ellos para potenciar la información obtenida en algunos casos. El libro funciona más como crónica, en otras más como nota informativa, en algunos momentos hay algo de reportaje histórico, así que hacerlo como reportero de prensa escrita fue algo muy disfrutable.

Para el lector es la posibilidad de entrar en la información con profundidad y darle la explicación sobre las causas del problema que, en el caso de Tamaulipas, es principalmente la violencia, que es producida por la corrupción de la clase política que ha existido allí desde siempre.

 

AR: Hay varias partes del libro basadas en declaraciones de testigos protegidos. ¿Qué tan confiables son estos testimonios y cuáles son los principales problemas que implica su uso?

HP: Me fui a Estados Unidos y hablé con agentes en funciones al momento en que se hicieron las investigaciones, que resultaron en las órdenes de aprehensión de Tomás Yarrington Ruvalcaba, y en Estados Unidos la captura pendiente de Eugenio Hernández Flores, para corroborar y cruzar datos sobre la verosimilitud de la declaración: qué tanto pudiera estar orientada con el propósito político en el contexto del año electoral 2012. También para tener certeza de que Francisco García Cabeza de Vaca no estuviera también involucrado en el narcotráfico, porque se hubiera tenido que desplazar el ángulo del libro para incluirlo porque es un elemento importante.

Encontré que el panista no estaba metido con el narco, pero sí (y mucho) con las agencias estadounidenses, y que estas corroboraban lo que la investigación mexicana dice. Esto es lo que traigo para el primer capítulo del libro, el que justifica la hipótesis de que en Tamaulipas existe un narcogobierno.

 

AR: En el libro aparece otro gran personaje, el padrino de Tamaulipas: Juan Nepomuceno Guerra Cárdenas. La suya fue una trayectoria que inició desde los años treinta, y nada más pisó la cárcel unas cuantas horas. ¿Qué nos puede decir de este personaje? Incluso hay una calle lleva su nombre y que fue inaugurada por un gobernador.

HP: Hubo varios factores que crearon a Juan N. Guerra. El primero es que en el México posrevolucionario hubo la necesidad de organizar un sistema de seguridad, al que se incorporó Guerra como policía judicial, quien antes había sido contrabandista. Fue traído a la Ciudad de México como policía judicial por un procurador capitalino que había sido gobernador de Tamaulipas.

También tienes que Matamoros es, a final de cuentas, un pivote de la oferta y la demanda para surtir a la zona de mayor consumo del mundo, que es el este de Estados Unidos: Washington, Nueva York, Boston.

La política local de Tamaulipas tuvo dos momentos en que el control autoritario prevaleció sobre el fortalecimiento de las instituciones: la proyección de Emilio Portes Gil, quien pretendió hacer un maximato tamaulipeco, como él había sido parte de un maximato nacional. Después Miguel Alemán Valdés tuvo interés en el estado porque acotar a Portes Gil significaba terminar el trabajo iniciado por Lázaro Cárdenas de expulsar la injerencia política de Plutarco Elías Calles.

En Estados Unidos confluyó la prohibición, la Ley Volstead, la ley seca que, si bien cesó en lo federal a fines de los años veinte, durante los treinta mantuvo vigencia en algunos estados, así que había un mercado ilícito al cual surtir. Entonces apareció Juan N. Guerra, quien fue un delincuente precoz (inició a los 15 años) que, atípicamente, murió viejo, lo que lo hizo peculiar en un mundo en el que la veteranía es excepcional.

La vigencia de un narcotraficante acaba por muerte o por cárcel, lo cual no ocurrió en su caso. Si comparamos a Guerra con otros narcotraficantes, veremos que el Chapo Guzmán, Amado y Vicente Carrillo, los Arellano Félix, tuvieron vigencia, a lo sumo, de 10 años, y ya 15 años es extraordinario. El Cártel de los Caballeros Templarios vivió seis años, la Familia Michoacana por allí fue. Y Guerra es un hombre que se mantuvo vigente en el negocio durante más de 70 años.

Es una figura que debiera ser revalorada en la historia criminal de México.

 

AR: Es muy interesante: Guerra fue policía en alguna época. Al respecto, ¿cuál ha sido la relación de los cuerpos de seguridad con las bandas del crimen organizado? Esta el caso de Guerra pero nos podemos ir hasta la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y terminar con miembros del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales, los gafes. Los cuerpos de seguridad parecen ser una escuela de cuadros del crimen organizado.

