2023 La vida emocional del populismo. Cómo el miedo, el asco, el resentimiento y el amor socavan la democracia. Eva Illouz.
No es fácil destruir una democracia, pero sí parece bastante sencillo dañarla. En todo el mundo, ya sea por derecha o por izquierda, la democracia sufre hoy los embates de regímenes populistas que debilitan las instituciones y agravan las dificultades de la sociedad. Pero ¿cómo es que aquellas figuras políticas que socavan las condiciones de la vida obtienen, y en muchos casos conservan por largo tiempo, el apoyo de quienes más perjudicados resultan?
En La vida emocional del populismo, Eva Illouz, autora de referencia para comprender el papel de las emociones en la vida social, explora esta aparente paradoja con su agudeza característica. Tomando a Israel como caso de estudio, demuestra que es la combinación de cuatro emociones clave -el miedo, el asco, el resentimiento y el amor por la patria- y su presencia incesante en la arena política lo que alimenta y corroe la democracia. Las emociones populistas enfrentan a la gente, engendran violencia directa e indirecta, desconocen las posiciones diferentes, inflaman la imaginación de un pueblo y sirven al líder para conservar el poder. Conocer sus dinámicas resulta fundamental para combatir una tendencia que, cada vez más agresivamente, se ha tomado en una grave amenaza a la democracia.
Introducción
El gusano en la manzana
En 1967, en una conferencia pronunciada en Viena, Theodor W. Adorno ofreció a su auditorio observaciones de una notable relevancia para nuestro tiempo, a pesar de las diferencias enormes que nos separan de aquella época. Aunque oficialmente el fascismo había colapsado, las condiciones para los movimientos fascistas, afirmó, seguían activas en la sociedad. El culpable principal era la tendencia a la concentración de capital, una tendencia aún imperante, que sigue creando "la posibilidad de desclasamiento, de degradación, de unas capas sociales que, según su conciencia subjetiva de clase, eran totalmente burguesas y deseaban mantener sus privilegios y su estatus social, e incluso reforzarlo': Son los mismos grupos de burgueses que bajan de categoría los que desarrollan un "odio al socialismo o lo que ellos llaman socialismo, es decir, no echan la culpa de su potencial desclasamiento a todo el aparato que lo provoca, sino a aquellos que adoptaron una posición crítica frente al sistema en el que en otro tiempo los miembros de tales grupos poseían un determinado estatus, en todo caso según las concepciones tradicionales”.
En estas breves líneas, Adorno condensó varias ideas clave de la teoría crítica. El fascismo, para él, no es un accidente de la historia, como tampoco es una aberración; más bien, funciona dentro de la democracia y es contiguo a ella. Es, por utilizar una metáfora gastada, un gusano metido en la manzana, que pudre la fruta desde adentro, invisible a ojo desnudo. Como dice una antología sobre la Escuela de Frankfurt: "Uno de los temas principales de la temprana Escuela de Frankfurt era que resulta imposible trazar una línea nítida entre los extremos del fascismo político y las patologías sociales más cotidianas del capitalismo burgués en Occidente". Esto también significa que el fascismo no precisa ser un régimen en toda regla. De hecho, podría ser una tendencia, un conjunto de orientaciones e ideas pragmáticas que funcionan en el marco de las democracias. En las observaciones de Adorno también está contenida la afirmación de que el capitalismo despliega tendencias hacía la concentración de capital y de poder ( una idea poco sorprendente para un marxista, que incluso a los no marxistas les costaría rebatir). Adorno aún no había sido testigo de la forma espectacular en que el capital concentrado lograría capturar procesos electorales democráticos. Se refería, pues, a la dinámica de clases que la concentración de capital creaba en el seno de las sociedades liberales. Dicha dinámica amenazaba con degradar constantemente a las mismas clases burguesas que antes habían contribuido al sistema capitalista y se habían beneficiado de él. Notemos que Adorno pone el foco en la burguesía (una mezcla de segmentos de las clases alta y media) y no en el proletariado como agente de este nuevo fascismo. Haciéndose eco de una tradición de la sociología que consideraba al fascismo como la expresión del miedo a la "movilidad descendente", Adorno sugiere que la misma clase que tenía y sigue teniendo privilegios es la que lo apoyará cuando los vea amenazados. Así, la pérdida de privilegios parece ser una motivación clave para apoyar a líderes antidemocráticos. (En las elecciones de 2016, el apoyo a Trump fue mayor entre los grupos con ingresos altos y medios. Las personas con salarios muy bajos eran más propensas a ponerse del lado de Clinton). El deseo de mantener el privilegio o el miedo a perderlo es, como sugiere Adorno, una fuerza motriz de la política en general y de la política fascista en particular. El tercer punto, quizás el más significativo (al menos para este libro), que contienen las sucintas observaciones de Adorno sugiere que la identificación con el fascismo encuentra sus raíces en una cierta manera de pensar sobre las causas (cómo pensamos acerca de por qué las cosas son como son) y en una cierta manera de asignar culpas y responsabilidades. La clase burguesa degradada no culpará al propio sistema capitalista de la concentración económica que socava su pérdida de estatus y privilegio. Más bien, transpondrá la culpa a quienes critican ese mismo sistema. Aun en su laconismo, Adorno nos da a entender que intentarán dar sentido a su mundo social como desde dentro de una cámara oscura, una imagen invertida del mundo exterior. Continuando con la tradición marxista de la Ideologiekritik,Adorno identifica aquí un proceso cognitivo muy importante en obra en el protofascismo: la falta de capacidad para comprender la cadena de causas que explican la propia situación social. La percepción del mundo social, sugiere Adorno, puede distorsionarse de un modo fundamental. Los burgueses (y probablemente otras clases) no pueden identificar correctamente las causas de sus pérdidas y, por tanto, no pueden unirse a quienes, aun sin defender exactamente sus intereses, al menos cuestionan el sistema responsable de su degradación. […]