Inicio
1965 Tolerancia Represiva. Herbert Marcuse.
Este ensayo examina la idea de tolerancia en la sociedad industrial avanzada. La conclusión a que llega es que la realización de la tolerancia exigiría intolerancia hacia las prácticas, actitudes y opiniones políticas dominantes ―así como también la extensión de la tolerancia a prácticas, actitudes y opiniones políticas que se desprecian o se reprimen. En otras palabras, la tolerancia aparece hoy como lo que era en su origen, al comienzo de la época moderna: una meta política, un concepto subversivo y liberador, y en cuanto tal, una práctica. Y viceversa, lo que hoy se anuncia bajo el nombre de tolerancia sirve, en muchas de sus más efectivas manifestaciones, a los intereses de la opresión.
El autor es completamente consciente de que en la actualidad no existe ningún poder, autoridad o gobierno que quiera llevar la tolerancia liberadora a la práctica; pero cree que es tarea y deber del intelectual recordar y preservar las posibilidades históricas que parecen haberse convertido en posibilidades utópicas —que es su tarea frenar la estabilidad de la opresión a fin de abrir el espacio mental en el que sea posible reconocer esta sociedad como lo que es y hace.
La tolerancia es un fin en sí mismo. Suprimir la violencia y reducir la opresión cuanto sea preciso para proteger hombres y animales de la crueldad y de la agresión son condiciones previas para la creación de una sociedad más humana.
[…] Discutir la tolerancia en una sociedad tal significa examinar de nuevo la cuestión de la violencia y la tradicional distinción entre acción violenta y no violenta. La discusión no debe estar empañada desde un principio por ideologías que sirven a la perpetuación de la violencia. Incluso en los centros de avanzada civilización la violencia de hecho se da: es practicada por la policía, en las prisiones y hospitales psiquiátricos, en la lucha contra las minorías raciales; y es llevada, por los defensores de la libertad de la metrópoli, a los países atrasados. Esta violencia evidentemente engendra violencia. Pero abstenerse de la violencia ante una violencia muy superior es una cosa, renunciar a priori a la violencia contra la violencia, por motivos éticos o psicológicos (porque puede enemistar a simpatizantes) es otra. La no violencia es normalmente no solo predicada sino que exigida al débil, es una necesidad más que una virtud, y normalmente no daña en forma grave al caso de la causa del más fuerte (¿Es el caso de la India una excepción? Allí, la resistencia pasiva se llevó a cabo en una escala masiva, que interrumpió o amenazó con interrumpir la vida económica del país. La cantidad se convierte en cualidad: en tal escala, la resistencia pasiva ya no es pasiva, deja de ser no violenta. Lo mismo es válido para la huelga general).
La distinción de Robespierre entre el terror de la libertad y el terror del despotismo, y la glorificación moral del primero, pertenece a las aberraciones más convincentemente condenadas, incluso si el terror blanco fuera más sangriento que el terror rojo. La evaluación comparada en términos del número de víctimas es la interpretación cuantitativa que revela el horror producido por el ser humano a lo largo de la historia, que hizo de la violencia una necesidad. En términos de función histórica, hay una diferencia entre violencia revolucionaria y reaccionaria, entre la violencia practicada por los oprimidos y por los opresores. En términos de ética, ambas formas de violencia son inhumanas y malas, pero ¿desde cuándo la historia se hace de acuerdo con normas éticas? Comenzar a aplicarlas cuando los oprimidos se rebelan contra los opresores, los que nada tienen contra los que lo tienen todo, es servir a la causa de la violencia efectiva debilitando la protesta en su contra.
“Comprendan finalmente esto: si la violencia hubiera comenzado esta tarde, si ni la explotación ni la opresión hubieran existido jamás sobre la tierra, quizá la no violencia coordinada podría apaciguar el conflicto. Pero si el sistema gubernamental en conjunto y hasta tus pensamientos no violentos están condicionados por una opresión milenaria, tu pasividad solo sirve para colocarte del lado de los opresores.”
La misma noción de falsa tolerancia y la distinción entre limitaciones justas e injustas a la tolerancia, entre adoctrinamiento progresivo y regresivo, violencia revolucionaria y reaccionaria, exigen la declaración de criterios para su validez. Estas normas deben ser anteriores a cualquier criterio constitucional o legal que se formulen y apliquen en una sociedad existente (tal como “claro e inminente peligro” y otras definiciones establecidas de derechos y libertades civiles), pues estas mismas definiciones presuponen normas de libertad y represión como aplicables o no aplicables en la sociedad respectiva: aquellas son especificaciones de conceptos más generales .¿Por quién y de acuerdo con qué normas puede hacerse y justificarse la validez de la distinción política entre verdadero y falso, progresivo y regresivo (pues en ésta esfera tales pares son equivalentes)? Para empezar, propongo que a la cuestión no puede responderse en términos de la alternativa entre democracia y dictadura, según la cual, en la última, un individuo o grupo, sin ningún control efectivo desde abajo, se arrogan por sí mismos el poder de decisión. Históricamente, aún en las democracias más democráticas, las decisiones vitales y finales que afectan a la sociedad como un todo, han sido tomadas, constitucionalmente o de hecho, por uno o varios grupos sin control efectivo del pueblo por sí mismo. La cuestión irónica de quién educa a los educadores (es decir, los dirigentes políticos) también se aplica a la democracia. La única alternativa auténtica y negación de la dictadura (con respecto a esta cuestión) sería una sociedad en la cual “el pueblo” hubiese llegado a convertirse en individuos autónomos, liberados de las exigencias represivas de una lucha por la existencia en interés de la dominación, y como tales seres humanos escogiendo su gobierno y determinando sus vidas. Una sociedad tal todavía no existe en ninguna parte. Entre tanto, la cuestión debe ser tratada en abstracto —abstracción, no desde las posibilidades históricas, sino de las realidades de las sociedades actuales.