HP: Y el Coss también fue policía judicial. La cuna del crimen organizado mexicano es la seguridad pública que simuladamente provee el Estado. No existe ningún cártel, ni uno solo, que no descienda de las estructuras policiacas y que no haya crecido y prevalecido sin la connivencia de las autoridades.

Giusseppe Falcone, el juez italiano que estableció buena parte de la teoría sobre delincuencia organizada, elaboró para el maxiproceso italiano que llevó a cientos de mafiosos a la cárcel un listado de aspectos considerable para definir una estructura criminal, que se conoce como Falcone Checklist. Él estableció que una característica es la relación con la autoridad, específicamente aquella parte del Estado dedicada a la persecución de la delincuencia.

En el caso mexicano eso se actualiza perfectamente, y vemos que en el caso tamaulipeco es referencial. Tienes que Carlos I. Serrano, jefe de facto de la DFS, enviado por Miguel Alemán Valdés a hacer el espionaje político necesario para terminar de desarticular la operación política de Portes Gil, fue un hombre al que se le encontraron vínculos con el narcotráfico en los cincuenta. En Estados Unidos detuvieron un Cadillac que iba relleno de goma de opio; lo iba manejando un agente aduanal, y el hombre se sintió con la impunidad suficiente para reclamar que le devolvieran el carro. Eso es emblemático.

Siguió Rafael Chao López, quien fue comandante para la Región Noreste y que convirtió las oficinas de la DFS en bodega y paso de drogas. Fue uno de los más importantes testigos en el caso contra José Antonio Zorrilla Pérez por el asesinato de Manuel Buendía, en una cadena que luego llevó al asesinato de Enrique Camarena en 1985 en Guadalajara, lo que cambió para siempre la historia del crimen organizado mexicano, y en buena medida la relación binacional con Estados Unidos.

Posteriormente ocurrió que 34 gafes, elementos altamente entrenados en tareas antisubversivas del Ejército mexicano, se desprendieron para convertirse en el cuerpo de seguridad de Osiel Cárdenas Guillén.

Según los documentos que utilizo para el libro, los acuerdos y las operaciones entre narcotraficantes y políticos están mediadas por policías judiciales. No hay una en la que no estuvieran: tienen el mismo lenguaje: los policías se refieren a las ciudades no de esa manera sino como plazas, al igual que los narcotraficantes. Y han estado involucradas todas: no hay una sola policía mexicana que no haya sido extinguida como consecuencia de su relación irrecuperable con el narcotráfico, como las policías Judicial Federal, Federal de Caminos, Federal Preventiva, la Agencia Federal de Investigación… La DFS, por supuesto, a la que desarmaron para que quedara en manos, supuestamente, de civiles únicamente, y por la que pasaron personajes de la relevancia de Fernando Gutiérrez Barrios. No estamos hablando de personajes menores porque eran importantes incluso en términos geopolíticos: ¿habría Revolución cubana sin Gutiérrez Barrios? Tal vez no.

 

AR: Otro asunto que me parece importante del libro es que no sólo se habla de la relación entre los políticos y los narcos, sino que hay otro actor importante: los empresarios. ¿Cómo se han vinculado en la economía estos tres sectores?

HP: Hemos admitido que el narcotráfico es un mundo homogéneo, estereotipado, en el que todo narcotraficante es un hombre de enorme barriga, cinturón con incrustaciones de diamantes, una camisa de seda Gianni Versace estampada con hojas de mariguana. Esa es la caricatura; el personaje existe, aunque menos visible. Pero es un mundo diverso: el hombre de cuello blanco que va a las reuniones empresariales, que toma el teléfono y discute con el jefe del sector empresarial, que financia campañas políticas, que es presentado socialmente como un benefactor social porque es un empleador, pero que también se relaciona con el narcotráfico y, más concretamente, con la política.

Así tenemos algunos personajes que lavan dinero simultáneamente para los Zetas y el dinero obtenido directamente del desvío de recursos de los gobernadores tamaulipecos. Esto es muy interesante porque a final de cuentas funcionan como la conjunción entre ambos mundos.

 

AR: En esta parte me pareció muy interesante el papel de las mujeres, quienes tenían a su cargo varias de esas tareas. ¿Qué papel han desempeñado estas damas del narco?

HP: A mí me parece un poco frívolo el tratamiento de la mujer en el narcotráfico como una belleza desbordada con senos de silicón; además estaba el drama de Kate del Castillo, que, a final de cuentas, resultaba tan triste y lejano de lo que pasaba. Por ello quise atraer mujeres de un mundo eminentemente machista pero en el que ellas calzan porque tienen habilidades administrativas ciertas.

