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2016 Mayo 4 A LOS MIEMBROS DEL COLEGIO DE CIENCIAS POLÍTICAS Y ADMINISTRACIÓN PÚBLICA DEL ESTADO DE MORELOS. Mario Martínez Silva

Compañeros Colegas

Nuestro país será bicentenario en menos de un lustro. 

México nació con pretensiones de Imperio el 28 de septiembre de 1821, con un territorio de casi cuatro millones y medio de kilómetros cuadrados, y una población estimada en seis millones de habitantes, 98% analfabetas, y sumida en la mayor desigualdad de la América de entonces.

Hoy, nuestro territorio no llega a dos millones, somos una población de ciento veintiocho millones, más de 40% pobre, 6% analfabeta y con una desigualdad mayor que cuando nacimos a la vida independiente. 

En el libro “Por Qué Fracasan las Naciones”, sus autores se refieren a México en los siguientes términos:

Quien llega a Nogales, ciudad fronteriza dividida en dos países por solo una alambrada, no puede dejar de preguntarse por qué la parte sur, la mexicana, tiene menores salarios, menor escolaridad, menor esperanza de vida, menores y deficientes servicios públicos, mayor mortalidad infantil, mayor inseguridad, mayor delincuencia,  mayor corrupción e ineptitud de políticos.

Si la geografía, los recursos, la gente y hasta la historia son similares, ¿qué es lo que hace la diferencia con la parte norte, la estadounidense?

 

¡La política!… es la respuesta.

 

Porque la política define quien paga impuestos y quien no, quien recibe servicios públicos, subsidios, créditos, contratos, concesiones, nombramientos; quien puede emprender los más jugosos negocios e incluso crear monopolios, y quien jamás podrá salir de su miseria. Quien se puede corromper impunemente y quien es condenado a pagar el costo de esa corrupción.

 

La política hace la diferencia entre prosperidad y miseria: las naciones son pobres cuando una reducida élite es capaz de organizar a la sociedad en beneficio propio a costa de la mayoría de su población; las naciones son ricas cuando el poder está repartido y ningún grupo es capaz por sí sólo de imponer leyes y reglas para beneficio propio y, por ende, para sometimiento de los demás.  

 

Fue precisamente la importancia de la política en el desarrollo de los pueblos la que originó la creación de la carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública. Fue un sueño originado en la Organización de las Naciones Unidas, tras el horror de la Segunda Guerra Mundial, para fundamentar la vocación de servicio a la nación con la teoría y técnica necesarias al ejercicio eficaz de la política y del gobierno democráticos. Ha sido el sueño de formar jóvenes, que no tomen la política como la vía rápida al enriquecimiento personal, ni vean en el gobierno la posibilidad de apropiarse de recursos públicos para beneficio propio. 

 

En México, la política ha sido también, medio de explotación o redención. Nuestra independencia se consumó en defensa de fueros y privilegios coloniales de peninsulares y criollos. Desde entonces, nuestra historia es la historia de la lucha entre los que están en contra de todo privilegio, y quienes, frecuentemente aliados al extranjero, usan el poder político para proteger o acumular fortunas y prebendas a costa del saqueo de nuestras riquezas naturales, del trabajo semiesclavo o mal pagado, y del dominio del mercado interno por monopolios, sean estancos o tiendas de raya, ayer, o transnacionales, hoy. 

 

El Imperio de Iturbide, la intermitente dictadura de Santa Anna, la intervención francesa y el porfiriato, pretendieron preservar privilegios o crear otra casta de nuevos privilegiados. La Reforma y la Revolución fueron intentos inacabados por abrir oportunidades de progreso verdadero para todos. 

 

Pero el mundo cambió al imponerse los poderes internacionales del conservadurismo. Hoy la globalización neoliberal genera nuevos privilegiados con las privatizaciones, concesiones y contratos, crea desigualdad extrema, destrucción ecológica, auspicia la corrupción  y cancela el futuro de nuestras juventudes.

 

De igual modo, en nuestra incipiente democracia, el analfabetismo político, la propaganda apabullante y la represión frecuente,  parecen inclinar la balanza de la historia en favor de una minoría  que se erige en contra de los intereses del pueblo y la nación mexicana. 

 

Pero nada es definitivo. La historia es impredecible,  paradójica y sorpresiva. Hemos superado periodos más oscuros en las que las mejores causas populares parecían irremediablemente perdidas. De ahí, nuestro deber de conservar en la conciencia del pueblo, la historia de sus luchas, derrotas y victorias. El pasado también puede servir de guía al futuro.

 

No aspiremos a hacer de nuestro país una “potencia”, porque tras el despojo de más de la mitad de nuestro territorio por los Estados Unidos, quedó atrás el sueño de los conservadores de ser una potencia o un imperio, que por cierto, históricamente, ambos han sido incapaces de generar oportunidades de una vida mejor para sus habitantes y sólo han significado riqueza para sus élites. ¡Imperios o potencias ricas con pueblos pobres!

 

Aspiremos a ser un “potencia” en desarrollo humano, un país en donde cada uno de sus habitantes pueda forjar los caminos de su superación personal y social. 

 

Lo que importa, colegas, es nunca dejar atrás la vocación juvenil que nos condujo a estudiar nuestra profesión y tratar de dedicar nuestra vida al esfuerzo de construcción de una nación para los mexicanos y una sociedad más libre y justa, con leyes, como lo sintió Morelos, que “obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia”.

 

En un país tan desigual como el que nos ha tocado vivir, quienes escogimos la política como vocación y como objeto de estudio, no podemos ser ajenos a las causas nacionales, ni dejar de conmovernos ante el dolor de los marginados, -pobres e indígenas,- siempre las primeras víctimas de las  globalizaciones, hoy con el neoliberalismo, ayer con la conquista y el porfiriato.

 

Tampoco podemos dejar de escuchar la voz de la conciencia y aceptar la insólita, inmoral y antidemocrática concentración del poder político y de la riqueza, que hace de la democracia un espejismo que oculta el triunfo pírrico y paralizante de los intereses de una minoría rapaz que pone en riesgo nuestra propia sobrevivencia. 

 

Ojalá que el Colegio difunda entre la gente la importancia que tiene la política en su vida cotidiana, cómo marcó su pasado, cómo conforma su presente, cómo influirá en su porvenir. Que aliente la participación política y reafirme que la política pertenece a todos los ciudadanos y no es campo exclusivo de un grupo o de una llamada “clase política” cuya prioridad natural es conservarse en el poder. 

 

Que ser apolítico no es virtud sino renuncia a decidir nuestro propio destino. 

 

Y que la esencia de la verdadera democracia es el cambio, el fluir libre y constante de nuevas personas, nuevas generaciones, nuevos intereses y nuevos pensamientos en los cargos representativos. 

 

No abandonemos el sueño de las Naciones Unidas, de hacer de la política el medio de transformación hacia un mañana mejor para todos, aunque parezca irrealizable.

 

Los invito, compañeros, a que sigamos siendo soñadores. 

 

Intentemos y reintentemos cuantas veces  sea necesario, recobrar el fin ético de la política, como escribiera Ricardo Flores Magón, “hacer un hombre de cada animal humano”, en vez de “hacer un animal de cada hombre para constituirse en pastores del rebaño”.

 

Gracias por su atención.

 

Cuernavaca, Mor. 4 de mayo de 2016.

 

 

Cuatro mil quinientos empleados de la UNAM tomarán cursos de capacitación en sus especialidades.