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2014 Agonística. Pensar el mundo políticamente. Chantal Mouffe.
Introducción
Los ensayos reunidos en este volumen examinan la relevancia del enfoque agonista que elaboré en mis trabajos previos para una serie de temas que considero importantes para el proyecto de la izquierda. Cada capítulo trata una cuestión diferente, pero en cada caso mi objetivo es abordar la cuestión de un modo político. Como Ernesto Laclau y yo sostuvimos en Hegemonía y estrategia socialista, pensar de un modo político requiere del reconocimiento de la dimensión ontológica de la negatividad radical. Es debido a la existencia de una forma de negatividad que no puede superarse dialécticamente que nunca podrá alcanzarse la objetividad plena, y el antagonismo es una posibilidad siempre presente. La sociedad está marcada por la contingencia y todo orden es de naturaleza hegemónica; es decir, es siempre la expresión de relaciones de poder. En el campo de la política, esto significa que la búsqueda de un consenso sin exclusión y la ilusión de una sociedad armoniosa y perfectamente reconciliada deben ser abandonadas. En consecuencia, el ideal emancipatorio no puede formularse en términos de realización de alguna forma de “comunismo".
Las reflexiones propuestas aquí se basan en la crítica del racionalismo y del universalismo que he desarrollado a partir de El retorno de lo político, donde comencé a elaborar un modelo de democracia al que denomino “pluralismo agonista” Al inscribir la dimensión de la negatividad radical en el campo político, propuse en ese libro establecer una distinción entre "lo político” y "la política" Con "lo político" me refiero a la dimensión ontológica del antagonismo, y con “la política" me refiero al conjunto de prácticas e instituciones cuyo objetivo es organizar la coexistencia humana. Sin embargo, estas prácticas siempre operan dentro de un terreno de conflictividad influido por "lo político".
La tesis central del "pluralismo agonista" fue elaborada con posterioridad en La paradoja democrática, donde sostuve que una tarea clave de la política democrática es proporcionar las instituciones que permitan que los conflictos adopten una forma "agonista" donde los oponentes no sean enemigos sino adversarios entre los cuales exista un consenso conflictual. Lo que me proponía demostrar con este modelo agonista era que, incluso partiendo de la afirmación de la inerradicabilidad del antagonismo, era posible concebir un orden democrático.
No obstante, es cierto que las teorías políticas que sostienen dicha tesis generalmente terminan defendiendo un orden autoritario como la única manera de evitar una guerra civil. Es por esto que la mayoría de los teóricos políticos comprometidos con la democracia creen que deben plantear la posibilidad de una solución racional a los conflictos políticos. Sin embargo, mi argumento plantea que la solución autoritaria no constituye una consecuencia lógica necesaria de tal postulado ontológico, y que al establecer una distinción entre "antagonismo" y “agonismo” es posible concebir una forma de democracia que no omita la negatividad radical.
En los últimos años, el hecho de reflexionar sobre los acontecimientos políticos mundiales me ha llevado a indagar las posibles implicancias de mi enfoque para las relaciones internacionales, ¿Qué consecuencias tiene en la arena internacional la tesis que postula que todo orden es un orden hegemónico? ¿Significa que no existe ninguna alternativa al actual mundo unipolar, con todas las consecuencias negativas que esto acarrea?
Sin duda, debemos renunciar a la ilusión de un mundo cosmopolita más allá de la hegemonía y más allá de la soberanía. Pero esta no es la única solución disponible, ya que también podemos concebir otra: una paralización de hegemonías. Desde mi perspectiva, al establecer relaciones más equitativas entre polos regionales, un enfoque multipolar podría constituir un paso hacia un orden agonista en el cual los conflictos, si bien no desaparecerían, tendrían menos probabilidades de adoptar una forma antagónica.
Otro aspecto de mis reflexiones tiene que ver con las consecuencias del enfoque hegemónico para los proyectos radicales que tienen como objetivo establecer un orden social y político diferente. ¿Cómo se puede concretar este nuevo orden? ¿Qué estrategia habría que seguir?