Entonces no habló de la Miss Sinaloa o de la Miss Bala sino de mujeres que son operativas para proveer de recursos a un cártel tan complejo como los Zetas. Además son historias que pude documentar de mujeres que ya están extraditadas en Estados Unidos y que dan la posibilidad de entrar al lado B de algunos de los Zetas.

Cuando los Zetas se asentaron en Tamaulipas se empezaron a enamorar de las mujeres. Eso me parecía interesante también para mostrar un aspecto humano de los narcotraficantes. No se trataba de caer en el melodrama sino de tratar de desmitificar la figura de un solo rostro, cuando son sujetos polifacéticos como lo somos todos.

 

AR: ¿Cuál ha sido la relación de los políticos y el narcotráfico de Tamaulipas con la Federación? Creo que no hubieran funcionado sin algún apoyo de las autoridades federales. Por allí destaca el caso, por ejemplo, de Raúl Salinas con Juan N. Guerra.

HP: Salinas Lozano y Antonio Ortiz Mena, quien fue secretario de Hacienda, tenían una función primordial para el contrabando, y es que de ellos dependía la administración de las aduanas mexicanas en un negocio en el que se exportaba droga, se traficaba con personas y se importaban armas y fayuca. La función criminal de las aduanas es sumamente importante, y varios de los principales pasos fronterizos en común con Estados Unidos están en Reynosa, Matamoros y Nuevo Laredo.

Lo que es bien conocido es el compadrazgo entre Raúl Salinas Lozano y Juan N. Guerra, quien habría apadrinado a Raúl Salinas de Gortari, a quien se tenía proyectado inicialmente para la Presidencia de México, aunque resultó ser un político menos disciplinado que su hermano Carlos, quien finalmente consolidó el poder familiar. De manera coincidente, durante el gobierno de Manuel Cavazos Lerma ascendió el Cártel del Golfo y se colocó en la misma dimensión delictiva que los grupos de Juárez, de Amado Carrillo y de los Arellano Félix en Tijuana.

Hubo un par de momentos más de mucha importancia: en 2006, luego de que Eugenio Hernández, su gobierno y su partido político, en evidente complicidad con el crimen organizado, secuestraron a algunos panistas, uno de ellos candidato al gobierno de Reynosa, y también secuestraron al candidato a la primera regiduría, quien era el encargado de las finanzas de esa campaña.

Recordemos que la capital, Ciudad Victoria, no es la principal ciudad del estado sino Reynosa, por su tamaño, por las maquiladoras, etcétera. A este candidato lo dejaron libre con la condición de que desistiera de impugnar el proceso electoral. Lo liberaron hasta que feneció el plazo

También lo que tenemos en grabaciones que fueron ampliamente difundidas en su momento, es que Elba Esther Gordillo acordó con Eugenio Hernández el apoyo a la candidatura de Felipe Calderón, quien hizo una investigación pero no fue consecuente con ella: no llevó a proceso ni a Tomás Yarrington ni a Eugenio Hernández.

El otro momento y en ese contexto fue que a finales del 2005 el gobernador Yarrington pretendió la Presidencia de la República. De esta idea lo convenció un personaje muy interesante: Eduardo García Puebla, un sonorense cercano a Manlio Fabio Beltrones. Yarrington dijo “quiero ser presidente”, y entró en la precontienda junto con otros exgobernadores como Enrique Martínez y Martínez, de Coahuila, y, destacadamente, Arturo Montiel Rojas, a favor de quien declinó para que enfrentara a Roberto Madrazo Pintado. Pero este logró sacar de la contienda a Montiel acusándolo de corrupción.

Luego Eugenio Hernández se convirtió en el coordinador de la campaña de Enrique Peña Nieto para la zona norte. La cercanía es clarísima. Hay quien insiste que en el fondo está el control de los energéticos: el petróleo y el gas tamaulipecos en el Golfo de México, que se extienden hasta Coahuila. Se necesita tener el control absoluto para darle autorización a las empresas de los serranos, de ellos mismos, para explotarlos, como lo han hecho en el estado —hay que recordar que Grupo Higa es de Tamaulipas.

Contar esto último no era el propósito del libro, aunque tal vez lo sea de uno siguiente.

 

AR: En la cartografía del narco establece una diferencia entre el noreste y el noroeste. ¿Cuáles son las principales características de Tamaulipas?

HP: Entra al mercado de drogas de manera tardía, hasta los años cincuenta, cuando tienes a los capos de Sinaloa, más concretamente de Badiraguato, que se han dedicado a las drogas desde el inicio de su existencia. Esto es algo muy bien documentado en El siglo de las drogas, de Luis Astorga, quien hizo un amplio trabajo hemerográfico sobre el narcotráfico, muy orientado a la región noroccidente, en el Triángulo dorado de Chihuahua, Durango y Sinaloa.

El noreste empezó haciendo otro tipo de contrabando, que fue una empresa criminal anterior a su participación en las drogas. Los narcotraficantes tamaulipecos no fueron inicialmente productores, como sí lo son los sinaloenses, que han sembrado mariguana, goma y amapola desde siempre —es posible que estén sembrando desde el siglo XIX, antes de que fuera ilegal—. En el caso de los tamaulipecos no tienen una región: aunque hay siembra de amapola y mariguana en Tamaulipas, en realidad es marginal. Han participado en otras actividades ilícitas, como la extorsión (la venta de seguridad) y el contrabando de fayuca.

Además, creo que han tenido mayor cercanía con el poder político que sus pares sinaloenses, quienes también llegaron a tener, por supuesto, acompañamiento de gobernadores de Sinaloa, principalmente de Antonio Toledo Corro en los años ochenta, y algunos otros, pero es muy evidente cómo esto ha ocurrido en Tamaulipas. Es una síntesis muy clara: no parecen sujetos pertenecientes a dos grupos distintos sino habitantes de un mismo mundo.

 

AR: Otro tema interesante es cómo se han expandido las bandas de Tamaulipas, por ejemplo, en Michoacán, en donde los narcos tamaulipecos dieron origen a la Familia Michoacana y a los Caballeros Templarios, además del control que tienen en Veracruz. ¿Cuál ha sido su influencia en otras entidades?

HP: Luego de la ruptura de los Zetas con el Cártel del Golfo, hacia 2009, se convirtieron en el cártel más importante para la DEA, para el Congreso de Estados Unidos, y lograron tener presencia en al menos 19 de las 32 entidades federativas, incluidos el Estado de México y la Ciudad de México, aunque lo nieguen el gobernador y el jefe de Gobierno.

También lograron establecerse en Guatemala y pugnar por el control de ese país como ruta del trasiego de cocaína sudamericana, y en algún momento establecieron acuerdos con la Ndrangheta italiana en la lucha por la introducción de cocaína en los mercados europeos, que son mediados en aquel lado del Atlántico por la mafia del norte de Italia.

En Estados Unidos los Zetas están presentes en las mismas ciudades —según documentos estadounidenses que muestran mapas que se elaboran sobre las zonas de influencia de los cárteles— donde está presente desde décadas atrás el Cártel del Golfo, sobre todo en la región Este. Ambas organizaciones logran una expansión importante en ese país.

 

AR: Menciona que los Zetas hicieron cambios, y destaca la figura de Heriberto Lazcano, de quien dice que en una época ya parecía más empresario que soldado. ¿Cuáles fueron sus innovaciones?

HP: El uso irrestricto de la violencia. A final de cuentas ellos no tenían el conocimiento del complejo negocio del narcotráfico, entonces no podían meter 10 toneladas de cocaína al mes a Estados Unidos o lavar 10 millones de dólares. Su primer y principal recurso es el ejercicio de la violencia y la asociación de ésta con su nombre. Los Zetas convirtieron a su organización en una marca de derechos reservados e impusieron un peculiar copyright en el uso de la violencia.

Además extorsionan a las personas que están en su entorno social; como ninguno de los Zetas originales era tamaulipeco no tuvieron apego por las personas del estado y simplemente fueron y las exprimieron. Su éxito dependía de que no hubiera excepciones: se extorsiona a todas las personas de todos los lugares, de todos los niveles económicos, de todas las relevancias y partidos políticos. No había excepciones.

La exhibición de la violencia como método de intimidación contra las policías, la ciudadanía y los cárteles rivales le da una nueva vuelta de tuerca al escenario en México. Las decapitaciones originariamente son kaibiles, el grupo de élite de Guatemala que fue integrado a la dinámica delictiva por los Zetas.

Lo que quiero decir en el libro es que la posibilidad que tuvieron los Zetas de extender la violencia, de incrementarla, de definir el conflicto entre las bandas por el monopolio de las rutas y la producción de las drogas está radicada en los acuerdos que hicieron con los gobiernos estatales. Esa es la trascendencia del acuerdo de corrupción que ha ocurrido.