El enfoque revolucionario tradicional que ya ha sido prácticamente abandonado, es remplazado cada vez más por otro que, bajo el nombre de "exodo” reproduce —aunque de una manera diferente— muchos de sus defectos. En este libro discrepo con el rechazo total a la democracia representativa por parte de aquellos que, en lugar de buscar una transformación del Estado a través de una lucha hegemónica agonista, proponen una estrategia de abandono de las instituciones políticas. Su creencia en la posibilidad de una "democracia absoluta” en la que la multitud sería capaz de autoorganizarse sin ninguna necesidad de Estado o instituciones políticas, implica una falta de comprensión respecto de aquello que designo como "lo político”.
Es cierto que cuestionan la tesis de una homogeneización progresiva del “pueblo” bajo la categoría del “proletariado” afirmando en cambio la multiplicidad de "la multitud” Pero aceptar la negatividad radical implica no solo reconocer que el pueblo es múltiple, sino también que está dividido. Dicha división no puede ser superada; solo puede ser institucionalizada de diferentes maneras, algunas más igualitarias que otras. De acuerdo con este enfoque, la política radical consiste en una diversidad de acciones en una multiplicidad de ámbitos institucionales, con el fin de construir una hegemonía diferente. Se trata de una “guerra de posición” cuyo objetivo no es la creación de una sociedad más allá de la hegemonía, sino un proceso de radicalización de la democracia: la construcción de instituciones más democráticas y más igualitarias.
Hay otro tema al que he dedicado especial atención en los últimos años, principalmente gracias a las frecuentes invitaciones que recibí para dar conferencias en escuelas de arte, museos y bienales. ¿Puede una con copetón agonista ayudar a los artistas a teorizar la naturaleza de sus intervenciones en el espacio público? ¿Cuál puede ser el rol de las prácticas artísticas y culturales en la lucha hegemónico? En la etapa actual del capitalismo posfordista, el terreno cultural ocupa una posición estratégica, ya que la producción de afectos desempeña un rol cada vez más importante. Al ser viral para el proceso de valorización capitalista, este terreno debería constituir un lugar crucial de intervención para las prácticas contrahegemónicas.
Con el fin de abordar estas diferentes temáticas, este libro está organizado de la siguiente manera. El primer capítulo repasa los puntos principales del enfoque agonista que elaboré durante varios años en una serie de libros. También distingue mi perspectiva de otras teorías agonistas que circulan actualmente. Destacando la dimensión antagónica que caracteriza el campo de lo político, pongo especial énfasis en la diferencia entre las perspectivas éticas y políticas y en ¡a necesidad de que los teóricos agonistas reconozcan el vínculo entre agonismo y antagonismo en lugar de postular la posibilidad de un “agonismo sin antagonismo”.
Una vez aclarada mi problemática teórica, en los siguientes capítulos abordo una serie de temáticas: una aproximación agonista a las relaciones internacionales, los modos de integración de la Unión Europea (UE). las diferentes visiones de la política radical, y por último las prácticas culturales y artísticas en su relación con la política. En el segundo capítulo analizo algunas de las cuestiones que plantea la idea de un mundo multipolar. Desarrollando un tema que ya había introducido en En torno a lo político —donde, en mi crítica a varios proyectos cosmopolitas, me pronuncié en favor de un mundo multipolar—, ahora indago en las implicancias de concebir el mundo como un pluriverso. En discrepancia con la perspectiva según la cual la democratización requiere de una occidentalización, defiendo la tesis que sostiene que el ideal democrático puede inscribirse de manera diferente en una variedad de contextos.
Algunos de mis lectores probablemente se sorprendan con mi crítica al modo en que los teóricos sociales y políticos utilizan el término “moderno” para designar a las instituciones occidentales, ¿No me he referido incluso yo misma en repetidas ocasiones a la “democracia moderna" para designar al modelo occidental? Lo cierto es que he dejado de hacerlo en mis últimos escritos; ahora trato de evitar hablar de "democracia moderna". Me he dado cuenta de que, al hacerlo, contradigo mi aserción respecto de la naturaleza contextual de la democracia liberal así como también mi afirmación de que esta no representa un estadio más avanzado en el desarrollo de la racionalidad o de la moralidad.