 

AR: También me llamó la atención la independización de los Zetas respecto al Cártel del Golfo. ¿Este rompimiento cómo se expresó en términos políticos?

HP: De manera principal, en el asesinato de Rodolfo Torre Cantú, candidato del PRI a la gubernatura de Tamaulipas. Eugenio Hernández Flores tuvo un acuerdo con los Zetas, e inició su gobierno negociando con una organización que, si bien no era monolítica, estaba estructurada con una cara en la que el Coss representaba al Cártel del Golfo (estamos hablando de que Osiel ya había sido detenido y que la relación de subordinación de los Zetas se había modificado), y en el otro lado estaba Heriberto Lazcano.

Lo que documentalmente se tiene es que el Golfo ordenó el asesinato de Rodolfo por considerar que éste estaba en la voluntad de los Zetas. En algún momento éstos envían el mensaje de “no fuimos nosotros” y lo aclararon públicamente.

 

AR: Otro caso espeluznante en el estado es el de San Fernando, en donde fueron encontrados 72 cadáveres y después más de 200…

HP: Y allí se habla de que son 600.

 

AR: En el libro hay un personaje que se pregunta: ¿cómo se puede vivir allí? Efectivamente: ¿cómo se puede vivir con los Zetas extorsionando a todo el mundo, y que mastican, trituran, acaban con la gente?

HP: Hay un estado de guerra irregular y eso hace imprevisibles los hechos, los desreglamenta. En la guerra oficial, la que se asume como tal, existen acuerdos de civilidad entre las partes en conflicto, hay cosas que no se pueden hacer y nos remitimos a tratados internacionales. En este caso no existen límites: los niños son igualmente útiles para matar o rendir al enemigo asesinándolos. No existe una sola autoridad sino que hay una situación particularmente fragmentada.

San Fernando es un municipio muy grande y tienes que una parte está bajo el gobierno Zeta, y otra bajo el control del Golfo, y dos más de grupos derivados porque ahora tienes que no hay un solo grupo sino entre 6 y 12 partes, escisiones de los Zetas, y el Golfo también ha tenido alguna. En algunas partes está la Policía Federal y hay otras bajo control del Ejército, pero nadie tiene claro cómo funciona exactamente la geografía del crimen. Se percibe su existencia porque hay lugares en donde extorsionan y secuestran algunos de los grupos, pero si alguno de los otros entra entonces se desata un enfrentamiento.

Lo cierto es que San Fernando genera una reflexión sobre el dolor de personas ajenas al municipio, pero todas las personas de este tienen una pérdida. Es realmente raro que te encuentres con alguien que no haya tenido que ir a la morgue a reconocer a su hijo, o que está esperando que vuelva su mamá, lo que es un asunto realmente de horror.

San Fernando es la muestra de cómo el Estado mexicano sí puede fracasar. Es, creo, el conjunto de secuestros, de inoperancia de las instituciones de  gobierno, de desarticulación de las fuerzas de seguridad pública, de abandono de la ciudadanía a la decisión de alguien que no entiende la vida más que como un proceso de acumular dinero y matar.

 

AR: ¿Cuál ha sido la reacción social a esta situación? Por allí vi que algunos empresarios se quejaron de la situación, se cita alguna marcha contra la inseguridad, por ejemplo.

HP: Hubo un intento real en 2007-2008, cuando las personas hicieron activismo en redes sociales, y la respuesta fue que a una destacada ciberactivista le cortaron la cabeza y la presentaron con el letrero de “Esto me pasó por estar de chismosa”.

Antes de que en Veracruz ocurriera el desastre para la prensa con Javier Duarte, Tamaulipas era el lugar más delicado para hacer periodismo. Consideremos también que uno de los primeros asesinatos contra comunicadores ocurrió allí en los años noventa, contra un editor y su reportera.

Entonces el asunto es que no hay muchas opciones si consideras que la gente asume que es normal vivir con miedo. La otra es que hay una porción importante de personas que han asumido que la delincuencia es una forma válida de ascenso social. Tienes a muchos jóvenes con la aspiración de ser sicarios o capos —curiosamente no se plantean ser gobernadores, lo que creo que es más redituable y más impune.

Tienes una ciudadanía que ha considerado que el cambio político no es posible ni es real. Tengo la percepción de que se ha generado algún movimiento a favor de García Cabeza de Vaca, aunque con dudas. Lo cierto es que sí encuentras a personas de la clase media y media baja que agitan banderas del PAN, lo cual es raro de ver en la Ciudad de México, donde entendemos a los panistas como personas de clase media alta; pero en el norte del país funciona de otra manera diferente.

En general hay una terrible decepción de la clase política.

 

AR: En el libro traza las relaciones que han existido entre los gobernantes y los narcotraficantes durante muchos años, desde Enrique Cárdenas González, gobernador en los años setenta. ¿Qué tan emblemático de las relaciones de la clase política mexicana con la delincuencia es el caso de Tamaulipas?

HP: Es representativa al punto de que, en mi opinión, no existe un cártel más avanzado en términos de logros económicos, de alcance, de acceso a la impunidad, de relaciones económicas y políticas de alto nivel. Yo no tengo problemas en decirlo: es un cártel de gobernadores. No he encontrado algo parecido en Italia, en Japón ni en Colombia. Pablo Escobar fue diputado, pero era lo que se sabía que era, no se simulaba que fuera otra cosa; a final de cuentas Escobar murió en una persecución en un tejado cuando hubo la decisión política de matarlo.

Estos hombres de Tamaulipas no: uno de ellos podrá ser gobernador…

 

AR: Antes presidentes municipales…

HP: Por supuesto: Yarrington fue presidente municipal de Matamoros, y un hijo de Roberto Guerra Cárdenas fue parte de la organización criminal y alcalde de Matamoros. Es un asunto en el que se han naturalizado por completo cosas que no puedes encontrar como lógicas en una democracia real.

 

AR: Menciona que tanto el Cártel del Golfo como los Zetas ya no son estructuras grandes sino que están muy fragmentadas. ¿Qué ha pasado con esas organizaciones, y cómo se refleja tanto en su actividad como en términos políticos?

HP: Se debe a la dinámica prohibicionista que ha colocado en el centro del combate a las drogas la detención y abatimiento de los capos en el momento en que el Estado considera que sea necesario, porque parece ser que tiene servicio a la carta. Por ejemplo, en el momento más crudo de Ayotzinapa detuvieron a Héctor Beltrán Leyva, el Ingeniero, y al Viceroy. Después de años de buscarlos, en el momento políticamente necesario los detuvieron.

Una de las consecuencias es que esto ha llevado a la pulverización de las organizaciones. Vamos hacia un modelo de pequeñas organizaciones, lo que no necesariamente es favorable, al menos en este momento para las personas que viven en los lugares en que aquellas se han asentado. Esto ocurre con los Zetas, pero creo que del otro lado también, con los Beltrán Leyva, quienes son un desprendimiento de Sinaloa, que viene del protocártel de Guadalajara, pero que originaron a los Rojos en Guerrero, y de éstos surgieron los Guerreros Unidos, y además de éstos están el Cártel Independiente de Acapulco, de Pacífico Sur, los Ardillos, etcétera.

Pero lo que pasa con todas estas organizaciones es lo que le ocurrió a los Zetas al inicio: no tienen el conocimiento para hacer el gran negocio de las drogas sino sólo la posibilidad de hacer el infame negocio de exprimirle el cuello todo el tiempo a una población ya de por sí pauperizada.

 

AR: Me acaba de decir que Tamaulipas, hasta antes del Veracruz de Duarte, era el lugar más peligroso para ejercer el periodismo. ¿Qué riesgos corrió al investigar este tema, al publicar este libro con nombres y detalles?

HP: Yo descansé cuando se publicó, y la verdad es que siento alivio con cada entrevista que me hacen. El trabajo se vuelve más público y ese es un freno indudable para alguna represalia.

Los periodistas que vivimos en la Ciudad de México y cubrimos asuntos de crimen organizado, corrupción y derechos humanos, tenemos condiciones de seguridad bastante mejores que las que tienen los reporteros honestos de los estados. No es lo mismo ir a los lugares, trabajar rápido y regresar a la Ciudad de México, que tener por vecino a un jefe de sicarios, que tu hijo en la secundaria sea compañero de un halconcillo o que el dueño de tu periódico sea un prestanombres de Yarrington.

Lo que quiero decir es que yo no encuentro razones para regodearme de que estoy haciendo un trabajo violento. Trato de destacar que es una labor esforzada y, en la medida de lo posible, ser honesto con el lector en el propósito de darle un servicio social.

No creo ni me convencen los periodistas que todo el tiempo están en la pasarela de la valentía y que presumen que su valía estriba no en su trabajo sino en el nombre del funcionario público, del criminal que los está persiguiendo. No me gusta ese estilo.

 

 

 

*Entrevista publicada en Horizontum, 23 de mayo de 2017.