Creo firmemente que ya es hora de que los intelectuales de izquierda adopten un enfoque pluralista y rechacen el tipo de universalismo que postula la superioridad racional y moral de la Modernidad occidental. En este momento, en que los levantamientos árabes han puesto en la agenda de varios países de Medio Oriente la cuestión de cómo construir una democracia, considero que esta cuestión es de suma importancia, De hecho, creo que sería un error fatal obligar a esos países a adoptar el modelo occidental, ignorando el lugar central que ocupa el islam en sus culturas.
La UE es el tema del tercer capítulo, en el que examino la relevancia del enfoque agonista para concebir formas posibles de integración europea. Allí abogo en favor de concebir a la que en la forma de una “demoi-cracia" compuesta por una multiplicidad de diversos demoi que brindarían diferentes espacios para el ejercicio de la democracia. Al analizar las causas del creciente desencanto con el proyecto europeo, también deslace la urgencia de la elaboración de un nuevo enfoque que ofrezca una alternativa a las políticas neoliberales que han dado origen a la actual crisis.
El cuarto capítulo está dedicado a contrastar dos modelos de política radical En primer lugar, ofrece argumentos contra la estrategia de "deserción" inspirada por el movimiento italiano Autonomía y teorizada por teóricos postoperaístas como Michael Hardt, Antonio Negri y Paolo Virno, que propugnan un éxodo del Estado y de las instituciones políticas tradicionales y un rechazo a la democracia representativa. Por el contrario, yo defiendo una estrategia de "involucramiento crítico". Tal estrategia incluye una multiplicidad de acciones contrahegemónicas con el objetivo de lograr una transformación profunda de las instituciones existentes, y no su deserción. Al analizar los marcos teóricos opuestos que inspiran estas dos estrategias enfrentadas, sugiero que el problema del tipo de política radical que defienden los teóricos del éxodo es que se basa en una interpretación errónea de lo político. Esto se ve reflejado en d hecho de que dichos teóricos no aceptan la dimensión inerradicable del antagonismo.
El último capítulo está centrado en el campo de las prácticas artísticas y culturales. Aquí me refiero a la actual discusión sobre los efectos del capitalismo posfordista en el campo cultural y artístico. Según ciertos pensadores, la mercantilización de la cultura ha llegado a un punto tal, que ya no queda espacio para que los artistas desempeñen un rol crítico. Otros, aunque en desacuerdo con este diagnóstico pesimista, afirman que tal posibilidad aún existe, pero solo fuera del mundo del arte.
De acuerdo con mi perspectiva, las prácticas culturales y artísticas pueden desempeñar un rol critico promoviendo espacios públicos agonistas donde podrían lanzarse luchas contrahegemónicas para oponerse a la hegemonía neoliberal. Basándome en Antonio Gramsci, reafirmo el lugar central que ocupa la cultura dominante en la construcción del “sentido común" destacando la necesidad de la intervención artística con el fin de desafiar la visión pospolítica según la cual no hay ninguna alternativa al orden actual. Aquí, nuevamente, mis visiones son contrastadas con las de los teóricos postoperaístas que se analizan en el capítulo II. Pero en este caso el foco está puesto en la Interpretación que ellos hacen de la transición del fordismo al posfordismo y del rol desempeñado por las prácticas culturales en esta transición.
Por último, en la conclusión examino los movimientos de protesta recientes a la luz de las dos formas de política radical que mencione antes: la postoperaísta y la agonista. Considero que estos movimientos deberían ser interpretados como reacciones a la falta de una política agonista en las democracias liberales, y que requieren una radicalización —y no un rechazo— de las instituciones democráticas liberales.
Decidí denominar a este libro Agonística para resaltar que consiste en una variedad de intervenciones teórico-políticas en ámbitos en los que considero que es necesario cuestionar algunas posturas establecidas de la izquierda. Su propósito es promover un debate agonista entre aquellos cuyo objetivo es desafiar el actual orden neoliberal